Nahia Sanzo, Slavyangrad
El pasado mes de febrero, el discurso de Pete Hegseth, que sorprendió a los aliados europeos, que no habían sido advertidos de antemano, causó en las capitales europeas un nerviosismo que ha oscilado estos meses entre lo cercano a la histeria al ver a Donald Trump recibiendo a Vladimir Putin en la alfombra roja de Alaska y el éxtasis que supuso saber que la guerra de Ucrania nunca carecerá de armas estadounidenses gracias al mecanismo de adquisición comercial de material por parte de los países europeos. Tener que cargar con el coste de las armas es una responsabilidad que los países europeos han adquirido con gusto. Según el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, actualmente hay 19 países que se han unido a lo conocido como Lista Preferente de Necesidades de Ucrania (PURL por sus siglas en inglés), una suerte de carta a los reyes magos que permite a Kiev disponer de una lista de la compra para que sus aliados europeos conozcan sus deseos y los cumplan con rapidez. El mecanismo es doblemente satisfactorio, ya que, además de ser una forma de garantizar que las demandadas armas estadounidenses sigan llegando de forma rápida y fluida al frente, es también una vía para mantener contento a Donald Trump. Escasas horas después de que, ante las miradas de todo el mundo, el presidente de Estados Unidos recriminara “¿qué pasa con el PIB?” a Pedro Sánchez -en clara referencia al aumento de gasto militar que exige a todos los miembros de la OTAN- y de que posteriormente amenazara con aranceles a los productos españoles, la ministra de Defensa Margarita Robles abrió la puerta a que España también se una como contribuyente a ese fondo común para la guerra. Pasar por caja no solo ayuda a Ucrania a continuar luchando, sino también a los países que desean complacer a la persona más importante del establishment occidental.
Las caras sombrías con las que Úrsula von der Leyen y compañía llegaron a la Casa Blanca tres días después del encuentro entre los presidentes ruso y estadounidense han desaparecido para dar paso a unas cada vez más visibles sonrisas de la guerra. El cambio responde a la desaparición del temido escenario del acuerdo entre Washington y Moscú o de una posible paz pactada que diera lugar a un tratado vinculante según el cual Rusia fuera a ser reincorporada como un país más a las relaciones internacionales occidentales, que habría supuesto una derrota estratégica para la UE y el Reino Unido, que en febrero de 2022 plantearon la guerra como un juego de suma cero con el que conseguir acabar económica y políticamente con su enemigo en el Kremlin.
Las reacciones al discurso con el que Pete Hegseth, ya no como secretario de Defensa sino de Guerra, ha llegado esta semana a Europa corroboran el cambio de escenario. “Si esta guerra no termina, si no hay un camino hacia la paz a corto plazo, Estados Unidos, junto con nuestros aliados, tomará las medidas necesarias para imponerle a Rusia el costo de su continua agresión. Si debemos tomar esta medida, el Departamento de Guerra de EEUU está dispuesto a hacer su parte de maneras que solo Estados Unidos puede hacer”, afirmó el expresentador de Fox News ante sus complacidos aliados. Entre sus dos discursos no solo se ha producido un continuo ir y venir de conversaciones telefónicas entre aliados, la catastrófica reunión del Despacho Oval entre Zelensky y Trump, un puñado de visitas de Steve Witkoff a Vladimir Putin, innumerables encuentros entre el Gobierno ucraniano y Keith Kellogg -generalmente para conseguir deshacer los escasos avances de Witkoff-, sino también un breve corte de suministro de armas e inteligencia a Kiev, la recuperación rusa de los territorios perdidos en la región de Kursk, y constantes reproches entre las diferentes partes en contienda. Estados Unidos ha pasado de amenazar a Ucrania si seguía siendo un obstáculo para la paz a dirigir toda su ira a Moscú, poniendo sobre la mesa aquello que solo está en manos de la gran potencia militar mundial, Estados Unidos.
Según escribía ayer Financial Times, Washington se plantea el envío de entre 20 y 50 misiles Tomahawk (aunque la cantidad real dependerá también de cuánto dinero estén dispuestos a emplear en ello los países europeos), unas intenciones que se unen a la presión que el Pentágono estaría ejerciendo sobre Alemania para que envíe finalmente los ansiados Taurus. Para financiar las armas, según The Telegraph, Donald Trump estaría valorando un nuevo mecanismo económico cuyo objetivo sería triple, ayudar a Ucrania, castigar a China y subordinar aún más a los países europeos a sus órdenes. “Donald Trump está trabajando en la creación de un fondo para la victoria de Ucrania que se financiará con nuevos aranceles a China. El presidente estadounidense ordenó a Scott Bessent, su secretario del Tesoro, que presentara el plan a sus homólogos europeos antes de la visita de Volodymyr Zelensky a Washington DC el viernes”, escribe el medio británico.
“Tenemos muchos Tomahawks”, se jactó el martes Donald Trump, cuya relación con la realidad tiende a ser cuestionable. Según el medio estadounidense, “Estados Unidos solo ha adquirido 202 Tomahawks desde 2022, pero ha usado al menos 124 contra los hutíes e Irán desde 2024. También es posible que Estados Unidos utilice Tomahawks en cualquier ataque en territorio de Venezuela”. Es obvio que los misiles estadounidenses supondrían un cambio cualitativo en las capacidades del arsenal ucraniano, aunque las cantidades que se están manejando indican que el anuncio busca también ser una herramienta de la guerra psicológica. Sin embargo, los Tomahawk tienen también un aspecto mucho más material, más allá de la destrucción que pudieran causar. “Si se aprueban, los misiles podrían entregarse con relativa rapidez, según un alto oficial militar occidental que participa en las conversaciones, y se desplegarían contratistas estadounidenses para ayudar en su uso. Eso eliminaría la necesidad de un entrenamiento exhaustivo de las tropas ucranianas, añadió el funcionario, y permitiría a Estados Unidos mantener el control sobre los objetivos y otras cuestiones”, escribe el artículo. La necesidad de participación directa de soldados alemanes, lo que en su opinión cruzaría el umbral de la beligerancia, fue el motivo por el que el excanciller Olaf Scholz siempre se negó a enviar misiles alemanes a Ucrania. Trump abre la posibilidad de que estadounidenses -sean soldados o contratistas- participen de forma aún más directa en la guerra común contra Rusia, que es ya la guerra proxy de Trump, no solo de Biden.
El discurso del trumpismo, una táctica para causar nerviosismo en Rusia y obligar al Kremlin a ceder, esconde el fracaso de los nueve meses de contactos, amagos de negociación y hojas de ruta que nunca llegaban a concretarse. Quienes en Ucrania y en las capitales europeas exigen a Rusia que acuda a la mesa de negociación nunca mencionan a cuál ni presentan términos que puedan negociarse en lo que es una forma de utilizar la idea de paz y de diplomacia para, en realidad, seguir manteniendo la vía militar como única posible. La felicidad con la que tanto Zelensky como los y las dirigentes de los países e instituciones europeas se refieren a esas condiciones de paz que no mencionan y a esa diplomacia que no existe lo muestran con claridad, como lo hacen también algunos titulares que destacan la agradable sorpresa del cambio de postura de Donald Trump. “A Ucrania le gusta su nuevo aliado: Trump”, titulaba ayer Politico.
“A pesar de los intensos ataques aéreos de Rusia contra el sistema energético del país, en Kiev se está extendiendo poco a poco la convicción de que el final podría estar finalmente a la vista. En la capital se espera que, para la primavera o el verano, el presidente ruso Vladimir Putin se tome en serio las negociaciones, con conversaciones para poner fin a la guerra en algún momento del próximo año”, escribe el artículo, confundiendo la intensificación de la guerra con su escalada. Horas antes, el presidente de Estados Unidos había ratificado su intención de aumentar el flujo de armamento y planteó la posibilidad de una ofensiva ucraniana, una posibilidad que tampoco se ha planteado públicamente ni parece ser la opción preferida de Kiev, posiblemente consciente del resultado que han tenido sus últimas grandes ofensivas: fracaso en Zaporozhie en 2023 y éxito inicial pero derrota final en Kursk entre agosto de 2024 y febrero de 2025.
Las intenciones ucranianas parecen acercarse más a lo escrito ayer por Mijailo Podolyak, encantado de las palabras de Pete Hegseth y de la intención de Donald Trump de castigar la postura rusa enviando más armas a Ucrania. “Se necesitan más armas y más militarización para ejercer presión. Las sanciones deben combinarse con ataques diplomáticos y presión en el frente. Los ataques con drones deben complementarse con misiles de largo alcance. El número de misiles que vuelan hacia Rusia debe ser al menos igual al de misiles rusos disparados contra Ucrania. Y debería haber 500 drones cada noche, no solo en Bélgorod, sino también más allá. Si las sirenas suenan constantemente para los rusos y estos están inmersos en el sentimiento de guerra, esto reducirá significativamente su apoyo a la agresión”, escribió el asesor de Andriy Ermak, mano derecha de Zelensky y actualmente en Estados Unidos realizando el trabajo previo para que la visita de hoy del presidente tenga como resultado anuncios concretos de medidas en todos los aspectos mencionados. Misiles, drones, ataques en el frente, sanciones y presión diplomática es la receta de Ucrania para conseguir el final de la guerra, es decir, una intensificación de tal nivel que Rusia tenga que aceptar los términos propuestos por Estados Unidos. No hay en las palabras de Podolyak exigencia de tanques u otro material necesario para una ofensiva terrestre. El plan ucraniano es simple y se limita al uso de la guerra aérea masiva para obligar al Kremlin a solicitar la paz o enfrentarse a una guerra total en amplias zonas de la parte occidental de la Federación Rusa.
Las palabras de Trump sobre la victoria o posibles acciones ofensivas, el uso del lenguaje del ultimátum a Rusia, el aumento del flujo militar y las posibilidades reales de obtener misiles con los que ni siquiera soñaba hace unos meses acercan la realidad a lo escrito esta semana por Mijailo Podolyak. “Proponemos un trato justo”, escribió el miércoles, “Ucrania reduce el riesgo para todo Occidente, Europa paga por su propia seguridad y Estados Unidos se beneficia de vender armas”. Con esas palabras, el oficial ucraniano hace explícito lo que ya había quedado claro. El plan ucraniano es simple: Ucrania mata -y muere-, los países europeos pagan y Estados Unidos se lucra.
Frente a esa sencilla pero destructiva idea, el intento ruso de contrarrestar las amenazas se gestó ayer por la tarde. Como anunció el propio Trump en su red social, las dos delegaciones se reunirán la semana que viene para dar paso a una segunda cumbre de presidentes. En esta ocasión, si Bruselas no lo impide -y es posible que las sonrisas europeas se hayan quedado heladas-, Vladimir Putin volverá, por primera vez desde la invasión rusa, a la Unión Europea y se reunirá con Donald Trump, en Budapest, Hungría. Por lo pronto, Rusia ha conseguido ya condicionar el orden del día de la reunión que mañana celebrará Volodymyr Zelensky con su homólogo estadounidense, que ayer insistió en que la conversación con Vladimir Putin será uno de los temas tratados en el encuentro.
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