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jueves, 15 de abril de 2021

La «cepa estadounidense» del COVID-19

Pascual Serrano, Sputnik

Por regla general, la trascendencia internacional de la política de un gobierno se limita a los países colindantes o los de su región, solo en algunos temas sus decisiones tienen una proyección global con asuntos como el calentamiento global o algunas políticas bélicas que alteran el equilibrio mundial, sobre todo si hablamos de una potencia.

Recientemente, se ha unido a esta agenda global la política respecto a las vacunas contra el COVID-19 y eso está sucediendo con Estados Unidos. Durante esta pandemia la percepción proyectada por los medios de lo que estaba haciendo Estados Unidos se ha centrado en presentar la política caótica que estaba siguiendo Donald Trump y, ahora, un cierto éxito de la campaña de vacunación con el nuevo gobierno de Biden, puesto que sus datos superan con creces la media mundial y también los de la Unión Europea. Sin embargo, hay elementos de su política que están afectando a la comunidad internacional y vale la pena detenerse en ello.

Patente del Gobierno estadounidense

Por ejemplo, es interesante saber que el Gobierno estadounidense es el propietario de una patente sobre los métodos para estabilizar la proteína Spike del coronavirus. Al menos cinco vacunas de la actualidad, las de Moderna, Johnson & Johnson, Novavax, CureVac y Pfizer-BioNTech, dependen de esa patente para desarrollar su vacuna.

Lo curioso es que, aunque la invención de esa tecnología se remonta a 2016 por el científico Barney Graham, de los Institutos Nacionales de Salud (NIH por sus siglas en inglés), parte del Departamento de Salud y Servicios Humanos de EEUU; y el Gobierno estadounidense solicitó la patente hace cinco años, acaba de ser, precisamente ahora, hace unos días, el 30 de marzo de este año, cuando ha sido expedida.

Si bien ya algunas de las empresas citadas han recibido autorización de Estados Unidos para poder utilizar esta tecnología en la elaboración de su vacuna contra el COVID, no se les ha concedido en exclusiva, lo que abre la puerta a que se pueda autorizar a otras empresas. Por otro lado, que sea un gobierno y no una empresa farmacéutica quien disponga de la patente, podría facilitar su liberalización, al menos temporal, para poder incrementar la producción de vacunas y salvar miles de vidas, pero no parece que el Gobierno estadounidense esté por la labor. En las últimas reuniones en la OMC, en febrero, la delegación de EEUU defendió su posición a favor de mantener vigentes las patentes. De modo que cualquier fabricante o país deberá llegar siempre a un acuerdo con el Gobierno estadounidense, o sea, pagarle o se enfrentarían a litigios por infracción de la patente. Incluso se contempla la medida cautelar, impuesta por un juez, de retirar una vacuna del mercado si no ha recibido la autorización de Estados Unidos para usar su patente. Ya en 2019, el Departamento de Justicia demandó a la farmacéutica Gilead por su infracción de las patentes gubernamentales que protegen ciertos medicamentos contra el VIH.

El asunto de las patentes es clave para poder lograr aumentar la producción y salvar millones de vidas, incluso también en los países ricos donde se está vacunando a buen ritmo, porque una rápida vacunación masiva de la humanidad podría frenar las posibilidades de nuevas mutaciones del virus. Con el actual sistema de patentes, son sus propietarios quienes deciden qué industrias fabricarán, en qué países y qué cantidad.

Multiplicar por tres las vacunas

La Asociación para el Acceso Justo a los Medicamentos (AAJM), que agrupa a profesionales sanitarios y miembros de la sociedad civil, ha señalado en la revista de su organización que, concediendo las licencias no exclusivas para que las vacunas se puedan fabricar en todas las plantas acreditadas, se podría pasar en pocos meses, de la actual capacidad de producción de 10.000 millones de dosis anuales a 30.000.

Ya en 2016 los 60.000 euros por paciente que exigía la empresa propietaria de la patente de un medicamento para la hepatitis C, que es la principal causa de cirrosis y cáncer de hígado, causaron que se retrasara durante meses su administración a los enfermos españoles hasta que se pudo renegociar el precio y ser incluido dentro de la sanidad pública.

Pero sigamos con el papel de Estados Unidos en esta crisis mundial de pandemia por coronavirus. Aunque la vacuna de AstraZeneca ya está autorizada en más de 70 países todavía no lo está en Estados Unidos, pendiente del resultado de algunos ensayos clínicos y porque la empresa no ha solicitado a la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA por su sigla en inglés) una autorización de uso de emergencia. Sin embargo, las empresas estadounidenses sí la están fabricando en su país. El resultado, según ha revelado The New York Times, es que unos 30 millones de dosis se acumulan en las instalaciones de AstraZeneca en West Chester, Ohio, donde se lleva a cabo la fase final del proceso de fabricación durante la cual la vacuna se coloca en viales. A ellas se suman las de Emergent BioSolutions, una empresa de Maryland, que también ha producido en Baltimore suficientes vacunas para decenas de millones de dosis llenadas en viales y envasadas.

No solamente otros gobiernos, también la propia empresa AstraZeneca ha pedido al gobierno de Joe Biden que le permita prestar dosis estadounidenses a la Unión Europea, donde, como es sabido, no ha cumplido sus compromisos de suministro contractuales de entrega de vacunas. Sin embargo, el Gobierno estadounidense ha denegado la petición y no está dispuesto a dejar salir esas vacunas, aunque tampoco las esté administrando, y cabe la posibilidad de que nunca las necesite a la vista de la capacidad de producción de las otras farmacéuticas en Estados Unidos. Biden tampoco ha aceptado las peticiones de sus propios funcionarios federales que han propuesto el envío a Brasil, donde la tragedia humanitaria provocada por el COVID bate récords de contagios y muertos todos los días y acumula ya más de 330.000 fallecidos.

Caballo de Troya

Con este panorama de comportamiento de Estados Unidos ante la comunidad internacional, no deja de ser curioso que tantos medios y gobiernos occidentales sigan insistiendo en acusar a países como China, Rusia o Cuba de recurrir a sus vacunas como estrategia geopolítica para alcanzar influencia global. Incluso el diario español El País calificó la vacuna rusa de de “nuevo caballo de Troya entre los países del Este y la UE”. Es el mundo al revés, mediante el llamado caballo de Troya, los guerreros aqueos pudieron introducirse en la ciudad fortificada de Troya, salir de su escondite, asesinar a los guardias, abrir las puertas y que sus tropas pudieran tomar la ciudad. El caballo de Troya llevó la muerte y la derrota militar a los troyanos. Precisamente lo contrario de lo que traerían a Europa vacunas como la china o la rusa, destinadas a salvar vidas.

Sin embargo, Estados Unidos con su negativa a compartir patentes o permitir que las vacunas se pudran en sus neveras antes de cederlas a otros países, sí que lleva la muerte y tragedia al resto del mundo y no parece que despierte titulares en los medios señalándolo. No existe, por ahora, cepa estadounidense del COVID, pero quizás sea esta y sea la más dañina.

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