La crítica más descarnada al modelo capitalista que domina al mundo actual no proviene de algún discipulo de Marx sino de la última serie de Netflix, la coreana El juego del calamar (Squid Game), que se ha convertido en tiempo récord en un fenómeno global. Tomando como punto de partida diversos juegos infantiles, la serie muestra a personajes endeudados, cesantes o con un trabajo precario, dando cuenta de la brutal fractura social imbricada en el sistema: divisiones de clase, desigualdad de ingresos, explotación de los ricos y una desesperación de la clase trabajadora por sobrevivir. El director Hwang Dong-hyuk combina elementos de los "reality show" masificados por la televisión, con un crudo juego real de vida o muerte. Lo que en los reality es la "eliminación" o "borrado" es aquí, como en Blade Runner, una ejecución mortal.
Estamos frente a una de las mejores representaciones de la esencia del capitalismo: su gen destructivo en un tejido social de barbarie disfrazado de una fina y frágil capa de decencia. El protagonista de la serie perdió su trabajo tras el cierre de la planta automotriz en que trabajaba y vive con su madre a quien le roba dinero para apostar en las carreras de caballos. A sus 45 años sus ingresos como chófer no le alcanzan para vivir ni ayudar a su pequeña hija. Debe, además, una fortuna a los prestamistas quienes ya comienzan a exigir sus ojos y riñones como pago por las deudas. El judio Shylock del Mercader de Venecia sin duda se queda corto con su exigencia a Antonio de la "libra de carne". Es el ascenso del capitalismo en juegos de poder asimétricos donde no hay igualdad de condiciones. Tampoco hay principios morales: los personajes mienten, roban y engañan -como en el magistral episodio de las canicas- para mantenerse con vida y condenar a muerte al otro, que puede ser su amigo, la esposa o el marido.
Si Breaking Bad, mostraba tibiamente la inexistencia del "sueño americano": un profesor de química cuyo sueldo no le alcanza y debe lavar autos para llegar a fin de mes, la mirada de esta serie coreana sobre el sistema capitalista es aún más distópica y cruel. En uno de los episodios los protagonistas hacen un "plebiscito" para decidir si siguen en el juego o éste se termina. Es el espejismo de las "democracias" capitalistas. Todos deciden volver al juego porque el infierno de adentro no es diferente al infierno de afuera. Y mientras afuera son perseguidos por los acreedores y prestamistas, adentro está el sueño del mágico botín que cuelga sobre sus cabezas en una enorme alcancia transparente con casi 40 millones de dólares. La ambición y la codicia de un sistema que se ha levantado en función del dinero, tiene un derrotero sangriento y mortal.
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