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miércoles, 23 de noviembre de 2016

Huxley en el siglo XXI

José Blanco

La primero rusa y después estadounidense Nina L. Khuscheva, doctora en literatura por la Universidad de Princeton, no hace mucho escribió un ensayo donde recordaba notables predicciones de escritores desde tiempos de Julio Verne (1828-1905), con su De la Tierra a la Luna.

Entre las conjeturales imágenes de su lejano porvenir, siempre ha destacado la que en 1932 escribiera Aldous Huxley en su celebrado Un mundo feliz. Lo que nos gusta nos arruina, predijo Huxley. En efecto, en esa novela (en su origen divertida aunque inverosímil), Huxley describió una raza humana dividida en un conjunto de clases sociales que, por el año 2540, habría sido convertida en una monstruosidad por la ignorancia de lo humano, el ansia incontenible de entretenimiento, un dominio insospechado de la tecnología, y una sobreabundancia de bienes materiales. Todo ello para unos cuantos.

Con la reciente elección de Donald Trump como presidente, en Estados Unidos y en otras sociedades avanzadas, se ha vuelto mucho más notoria la predicción de Huxley aunque más de 500 años antes de lo previsto por el escritor.

Y ello no sólo por las singularidades señaladas de esa sociedad, que indudablemente está a la vista de todos, sino por otras más que el propio Huxley anticipaba: la cultura pública de Estados Unidos, como gran ejemplo de lo que en general pasa hoy en el mundo, ha procurado ser mantenida lejos del pensamiento intelectual con una frecuencia inusitada, y de la mano de una suerte de alarde de un peculiar igualitarismo democrático que, parece, es una condición de la creatividad sin restricciones, que el capitalismo neoliberal salvaje soporta y requiere. Y, claro, ahí están los notables ejemplos de Steve Jobs y Bill Gates, que nos demuestran que la innovación, el hecho más valorado del planeta, requiere imaginación y arrojo, y no requiere de grandes estudios. Ambos winners abandonaron la universidad, apenas andados unos pasos dentro de ella. Ahí están, pues, esos dos inmensos winners cuya grandeza se mide por los millones que acumularon administrando descaradamente la obsolescencia. Lo que se requiere son tripas, perseverancia y un buen grupo de CEO, para engañar sin freno al respetable para que anualmente compre el último modelo de lo que sea, pero que sea un producto tecnológico. Ya se sabe, triunfar significa generar millones; esa es la filosofía (perdón a los filósofos por el uso del vocablo) del capitalismo neoliberal. Pero todo ello se refiere, por supuesto a la alta sociedad de consumo, que vive semioculta o de plano invisible a los ojos de los muchos millones de mendicantes y menesterosos de seres humanos brutalmente desdichados.

Por supuesto, la innovación tecnológica siempre será bienvenida, toda vez que se trate de innovaciones efectivamente beneficiosas para los seres humanos todos. Pero la cantidad de gadgets y apps que los mercados absorben permanentemente son, apenas, un estupidizante consumo de entretenimiento.

Lo que Huxley no imaginó en sus visiones de lo que sería su posteridad, es que el mundo engendraría una desigualdad social descomunal entre mortales, creada por la deshumanización más sanguinaria de un pequeño grupo que ha sometido por la enajenación, por la manipulación financiera, por el circo ya sin pan, por los gobiernos y sus ejércitos y su ingente acumulación de altísima tecnología plasmada en armas terroríficas.

En el mundo de Huxley los individuos no eran seres paridos por mujer, sino fabricados en probetas con cualidades prefiguradas para las tareas que debían desempeñar. En ese mundo nadie era pariente de nadie. En la cúspide, los Alfa Doble-Más, Alfas Más y Alfas Menos (los más inteligentes de todas las clases, cuyas tareas requerían responsabilidad y toma certera de decisiones); los Beta (seres inteligentes, pero no intelectuales como los Alfas); los Gamma (que requerían ciertas habilidades creadas por el entrenamiento. Un Gamma podía desempeñarse en la sala de envasado de los embriones, por ejemplo); los Delta (para trabajos mucho más simples; algo así como la llamada clase media baja actual); y los Épsilon (fabricados especialmente para desempeñar las tareas más infames y para atender a los Alfa. Era una clase baja, realmente feos y tontos, pero no inútiles). Nadie estaba inconforme con su condición, porque habían sido expresamente fabricados para cumplir sus tareas y estar muy contentos de ser quienes eran.

Seres humanos de todos esos tipos existen en la actualidad, aunque sí son paridos por mujer, sí son parientes y no están en lo absoluto conformes con su destino. Muy por el contrario están encabronados hasta la pared de enfrente con la pretensión de la cúspide del establishment de convertir su propio sentido común, en sentido común del conjunto de la sociedad. Se trata de una hegemonía que ya no es. Los Gama, los Delta, los Épsilon de hoy han abierto los ojos en la mayor parte del mundo. Les faltan las vías y los instrumentos para echar abajo la injusticia sin medida que los aplasta.

La elección de un cuasi demente multimillonario que pretende representar la vida jodida de los de abajo, es un contrasentido y un despropósito, y se derrumbará en un suspiro. La creación de los electores de Trump es obra de los de hasta arriba. Los crearon mediante las reglas, al final fallidas, mediante las que intentan manejar la globalización neoliberal. Hillary era, por ahora, el símbolo de la dominación más feroz que haya conocido la historia. Trump tropezará por su torpeza. Quién puede saber cuáles serán las consecuencias.
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La Jornada

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