Paul Krugman, El País
El economista Mark Thoma escribió recientemente una excelente columna para el Fiscal Times relacionando la lucha contra el límite de deuda con el tema más importante de la desigualdad extrema. Me gustaría señalar que la realidad es incluso peor de lo que Thoma da a entender.
Él lo expresa en su blog de esta manera: “El incremento de la desigualdad y la diferente exposición al riesgo económico han hecho que un grupo considere que son los que “hacen” en una sociedad en la que mantienen al resto y pagan la mayoría de las facturas, y que el otro grupo son los que “toman” ya que reciben todos los beneficios. El estrato más alto se pregunta, ‘¿Por qué deberíamos pagar la seguridad social cuando recibimos pocos o ninguno de sus beneficios?’ y eso lleva a atacar estos programas”.
Por eso relaciona la lucha contra el límite de deuda con la influencia de los ricos, que quieren desmantelar el Estado de bienestar porque no significa nada para ellos y porque quieren unos impuestos más bajos.
Uno podría añadir que esa misma desigualdad que distancia a los ricos de las preocupaciones normales y corrientes les da un mayor poder y eso hace que sus opiniones en contra del Estado de bienestar tengan una influencia mucho mayor.
Entonces, ¿por qué las cosas están incluso peor de lo que dice Thoma? Porque muchos de los ricos se muestran selectivos a la hora de oponerse a que el Gobierno ayude a los desfavorecidos. Están en contra de cosas como los cupones para alimentos y los subsidios de desempleo. Pero ¿a favor de rescatar a Wall Street? ¡Sí!
En serio. Charlie Munger, el vicepresidente de Berkshire Hathaway, dijo en 2010 que deberíamos “dar gracias a Dios” por los rescates bancarios, pero que la gente normal y corriente que estaba viviendo una época difícil debería “aguantarse y salir adelante”. Y el consejero delegado de AIG - ¡el consejero delegado de una empresa rescatada! -señaló a The Wall Street Journal que las quejas sobre las primas a los ejecutivos de dichas empresas son tan malas como los linchamientos (no me lo estoy inventando)-.
La cuestión es que los súper-ricos no se han convertido en nuestro John Galt; no realmente, aunque piensen que lo han hecho. Se parece mucho más a la guerra de clases pura, a una defensa del derecho de los privilegiados a mantener y a aumentar sus privilegios.
No es Ayn Rand: esto es el Antiguo Régimen.
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