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lunes, 25 de noviembre de 2024
La cuestión nuclear
Nahia Sanzo, Slavyangrad
“En su nuevo libro, «Guerra», el famoso reportero del Watergate informa de que el presidente ruso estaba considerando seriamente la posibilidad de utilizar armas nucleares para evitar grandes pérdidas en el campo de batalla”, escribía el pasado octubre Le Monde sobre la publicación del nuevo libro de Bob Woodward. “Según el libro, los servicios de inteligencia estadounidenses apuntaban a un 50% de posibilidades de que Putin utilizara armas nucleares tácticas si las fuerzas ucranianas dejaban aisladas a 30.000 soldados rusos en la ciudad meridional de Jersón. Unos meses antes, en el extremo noreste del país, las tropas ucranianas habían sorprendido a los rusos al reconquistar Járkov, la segunda ciudad más grande de Ucrania, y se disponían a liberar Jersón, situada estratégicamente en el río Dniéper, no lejos del Mar Negro”, añadía el artículo dando claras muestras de profunda incomprensión del conflicto y su evolución.
Antes de que comenzara la operación para recuperar los territorios en la margen derecha del Dniéper, donde se encuentran la capital regional de Jersón, Ucrania no recapturó la ciudad de Járkov, cuyo control no perdió en ningún momento, sino Izium, Kupiansk o Balakleya, ciudades en la parte de la región de Járkov que sí habían estado bajo control ruso. Tampoco la posición supuestamente estratégica de Jersón era lo más importante a la hora de recuperar la ciudad, sino la dificultad de defenderla con el río a sus espaldas y tras haber sido destruidos los puentes que unían las dos orillas.
La posibilidad de que Rusia fuera a utilizar armas nucleares ha sido una cuestión recurrente desde la invasión de Ucrania de 2022 e incluso el intento de Woodward de presentar la información que recibió de sus fuentes como una novedad choca con lo publicado ya por el periodista de CNN el pasado marzo, cuando para promocionar su libro escribía que “el temor de la administración, me dijo un segundo alto funcionario de la administración, «no era sólo hipotético – también se basaba en alguna información que recogimos»”. Avivar el temor a un posible uso de armas nucleares por parte de Rusia a base de las posibilidades de su uso en el pasado no parece el mejor argumento. Sin embargo, el libro de Woodward es ya el segundo intento de Estados Unidos de insistir en que Rusia estaba dispuesta a utilizar ese armamento en el otoño de 2022. En realidad, la posibilidad de que la guarnición rusa quedara aislada en la margen derecha del Dniéper nunca existió, por lo que esa información de la que Sciutto y Woodward dicen disponer se basa únicamente en un escenario hipotético que Rusia iba a evitar a toda costa. Desde el nombramiento del general Surovikin para hacerse cargo del mando de la operación militar especial, todos los preparativos apuntaban a lo que finalmente se produjo: Moscú no iba a luchar por Jersón y se retiraría sin presentar batalla para preservar a sus mejores tropas y preparar la defensa de los territorios del sur y centrarse en el frente de Donbass. Sin embargo, los hechos parecen haberse convertido en leyenda y los periodistas, incluso los de mayor prestigio, siguen prefiriendo publicar la leyenda.
Antes incluso de que Estados Unidos, el Reino Unido y Francia levantaran la semana pasada el veto al uso de misiles de largo alcance occidentales en territorio de la Rusia continental, algo por lo que Ucrania llevaba meses suplicando y que provocó una respuesta rápida rusa con el lanzamiento de un misil balístico de medio alcance, la cuestión nuclear había vuelto rápidamente a la agenda, no solo por parte de la Federación Rusa. A modo de advertencia, Rusia ha modificado su doctrina para incluir entre los casos en los que el uso de armamento nuclear un ataque convencional de una potencia no nuclear con apoyo o participación de otra que sí lo sea. Es evidente que la formulación define un posible ataque ucraniano contra Rusia utilizando misiles occidentales y se produjo en un momento en el que los medios británicos y estadounidenses daban por hecho que el anuncio del permiso de la Casa Blanca para ese tipo de bombardeos -al menos con el uso de misiles británicos y franceses, aunque quizá no estadounidenses- era inminente.
El levantamiento del veto no se produjo en ese momento, pero la mención rusa a los escenarios en los que la doctrina nuclear podría ser activada fue suficiente para que Zelensky y su equipo lo consideraran, no una advertencia, sino una amenaza. Desde Naciones Unidas, Zelensky se había adelantado al anuncio ruso y, en su discurso elogió el Tratado de No Proliferación y recordó que “Ucrania renunció al que era el tercer arsenal nuclear más grande del mundo. En aquel momento, el mundo decidió que Rusia debía convertirse en el guardián de ese poder” para reprochar a sus aliados no apoyar el estatus nuclear de Ucrania, cuyas armas nucleares y códigos para utilizarlas eran en realidad propiedad de la Unión Soviética, por lo que Kiev no renunció más que a unas armas que no eran propias.
Como en el caso ruso en 2022, la cuestión nuclear aparece en situaciones de crisis. Ucrania se encuentra ahora ante la incertidumbre de cuáles serán los planes de Donald Trump, en qué medida afectará la posible reducción de la financiación estadounidense y si la UE logrará compensarla y dónde estará el frente en el momento en el que se produzca la transición entre administraciones en enero de 2025. A mediados de octubre, con el frente del sur de Donetsk en serio riesgo de colapso y la creciente certeza de que Ucrania no podrá conseguir su maximalista objetivo de recuperar todo el territorio según sus fronteras internacionalmente reconocidas además de ser invitada a la OTAN, el presidente ucraniano insistió nuevamente en la cuestión nuclear. Con total ligereza, Zelensky afirmó que “o Ucrania tendrá armas nucleares y será nuestra protección o tendremos algún tipo de alianza. Además de la OTAN, hoy en día no conocemos ninguna alianza efectiva”. Esa misma semana, el tabloide alemán Bild afirmaba que científicos ucranianos trabajaban ya en la construcción de una bomba nuclear, una información lo suficientemente preocupante -y que violaría el Tratado de No Proliferación Nuclear- como para que el Gobierno de Kiev se viera obligado a desmentir la noticia. Ucrania aprovechó la ocasión para afirmar que “al contrario que Rusia, Ucrania cumple sus obligaciones y espera que otros actores internacionales responsables hagan lo mismo” y añadió que apelaba “a la comunidad internacional a unirse en la implementación de la Fórmula de Paz, especialmente su primer punto, la seguridad nuclear”. En el cumplimiento de sus obligaciones, Ucrania parece incluir bombardear -y posteriormente acusar a Rusia- con artillería o drones una central nuclear.
La semana pasada, The Times volvió a recuperar el tema nuclear para preguntarse si “¿podría Zelensky usar armas nucleares?” y explicar “las opciones de Ucrania. La fuente de este artículo de Maxim Tucker, que afirma que “Kiev podría desarrollar rápidamente un arma rudimentaria similar a la empleada sobre Nagasaki en 1945 para detener a Rusia si Estados Unidos interrumpe su asistencia militar como se ha especulado”. “Crear una bomba atómica simple, como la que preparó Estados Unidos en el marco del Programa Manhattan, no sería una tarea difícil 80 años después”, afirma el documento elaborado por el Instituto Nacional Ucraniano de Estudios Estratégicos, una institución que asesora a la Oficina del Presidente y el Consejo de Defensa y Seguridad Nacional de Ucrania.
El artículo de Tucker, que afirma que Ucrania dispone de los materiales y la capacidad técnica para producir la bomba, ha causado gran revuelo y ha sido entendido como un anuncio de futura proliferación nuclear. Sin embargo, es preciso recordar la situación en la que se encuentra actualmente Kiev y la forma en la que se ha producido esta filtración interesada. Zelensky y su equipo han iniciado una dura carrera por garantizar que el suministro militar y económico que ha sostenido hasta ahora al Estado y las Fuerzas Armadas no solo se mantenga sino que aumente y lo hace en un entorno mucho más hostil en el que el discurso de victoria ya no es especialmente creíble. No es tampoco la primera ocasión en la que Ucrania utiliza a Maxim Tucker para colocar en el espacio mediático una historia sobre la producción de nuevas armas. En 2015, Maxim Tucker publicaba, también gracias a una filtración, que la República Popular de Donetsk de Alexander Zajarchenko trabajaba, junto a Rusia, para la fabricación de una bomba sucia para utilizar contra Ucrania.
Como previsiblemente ocurrirá con la bomba atómica que el periodista afirma que Kiev podría elaborar, aquella bomba sucia no se materializó. La filtración buscaba simplemente demonizar aún más al enemigo de Ucrania para lograr más apoyo de sus socios y aliados. La actual mención a la opción nuclear no pretende ser únicamente una amenaza contra Rusia, sino fundamentalmente contra sus proveedores occidentales, a los que, utilizando los medios de comunicación, el Gobierno ucraniano quiere transmitir que ha de continuar surtiendo material y financiación para continuar la guerra. De lo contrario, la amenaza de proliferación nuclear continuará reapareciendo desde ambos lados de la línea del frente y será percibido por los medios occidentales como amenaza en el caso de Rusia y como restablecimiento del potencial perdido en el caso de Ucrania. No es de sorprender así que The New York Times ya publique opiniones de oficiales de la administración Biden que, a título personal, se muestran favorables a devolver a Ucrania el estatus nuclear perdido. La guerra parece justificarlo todo, aparentemente también la amenaza de proliferación nuclear.
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