Nahia Sanzo, Slavyangrad
“El Consejo de Defensa y Seguridad Nacional de Ucrania apoyó la decisión de apelar a las Naciones Unidas y la Unión Europea sobre el «despliegue en Ucrania de una misión de mantenimiento de la paz y la seguridad»”. No se trata de una noticia actual, ahora cuando se debate la composición y el tamaño de una posible misión de paz de países europeos tras el posible alto el fuego, sino del 18 de febrero de 2015. Días antes, en la capital bielorrusa, se había firmado tras una negociación en la que participaron Angela Merkel, François Hollande, Petro Poroshenko y Vladimir Putin, el único acuerdo de paz de esta guerra y debía comenzar un alto el fuego, que iba a incumplirse de forma rutinaria, y el proceso político que retornaría Donbass a Ucrania bajo unas condiciones muy concretas y con ciertos derechos lingüísticos, culturales, políticos y económicos que Kiev siempre consideró inaceptables y nunca tuvo la más mínima intención de cumplir. Ucrania, que había sufrido en Debaltsevo la segunda de las grandes derrotas de la guerra de Donbass tras la de Ilovaisk en septiembre de 2014, se encontraba en su momento más bajo, su ejército corría el riesgo de ser avasallado y necesitaba detener la guerra para recuperarse y volver a fortalecerse a la espera de la siguiente fase de una guerra que todas las partes eran conscientes de que no había terminado.
“El Secretario del CDSN de Ucrania señaló que las fuerzas de mantenimiento de la paz deberían situarse a lo largo de la línea de contacto y en el sector no controlado de la frontera ruso-ucraniana. Dijo que esto permitiría «fijar y aislar las violaciones y también dar pasos reales para detener la agresión»”, continuaba el comunicado del Consejo de Defensa y Seguridad Nacional de Ucrania, que justificaba la necesidad del envío de tropas extranjeras para evitar un ataque ruso o republicano a través de la línea de separación, que no se produjo durante los siete años que se prolongó el proceso de Minsk. Frente a las acusaciones de Oleksandr Turchinov, entonces secretario del Consejo, el interés de Rusia en aquel momento era obligar a Ucrania a cumplir los acuerdos firmados y no reanudar la guerra que acabada de colaborar en detener. Al igual que seis meses antes, Rusia no solo no se había resistido a negociar, sino que hizo posible el acuerdo a base de negociarlo directamente con Ucrania sin la presencia de las Repúblicas Populares, cuyos líderes se encontraban en el edificio simplemente para escenificar la firma. Como en septiembre del año anterior, Rusia aceptó el diálogo, el acuerdo y detener la ofensiva de la parte de la guerra a la que apoyaba en un momento en el que se encontraba al ataque, poniendo en jaque al debilitado ejército ucraniano.
El temor al colapso o a que Rusia utilizara la evidente debilidad militar ucraniana para conseguir avanzar hasta las fronteras administrativas de las regiones de Donetsk y Lugansk inquietó a Kiev que reaccionó apelando a Naciones Unidas, un llamamiento inviable, ya que el Consejo de Seguridad no podía aprobar una misión de paz sin el voto ruso. Ucrania no necesitaba entonces una misión de paz, sino poner en marcha el recién relanzado proceso de Minsk, capaz de resolver la guerra de Donbass si Kiev comenzaba a dar pasos en esa dirección. El diálogo y no las armas, o una misión de paz que habría congelado el frente consolidando la frontera de facto y, por lo tanto, la separación efectiva entre Ucrania y Donbass, debió conseguir el final del conflicto. El hecho de que durante los siete años posteriores se optara por la beligerancia en lugar de la diplomacia es una de las causas de la situación actual.
La apelación de Turchinov desde el puesto al frente del Consejo de Defensa y Seguridad Nacional no era la primera ocasión en la que Ucrania trataba de involucrar a tropas extranjeras en su guerra. Casi un año antes, en abril de 2014, el mismo Turchinov, entonces presidente en funciones tras la victoria de Maidan, que había derrocado a Yanukovich, en una conversación con el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, había solicitado a la organización una misión de paz. Habían pasado apenas 24 horas desde la firma del decreto de inicio de la operación antiterrorista, primer eufemismo de este conflicto que dura ya diez años, dando inicio a la guerra de Donbass. “Turchínov explicó a Ban que la presencia de fuerzas de paz de la ONU en Ucrania permitiría a la comunidad internacional confirmar la legitimidad y la legalidad de la operación antiterrorista lanzada por Kiev ante los retos secesionistas. Y subrayó que el objetivo de la operación antiterrorista puesta en marcha por las autoridades en las regiones orientales, donde los sublevados prorrusos han tomado varios edificios gubernamentales, es proteger a la población civil”, escribía entonces la agencia EFE.
Ucrania estaba a punto de enviar los primeros vehículos blindados a Slavyansk, iniciar el despliegue de su ejército y de grupos voluntarios como Azov o Praviy Sektor, realizar los primeros bombardeos con artillería y posteriormente comenzar a utilizar incluso la aviación, que aquel 2 de junio causó una primera matanza en pleno centro de Lugansk, donde una docena de personas se desangraron en plena calle sin que las asistencias pudieran hacer nada por sus vidas. Ucrania, que seguía insistiendo en que su labor era proteger a la población, alegó pese a que existían imágenes de la aeronave lanzando la bomba sobre la ciudad (posiblemente por error, ya que se estaba produciendo una batalla por el puesto fronterizo a unos kilómetros de distancia), que la explosión se había debido al mal funcionamiento de un aparato de aire acondicionado. La situación se había convertido ya en una guerra que causaría miles de muertos y una situación humanitaria extrema con un verano sin agua corriente en ciudades como Lugansk y la interrupción del pago de salarios públicos, prestaciones sociales y pensiones en Donbass que, pese a que así lo exigían los acuerdos de Minsk, Ucrania nunca aceptó reanudar. Esa era la operación antiterrorista que Turchinov quería legitimar a base de presencia de tropas de Naciones Unidas.
La situación actual es más similar a la de 2015 que a la del momento del inicio del conflicto. La intensidad de la guerra, con uso de misiles por parte de ambos bandos y dos ejércitos fuertemente armados y curtidos en las trincheras, no es comparable con lo que pudo observarse en el primer año de fase caliente de la guerra de Donbass. Tampoco lo es el nivel de destrucción ni la cifra de bajas que, aunque aún incierta y protegida por la censura militar de Rusia y Ucrania, es alarmantemente elevada. Sin embargo, las soluciones siguen siendo similares.
Hace unos días, Volodymyr Zelensky afirmó que comenzará a valorar la propuesta de Emmanuel Macron de enviar una misión de paz de países de la Unión Europea una vez que Ucrania haya recibido la invitación formal de acceso a la OTAN. Al contrario que hace nueve años, no es Kiev quien exige tropas de paz, sino los propios países que la formarían los que la ofrecen. Sin embargo, el objetivo es el mismo, impedir que Rusia pueda aprovecharse de la debilidad de las Fuerzas Armadas de Ucrania, lastradas por la falta de remplazos, dificultades en el reclutamiento y la fatiga de tres años de guerra prácticamente total.
“El presidente Volodymyr Zelensky declaró el jueves que había debatido con líderes europeos la posibilidad de enviar fuerzas europeas de mantenimiento de la paz a Ucrania como parte de un alto el fuego o un acuerdo de paz, mientras los aliados del país estudian opciones sobre cómo ayudar a Kiev a poner fin a los enfrentamientos con Rusia en términos favorables”, escribe esta semana The New York Times, dejando claro que el presidente ucraniano está negociando esa posibilidad pese a que no se hayan cumplido -ni vayan a cumplirse- sus exigencias. Eso sí, Zelensky insiste en que “desplegar pacificadores no será suficiente para garantizar la seguridad del país a largo plazo y que solo la adhesión a la OTAN podría asegurar a Ucrania frente a futuros ataques”. “Mientras Ucrania no esté en la OTAN, este aspecto puede considerarse”, afirmó Zelensky en referencia a la misión de paz europea tras su visita a Bruselas el jueves. El cambio de discurso es claro e indica que las necesidades ucranianas son más importantes que sus exigencias.
“Zelensky sugirió el jueves una vía para la resolución del conflicto en la que Ucrania discutiría el envío de fuerzas de paz con sus socios europeos, al tiempo que seguiría presionando a sus aliados, especialmente a EEUU, para que se le permita entrar en la OTAN. «Estas garantías de seguridad pueden discutirse por separado con EEUU y Europa», afirmó”, añade The New York Times, que admite que, a excepción de países como Italia o Suecia, que se han mostrado dispuestos a enviar tropas, la idea causa escepticismo en las capitales europeas.
Como la práctica totalidad de los artículos que tratan la posibilidad de que países de la OTAN envíen tropas a Ucrania en condiciones de paz precaria, alto el fuego incierto o conflicto aparentemente congelado, The New York Times ni siquiera menciona el elefante en la habitación, la postura rusa. Los países de la Alianza siguen insistiendo en la necesidad de evitar un enfrentamiento directo OTAN-Rusia y la propuesta de misión de paz se realizaría únicamente tras un pacto de alto el fuego, es decir, con la aceptación de Moscú, ya fuera especificándolo en los términos del acuerdo o de forma implícita. Tras calificar la idea de las fuerzas de paz como un “peculiar episodio del teatro político”, el periodista opositor ruso Leonid Ragozin escribió que “todo el mundo sabe que eso no va a suceder. ¿Por qué iba a aceptar Putin algo cuya perspectiva lo impulsó a iniciar la guerra?”. Ragozin se pregunta entonces el porqué de la insistencia de esta idea aparentemente inviable. “Una posible razón es que es necesario darle a la audiencia algo que pueda masticar mientras el discurso pasa de la negación a la negociación y la aceptación. La otra razón es más simple: prolongar la guerra, tal vez incluso persuadir a Trump para que aumente la ayuda y la escale para apaciguar a Putin, y esperar que suceda algo mágico”.
Ocurra lo que ocurra con la idea del envío de tropas europeas, no es una misión de paz la que va a salvar Ucrania del peligro sino un acuerdo que dé por concluido el conflicto. Para ello es necesario negociar de buena fe, algo que Occidente ha tratado de evitar desde que en las conversaciones de Ginebra de la primavera de 2014 se prometiera a Rusia que iba a iniciarse un diálogo inclusivo de Kiev con las regiones del país. En lugar de integrar a las facciones que no habían aceptado el golpe de estado de febrero, el Gobierno ucraniano realizó una escenificación de diálogo entre las facciones favorables a Maidan de gira por varias ciudades ucranianas.
En esta lucha por prolongar la guerra hasta conseguir el objetivo final, la principal consecuencia es la intensificación de los ataques mutuos. “Los bombardeos rusos apuntan a Kiev después de que Ucrania disparara misiles de fabricación estadounidense a través de la frontera”, escribía ayer AP en referencia al último ataque ruso contra la capital ucraniana, en el que habría disparado ocho misiles que causaron daños en la zona del aeropuerto, donde fue impactado un depósito de armas. A consecuencia de los restos de misiles derribados o de los drones que acompañan estos ataques, sufrieron daños varios edificios civiles del centro de la ciudad. Ucrania denunció la muerte de una persona. “Lo único que Rusia sabe hacer es la guerra contra los civiles”, escribió Andriy Ermak acompañando una fotografía de dos bomberos rescatando a dos perros.
Poco después, se anunciaba un gran ataque en la localidad de Rilsk, en el oblast de Kursk. Pese a las informaciones iniciales, no se trató de un ataque con misiles Storm Shadow, sino HIMARS estadounidenses, que causaron serios daños en un barrio de la ciudad y, según el gobernador, seis muertos.
Menos mediático pese a ser la capital de la región en la que comenzó la guerra hace diez años, el bombardeo de Donetsk también causó daños en la ciudad. Las pérdidas territoriales que ha sufrido Ucrania en los últimos meses han alejado el frente más allá de Kurajovo, por lo que Donetsk ya no se encuentra dentro del rango de la artillería de 155 milímetros. Para bombardear la ciudad, Ucrania tiene ahora que utilizar proyectiles occidentales, mucho más costosos que la artillería tradicional. Los bombardeos han descendido y han dejado de ser diarios, como lo fueron desde mayo de 2022 hasta hace apenas unas semanas, pero como mostraban ayer las imágenes del distrito Kalinin, no han desaparecido por completo. Solo lo harán en el momento en el que se regrese a la verdadera diplomacia y las partes negocien sobre la base de cuestiones reales y no a partir de sus deseos.
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