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miércoles, 29 de marzo de 2017

El síndrome Ícaro: ¿se acabó Trump? Not yet


Alfredo Jalife-Rahme, La Jornada

En vísperas del doble motín –genuina rebelión en la granja orwelliana– del grupo House Freedom Caucus, ala archiconservadora del Partido Republicano contra Trump y su inexperto líder camaral Paul Ryan (otrora estrella hoy eclipsada), alerté sobre el precario equilibrio de las tres fuerzas en juego y fuego en el Partido Republicano que en su conjunto abortó el proyecto de seguridad médica del Ryancare, más que un Trumpcare, como acotó correctamente el vicepresidente, Mike Pence.

Diez días antes expuse: “Más que Trumpcare, se trata de un Ryancare, ya que su autor es Paul Ryan, poderoso líder camaral del Partido Republicano, que hoy se encuentra bajo el fuego cruzado de tirios y troyanos. Hasta Breitbart , vinculado a Trump, ha protestado por el Ryancare debido a que perjudica a sus partidarios WASP (white anglo-saxon protestants) . Con el Ryancare, Trump compra su seguro de vida para inmunizarse frente a cualquier veleidad de defenestración por la mayoría republicana, que no lo aprecia mucho, pero con la que ha llegado a una volátil coexistencia pacífica. Pero tampoco Trump puede abandonar a su base conservadora” (https://goo.gl/ZxtqCh).

Pues resulta que Trump traicionó a su base popular y fue ejecutado sin miramientos, a los 65 días de haber tomado el poder, por sus supuestos aliados del grupo archiconservador House Freedom Caucus, que cuenta con 30 escaños de los 237 del Partido Republicano (la Cámara de Representantes totaliza 435 escaños): una subfractura dentro de la fractura generalizada de la sociedad estadunidense a todos los niveles.

Un Trump humillado tuiteó que los demócratas están sonriendo en DC (la capital, Washington) de que el House Freedom Caucus haya salvado el Obamacare al que se opuso toda su vida.

A mi juicio, mucho más sobresaliente que el inflado House Freedom Caucus fue Tuesday Group, del ala centrista del Partido Republicano, que cuenta con alrededor de 50 escaños desdeñados por los multimedia y sus analistas.

El anterior líder cameral republicano, Newt Gingrich, muy cercano a Trump y quien tiene mucha experiencia legislativa, adujo que la rebelión del House Freedom Caucus había salvado a los republicanos de la Cámara de un voto políticamente destructivo, el Ryancare, que sólo tenía la aprobación de 17 por ciento de los votantes y que seguramente les haría perder la próxima elección. Recordó que el Hillarycare de hace 40 años hizo perder al Partido Demócrata su mayoría y exhortó a su partido a tener más paciencia, ya que las enmiendas de gran calado toman un mínimo de ocho a 18 meses, como sucedió con las reformas de Reagan y Obama (https://goo.gl/wO3Cd7). El Partido Demócrata, no menos fracturado, con sus afines multimedia –la aplastante mayoría del espectro desinformativo estadunidense– festejaron estruendosamente la humillación de Trump por su propio partido y el desastre de su disfuncional Arte de negociar, mucho más que la insustentable vigencia del Obamacare.

Toda la impetuosidad y el pragmatismo de Trump, que detecté deslactosado desde hace mes y medio (https://goo.gl/DgKl2c), están siendo domesticados y moldeados por el vigoroso despliegue de las fuerzas de la separación de los tres poderes, al estilo Montesquieu, y sus “contrapesos (checks and balances)”, sumados a la implacable venganza del Deep State (Estado profundo) de las dos dinastías de los Bush y los Clinton, sumadas a Obama y su control de las 16 agencias de la Comunidad de Inteligencia.

John Kiriakou –anterior funcionario del contraterrorismo en la CIA– se ha sumado al sentir de los ultras del Partido Demócrata que dan por acabado al presidente 45: Si Trump no puede congregar a su propio partido en su más importante promesa de campaña, es improbable que sea capaz de conseguir cualquier otra cosa.

Cita al conocido comentarista político de CNN David Gergen –quien ha servido en importantes puestos a presidentes de ambos partidos como Ford, Reagan y Clinton– quien afirma que los primeros 100 días de Trump han sido los peores en la historia presidencial y que en ausencia de un evento unificador mayor como, Dios no lo quiera, un ataque terrorista, será virtualmente imposible para Trump pasar en el Congreso cualquier legislación controvertida o polarizante (https://goo.gl/9owVZr).

Kiriakou asevera que Trump está simplemente lisiado legislativamente, cuando los miembros de su propio partido no se sienten intimidados por él. Ni tampoco se sienten obligados a hacer lo que desea.

Doug Casey, lúcido analista financiero (sic) de Wall Street, desmenuza la fractura de la sociedad estadunidense que cataloga de choque cultural: “Nunca he visto en toda mi vida una situación similar. Nada se parece desde la Guerra de Secesión. Hoy existe una guerra civil cultural (sic) donde la gente de los ‘estados rojos’ (nota: el Partido Republicano) votó por Trump –que constituye una fuerte mayoría geográfica en Estados Unidos– está alineada contra la gente que vive en los ‘estados azules’ (el Partido Demócrata), en las dos costas y en las grandes ciudades. No están contentos sólo de ser hostiles y de estar en desacuerdo en política; pueden no volverse a hablar. Se odian unos a otros, verdaderamente con sus tripas. Tienen visiones totalmente diferentes del mundo. Es un choque de culturas” (https://goo.gl/qbS4cx).

Trump mismo reconoce que no sería presidente de no ser por el Twitter, que le permite evitar a los deshonestos multimedia –en referencia a los cuatro principales canales de televisión, con la notable excepción de Fox News– y afirma que posee su propia forma de multimedia con Twitter, Facebook e Instagram que le procuran cerca de 100 millones de seguidores. Sólo su cuenta de Twitter -@realDonaldTrump- tiene más de 26 millones de seguidores (https://goo.gl/X9V3EX).

Trump no está acabado. Not yet!: cuenta con las prerrogativas del Poder Ejecutivo, que son enormes y, sobre todo, tiene el botón nuclear al alcance de su mano como comandante supremo de las fuerzas armadas.

El deslactosado Trump está domesticado, o mejor dicho, está confinado a su esfera ejecutiva desde donde ha sido obligado a respetar tanto al Poder Judicial como el juego legislativo, dentro de su propio partido y con la oposición.

Durante la campaña los escándalos sicalípticos de Trump lo tuvieron al borde del nocaut para luego levantarse de la lona en forma milagrosa. Por lo que no sería sorprendente que el Partido Republicano, en necesidad de exhibir la gobernabilidad que incumbe a una mayoría, se reagrupe y rechace el Obamacare, que le daría oxigenación legislativa al polémico presidente 45 cuando toca a su puerta todo el exorcismo rusófobo del Partido Demócrata que no se muerde la lengua en tildarlo de traidor a la patria (https://goo.gl/Izhb6W).

El mayor problema del deslactosado Trump es que padece el síndrome Ícaro, que epitomiza el castigo a la infatuada soberbia (hubris) antigravitatoria frente a la cruda realidad.

En la portentosa mitología griega, el genial arquitecto de laberintos, Dédalo, había advertido a su hijo Ícaro de no volar demasiado alto para no acercarse al sol que le derretiría sus alas cubiertas de cera, pero tampoco demasiado bajo porque la espuma del mar mojaría sus alas y le impediría el vuelo.

A su cuenta y riesgo, el deslactosado Trump no está escuchando los consejos de los contrapesos del poder y sus dédalos del Deep State.

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