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miércoles, 20 de noviembre de 2024

Kursk, las tropas norcoreanas y los misiles occidentales


Nahia Hanzo, Slavyangrad

Desde que el pasado mes de agosto Ucrania sorprendiera a Rusia con un ataque bien organizado y eficaz en territorio ruso, han quedado claras las prioridades de ambos bandos en conflicto. Para disgusto de Kiev, la prioridad de Moscú ha seguido siendo el frente de Donbass, el principal de esta guerra desde su estallido en 2014 y donde se juega realmente el resultado final del conflicto. “La incursión en Kursk estaba destinada a adelantarse a un plan ruso de invadir la provincia de Sumy para crear una «zona tampón» en el norte de Ucrania y alejar a las fuerzas rusas del frente que avanza constantemente en la provincia de Donetsk, informó el ejército ucraniano”, sigue afirmando tres meses después The Kyiv Independent, siempre dispuesto a aceptar sin matices el discurso oficial. Pese a lo que prometían Zelensky o Syrsky, la situación en Kursk no modificó los planes del comando ruso, que reaccionó con un inusual estoicismo, sin precipitarse ni desviar un excesivo número de efectivos, con el objetivo principal de compaginar la continuación de la ofensiva en Donbass con la defensa de Kursk y la futura y progresiva recuperación del territorio perdido en territorio ruso.

Con su ofensiva en Rusia, Ucrania quería mostrar su capacidad de vencer a Moscú en su propio territorio, un intento de insistir en que era posible ganar la guerra. Esas necesidades han aumentado progresivamente a medida que los costes de la guerra se han acumulado y las dudas sobre la viabilidad de continuar luchando hasta la incierta victoria final han aumentado. Durante un tiempo, Kursk eliminó de un plumazo toda esa fatiga de la guerra y la incertidumbre de algunos de los aliados de Kiev sobre la capacidad de Ucrania de lograr su objetivo. Sin embargo, el avance rápido de las tropas ucranianas se detuvo y la batalla se consolidó en una guerra de trincheras similar a la que se libra en el resto del frente. La irrupción en Rusia retrasó durante meses las negociaciones de un alto el fuego parcial para evitar ataques contra las infraestructuras energéticas (que aparentemente se ha reanudado este noviembre, por el momento sin ningún éxito) y estiró aún más un frente que ya se extendía a lo largo de centenares de kilómetros que exige grandes cantidades de soldados para defender.

La ofensiva de Kursk es el único éxito territorial de Ucrania desde las mínimas ganancias de su contraofensiva de 2023, donde Kiev apenas pudo capturar un puñado de pequeñas e irrelevantes localidades que, con el tiempo y el cambio de tendencia en el frente, Rusia ya ha recuperado. A excepción de Suya, donde se encuentra el gasoducto que, a pesar de la guerra, sigue transitando gas ruso a la Unión Europea a través de Ucrania -y que hasta ahora ha sido protegido por ambas partes, interesadas en que siga en funcionamiento-, Kiev no ha logrado capturar ningún objetivo estratégico y Rusia ha conseguido devolver bajo su control una parte del territorio perdido. Sin embargo, la presencia de tropas ucranianas en suelo ruso supone una constante amenaza de futuras irrupciones o intentos de avance en otras direcciones, ya que Kursk se ha convertido en el frente prioritario para el Gobierno de Zelensky.

Así lo demuestran los comentarios de los comandantes sobre el terreno, que admiten que en ese sector del frente no hay escasez de munición ni de soldados y que el relevo de tropas se produce de forma regular, al contrario que en Donbass. Las tropas que luchan entre Ugledar y Kurajovo o al sur de Selidovo están siendo sacrificadas por el bien de la aventura rusa de Zelensky y Syrsky, que han actualizado también los bonus que cobrarán los soldados por participar en ella. “Los militares ucranianos que operen en Rusia durante la ley marcial recibirán un pago mensual adicional de 100.000 grivnas (2.400 dólares), proporcional al tiempo que pasen allí en misiones de combate. También recibirán un pago único de 70.000 grivnas (1.700 dólares) por cada 30 días de combate, calculados acumulativamente. Los soldados y oficiales del Servicio Estatal de Emergencias, del Departamento de Operaciones Especiales de la Oficina Nacional Anticorrupción y los policías que realicen misiones en Rusia también recibirán la prima de 100.000 grivnas (2.400 dólares). Se pagarán 100.000 grivnas (2.400 dólares) adicionales a los soldados heridos durante su servicio en Rusia. En caso de fallecimiento durante una misión de combate en Rusia, los familiares del soldado recibirán un pago único de 15 millones de grivnas (363.000 dólares)”, escribía la semana pasada The Kyiv Independent poniendo de manifiesto unas cantidades significativas teniendo en cuenta el masivo empobrecimiento del país y la falta de fondos para servicios básicos. Esa situación no ha molestado a quienes con su financiación sostienen el Estado ucraniano y hacen posible el pago de unos salarios con los que la mayor parte de la población apenas puede soñar.

Mantener la presencia en Kursk ahora que Rusia prepara una ofensiva para recuperar progresivamente su territorio e impedir futuras irrupciones tiene un triple objetivo: mostrar que Ucrania es capaz de vencer a Rusia y justificar así la petición de más armamento y menos diplomacia, crear inestabilidad en la Federación Rusa a base de hacer creer a la población que el Kremlin no puede protegerla y disponer de una carta -quizá moneda de cambio- en caso de ser obligada a aceptar el inicio de una negociación. La idea de conseguir que Ucrania llegue a la mesa de negociaciones en una posición de fuerza es la más repetida a día de hoy y en ello coinciden tanto las capitales europeas como la actual administración estadounidense y la futura. Paz por medio de la fuerza se ha convertido en el gran lema de esta guerra que todas las partes saben que Kiev no puede ganar según su estrecha definición de victoria (recuperación de la integridad territorial según sus fronteras de 1991, adhesión a la OTAN, serias represalias para Rusia). En ese contexto, pierden importancia, Orejov, Kurajovo o incluso Kupiansk y la principal tarea es ayudar a Kiev a minar el esfuerzo ruso en Kursk y permitir que Ucrania mantenga la mayor cantidad de territorio en esa región.

Para ello, y ahora que ha desaparecido el factor electoral en Estados Unidos, es preciso continuar con la escalada progresiva que ha sido siempre el modus operandi de esta guerra. “La Casa Blanca se niega durante meses a conceder una petición de armas de Ucrania, temiendo que suponga una escalada. Kiev denuncia en voz alta la negativa, y justo cuando la petición parece aparcada, la administración Biden la aprueba. Las peticiones ucranianas de HIMARS, tanques Abrams, F16… todas siguieron un patrón similar de denegación y evasivas, y luego concesión, casi en el momento en que ya era demasiado tarde”, escribía ayer CNN que, pese a congratularse de la noticia, sigue teniendo ciertas dudas sobre su efectividad. La limitada cantidad de misiles ATACMS de los que dispone Ucrania -que ya ha sido advertida de los límites de los arsenales occidentales y que posiblemente nunca pueda adquirir las cifras de munición que espera recibir para sus ambiciosos planes de bombardeos en Rusia-, la posibilidad de que los drones que ya utiliza Kiev en territorio ruso vayan a ser más útiles y la provocación que supone autorizar los ataques son los tres argumentos que enumera la cadena de televisión estadounidense.

Quizá por considerar que la medida era inevitable y la única pregunta era cuándo iba a producirse, la reacción rusa ha sido limitada. Blogueros militares como Rybar recuperaban ayer lo escrito hace varios meses, cuando la decisión parecía inminente, e insistían en los aspectos de la defensa que Rusia debe tener en cuenta. Sin embargo, gran parte de la prensa se limitaba a repetir los titulares de la prensa occidental, que destaca que incluso los oficiales del Pentágono no creen que el permiso para utilizar ATACMS n Kursk vaya a cambiar el curso de la guerra. Sin embargo, para un Biden que ya no tiene nada que perder, el inicio de los bombardeos en Rusia supone la posibilidad de aumentar los costes de la guerra para Moscú y quizá una imagen propagandística del sufrimiento de los soldados de uno de sus enemigos preferidos el siglo pasado, la República Popular de Corea, que sufrió en primera persona el shock y pavor de Estados Unidos. Si la decisión de la Casa Blanca no ha sido consensuada con el equipo de transición de Donald Trump, la medida es una forma de condicionar el inicio de la nueva administración.

El 12 de septiembre, Vladimir Putin afirmó que tomar la decisión de permitir a Ucrania utilizar misiles occidentales en territorio ruso “significará nada menos que la participación directa de los países de la OTAN, Estados Unidos y los países europeos en la guerra de Ucrania. Esta participación directa, por supuesto, alterará significativamente la naturaleza misma de este conflicto”. Sus palabras de ayer, algo más moderadas ya que Rusia no desea una guerra directa con la Alianza, estaban dirigidas en la misma dirección. El presidente ruso insistió en que un ataque ucraniano con misiles occidentales cambiaría la naturaleza de la guerra, ya que -como desveló hace meses Olaf Scholz en relación con los Storm Shadow británicos y Scalp franceses-, Ucrania precisa de inteligencia y personal occidental sobre el terreno para operar esos sistemas.

El cambio de política en estos momentos responde más a la gravedad de la situación de Ucrania en varias zonas del frente y la necesidad de detener los avances rusos que con las 10.000 tropas norcoreanas que las inteligencias occidentales afirman que lucharán en Kursk pero que nadie ha visto todavía. Aun así, como recogía The New York Times en el artículo que desveló la noticia, que aún no se ha hecho oficial, defenderse de las topas norcoreanas es uno de los argumentos que está utilizándose. “Funcionarios estadounidenses dijeron que era probable que los misiles se desplegaran, al menos inicialmente, contra tropas combinadas rusas y norcoreanas en el territorio que Ucrania ha capturado en la región de Kursk, al sur de Rusia. La incorporación este otoño de hasta 10.000 soldados norcoreanos al esfuerzo bélico de Moscú ha alarmado a Estados Unidos y a las naciones europeas, que consideran que amplía la guerra al implicar directamente a los aliados rusos en el combate terrestre. La presencia norcoreana pareció ser lo que persuadió a la Casa Blanca a cambiar su postura sobre los misiles de largo alcance tras meses de resistencia”, escribía el artículo, que no se molestaba en explicar que esas tropas de la República Popular de Corea se encontrarían en territorio ruso según sus fronteras internacionalmente reconocidas, un detalle aparentemente sin importancia a la hora de exagerar el peligro que supone ese supuesto contingente en la “internacionalización” de una guerra que nació ya internacionalizada.

Curiosamente, en las últimas horas, el medio neoyorkino ha sido uno de los blancos del discurso ucraniano, molesto con el artículo. Indicando que solo son palabras y que serán los misiles los que hablen, el presidente ucraniano oficializaba la noticia el domingo por la noche. Sin embargo, ayer, Mijailo Podolyak escribía: “Un poco extraño… La principal noticia en los medios internacionales fueron los informes anónimos de que la Casa Blanca [supuestamente] permitió a Ucrania usar misiles estadounidenses [no todos] para atacar el territorio de la Federación Rusa [o solo la región de Kursk]. De nuevo, palabras, no acciones”. El motivo del enfado del asesor de la Oficina del Presidente era que la filtración había restado relevancia a los grandes titulares con los que, por la mañana, los medios occidentales anunciaban uno de los ataques aéreos rusos más importantes de la guerra. Ucrania reaccionó rápidamente al bombardeo exigiendo utilizar el lenguaje de la fuerza y suplicando más armas. Pese a lograr lo que quería, Kiev se ha molestado por el momento en el que la prensa filtró la noticia, que no otorgó tiempo suficiente para que el Gobierno ucraniano pudiera explotar al máximo los misiles rusos.

“Este tipo de ataques con cientos de misiles sobre Ucrania ya no son considerados una escalada por la comunidad internacional… porque se han convertido en rutina. 2024, #Europa, genocidio. ¿Alguien más recuerda el eslogan «Nunca más»?”, escribió ayer Podolyak, apropiándose nuevamente de un lema contra el Holocausto e insistiendo implícitamente en que Rusia está cometiendo un genocidio. Según los datos de Naciones Unidas publicados el pasado fin de semana, entre los 12.162 civiles muertos contabilizados, 659 son menores. El pasado febrero, UNICEF cifraba en 17.000 los menores palestinos en Gaza a causa de los ataques de Israel, país al que Ucrania sigue apoyando y que defiende de acusaciones más creíbles de genocidio. El discurso no precisa de hechos probados sino de sensaciones y capacidad de imponer la narrativa en la prensa. De ahí que Ucrania no pueda permitirse que los ataques rusos se vean sustituidos en los titulares, aunque sea por los anuncios extraoficiales de la concesión del permiso que Kiev llevaba meses suplicando.

Tras la publicación de la información en The New York Times, Le Figaro anunció que también Francia y el Reino Unido habían otorgado el permiso para utilizar sus misiles contra blancos en territorio ruso. Rápidamente, The Times contradijo esa información, que posteriormente fue eliminada por el medio francés. Pese a haber actuado como grupo de presión con Joe Biden para conseguir que Washington levantara el veto, Starmer y Macron no pueden anunciar de forma independiente que otorgan a Kiev permiso para usar los Storm Shadow o Scalp. Sus componentes de fabricación estadounidense hacen que tenga que ser la Casa Blanca quien dé su autorización.


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