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miércoles, 28 de diciembre de 2016

América Latina, el mundo doblemente al revés

Roberto Regalado, Alainet

A mediados de 1998, transcurridas más de tres décadas de globalización imperialista, dos de apogeo del neoliberalismo y casi una del derrumbe del bloque socialista europeo, el insigne escritor uruguayo Eduardo Galeano, fallecido en 2015, publicó el libro: Patas arriba. La escuela del mundo al revés. En sus páginas introductorias, Galeano escribió una nota titulada, «Si Alicia volviera», en referencia al conocido cuento infantil Alicia en el país de las maravillas. Esa nota dice:
Hace ciento treinta años, después de visitar el país de las maravillas, Alicia se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana.
Al fin del milenio, el mundo al revés está a la vista […].
En el capítulo titulado «Los modelos del éxito», Galeano sentenciaba:
El mundo al revés premia al revés: desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recompensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo. Sus maestros calumnian la naturaleza: la injusticia, dicen, es la ley natural. Milton Friedman, uno de los miembros más prestigiosos del cuerpo docente, habla de «la tasa natural de desempleo». Por ley natural, comprueban Richard Herrstein y Charles Murray, los negros están en los más bajos peldaños de la escala social. Para explicar el éxito de sus negocios, John D. Rockefeller solía decir que la naturaleza recompensa a los más aptos y castiga a los inútiles; y más de un siglo después, muchos dueños del mundo siguen creyendo que Charles Darwin escribió sus libros para anunciarles la gloria.
A dieciocho años de la publicación de la citada obra de Galeano, el mundo sigue estando al revés, pero eso ya no está tan a la vista. Digamos que durante esos más de tres lustros, quienes pusieron el mundo al revés, y lo siguen manteniendo al revés, desataron una campaña de saturación ideológica y mediática para ocultarlo.

El neoliberalismo es una doctrina concebida para imponer y legitimar la desigualdad social extrema. En los años setenta, ochenta y noventa del siglo XX, los ideólogos neoliberales decían públicamente lo que pensaban, entre otras cosas, que la desigualdad social, llevada a sus extremos más atroces, era buena y necesaria y, por tanto, debía ser fomentada por el Estado. Así repetían lo que habían aprendido de su maestro: en el pequeño libro considerado como obra fundacional del neoliberalismo, Camino de Servidumbre, impreso en 1944, el padre de esa doctrina, Friedrich Hayek, afirmaba: «toda política directamente dirigida a un ideal sustantivo de justicia distributiva tiene que conducir a la destrucción del Estado de Derecho».1 Repárese en que Hayek planteaba que la justa distribución de la riqueza conduce a la destrucción del Estado de Derecho, es decir, que la justicia social es incompatible con la democracia liberal burguesa o, dicho a la inversa, que la democracia liberal burguesa es incompatible con la justicia social.

En esa misma línea de pensamiento, el autor del capítulo sobre los Estados Unidos del Informe de la Comisión Trilateral, publicado en 1975, el profesor Samuel Huntington, decía:
La operación efectiva del sistema político democrático usualmente requiere mayor medida de apatía y no participación de parte de algunos individuos y grupos. En el pasado, toda sociedad democrática ha tenido una población marginal, de mayor o menor tamaño, que no ha participado activamente en la política. En sí misma, esta marginalidad de parte de algunos grupos es inherentemente no democrática, pero es también uno de los factores que ha permitido a la democracia funcionar efectivamente.2
Huntington no lo menciona de manera explícita, pero queda bien claro que, para él, el funcionamiento de la democracia requiere que los sectores populares sean apáticos, que no se organicen, que no postulen a sus propios candidatos y candidatas, y que no voten por ellos. Para Huntington, el problema del mundo era una exacerbación de lo que él llamaba «igualitarismo democrático» de incontables «grupos de interés» que asediaban al Estado con demandas que este no estaba en condiciones de satisfacer. Con otras palabras, para él, el problema del mundo eran las reivindicaciones socioeconómicas de los sectores populares que el Estado burgués no puede ni quiere atender, porque su función es defender los intereses del imperialismo y la oligarquía.

Para combatir a esos sectores populares, la Comisión Trilateral, integrada por oligarcas e intelectuales de derecha de los Estados Unidos, Europa Occidental y Japón, abogaba, en forma totalmente pública, a viva voz, por fomentar el gobierno de las élites, promover la apatía de las mayorías, limitar las expectativas de las capas sociales bajas y medias, aumentar el poder presidencial (es decir, el presidencialismo), fortalecer el apoyo del Estado al sector privado y reprimir a los sectores radicalizados del movimiento sindical, entre muchas otras medidas y acciones de igual corte antidemocrático, elitista, excluyente y discriminatorio.

Sirvan estas menciones a Hayek y Huntington para fundamentar la afirmación de que, entre las décadas de 1970 y 1990, los ideólogos neoconservadores y neoliberales decían abiertamente lo que pensaban. Lo hacían con el objetivo de que los estratos más favorecidos de la sociedad lo asumieran como propio y lo practicaran, y de que los estratos más desfavorecidos lo aceptaran con resignación, por ser supuestamente inevitable.

El imperialismo mundial y las oligarquías de Asia, África y América Latina, siguen pensando y actuando exactamente igual. La diferencia es que hoy, no solo no lo dicen, sino que mienten con impudicia. En los dieciocho años transcurridos desde que Galeano denunciara que el mundo está al revés, los ideólogos de la derecha aprendieron a esconder su verdadero pensamiento y a asumir, de modo hipócrita, por una parte, los principios y valores de la democracia liberal burguesa emanados de la Ilustración y la Gran Revolución Francesa del 1789, principios y valores de los cuales Hayek, Huntington y todos los de su clase, renegaron y execraron y, por la otra, se han apropiado y han profanado principios y valores de los movimientos populares y las fuerzas políticas de la izquierda del siglo XX, como la defensa de los derechos humanos.

¿Por qué ese cambio? Debido a que pocos meses después de la publicación de esta obra de Galeano, a finales del propio año 1998, el comandante Hugo Chávez Frías abrió en América Latina una larga cadena de elecciones y reelecciones de gobiernos de izquierda y progresistas; debido a que, en virtud del acumulado de lucha de los pueblos, del rechazo universal a los métodos represivos históricamente empleados por las clases dominantes, y a las atroces consecuencias de las políticas neoliberales, movimientos populares y fuerzas políticas de izquierda y progresistas han sido electas y reelectas al gobierno en un considerable número de países de América Latina, por los medios y métodos de la democracia liberal burguesa. De modo que el cambio se debe a que los movimientos populares y fuerzas de izquierda de América Latina crearon las condiciones para utilizar, a su favor, los medios y métodos de un sistema político que había sido concebido para excluirlos del poder, para excluirlos del gobierno, para excluirlos del Estado, para excluirlos de toda participación política efectiva.

Por este motivo, los ideólogos de la derecha ya no pueden decir públicamente que la justicia social es incompatible con la democracia liberal burguesa o, vuelvo a decirlo a la inversa, porque se entiende mejor, que la democracia liberal burguesa es incompatible con la justicia social. Tampoco pueden decir públicamente que la exclusión de los sectores populares es una premisa del funcionamiento efectivo de ese sistema político democrático burgués.

En los países donde la izquierda ejerce el gobierno, las oligarquías, sus centros de propaganda, sus medios de comunicación y sus jueces y demás instrumentos, junto a las embajadas de los Estados Unidos y demás potencias imperialistas, se lavan las manos, como Poncio Pilatos, y culpan a la izquierda de todas las lacras, vicios y deformaciones inherentes al sistema político imperante: enlodan las palabras democracia, transparencia, probidad, derechos humanos, ciudadanía, libertad de expresión, división de poderes, Estado de Derecho, y muchas otras. Pero, en los países donde la derecha sigue gobernando, esos temas ni los mencionan.

Los ideólogos de la derecha no dicen que sus antepasados del siglo XVIII fueron enemigos a muerte de la construcción del sistema político democrático liberal burgués, enemigos a muerte del concepto de ciudadanía y del sistema de partidos políticos. Tampoco dicen que durante toda la segunda mitad del siglo XIX se opusieron al voto para todos los hombres, y que, hasta ya adentrado el siglo XX, se siguieron oponiendo al voto para las mujeres; no dicen que sus antepasados fueron enemigos jurados de que las mujeres y los hombres del pueblo, las ciudadanas y los ciudadanos, se organizaran en partidos políticos para conquistar y defender sus derechos políticos, económicos, sociales y culturales. No dicen una palabra de Hayek o de Huntington, ni de Friedman, de Herrstein, de Murray o de Rockefeller. No mencionan a Ronald Reagan ni a Margaret Thatcher, los principales promotores de la universalización del neoliberalismo en la década de 1980. Tampoco mencionan a los gobernantes latinoamericanos de inicios de los años noventa, causantes de la exclusión y la marginación de millones de latinoamericanos y latinoamericanas, como Carlos Andrés Pérez, Carlos Salinas de Gortari, Carlos Saúl Menem o Alberto Fujimori.

Parafraseando a Galeano, hoy podemos decir que el mundo está doblemente al revés, porque no solo siguen reinando los antivalores que él denunció, sino que, además, se justifica y defiende ese reinado con la mentira grosera. Hoy vienen a los países gobernados por partidos de izquierda y progresistas los heraldos de las internacionales de derecha (liberales, conservadores, demócrata cristianos y socialdemócratas, entre otros), y sus ONG’s financiadas con dinero de los monopolios transnacionales, a embaucar a nuestra juventud y a nuestro pueblo en general con las ideas fundacionales más avanzadas del pensamiento político liberal de los siglos XVIII y XIX, sin decirles que no fueron graciosas dádivas de sus antepasados oligarcas, sino conquistas arrancadas a ellos por nuestros antepasados, es decir, por los movimientos obreros, socialistas y femeninos de aquella época. Hoy vienen a embaucar a nuestra juventud y a nuestro pueblo en general, como si aquellas ideas fundacionales de la democracia liberal burguesa todavía fuesen puras, inmaculadas, respetadas y vigentes, como si el pensamiento neoconservador y neoliberal del siglo XX no hubiese renegado y abjurado de ellas. Hoy vienen a embaucar a nuestra juventud y a nuestro pueblo en general, como si no hubiesen sido las luchas de los movimientos populares y las fuerzas políticas de izquierda y progresistas las que les arrancaron a ellos los espacios democráticos existentes en la actualidad.

Ahora bien, esa manipulación hipócrita de los principios fundacionales de la democracia liberal burguesa y de algunas banderas de la izquierda solo impera en los países gobernados por fuerzas de izquierda y progresistas, mientras dichas fuerzas se mantienen en el gobierno. Cuando la derecha neoliberal logra recuperar el control del Poder Ejecutivo del Estado, como sucedió en Argentina y Brasil, de inmediato renacen los espectros de Hayek, Huntington, Friedman, Herrstein, Murray, Rockefeller, los espectros de Reagan y Thatcher, los espectros de Pérez, Salinas de Gortari, Menem, Fujimori y otros. De inmediato cesa la verborrea contra la supuesta partidocracia, desaparecen de escena las organizaciones pretendidamente defensoras de la ciudadanía, y los magistrados venales pasan, de la judicialización de la política, a la criminalización de las lideresas y los líderes de izquierda y progresistas, como hacen hoy en Argentina contra la expresidenta Cristina Fernández y muchas figuras de su gabinete y del Frente para la Victoria, y como hacen hoy en Brasil contra los expresidentes Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff y muchas figuras de sus gabinetes y del Partido de los Trabajadores. Y, también de inmediato regresan las privatizaciones, la negación de los derechos sindicales, los despidos masivos, las reducciones salariales, los incrementos de precios, la entrega del país a los monopolios transnacionales, y todo lo demás que ya conocimos y sufrimos. Esos son los objetivos que la derecha persigue hoy con su campaña desestabilizadora contra los gobiernos de los presidentes Nicolás Maduro en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, y Salvador Sánchez Cerén en El Salvador. A raíz de la reciente reelección del presidente Daniel Ortega, ahora están recrudeciendo esa campaña en Nicaragua.

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