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viernes, 12 de enero de 2024

Cómo morirá la civilización occidental

Como observa el historiador Andrei Fursov, aunque el “choque de civilizaciones” de Huntington es un típico “virus conceptual” cuya principal tarea es desviar la atención de las contradicciones reales, la crisis del capitalismo tiene un poderoso aspecto civilizatorio, y además triple: la crisis de la civilización europea; la crisis de las civilizaciones no europeas, causada por el impacto del capitalismo en ellas; y la crisis de la civilización terrenal en su conjunto, debido a la naturaleza global del capitalismo. En la crisis de la civilización europea, además de la decadencia de la alta cultura y del cambio del propio material humano europeo en el siglo XX, hay que señalar sobre todo la crisis del cristianismo. Este último está casi muerto. El protestantismo, habiendo sustituido a Dios por el Libro, casi se ha convertido en neojudaísmo. El cristianismo no es inmune ni al judaísmo ni al liberalismo. La combinación de las crisis del capitalismo, de la civilización europea (y del cristianismo en ella) encuentra su expresión por excelencia en la crisis (o culminación) del “proyecto bíblico”. Por un lado, el hombre blanco alimentado, anciano, socialmente atomizado, burgués, cuasicristiano, politizado y multiculturalizado de Europa Occidental y Norteamérica, y por otro, el hombre hambriento, joven, agresivo, antiburgués, no blanco, oscuro (a menudo no sólo literalmente, sino también en sentido figurado) con fuertes valores colectivos, son el verdadero futuro “brillante” de Occidente. Esto no es sólo “el ocaso de Europa”, sino el ocaso de Europa en el agujero de la Historia sin posibilidad de salir del mismo. Si tenemos en cuenta el hecho de que los “occidentales” han olvidado cómo trabajar —han perdido su ética del trabajo— y cómo luchar —han perdido su capacidad de combate—, la perspectiva parece aún más sombría.

Andrei Fursov, Mente Alternativa

Debido a la naturaleza social del capitalismo y a su escala global, la crisis de este sistema se convierte en una especie de detonante, un fenómeno en cascada que desencadena un mecanismo de crisis que va mucho más allá no sólo del capitalismo, sino del marco sociosistémico. Ya se ha escrito bastante sobre la crisis de la sociedad moderna, las ideologías progresistas del marxismo y el liberalismo y las formas asociadas de organización de la ciencia y la educación -toda la geocultura de la Ilustración-, así como sobre la crisis de la civilización europea.

En este último caso, hay que subrayar que el capitalismo, sobre todo después del sistema-mundo europeo de los “largos años cincuenta” del siglo XIX, es decir, en 1848-1867 (exactamente entre las revoluciones europeas de 1848 y la Restauración Meiji en Japón, entre el “Manifiesto del Partido Comunista” y el primer volumen de “El Capital”), convertido en un sistema mundial con el “Occidente atlántico” como núcleo, comenzó a destruir no sólo las civilizaciones no europeas, sino también la europea, logrando resultados significativos en sólo unas décadas.

Además, el capitalismo ha agravado al máximo todas las contradicciones de esta civilización, tanto internas como con otras civilizaciones, que estaban latentes antes de su aparición. Aunque el “choque de civilizaciones” de Huntington es un típico “virus conceptual” cuya principal tarea es desviar la atención de las contradicciones reales, la crisis del capitalismo tiene un poderoso aspecto civilizatorio, y además triple: la crisis de la civilización europea; la crisis de las civilizaciones no europeas, causada por el impacto del capitalismo en ellas, principalmente sus estructuras de la vida cotidiana y la cultura de masas; y la crisis de la civilización terrenal en su conjunto, debido a la naturaleza global del capitalismo.

En la crisis de la civilización europea, además de la decadencia de la alta cultura y del cambio del propio material humano europeo en el siglo XX, hay que señalar sobre todo la crisis del cristianismo. Este último está casi muerto. El protestantismo, habiendo sustituido a Dios por el Libro, casi se ha convertido en neojudaísmo. El cristianismo no es inmune ni al judaísmo ni al liberalismo.

La combinación de las crisis del capitalismo, de la civilización europea (y del cristianismo en ella) encuentra su expresión por excelencia en la crisis (o culminación) del “proyecto bíblico”. Todo sistema social es un sistema de jerarquía y control, es decir, la solución a un problema simple: cómo mantener a raya al pequeño hombre y cómo controlar el comportamiento de las clases superiores y sus relaciones con las clases inferiores para resolver este problema.

Durante casi dos milenios el cristianismo como forma de organización social y eclesiástica, utilizando el proyecto protestante-emancipador de Cristo y al mismo tiempo silenciándolo (ideológicamente – con la ayuda del Antiguo Testamento, organizativamente – con la ayuda de la Iglesia) y transformándolo en bíblico, proporcionó los fundamentos ideológicos y religiosos de la jerarquía y el control primero en el Mediterráneo, y después en Europa (con Rusia – en Eurasia) y América; estrechamente relacionada con el cristianismo otra religión abrahámica -el Islam- cumplió la función de proyecto bíblico para las zonas más atrasadas de la región.

El proyecto bíblico empezó a fracasar bastante pronto – empezando por la separación de Roma (catolicismo) de la ortodoxia con fines políticos; pues bien, la nacionalización parcial y la judaización parcial del cristianismo en la mutación del protestantismo significaron el comienzo de una profunda crisis. En los dos últimos siglos el papel de realización del proyecto bíblico en general tuvo que ser asumido por ideologías seculares de tipo progresista – liberalismo y comunismo, y el comunismo resultó ser la misma limitación sistémica del proyecto marxiano que la bíblica – del cristiano, con todas las consecuencias que de ello se derivan.

La crisis sistémica del capitalismo coincidió con la crisis de las versiones seculares del proyecto bíblico y con el agotamiento de este proyecto en su conjunto. Lo que funcionó en la Antigüedad tardía (es decir, hasta el “imperio” de Carlomagno), en la Edad Media y, peor aún, en el Antiguo Orden, dejó de funcionar en la Nueva Era. En el orden del día está la creación de un nuevo proyecto controlador y organizador; sólo con su ayuda -en igualdad de condiciones- será posible enderezar el “siglo dislocado” y superar la crisis. La doble cuestión es quién propondrá tal proyecto: las clases altas o las bajas y, grosso modo, quién se “acostará” con él, es decir, quién lo pondrá al servicio de sus propios intereses.

Ya podemos ver intentos de tal proyección: menos conscientes y más religiosos en la base, más conscientes y más laicos en la cúspide. El islamismo radical en el mundo musulmán y el pentecostalismo en América Latina, que está adquiriendo las características de una religión, si no separada del cristianismo, sí algo similar, es otra “utopía”, por utilizar el término de K. Mannheim. En la cúspide, se trata de un proyecto de los neoconservadores estadounidenses (“globofascismo”), destinado a profundizar y preservar para siempre la polarización socioeconómica de la sociedad capitalista tardía (“20:80”) y a transferir esta forma esencialmente de casta al mundo postcapitalista.

Es bastante simbólico que muchos neoconservadores sean antiguos izquierdistas, y que algunos sean simplemente trotskistas que pasaron por la escuela “derechista” de Leo Strauss y leyeron a Platón. Hay que recordar que de los tres proyectos generados por la rama subjetiva del proceso histórico (antigüedad – feudalismo – capitalismo), dos eran emancipatorios-protesta -Cristo y Marx, y uno, el primero, Platón- conservador, y en algunos aspectos incluso restaurador-reaccionario. Sin embargo, ambos proyectos emancipadores fueron apropiados con bastante rapidez por determinadas fuerzas y organizaciones sociales y comenzaron a ser utilizados para fines muy distintos de los orientados por sus “diseñadores generales”; no obstante, el potencial emancipador permaneció en ellos, y esta contradicción se convirtió en el centro tanto del proyecto bíblico como del comunista.

El proyecto de casta-aristocracia de Platón fue una reacción a la crisis y decadencia del sistema de polis, el colapso (y en parte el desmantelamiento consciente) de la democracia de polis. La reacción de Platón consistió en detener, subcongelar el cambio social mediante la conservación rígida de la estructura social, su jerarquización. El proyecto de Platón en su conjunto no se llevó a cabo, el mundo antiguo salió de la crisis sobre la base del proyecto romano (modificación del antiguo proyecto egipcio – al final el intento fracasó) y el proyecto de Cristo (transformado en el bíblico – clásica transformación neutralizadora del proyecto protestante-emancipador en el de control-jerárquico, el intento tuvo éxito); sin embargo, algunos elementos del proyecto de Platón están presentes en el bíblico así como en el comunista de forma despojada.

El proyecto platónico, en gran parte, está ahora claramente “en sintonía” con el “talón de hierro” de la corporatocracia capitalista tardía y sus estructuras y clubes supranacionales, infructuosamente llamados “bambalinas mundiales” o “gobierno mundial”, que se dedica a escala global a la reordenación y selección selectiva de la humanidad en la crisis/demolición de la democracia burguesa, así como de la política y la estatalidad. Fue la corporatocracia la que llevó el “proyecto bíblico” a su final lógico, globalizándolo (el tragifarious finale del proyecto es la aventura estadounidense en Irak, en Oriente Medio; el proyecto termina donde empezó) y convirtiendo la república americana en un “neo-imperio” (Chalmers Johnson).

Sin embargo, al llevar al capitalismo a la línea de meta, la globalización resulta ser una victoria pírrica para la corporatocracia, aparentemente la facción históricamente última e “hiperburguesa” de la burguesía. La globalización es una victoria pírrica para la corporatocracia, la facción más joven y depredadora de la burguesía, que subió al poder durante la última guerra mundial, mostró por primera vez sus dientes derrocando al gobierno de Mossadeq en Irán en 1953, puso a su primer presidente, Reagan, en la Casa Blanca en 1981, y en 1991 derrotó a la URSS “prometiendo” incorporar al menos a parte de la nomenklatura a sus filas y dar a los demás “un barril de mermelada y una cesta de galletas”. Sin embargo, el triunfo de la corporatocracia (“hiperburguesía” – D. Duclos) será efímero; lo más probable es que sobreviva brevemente a la clase de cuyos jugos se alimenta: la clase media.

La corporatocracia se “afila” para la expansión externa, para la expansión global; la globalización fue al mismo tiempo su “afilado” social, su herramienta y su objetivo. Ahora el objetivo ha sido alcanzado, y la pregunta es: ¿es la corporatocracia adecuada como capa para desplazar las flechas socioeconómicas del contorno externo al interno, de la explotación-destrucción económica del Sur a la explotación interna, donde, por cierto, se le oponen los mismos nativos del Sur, pero a diferencia de la población blanca socialmente atomizada, organizada en comunidades y clanes y capaz de responder a la presión de las autoridades y, a su vez, de presionar tanto a las autoridades como a la población blanca? ¿O inhibirá este proceso de todas las formas posibles? Obtendremos la respuesta a esta pregunta, o al menos indicios de ella, observando, en primer lugar, la lucha por el poder en la clase alta estadounidense. Y, por supuesto, es necesario tener en cuenta el impacto en este proceso de lo que Ch. Johnson denominó “blowback”, es decir, la reacción del mundo a la presión que durante medio siglo ha ejercido sobre él Estados Unidos (cf. la situación del Imperio Romano después de Trajano).

En general, a pesar de la superficialidad de las analogías históricas, podemos observar que la situación actual de Occidente (Norte) como neoimperio (además, en el sentido que le dan a este término T. Hardt y A. Negri, por un lado, y C. Johnson, J.-C. Rufen, E. Todd, etc.) recuerda algo al Imperio Romano: barbarie social y cultural-psicológica interna unida a decadencia económica y presión externa de los bárbaros, a los que ellos mismos habían estado alimentando durante varios siglos (como escribió N. Korzhavin en una ocasión completamente distinta). Korzhavin escribió: “ellos”… Pero esta es en muchos aspectos la situación del Norte y del Sur en las últimas décadas, con todos los juegos del multiculturalismo y otros del multiculturalismo cultural y de lo políticamente correcto, y en cuanto a las relaciones entre los servicios especiales “del Norte” y los fundamentalistas islámicos “del Sur” de sesgo terrorista, esto no es más que un acierto al cien por cien, por así decirlo, “ve, acero envenenado, a tu destino”. El esquema de A. Toynbee Jr. según el cual las civilizaciones perecen resultado de la presión combinada del “proletariado interno” y el “proletariado externo” está muy cerca de aplicarse en Occidente (el Norte), cuyos amos y población no parecen tener ninguna estrategia a largo plazo para combatir esta amenaza.

C. Rufin considera tres estrategias (y, en consecuencia, tres variantes del futuro) del Norte en relación con el Sur:

1) “La estrategia de Kleber” -un intento de occidentalizar el Sur- ya fracasó;

2) “La estrategia de Ungern” -un intento de algunas fuerzas del Norte de levantar al Sur contra el Norte y devolver así el Norte a la tradición- no aplicada hasta ahora, la estrategia es bastante quimérica, porque en caso de aplicarse lo primero que se destruirá son los restos de la tradición europea, y en su lugar aparecerá algo como la “Mezquita de Nuestra Señora de París”;

3) “La estrategia de Marco Aurelio” – trazar una “limesis”, una línea que separe el Sur del Norte; esto ya no es posible, el Sur ya está en el Norte, un gran porcentaje de la población de las megaciudades del Norte será del Sur – ¡nous voila!

Sin embargo, hay una diferencia esencial entre la situación actual de Occidente (Norte) y el Imperio Romano: los habitantes del Imperio Romano y los bárbaros pertenecían mayoritariamente a la misma raza, la raza blanca. “Imperio” y “bárbaros” en el Occidente moderno pertenecen a razas diferentes. La crisis del sistema que provocó la crisis demográfica en el Tercer Mundo y la emigración masiva del Sur al Norte, que está cambiando no sólo la composición étnico-religiosa sino también la racial de la población de la Unión Europea y de EEUU, se está convirtiendo en una crisis no sólo de la civilización europea sino también de la raza blanca. Esto significa que las batallas sociales de la era del Gran Punto de Inflexión tendrán no sólo aspectos civilizatorios y religiosos, sino también raciales, lo que nunca ocurrió en las megacrisis anteriores.

Un hombre blanco alimentado, anciano, socialmente atomizado, burgués, cuasi cristiano, politizado y multiculturalizado de Europa Occidental y Norteamérica, por un lado, y un hombre hambriento, joven, agresivo, antiburgués, con valores colectivos fuertemente expresados, no blanco, oscuro (a menudo no sólo literalmente sino también figuradamente) – éste es el verdadero futuro “brillante” de Occidente. No es sólo “el ocaso de Europa”, sino el ocaso de Europa en el agujero de la Historia sin posibilidad de salir. Si tenemos en cuenta el hecho de que los “occidentales” han olvidado cómo trabajar -han perdido su ética del trabajo- y cómo luchar -han perdido sus habilidades de combate-, la perspectiva parece aún más sombría.

“Nuestros codiciosos hermanos europeos, – escribe S. Helemendik en su divertido y a la vez aterrador (especificidad de la cultura de la risa rusa) libro “Nosotros…Ellos” (Bratislava, 2003) – no tienen herramientas para expulsar a los extranjeros albaneses. Los albaneses, en cambio, tienen suficientes herramientas: heroína, carne blanca, chantaje. […] nuestros hermanos bien alimentados han engordado. Les parece indigno llevar platos en los restaurantes y conducir tranvías. Y a nuestros hermanos negros y amarillos, lavar platos en Viena o Munich les parece algo honorable. Eso es, ese es el atardecer prometido de Europa”. Y como conclusión-coda: “¡Nuestros bien alimentados hermanos europeos ya lo han perdido todo! He repetido esta conclusión muchas veces mientras paseaba por el bulevar principal de Fráncfort, llamado “Zeil”. Ya han terminado su existencia en la historia, ya no existen”. Crudo, pero exacto.

En nuestras reflexiones sobre la crisis, sobre la época del punto de inflexión, hemos descendido sucesivamente del nivel del sistema social al nivel de la raza. Pero ni siquiera éste es todavía el fondo del Abismo, que puede abrirse con la crisis del sistema capitalista. Esta última bien podría poner en el orden del día la cuestión del género Homo. Dado que la crisis se producirá en medio de la lucha de una población creciente por unos recursos cada vez más escasos (incluidos los alimentos y el agua), planteará la cuestión del declive de la población, una cuestión sociobiológica, si no biosocial. El Homo ya pasó por esto durante la crisis del Paleolítico Superior y “pasó” (con enormes pérdidas) en 15-20 mil años. En aquella época, sin embargo, la crisis tenía un carácter suma-local, no global – no existía una humanidad planetaria unificada. Además, la tierra no estaba atiborrada de centrales atómicas, empresas de producción nociva, armas nucleares, biológicas, químicas y otras.

Sin embargo, como demuestra el ejemplo de hutus y tutsis, se puede organizar un genocidio regional con la ayuda de armas ordinarias, armando a niños de 12-14 años con AKM.
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Otras lecturas:
* El Imperio Anglo-estadounidense de la Deuda se dirige al colapso, tal como Grecia y Roma en la Antigüedad
* Un diagnóstico del desmantelamiento del orden mundial

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