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domingo, 27 de julio de 2014

Piketty y las desigualdades económicas

Eduardo Olier, El Economista

En septiembre de 2013, el economista francés Thomas Piketty publicó en la editorial Seuil Le capital au XXIe siècle. En un principio, salvo en Francia, el libro pasó sin pena ni gloria, hasta su publicación en inglés el pasado mes de abril, donde se ha convertido en un fenómeno editorial. Se dice que ha vendido más de 400.000 copias en el mundo anglosajón después de que la edición francesa haya superado a la fecha los 100.000 ejemplares.

Piketty, aunque desconocido para muchos, no era la primera vez que abordaba el problema económico de las desigualdades. Sólo o en compañía de Emmanuel Saez había tratado este problema en varias ocasiones, y sus artículos eran ya conocidos en conferencias y revistas especializadas.

También, en la lejana fecha de 2002, junto con Daniel Cohen y Gilles Saint-Paul, editó The Economics of Rising Inequalities, publicado por Oxford University Press. Ahí se encuentran una docena de artículos sobre el problema de las desigualdades con autores tan reconocidos como Daron Acemoglu. Se puede asegurar que este último trabajo de Piketty no es, por tanto, ninguna ocurrencia de última hora.

Sin embargo, y especialmente en España, pocos han sido los que han defendido a este economista; quizás por no haber profundizado demasiado y venir influidos por las críticas nacidas en el mundo anglosajón, encabezadas por el gobernador del Banco de Inglaterra Mervyn King, y otros colegas como James Galbraith de la Universidad de Texas o Michael Husson del Institut de recherches économiques et sociales (Ires).

Se trata de críticas de economistas de corte neoliberal, que han visto en Piketty un ataque a la economía de mercado. O como el propio King aseguraba: "Piketty ha tratado de exacerbar los salones de intelectuales de izquierdas de Nueva York o de París". Sin embargo, casi nadie ha recordado el apoyo que este economista ha recibido de grandes personalidades de la economía, como son Paul Krugman, Lawrence Summers, Robert Solow o Joseph Stiglitz.

Como tampoco se ha citado un reciente estudio de la OCDE publicado el mayo pasado: Focus on Top Incomes and Taxation in OECD Countries: Was the Crisis a Game Changer?, accesible desde la web de esta institución, donde se consolidan, de alguna manera, los postulados de Piketty.

Basta ver en este estudio cómo las desigualdades se han acentuado en los últimos treinta años, con Estados Unidos a la cabeza; donde el 1% de los más ricos han doblado prácticamente su participación en la riqueza total, llegando casi al 20% de la misma. Con la particularidad de que los más ricos de este grupo, que constituye el 0,1% de los más afortunados, acumula en Estados Unidos el 8% de la riqueza total.

Una cifra muy superior al caso de Canadá, del Reino Unido o de Suiza, donde la cifra se mueve entre el 4% y el 5%. Mientras que en Francia, este mismo grupo alcanza el 3% de la riqueza, aproximadamente.

En otro orden, el estudio de la OCDE muestra que el 10% de los más ricos, obtienen su riqueza principalmente de las rentas del trabajo. Siendo necesario subir en la escala social para que sean las rentas de capital las que constituyan la base de esa riqueza. Y es que una de las circunstancias por las que se dan esas diferencias, aparte del fenómeno de la globalización, o de la propia financiarización de la economía, reside en el hecho de que las políticas fiscales han sido más favorables a los que más ingresan.

Una circunstancia sostenida igualmente por algunos estudios del Fondo Monetario Internacional; orientación que coincide con los postulados de Thomas Piketty, cuando hacia el final de su libro concluye que sería necesario un impuesto progresivo sobre el capital; que sugiere que debería implantarse a nivel global, o al menos en el seno de la UE. Un criterio demasiado socialista para algunos que no ven el deterioro de una sociedad que acumula tasas de desempleo imposibles de mantener, especialmente en los más jóvenes, a la vez que suma una creciente deuda pública sin hacer lo suficiente para reducir el gasto de esta naturaleza.

Donde parece, igualmente, que las recetas para salir de la última crisis financiera ha estado más dirigida a proteger a ciertas clases privilegiadas, más que buscar el bienestar de la gente. Lo que conduce a pensar en una suerte de crisis del capitalismo, cuyas contradicciones llevan a algunos a pensar que su suerte está echada, incluso considerando que el capitalismo se reinventa a sí mismo después de cada crisis, de acuerdo con la idea schumpeteriana de la destrucción creativa.

Donde otros intelectuales, como el profesor de la Universidad de Nueva York, David Harvey, sugieren equivocada si la innovación se dirige únicamente a crear desempleo, a la vez que se extraen rentas de capital asociadas a los derechos de propiedad intelectual. Lo que Harvey mantiene en su última obra: Seventeen Contradictions and the End of Capitalism; o como también se sostenía en varios de los capítulos del libro impulsado el año pasado por Craig Calhoun, director de la London School of Economics: Does Capitalism Have a Future? Lo cual nos lleva a la última propuesta de reforma fiscal: todo apunta a que será una oportunidad perdida.

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