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lunes, 22 de febrero de 2016

El euro no resistirá otra crisis bancaria

Matthew Lynn, El Economista

Al final, no fue exactamente otro 2008. No hubo colas en los bancos de Hanover o Dusseldorf para retirar los ahorros de toda una vida ni momento Lehman con banqueros molestos y desconcertados de patitas en las calles de Frankfurt. Aun así, el tambaleo del sistema bancario alemán de este mes, centrado en especial en la estabilidad del poderoso Deutsche Bank, no deja de ser preocupante para la eurozona. Ahora parece que a la moneda única le costaría mucho sobrevivir a otra crisis bancaria.

No es porque el banco central no haya dado un paso al frente. No se puede dudar de que Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo, imprimiría todos los euros posibles para rescatar a los bancos si tuviera que hacerlo. Pero la política no lo permitiría. A los bancos griegos se les dejó hundirse hace un año y si el BCE rescatase a los bancos franceses y alemanes, y dejara los cajeros de Atenas apagados mientras mantiene encendidos los de Berlín, el contraste sería demasiado doloroso como para ignorarlo. Si se hunde cualquier banco, se lleva detrás el euro.

Ha sido un mes nefasto para los accionistas de Deutsche Bank y de casi todos los grandes prestamistas de la eurozona. La semana pasada, las acciones del Deutsche se precipitaron al vacío. De más de 20 euros hace un mes, se hundieron hasta poco más de 13 euros. El precio de sus bonos convertibles cayó a su mínimo histórico y el coste de sus canjes de impago crediticio subió cuando algunos en el mercado parecían querer apostar contra su supervivencia.

La situación empeoró hasta el punto de que sacaron a su consejero delegado, John Cryan, para tranquilizar diciendo que el banco es "fuerte como una roca", la clase de declaración pensada a propósito para poner a todos nerviosos. La masacre fue aun peor en el sistema bancario italiano, siempre frágil en los mejores momentos, y hacia finales de semana empezó a propagarse a Francia también. No fue exactamente una repetición de 2008 pero demasiado similar como para guardar la calma.

Los motivos del nerviosismo no son difíciles de averiguar. Lo que aprendimos de 2008 es que el sistema financiero está interconectado y que las pérdidas en un mercado pueden surgir fácilmente en otro lado. Los precios del petróleo y las materias primas se han hundido en todo el mundo, y sorprendería que al menos algunas pérdidas no se observaran en otro sistema bancario.

Para empeorarlo todo, las economías continúan deprimidas y el BCE ha impuesto tipos negativos por todo el continente, lo que dificulta mucho que los bancos ganen algún margen de la diferencia entre depósitos y préstamos. Ante ese telón de fondo, es fácil entender por qué los agentes, que saben cómo funciona esto mejor que casi todos, hayan empezado a fijarse en los bancos. Si hay alguno en verdaderos apuros lo sabremos en las próximas semanas y meses. Podría perfectamente ser pánico por nada o tal vez haya problemas auténticos en adelante.

La verdadera cuestión es qué ocurrirá después. En Estados Unidos o en Gran Bretaña, si un banco importante entra en apuros, la Reserva Federal o el Banco de Inglaterra intervienen para rescatarlo. Lo han hecho antes y lo volverían a hacer. En primera instancia, el BCE haría lo mismo. Cuando Mario Draghi dijo que haría "lo que hiciese falta" para rescatar el euro, sin duda incluía un rescate si fuera necesario.

Pero esperen un momento. Si nos paramos a pensar en la política, todo se complica mucho. En lo más crítico del enfrentamiento entre el Gobierno radical de Syriza y el resto de la eurozona, el año pasado, el sistema bancario griego se paralizó del todo. Se introdujeron controles de capital y la cantidad diaria que un griego cualquiera podía retirar del banco se limitó mucho. Casi lo mismo ocurrió en Chipre. Resultaría muy raro que se rescatara a los bancos alemanes y se mantuvieran los cajeros abiertos cuando no se hizo con los griegos. Quedaría patente de la manera más dramática posible que la eurozona responde a los intereses de Alemania y nadie más.

Peor aun, haría saltar las normas sobre los índices de deuda/PIB. Volvamos a hablar de Alemania. Tiene una deuda nacional del 71% del PIB, relativamente modesta frente a los estándares globales de hoy en día, pero si Berlín tuviese que rescatar a sus bancos y especialmente al poderoso Deutsche, se añadirían diez, veinte o incluso treinta puntos al índice. Alemania se ha pasado los últimos años dando lecciones a todos en la zona sobre la necesidad de austeridad y de atenerse a las reglas. No puede hacer caso omiso, salvo que quiera persuadir a todos en España, Irlanda e Italia de que no hacía falta cumplir las normas.

Si un banco alemán tuviese graves problemas, cuesta ver cómo Berlín podría rescatarlo (no financiera sino políticamente). Contra eso, es difícil pensar que a un banco importante se le permita quebrar y desde luego no a un gran banco alemán, de importancia sistemática para toda la zona. Sumiría a Alemania en una recesión y, al ser la única parte del continente que crece, se llevaría al resto de Europa con ella. Al final, lo único que puede hacerse es confiar en que los directivos de los grandes bancos de la eurozona los gestionen con sensatez y no asuman riesgos. De lo contrario, será imposible rescatarlos, al menos no sin infligir un daño irreparable a la moneda única.

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