Juan Laborda, El Economista
En los últimos meses, y especialmente durante las últimas semanas, los mercados financieros han castigado duramente a la deuda soberana irlandesa, además de registrar su mercado bursátil un peor comportamiento relativo que el resto de índices europeos.
Esta semana la colocación de deuda a ocho años se hizo a un tipo de interés del 6,023 por ciento frente al 2,18 por ciento que cotizaba en ese momento la alemana. Después de Grecia, Irlanda es la economía periférica que más está sufriendo las embestidas del mercado. ¿Por qué Irlanda? ¿Qué factores han llevado a que los propios mercados que previamente alababan las bondades del mal llamado tigre celta pasen a denostarlo como un apestado?
En Irlanda se escenifican perfectamente todos los males de la actual crisis sistémica: sobreendeudamiento privado alimentado por una burbuja inmobiliaria, mano de obra barata, con la incorporación masiva de emigrantes polacos y rusos, y un peso excesivo de la economía financiera, que se convierte en sí mismo en un medio, en vez de ser un fin para mejorar la economía productiva.
Pero, ¿cómo se inicia todo este proceso?, ¿cuál fue la mecha que provoca todo este falso bluff? Sin duda alguna, la práctica traslación del pensamiento único o consenso de Washington a Irlanda. Bajo el Consenso de Washington se promueven políticas económicas basadas en la austeridad, la liberalización y las privatizaciones, con el objetivo de eliminar la inflación, preservar el tipo de cambio, incrementar la tasa de crecimiento de la productividad y crear puestos de trabajo estables.
Los fines son idóneos, pero no así los medios: bancos centrales independientes; sindicatos débiles, mayor flexibilidad del trabajo y congelación/ reducción de salarios; merma de servicios públicos e impuestos; cuasi desaparición de los déficit públicos y fijación de límites a la deuda pública; privatización de numerosas empresas públicas y desmantelamiento de muchas reglamentaciones que regulan mercados para que estos sean más flexibles.
En un proceso de globalización, todo ello se traduce en una infravaloración del factor trabajo versus el factor capital, mayor peso de los países emergentes (¿tigre celta?), descenso estructural de la inflación, y políticas monetarias laxas, con descensos tipos de interés nominales.
En un contexto de salarios reales a la baja y políticas monetarias relajadas, la única manera de crecer era vía endeudamiento asociada a una inflación de activos masiva (bolsa, casas,?) que las propias políticas monetarias diseñadas por bancos centrales aparentemente independientes provocaron.
¿Aún no se han enterado de que estamos en una crisis sistémica generada por un proceso de endeudamiento privado asociado a una burbuja inmobiliaria?
Veamos cómo se traduce esta dinámica para el caso irlandés. Irlanda inicia un cambio drástico a partir de 1987, cuando el Gobierno recién salido de las urnas propugna un profundo recorte del gasto público y una espectacular bajada del impuesto de sociedades desde el 40 al 10-12,5%.
Como consecuencia, y favorecido porque en el país se habla el idioma de Shakespeare, se produce una atracción espectacular de capitales, que sólo entre 1997 y 2007 supera los 90.000 millones de dólares, superior a la entrada de capitales en Italia, pero con una población infinitamente más baja, sólo 4,5 millones de habitantes, casi catorce veces menor.
Como consecuencia, se produce un espectacular crecimiento de la economía irlandesa, que se convierte en la de mayor renta per cápita de la UE, pero ello no se ha traducido en una mejora real y duradera de las condiciones de vida de los irlandeses. Había trampa.
El crecimiento de Irlanda se ha fundamentado en dos sectores: la construcción y el financiero. Al igual que en España, el motor del crecimiento ha sido el sector inmobiliario apoyado por un crecimiento exponencial del precio de las casas y por un endeudamiento masivo familiar y del sector no financiero facilitado por un sector financiero que, como en el resto de países occidentales, no controló el riesgo que estaba asumiendo.
En Irlanda, el peso del sector financiero aún era muy superior al de otros países por la atracción de fondos por temas impositivos. Si nos fijamos, se parece mucho a España, pero con una clara diferencia en su contra: las masivas bajadas de impuestos drenaron los ingresos del Estado y, como consecuencia, limitaron el gasto público, de manera que en materia de infraestructuras o sanidad pública la situación actual de Irlanda recuerda a la España de los años 60. Vamos, un auténtico desastre.
Les invito a viajar desde Dublín al norte o al sur, y verán como a un radio de 50 km las carreteras se encuentran en una situación lamentable, y ya no digamos otras infraestructuras de comunicaciones. Lo mismo podríamos hablar sobre las sanitarias o educativas.
¿Qué les queda ahora a las familias irlandesas? Nada más que deudas y una pérdida de riqueza inmobiliaria masiva. De ahí el ataque de los otrora aliados: los mercados financieros. El tigre celta era un mito ideológico de los neoliberales porque experimentaron con gaseosa, impuestos bajos, y tales bajadas de impuestos sólo han servido para generar inflaciones de activos y procesos de endeudamiento masivos.
El origen de la crisis irlandesa, por lo tanto, se encuentra en los volúmenes de sobreendeudamiento-apalancamiento inducidos por un efecto riqueza que acabó en una burbuja o inflación de activos, que se vio favorecido por una masiva bajada de impuestos. Ello a su vez alimentó un consumo muy por encima del ahorro interno. Los efectos se retroalimentaban. Cuando pincha la burbuja de activos, la inestabilidad financiera a la Minsky se produce en toda su intensidad, acabando en recesión y/o depresión económica.
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