Lo que hace que las cadenas de suministro globales just in time sean tan rentables es precisamente lo que también las hace tan vulnerables a las interrupciones, haciendo al mismo tiempo que los trabajadores de la industria de la logística sean más poderosos que nunca
James Dennis Hoff, Izquierda diario
Los principales medios de comunicación se han obsesionado repentinamente con la crisis de la cadena de suministro global, y no es solo el Wall Street Journal.
Prácticamente todos los medios de Estados Unidos [y el mundo] están hablando de cómo las continuas interrupciones de la cadena de suministro just in time [justo a tiempo] están llevando a la escasez de productos, estantes vacíos en los supermercados, «falta de donas» e incluso amenazando con «destruir la Navidad«.
Sin embargo, este énfasis frívolo en la falta de algunos bienes de consumo oculta los peligros más graves que estas interrupciones de la cadena de suministro pueden representar para la distribución de bienes necesarios y, que a veces incluso salvan vidas, como alimentos, medicamentos y equipo médico.
No obstante la banalización que hacen de este problema algunos medios, es bienvenida la atención repentina sobre un aspecto cuidadosamente ignorado de la economía global, ya que revela claramente cómo funciona hoy en día y qué hay detrás de producción capitalista. Si bien los medios buscan encontrar explicaciones inmediatas para el «repentino» fracaso de lo que es uno de los mayores avances para las ganancias capitalistas desde que Ford introdujo la línea de montaje en la fábrica, las causas subyacentes de estas interrupciones son mucho más complejas y sistémicas.
Durante años analistas financieros y académicos de izquierda han estado señalando que era solo cuestión de tiempo antes de que empezaran a hacerse visibles las grietas en la cadena de suministro global just in time. Finalmente, la crisis climática, la pandemia y el caos económico que aún sigue generando, han hecho que llegue ese momento y todo indica que las cosas solo van a empeorar.
Pero la escasez de distintos productos que afecta a todo el mundo, y la interrupción de la cadena de suministro global, no son producto de este o aquel desastre. Son los resultados inevitables de un sistema económico inherentemente inestable basado en la lógica de la producción con fines de lucro.
Como explicó Kim Moody -uno de los intelectuales más importantes que investigan sobre el tema- en un reciente artículo de opinión para The Guardian, la idea de cadenas de suministro just in time se desarrolló originalmente en la década de 1950 para agilizar el proceso de fabricación de automóviles. Al eliminar los costos supuestamente excesivos de almacenamiento y depósito y fabricando y entregando los bienes «donde tenían que estar en el momento en que se necesitaban», la fabricación y entrega just in time redujo radicalmente los costos laborales y permitió ganancias corporativas masivas en un momento en que el capital estaba desesperado en busca de nuevas formas de mitigar la caída de las ganancias que comenzó a acelerarse en las décadas de 1960 y 1970.
En la década de 1980, este método de producción se había empezado a extender por las principales industrias, y se desarrolló una red completamente nueva de fábricas, almacenes, puertos y depósitos en todo el mundo, generando un movimiento interminable de mercancías, que, al igual que el sistema circulatorio del cuerpo humano, debe fluir continuamente o de lo contrario el organismo muere.
Estas cadenas de suministro han servido a los inversores y a las ganancias corporativas, especialmente después de que el auge de Amazon y el creciente desarrollo de las compras on line redujeron aún más la necesidad de almacenar o incluso exhibir productos en comercios para el consumo. Pero esos beneficios, como siempre, han sido a expensas de los trabajadores y del medio ambiente en todo el mundo. Este método de distribución hipereficiente no solo ha provocado en la actualidad una escasez de productos esenciales como papel higiénico, mascarillas quirúrgicas, neumáticos de tractor y microchips; sino que también ha destruido puestos de trabajo, aumentado la explotación laboral y reducido los salarios, al tiempo que fomenta niveles extraordinarios de consumo derrochador de productos que nadie necesita y casi nadie quiere realmente.
Consideremos la cantidad casi ilimitada de productos innecesarios disponibles en Amazon. De hecho, si puedes imaginar alguno y escribirlo en un buscador de internet, alguien en algún lugar lo fabricará casi tan rápido como puedes hacer clic en el botón «Comprar ahora». Hay una gran cantidad de televisores de pantalla plana, por ejemplo, que se venden por una mera fracción de lo que costaban hace cinco años, pero los agricultores estadounidenses, literalmente, no pueden cosechar sus cultivos (de los que dependemos para vivir) por falta de piezas y materiales. Y las enfermeras no pudieron acceder a equipos de protección personal durante semanas en plena pandemia mundial, porque almacenar esos artículos y pagarle a alguien para que los cuide, simplemente no habría sido rentable.
Y ahí está el problema. Estas interrupciones están sucediendo precisamente debido a, y no a pesar de, las presiones para maximizar la eficiencia y las ganancias que los defensores del capitalismo afirman que hacen que el sistema sea tan bueno en la creación de abundancia. Como señala Moody, uno de los elementos más disruptivos de las cadenas de suministro es la escasez masiva de conductores de camiones en los EEUU y el Reino Unido. Pero esta escasez no es simplemente un producto de la pandemia. Décadas de salarios bajos, largas jornadas e hiperexplotación hicieron de estos empleos un infierno para los trabajadores. Lo mismo ocurre con el trabajo de almacenamiento y distribución (logística), especialmente en empresas como Amazon, donde los empleados deben someterse regularmente a jornadas y ritmos extenuantes, y bajo vigilancia, para no perder su trabajo.
Y, por supuesto, la cadena de suministro global just in time también ha contribuido enormemente a la destrucción constante del medio ambiente y al cambio climático radical e inalterable. El flujo interminable de mercancías a todas horas del día a través de todos los océanos y todas las carreteras es imposible sin el uso de cantidades de energía sin precedentes. El transporte marítimo internacional, de hecho, produce más de mil millones de toneladas de emisiones de carbono cada año, y emite más de 20 millones de toneladas de óxidos de azufre venenosos. Esto es aproximadamente el 2 por ciento de la producción global total de emisiones de carbono e igual a las emisiones totales de países industrializados enteros como Alemania y Japón.
Además, estas emisiones podrían aumentar hasta en un 250 por ciento para 2050, según la Organización Marítima Internacional. Al mismo tiempo, el cambio climático engendrado por tales métodos de producción y distribución se está convirtiendo rápidamente en la mayor amenaza para estas cadenas de suministro. Las recientes sequías en Canadá, por ejemplo, provocaron escasez y picos en el costo de la madera, lo que tuvo un impacto directo en la industria de la construcción de EEUU.
Por su parte, los incendios forestales en todo el continente han causado retrasos significativos en el transporte terrestre, lo que afecta a toda la cadena de suministro e interrumpe y ralentiza tanto la fabricación como la distribución de todo tipo de productos.
Para Moody, todo esto es una prueba de que la humanidad necesita «dejar atrás» las cadenas de suministro justo a tiempo. Pero esta recomendación oculta el hecho de que los problemas de las interrupciones de la cadena de suministro no se refieren solo a la forma en que se distribuyen los productos básicos; son endémicas de la producción capitalista misma.
Independientemente del costo de tales interrupciones, estas cadenas de suministro son demasiado rentables como para ser desechadas por alguna otra forma de distribución más racional. Y Moody sabe muy bien que no se puede ir más allá de ese sistema bajo el capitalismo. La solución, la única solución, al enigma de la cadena de suministro radica en el derrocamiento del capitalismo global como sistema de explotación y producción derrochadora. Curiosamente, el trabajo de Moody proporciona al menos un vistazo de cómo podría comenzar a desarrollarse esa lucha. En el libro de 2017 On New Terrain, se muestra cómo lo que hace que las cadenas de suministro globales just in time sean tan rentables es precisamente lo que también las hace tan vulnerables a las interrupciones y al sabotaje desde abajo. En este momento de crisis, cuando cientos de miles mueren por falta de servicios médicos básicos, cuando millones siguen desempleados y millones más han dejado de buscar trabajo; cuando la humanidad está al borde de un colapso ecológico que amenaza la vida y el sustento de cientos de millones de personas, los trabajadores de la industria de la logística son más poderosos que nunca.
Debido a que las cadenas de suministro globales son tan frágiles, los trabajadores de logística, en particular los trabajadores portuarios, los conductores de camiones y los trabajadores de los almacenes, tienen una enorme influencia sobre la economía global, una influencia que solo se ve mermada con su actual falta de organización. La lucha por sindicalizar Amazon es un buen ejemplo de las dificultades que se avecinan. Pero incluso pequeñas acciones coordinadas en todo el sector de la logística, si están organizadas y apoyadas por trabajadores de otras industrias, podrían utilizarse para obtener importantes concesiones tanto de los capitalistas como del Estado. Sistema de salud público para todos, universidad pública y gratuita, el cuidado infantil universal gratuito, inversiones masivas en energía renovable y límites inmediatos a las futuras emisiones de carbono son peleas que se pueden ganar, al tiempo que inspiran y fortalecen el poder de la clase trabajadora.
La cadena de suministro global just in time ha sido una «bendición» para el capitalismo, al mismo tiempo que ha sido terrible para los trabajadores y el medio ambiente. Pero cualquier alternativa a ese modelo bajo el capitalismo probablemente solo sería peor. Una economía racional que respete los límites ecológicos de la producción, basada en la necesidad más que en la ganancia, es simplemente imposible bajo el capitalismo. Pero la burguesía, como explicaron Marx y Engels, crea a sus propios sepultureros, la clase obrera. Aprovechar las debilidades de la cadena de suministro global es solo una de las formas de acelerar ese trabajo.
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