La economía mundial se encamina a un nuevo punto de quiebre. De ahí la crujiente tensión en los mercados: estamos sobre un terreno potencialmente peligroso. Desde ayer se sabe que los costos de la crisis financiera llegan a 9,6 billones de dólares, superando el 25% del PIB de los países industrializados. Un costo que fue absorbido por los gobiernos para evitar la parálisis del sistema financiero. Un costo que hoy pesa a estos gobiernos por el elevado nivel de endeudamiento que alcanzaron y que los ha llevado a recibir el castigo de las agencias de calificación. Un costo, además, que ha obligado a practicar severos recortes, en áreas altamente sensibles, para equilibrar las arcas fiscales.
Como vemos, estamos en un callejón sin salida. Las instituciones como el FMI o el BCE exigen equilibrio fiscal en circunstancias que son totalmente adversas. Es imposible equilibrar las cuentas y salir de la crisis al mismo tiempo. Y dado que la crisis es el estado más lejano al equilibrio, los principales esfuerzos deberían destinarse a estrategias de salida sostenible. Sin estrategias de salida sostenibles y de largo plazo la nueva inmersión llegará antes de lo pensado (fines de 2010, comienzos de 2011).
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