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lunes, 28 de julio de 2014

A los mercados no les importa el mundo

Matthew Lynn, El Economista

Un avión que transportaba a unas 300 personas inocentes es derribado en una de las fronteras más peligrosas del mundo. Israel invade Gaza, reabre las heridas más profundas de Oriente Medio y podría provocar otro conflicto regional. A varios cientos de kilómetros, un levantamiento militar amenaza con convertir a Irak en un estado terrorista hecho y derecho. Al mundo no le han faltado motivos de preocupación en la última semana, ni catástrofes y conflictos a las noticias. ¿Y cómo han reaccionado los mercados financieros? Un par de bolsas han bajado y el oro dio uno de sus movimientos reflejos hacia arriba pero, en general, apenas registraron reacciones. Como si nada importante estuviera pasando.

Y en eso hay un mensaje interesante. A los mercados ya no les interesa lo que pase en el resto del mundo. Los días cuando la geopolítica podía afectar al precio de las acciones, los bonos, las materias primas o las monedas han quedado relegados al pasado. Hay dos explicaciones posibles: primero, que ya no hay más guerras o revoluciones que puedan cambiar drásticamente el panorama de la economía global y segundo, que los mercados están tan inflados de facilitación cuantitativa y dinero fácil de los bancos centrales que cualquier acontecimiento palidece de trivialidad por comparación. La verdad se sitúa en un punto intermedio. De todas formas, los inversores pueden ignorar sin miedo la guerra y la política a partir de ahora cuando estructuren su porfolio. El declive del interés de los mercados financieros en lo que ocurre en el mundo se hizo patente hace un tiempo. La Primavera Árabe que derrocó a gobiernos de todo Oriente Medio fue probablemente, la última serie de levantamientos en tener repercusiones reales y, sin embargo, se limitaba en gran medida a los índices fronterizos como el de Egipto, que no importan mucho en general.

Pero este año ha sido muy visible, y eso que en los últimos meses no ha faltado dramatismo. La anexión rusa de Crimea y posible invasión del este de Ucrania, constituye la primera gran redistribución de fronteras nacionales en Europa desde hace mucho y podría convertirse fácilmente en el inicio de un nuevo periodo de conflicto entre Rusia y Europa occidental, la salva inicial de otra guerra fría. También el levantamiento militar en Irak podría acarrear la creación de un estado islámico terrorista en un país con unas de las mayores reservas de petróleo en el mundo, y al que hace sólo una década Estados Unidos otorgaba tal importancia estratégica que lo invadió para derrocar lo que consideraba un régimen corrupto. La tensión entre israelíes y palestinos no es precisamente nueva. La última invasión de Gaza sólo es una etapa más en la larga y triste historia del conflicto. Aun así, sigue siendo una de las regiones más contenciosas del mundo y donde cualquier acción militar amenaza con una conflagración mayor. No hace tanto tiempo, cualquier suceso geopolítico como ésos habría provocado importantes oscilaciones en los mercados financieros. Tras los atentados del 11S en Washington y Nueva York, las bolsas se desplomaron. La invasión iraquí de Kuwait provocó una ola de ventas y los conflictos de Oriente Medio en los setenta mandaron el precio del petróleo por las nubes y hundieron la bolsa.

Ahora, los sucesos que hemos visto hace una semana se consideran de mínima importancia. El periodismo financiero es un negocio tan conservador como cualquier otro y no han faltado los titulares sobre el hundimiento bursátil desde el derribo del avión malasio pero, si miramos de cerca, lo interesante no fue que el mercado se moviera tanto sino tan poco. El dow, al igual que otras bolsas, perdió un 1 por ciento tras la noticia y enseguida recuperó las pérdidas un día después. Fue un movimiento modesto, típico de cualquier semana. Es cierto que el índice de Moscú hizo frente a más ventas, a raíz del endurecimiento de las sanciones de EEUU, pero apenas bajó del orden del 4 por ciento o 5 por ciento durante un par de días. Lo cierto es que apenas hubo reacciones dignas de mencionar. Los titulares fueron sólo un reflejo. Y ante esto hay dos explicaciones.

La primera es que en el mundo post-guerra fría, ninguno de esos conflictos locales regionales importan mucho. Nada de lo que ocurra en Ucrania afecta realmente al comercio mundial. Su economía es tan ínfima que no es un actor de verdad. Aunque se hunda en el caos y la guerra civil, las multinacionales no van a ganar menos dinero que antes. Casi lo mismo pasa en Irak, que tampoco es un mercado importante para nadie. Hasta Oriente Medio pierde su poder de influencia en la economía global. El petróleo es su único producto de interés pero con el desarrollo del gas de esquisto y la caída del precio de la energía solar, ya es mucho menos importante que antes. Si estalla una guerra, no tiene por qué afectar a la calidad de vida en el mundo desarrollado.

El segundo motivo es que los mercados se han desvinculado del mundo real. En los cinco últimos años, los impulsan los bancos centrales. Las decisiones de los tipos de interés o de si seguir imprimiendo dinero o no, importan mucho más que cualquier guerra regional. Mientras que el Fed o el BCE mantengan la liquidez barata, seguirán subiendo, pase lo que pase fuera. Ejércitos de analistas y gestores de los grandes fondos macro se ganan la vida analizando las tendencias geopolíticas y trasladando el dinero en consecuencia. Y, cada vez más, parece una pérdida de tiempo. Nada de lo que ocurra fuera le importa ya a los mercados. Una guerra entre China y Japón podría cambiarlo. O el colapso de la Unión Europea y la moneda única. Pero a menos que sea algo tan grande (y ambos sucesos son muy improbables), los inversores pueden dejar de preocuparse por las noticias del resto del mundo porque ninguna va a afectar a su porfolio.

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