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sábado, 30 de marzo de 2024

La zona de interés, Gaza y el genocidio /II



Maciek Wisniewski, La Jornada

Después de que Jonathan Glazer, el director de La zona de interés (2023) denunciara en los Óscar la deshumanización de los palestinos y se opusiera a que su judeidad y la historia del Holocausto fueran usados para justificar la masacre en Gaza y la ocupacion (sin fin) de Palestina y acabara vituperado por los voceros del sionismo, el crítico David Klion explicó bien las razones de ello. Al final, anotaba, Glazer no dijo nada radical. No exigió “una Palestina libre desde el río hasta el mar”. No comentó “si el sionismo era inherentemente racista” (lo es). Presentó a los palestinos y a los israelíes como “víctimas de la ocupación” (muy ecuménico), pero a la vez hizo algo más y lo hizo en la película misma: la feroz respuesta, sugería Klion, se debía a “que los críticos de Glazer se reconocieron en Rudolf y Hedwig Höss –el comandante de Auschwitz y su esposa– y nunca lo perdonarán por eso” (bit.ly/3TTF4Ns). Así, no sólo el mismo filme, que desnuda la banalidad del genocidio, es más radical que su discurso, sino también –como ya lo señalé en la parte I (bit.ly/3TX6imq)–, es más radical en el sentido de que el propio Glazer no previó y pocos lo señalaron: al denunciar también la banalidad del colonialismo de asentamientos (settler colonialism), haciendo que sus críticos sionistas, a pesar de negar rutinariamente esta faceta (bit.ly/3PLPCeX), se vieran en un espejo fanoniano (bit.ly/49grFmM).

Lo colonial no explica la totalidad del proyecto nazi, pero a la vez es algo que suele pasarse por alto. La guerra por el Lebensraum en Europa del Este era un proyecto colonial que los propios nazis comparaban con el Imperio Británico o con Estados Unidos y que implicaba desplazamiento, expulsión, esclavización, exterminio parcial, sea por asesinatos en masa o hambruna inducida (Hungerplan) de ciertas poblaciones (eslavos) y total de otras (judíos, gitanos); al mismo tiempo, bajo sus coordenadas de exclusividad racial, comprendía redistribución de minorías alemanas y asentamiento de colonos del Tercer Reich. Después de la invasión de Polonia en 1939, la ciudad y región de Oświęcim fueron anexados directamente a él y creado allí un campo de concentración para polacos (Auschwitz), pronto, bajo Höss, fue convertido en un complejo de tres campos principales y varios subcampos, combinando exterminación (Birkenau), con trabajo forzado (Monowitz) y −nunca bien realizado− complejo agrícola a cargo de la SS precisamente en la “zona de intereses” (Interessengebiet) alrededor (bit.ly/3xgDRa0), asentada por colonos alemanes, donde cultivos iban a ser fertilizados –literalmente– con cenizas humanas: de los judíos de toda Europa y de otros prisioneros.

Así, Höss y su esposa no eran sólo engranajes en la máquina del genocidio alimentado por el “antisemitismo ancestral”, sino ante todo, junto con sus niños, colonos y “gente de la frontera” (frontiersmen), partes de una empresa sin la cual Auschwitz, en esta forma, no hubiera existido. Aquí es precisamente donde La zona… con su enfoque en la “feliz vida de familia” y mostrando en efecto “Auschwitz-colonia”, no “Auschwitz-campo” (bit.ly/3vvulzg) está tocando el meollo de lo subversivo. E incómodo para los que sientan que también se refiere a ellos. Demuestra también cómo acusar a los palestinos del “antisemitismo ancestral” sirve para ofuscar las razones reales de su resistencia: el colonialismo.

En una de las escenas, Höss le comunica a Hedwig que fue reasignado y que tendrán que abandonar Auschwitz, pero ella quiere quedarse (y al final lo logra). Apela a los lujos que tienen, pero sobre todo al hecho de que sus hijos “son sanos, fuertes y felices allí” y que hacen exactamente lo que el propio Führer les dijo: “ir al este: Lebensraum”, “¡aquí lo tienes!”. Esta faceta –en la cual el proyecto nazi tenía que ver tanto con la destrucción como con la reproducción de la vida en un marco colonial– es una que ninguna otra película sobre el Holocausto logró mostrar, y Glazer ha de ser aplaudido por ello.

El hecho que no se puede ver esta escena sin pensar en cómo el genocidio en Gaza (bit.ly/3VDlSVd) –cuyas víctimas son en su mayoría niños y mujeres– cambia el significado de toda la histórica obsesión del sionismo por el balance demográfico “entre el río y el mar”, no es ninguna casualidad.

Todo el proyecto colonial implica siempre deshacerse, en algún grado y forma, de la población autóctona, deshumanizada y vista como “animales” (bit.ly/3TXE89J). Y todos los colonialistas siempre piensan que la tierra que ocupan les pertenece: es lo que Höss y otros nazis pensaban de Polonia y es lo que los sionistas, igual promoviendo una exclusividad racial, piensan de toda Palestina histórica (bit.ly/3Tvo2DG), no solo del Israel propio fundado en la expulsión de los palestinos (Nakba) y expandido mediante la ocupacion post-1968. Lo radical de la película de Glazer está en que después de verla ya no se puede mirar igual tampoco a los colonos armados israelíes que piden anexar oficialmente a Cisjordania u hoy a asentar a Gaza, o pensar en el hecho que los asentamientos agrarios a su alrededor (kibutzim y moshavim) siempre eran parte de la infraestructura militar (bit.ly/4atM88I) y punta de lanza de la expansión. El papel que iban a jugar los campesinos armados alemanes (Wehrbauern) de las “aldeas modelo” en la “zona de intereses”, no es exactamente análogo, pero los ecos se ven reforzados por el hecho “banal” que el proyecto sionista está incurriendo en el genocidio. Y si alguien se siente indignado que lo acusen de ello o que lo confronten con su historia en la que se llega a reconocer, tal vez debería dejar de perpetrarlo.

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* La zona de interés, Gaza y el genocidio

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