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miércoles, 4 de enero de 2012

Olivier Blanchard y sus cuatro duras verdades

Este artículo del economista jefe del FMI, Olivier Blanchard, fue publicado en el blog del FMI, Diálogo a fondo, y merece leerse por el diagnóstico que hace de la actual crisis financiera y sus duras verdades

Cómo cambian las cosas en un año…
2011 arrancó en modalidad de recuperación: débil y desequilibrada, es verdad, pero recuperación al fin y al cabo. Las dificultades parecían más manejables: cómo solucionar el endeudamiento excesivo en el sector de la vivienda en Estados Unidos, cómo abordar el ajuste en los países de la periferia de la zona del euro, cómo afrontar la volatilidad de la afluencia de capitales a las economías emergentes y cómo mejorar la regulación del sector financiero.

La lista era larga, pero parecía posible.

Sin embargo, la recuperación de muchas economías avanzadas está estancada, y algunos inversionistas contemplan incluso las implicaciones de una posible ruptura de la zona del euro, y existe verdaderamente la posibilidad de que nos enfrentemos a condiciones peores que las de 2008.

Hay cuatro lecciones principales que puedo extraer de lo ocurrido.

• Primero, tras la crisis de 2008-09, la economía mundial se ve confrontada con equilibrios múltiples, es decir desenlaces pesimistas u optimistas que se hacen realidad por su propio peso, con profundas implicaciones macroeconómicas.

Los equilibrios múltiples no son nada nuevo. Bien sabemos que los episodios de pánico bancario se autoalimentan: son la razón por la cual se crearon la garantías de depósitos. Y no hay economista que no haya estudiado en los libros de texto los ataques contra un tipo de cambio fijo que terminan ocurriendo por su propio ímpetu. Pero lo que aprendimos poco después del estallido de la crisis es que el financiamiento mayorista podía tener los mismos efectos, y que los episodios de pánico pueden afectar a las instituciones no bancarias tanto como a los bancos. Eso es lo que llevó a los bancos centrales a suministrar liquidez a un grupo mucho más amplio de instituciones financieras.

Lo que quedó más claro este año es que los problemas de liquidez, y el retiro masivo de fondos que provocan, también pueden afectar a los gobiernos. Como sucede con los bancos, los pasivos de los gobiernos son mucho más líquidos que sus activos, ya que básicamente se trata de ingresos tributarios futuros. Si un gobierno es solvente ante los ojos de los inversionistas, puede captar fondos a una tasa que no refleja ningún riesgo, pero si los inversionistas empiezan a tener dudas y exigen una tasa más alta, bien puede precipitarse una cesación de pagos (default).
Cuanto mayor el nivel de deuda, menor la distancia entre la solvencia y el default, y menor la distancia entre la tasa de interés asociada a la solvencia y la tasa de interés asociada al default. En este momento, los ojos están puestos en Italia, pero no nos engañemos: en este ambiente de fuerte endeudamiento público y nerviosismo entre los inversionistas que impera desde la crisis, muchos gobiernos se encuentran expuestos. Sin un suministro adecuado de liquidez para que las tasas de interés se mantengan a un nivel razonable, el peligro persiste.

• Segundo, las medidas de política incompletas o parciales pueden empeorar las cosas.

Como ya hemos visto, cuando en las reuniones de alto nivel se prometen soluciones que se cumplen a medias, o cuando los planes anunciados con bombos y platillos resultan insuficientes o golpean obstáculos prácticos, la imagen a menudo se resiente.
Para mí, la razón es que estas reuniones y estos planes sacan a relucir los límites de la política, que por lo general son consecuencia de desacuerdos entre los países. Antes de los hechos, los inversionistas podían no estar seguros, pero asignaban cierta probabilidad a la capacidad de los actores para cumplir lo prometido. Estos intentos tan visibles dejaron en claro que sencillamente no era posible cumplir con todo, por lo menos no en ese momento. Claramente, eso de que “mejor es haber intentado y fracasado que no haber intentando nunca” no siempre da resultado.

• Tercero, los inversionistas financieros sufren de esquizofrenia ante la consolidación fiscal y el crecimiento.

Reaccionan bien cuando se anuncia la consolidación fiscal, pero reaccionan mal cuando la consolidación lleva a un menor crecimiento, como suele ocurrir. Según algunas estimaciones preliminares que está preparando el FMI, no se necesitan grandes multiplicadores para que el efecto conjunto de la consolidación fiscal y del descenso del crecimiento que esta implica termine desembocando en un alza no una disminución de las primas de riesgo de los bonos públicos. Si los gobiernos se sienten obligados a responder ante los mercados, es posible que aceleren demasiado la consolidación, aun desde el estrecho punto de vista de la sostenibilidad de la deuda.

No me malinterpreten. Debe haber una consolidación fiscal sustancial y los niveles de deuda deben bajar. Pero como dijo Angela Merkel, se trata de una carrera de fondo, no de velocidad. Llevará más de dos décadas regresar a niveles de deuda prudentes. No olvidemos aquello de “sin prisa, pero sin pausa”.

• Cuarto, la percepción altera la realidad.

Para bien o para mal, los marcos conceptuales cambian con las circunstancias. Y una vez que cambiaron, no hay marcha atrás. Por ejemplo, en Italia no ocurrió nada en especial durante el verano. Pero una vez surgida, la percepción de que Italia era un riesgo se arraigó. Y las percepciones sí importan: una vez que los inversionistas con “dinero real” abandonan el mercado, tardan en regresar. Otro ejemplo: en el segundo semestre no sucedió nada importante que haya trastocado la situación económica de la zona del euro. Pero una vez que los mercados y los analistas empezaron a mencionar la idea del desmoronamiento del euro, esa idea se impuso y tampoco desaparecerá fácilmente. Muchos inversionistas financieros están preparando estrategias por si eso ocurriera.

Sumados, estos cuatro factores explican por qué el final del año es mucho peor que el comienzo.
¿Deberíamos perder las esperanzas? No, pero reencauzar la recuperación será más difícil que hace un año. Se necesitarán planes de consolidación fiscal creíbles pero realistas. Habrá que suministrar liquidez para evitar los equilibrios múltiples. No bastará con anunciar planes, sino que también habrá que ponerlos en práctica. Y tendrá que haber una colaboración mucho más eficaz entre todos los interesados.

Confío en que así será. La alternativa es francamente desagradable.

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