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lunes, 3 de noviembre de 2025

Los halcones a ambos lados del Atlántico acorralan a Trump

Incapaz de superar la idea de una mera congelación del conflicto, Trump acabó adoptando las posiciones antirrusas de los europeos y de los elementos más intransigentes de su administración.

Roberto Iannuzzi, Intelligence for the People

Las relaciones entre Estados Unidos y Rusia han empeorado considerablemente. Tras la conversación telefónica del 20 de octubre entre el secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, y el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, el primero recomendó a la Casa Blanca que cancelara la reunión prevista entre los presidentes de ambos países en Budapest.

A continuación, el Departamento del Tesoro anunció duras sanciones contra las dos principales compañías petroleras rusas, Rosneft y Lukoil, “tras la falta de un compromiso serio por parte de Rusia con un proceso de paz que ponga fin a la guerra en Ucrania”.

Dos días después, el 22 de octubre, el Wall Street Journal reveló que la administración Trump había eliminado las restricciones al uso por parte de Ucrania de misiles de largo alcance suministrados por los aliados europeos (que utilizan componentes y datos de localización procedentes de Estados Unidos).

Trump calificó la revelación como “noticia falsa”, pero el hecho de que la posibilidad de autorizar los ataques haya pasado del Pentágono al general Alexus Grynkewich, comandante (de origen bielorruso) de las fuerzas estadounidenses en Europa, y que los datos de localización sean proporcionados por los estadounidenses, deja pocas dudas sobre la veracidad de la noticia.

El 21 de octubre, un Storm Shadow británico impactó en una planta química rusa en Bryansk. Las restricciones al uso de estos misiles fueron introducidas por Elbridge Colby, subsecretario de Política del Pentágono, “halcón” con respecto a China, pero notoriamente escéptico con respecto al compromiso militar estadounidense en Ucrania y Oriente Medio.

En julio, dos expertos militares estadounidenses habían escrito que, al igual que el general Michael Kurilla había ganado la batalla contra Colby en Irán (recién bombardeado por Estados Unidos), Grynkewich debería hacer lo mismo en Ucrania.

Del mismo modo, el secretario del Tesoro, Scott Bessent, se llevó la parte del león al anunciar las sanciones a las compañías petroleras rusas.

En Truth, su red social favorita, Trump se limitó a republicar el anuncio del Departamento del Tesoro, de forma un tanto discreta y sin ningún énfasis.

Un Trump irascible e indeciso

Una actitud discreta por parte del presidente estadounidense, que pocos días antes se había mostrado muy duro con el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky durante la visita de este último a la Casa Blanca.

La reunión, celebrada el 17 de octubre, había dado lugar a acaloradas discusiones verbales entre ambos. Según reveló el Financial Times, Trump habría tirado los mapas del frente que Zelensky quería mostrarle, afirmando que Putin “destruiría Ucrania” si no cedía toda la región de Donbass.

Contrariamente a la narrativa dominante en los medios de comunicación occidentales, abrazada públicamente por el propio Trump, el presidente también le habría dicho a Zelensky que la economía rusa “va muy bien”.

Confirmando la frialdad de la Casa Blanca, al llegar a la base aérea de Andrews, cerca de Washington, Zelensky no fue recibido por ningún representante estadounidense, sino solo por representantes ucranianos.

Los comentaristas estadounidenses explicaron la dureza de Trump hacia Zelensky con la llamada telefónica que, solo un día antes, había tenido lugar, a petición del Kremlin, entre el presidente estadounidense y su homólogo Vladimir Putin.

Durante la conversación, definida por el asesor de Putin, Yury Ushakov, como “muy concreta” y “extremadamente franca”, es probable que el presidente ruso haya planteado la cuestión de los misiles Tomahawk, cuyo suministro a Kiev había sido planteado por Trump en las últimas semanas, y haya reiterado las condiciones rusas para resolver el conflicto.

Y fue durante esta conversación cuando los dos presidentes acordaron reunirse en Budapest, Hungría, en una especie de reedición de la reunión celebrada en Alaska en agosto, que había llevado a algunos a esperar una posible salida negociada al conflicto.

En realidad, la reunión de Alaska fue mucho más tensa y difícil de lo que se filtró inicialmente. Según informó recientemente el Financial Times, en esa ocasión Putin habría rechazado la oferta de un alivio de las sanciones a cambio de un alto el fuego.

El líder ruso habría insistido, en cambio, en la necesidad de resolver las causas profundas del conflicto, divagando en una serie de digresiones históricas que habrían irritado considerablemente a Trump, quien, también en ese caso, habría alzado la voz en varias ocasiones e incluso habría amenazado con marcharse.

Al final, la reunión se cerró en poco tiempo y se canceló el almuerzo previsto entre las delegaciones. Esto da una idea de lo frágil que era la supuesta distensión inaugurada por ese evento.

Obstruccionismo y provocaciones

Aunque el propio Trump no estaba dispuesto a ceder mucho en esa ocasión, hay miembros de su administración, y figuras visceralmente antirrusas en el viejo continente, que acogieron muy negativamente la noticia de una reedición de esa reunión en Budapest.

Una señal significativa fue el regreso del secretario de Defensa, Pete Hegseth, a la reunión del Grupo de Contacto para Ucrania, el 15 de octubre en la sede de la OTAN en Bruselas. Después de que Hegseth anunciara en febrero la retirada estadounidense de Europa, durante meses se abstuvo de participar en estas reuniones.

De vuelta en Bruselas, Hegseth advirtió que Estados Unidos “impondría costes a Rusia” si Moscú no aceptaba poner fin al conflicto. Sus declaraciones fueron recibidas con “alivio” por varios ministros europeos.

En Europa, la elección de Hungría, del “rebelde” Viktor Orbán, como sede de la reunión entre Putin y Trump fue otro factor que llevó a muchos a animar a cancelar esa cita.

Mientras tanto, Aleksandr Bortnikov, director del FSB, el servicio secreto federal de Moscú, acusó a las fuerzas especiales y a los servicios de inteligencia británicos de contribuir de manera decisiva a los ataques ucranianos contra las infraestructuras energéticas rusas.

Fuentes de la inteligencia militar de Moscú añaden que la CIA también participa activamente en la planificación de estas operaciones. La noticia, por otra parte, ha sido confirmada una vez más por el Financial Times.

“El momento más frágil”

Por su parte, Sergei Naryshkin, director del SVR (el servicio secreto extranjero de Moscú), hablando en una reunión de seguridad de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) en Samarcanda, Uzbekistán, advirtió que
el mundo está atravesando el momento más frágil para la seguridad internacional desde la Segunda Guerra Mundial, es decir, un período de transformación cualitativa del orden mundial».
Añadió que se está librando “una dura batalla” entre bloques opuestos para definir las reglas del futuro orden mundial, y observó que
nuestra tarea común y quizás principal es garantizar que la adaptación a la nueva realidad se produzca sin que estalle una guerra a gran escala, como ocurrió en etapas históricas anteriores.
Una tarea nada fácil, ya que, según Naryshkin, “vemos que los miembros europeos de la OTAN se están preparando para una guerra con nuestro país”.

En un contexto similar, era previsible que la anunciada reunión entre Trump y Putin en Hungría pendiera de un hilo, sobre todo porque el torpe intento de Trump de resolver el conflicto ucraniano por la vía negociadora había fracasado sustancialmente ya antes de la reunión de agosto en Alaska.

El escollo que llevó a cancelar la cita de Budapest fue, una vez más, la petición estadounidense de un alto el fuego inmediato, lo que confirma la alineación de Washington con las posiciones europeas.

Esta petición es inaceptable para Moscú, ya que conduciría a una guerra congelada cuyo único efecto sería permitir que Ucrania y la OTAN se reorganizaran para una futura reanudación del conflicto.

El concepto fue reiterado por enésima vez por el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, al día siguiente del anuncio de la cancelación de la reunión por parte estadounidense.

Las peticiones de un alto el fuego inmediato sin abordar las causas profundas del conflicto ucraniano contradice los acuerdos alcanzados por Putin y Trump en Alaska, declaró Lavrov.

Cabe preguntarse, a la luz de las últimas revelaciones sobre la actitud de Trump en esa ocasión, si desde el punto de vista estadounidense se llegó a alcanzar un acuerdo al respecto.

Por su parte, los europeos “celebraron” inmediatamente la cancelación de la reunión de Budapest y la imposición de represalias estadounidenses a las compañías petroleras rusas, aprobando a su vez el 19º paquete de sanciones contra Moscú.

Al mismo tiempo, el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, se dirigió a la Casa Blanca para agradecer a Trump y reiterar su convicción de que una “presión sostenida” sobre Rusia empujaría a Moscú a aceptar un alto el fuego.

Intransigencia con Moscú, condescendencia con Pekín

En conclusión, la fractura que se produjo entre las dos orillas del Atlántico con la llegada de Trump a la Casa Blanca y su posterior “apertura negociadora” hacia Moscú se ha recomponido en gran medida con el fracaso de dicha apertura (causado fundamentalmente por la insistencia de la Administración estadounidense en un alto el fuego inmediato sin condiciones) y la aceptación europea de asumir los costes de la guerra.

Incapaz de formular una visión coherente capaz de superar la idea de una mera congelación del conflicto, Trump acabó adoptando las posiciones antirrusas de los europeos y de los elementos más intransigentes de su administración.

Sin embargo, con el ejército ucraniano cada vez más en desventaja (en Pokrovsk y otras zonas del frente) y la evidente incapacidad europea para financiar realmente el esfuerzo bélico de Kiev, la estrategia occidental ha pasado de intentar derrotar a las fuerzas rusas en el campo de batalla ucraniano a aumentar los costes estratégicos del conflicto para Moscú, apuntando a su sector energético mediante sanciones y una campaña de ataques contra las infraestructuras en territorio ruso.

Probablemente se trate de un cálculo erróneo, además de peligroso, porque Rusia parece capaz de absorber esos costes y, en cualquier caso, no puede permitirse una derrota estratégica en Ucrania. Y será Kiev quien pague el precio más alto.

Después de todo, para Washington, Ucrania siempre ha sido sacrificable (al igual que para los europeos) con tal de debilitar a Moscú, manteniéndola ocupada en un conflicto a largo plazo, y desmantelar la integración económica euro-rusa.

El problema de Estados Unidos es que haber reconstituido un telón de acero en Europa, alimentando un conflicto arriesgado y sacrificando la prosperidad del viejo continente, no parece capaz de detener el imparable ascenso del verdadero adversario de Washington: China.

Así lo confirma la reunión que acaba de concluir entre Trump y el presidente chino Xi Jinping en Busan, Corea del Sur, que ha marcado una tregua temporal en la guerra comercial entre ambos países, caracterizada, sin embargo, por una retirada sustancial de la Casa Blanca.

Pekín ha aprovechado su posición hegemónica en el proceso de extracción y procesamiento de tierras raras, tan importantes para la industria de defensa estadounidense y para la revolución de la inteligencia artificial, con el fin de obtener de Washington una reducción sustancial de los aranceles.

Mientras que Trump se ha visto obligado a dar marcha atrás, China mantiene algunas restricciones a la exportación de minerales como el galio y el germanio, esenciales en la producción de semiconductores, mostrando a Washington quién tiene la sartén por el mango en el actual enfrentamiento tecnológico y comercial.


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