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martes, 9 de septiembre de 2025

Los bombardeos y el discurso de escalada


Nahia Sanzo, Slavyangrad

Con el frente informativo tan importante como el militar para determinar triunfos y fracasos o victoriosos y derrotados, las imágenes y los sonidos de la guerra son utilizados, generalmente exentos de contexto, para imponer un determinado camino hacia la resolución. De la misma forma que las palabras victoria, paz y justicia tienen distinto significado para los diferentes actores, el término negociación, pronunciado en solitario, ha de ser leído acompañado de la coletilla “en sus términos” a continuación. Todos los actores que participan directa e indirectamente en este conflicto quieren que su bando obtenga una victoria, desean la paz, que se imponga la justicia y que termine la fase militar y se llegue a una mesa de negociación. Si se produce en sus términos, generalmente contradictorios y que hacen inviable un acuerdo con el oponente.

“Mientras Putin no ocupe Ucrania, estaremos ganando”, afirmó en una entrevista publicada ayer Volodymyr Zelensky, que rebajó notablemente el listón con el que espera que se valore el resultado final de la guerra. En más de tres años y medio, dirigentes occidentales se han referido repetidamente al término victoria, siempre sin llegar a definirlo. Las palabras del presidente ucraniano no suponen una definición real, aunque sí buscan instalar un estado de opinión algo más realista del “mientras sea necesario” que Occidente ha utilizado desde 2022 para dar a entender su voluntad de mantener el conflicto militar sine die. Sin embargo, la victoria no puede llegar si no implica una clara derrota ajena. “El objetivo de Putin es ocupar Ucrania; esto es destruirnos, ocuparla, ¿y la ocupó?», añadió en la entrevista, en la que insistió en que “quiere, por supuesto, ocuparnos por completo. Para él, eso es la victoria. Y hasta que no pueda hacerlo, la victoria está de nuestro lado. Es muy doloroso en la guerra por las muchas pérdidas. Por eso, para nosotros, sobrevivir es una victoria, porque sobrevivimos con nuestra identidad, con nuestro país, con nuestra independencia”. Manipular los términos y proyectar sobre el enemigo unos objetivos que no ha mostrado y unas capacidades que no tiene supone un intento de crear una realidad que cada vez es más alejada del sentido común.

“Que Rusia es tan débil que se mueve como un caracol en Ucrania, pero tan fuerte que atacará a la OTAN en cualquier momento ha sido siempre la disonancia cognitiva en el centro del argumento belicista”, comentaba estos días Leonid Ragozin, que ha comprendido finalmente que el ímpetu belicista no está solo en Rusia, sino que una parte importante de la culpa por los nulos avances hacia la paz no está en Moscú sino en las capitales que apoyan a Ucrania. Sin embargo, la actual retórica ucraniana y europea es útil precisamente para mantener, a la vez, el discurso de clara derrota rusa manteniendo la idea de que el Kremlin sigue siendo el peligro existencial para Ucrania y para Europa que nunca ha sido.

“La única razón para promover estas narrativas directamente contradictorias es prolongar una guerra que no tenía por qué ocurrir. Simplemente seguir diciendo que la guerra es existencial, pero que el enemigo está casi acabado. Simplemente echar unas decenas de miles de millones de dólares más al horno. Esta política no tiene ningún objetivo estratégico aparte del conflicto en sí mismo. Se trata de intereses privados, no nacionales ni globales. Se trata de beneficiarios”, añadió Ragozin. El discurso de Zelensky, según el cual Rusia ha perdido, no porque vaya a perder los territorios que ha capturado, sino porque deseaba unas conquistas completamente fuera de la realidad, implica dar por hecha una debilidad suficiente como para exigir a Occidente un esfuerzo más para que la derrota rusa sea un poco más dura, pero deja la puerta abierta a utilizar el argumento de la fortaleza militar de Moscú para instalar la retórica de miedo y justificar políticas de rearme y ruptura a nivel continental.

Debilidad y fortaleza se compaginan en la realidad de una forma más convincente que en el contradictorio discurso de un Zelensky que un día afirma que Ucrania ha de recuperar todos sus territorios y otro que sobrevivir es ya la victoria que buscaba. Tanto Rusia como Ucrania han mostrado su capacidad de dañar la retaguardia enemiga con una creciente guerra aérea lejos del frente. La práctica, que en el caso ucraniano busca minar las capacidades económicas petroleras –casualmente coincidiendo con la campaña del Tesoro de Estados Unidos para expulsar a su rival ruso del lucrativo mercado energético europeo- y, en el ruso, la producción de armas, coincide con la intensificación de la lucha de trincheras en el frente, aunque sin grandes progresos territoriales.

Sin interés en mostrar las realidades de los cambios en el frente más importante, el de Donbass, ni de conseguir llegar a una verdadera negociación, única vía con la que puede alcanzarse algún tipo de entendimiento que ponga fin al derramamiento de sangre, los medios, dirigentes y analistas occidentales se centran exclusivamente en presentar cada bombardeo ruso como el más amplio de la guerra, una clara escalada y muestra de que Rusia no desea la paz. Ayer, con el anuncio del uso de más de 800 drones y una docena de misiles, los medios volvieron a insistir en ese mismo mensaje que ya habían utilizado la semana anterior: Rusia busca amenazar y aterrorizar a la población civil, se trata de un bombardeo histórico al ser el que contaba con más proyectiles –siempre sin tener en cuenta que gran parte de esos drones son derribados y solo buscan saturar las defensas, sin causar los daños que causan los misiles- y Putin demuestra que ha engañado a Donald Trump al dar a entender que estaba abierto a reunirse con Zelensky y avanzar hacia la paz.

Uno de los lugares en el que se produjeron daños -no a causa de los misiles, sino de los drones derribados por la defensa aérea, por lo que ni siquiera puede darse por hecha la intencionalidad- supuso un argumento más para alegar escalada y exigir más armas para Ucrania y sanciones contra Rusia. “Cada ataque ruso es una elección deliberada y un mensaje: Rusia no quiere la paz. Los ataques de hoy, incluido uno contra un edificio gubernamental en Kiev, son parte de un patrón claro de escalada. Seguiremos apoyando la industria de defensa de Ucrania y endureceremos las sanciones contra Moscú”, escribió Kaja Kallas, ejemplo perfecto de la línea que han seguido la Unión Europea y los países miembros. “El mundo libre debe enviar más armas, incluidas armas de largo alcance, a Ucrania, e imponer más sanciones a Rusia, incluida la confiscación de dinero ruso en los bancos occidentales, para acelerar el fin de la guerra de Putin en Ucrania”, añadió, en claro lenguaje de la Guerra Fría y con su habitual insistencia en que la receta para conseguir el final de la batalla es intensificarla –receta que para Ucrania solo ha supuesto más muerte, destrucción y pérdida de territorios- el exembajador de Estados Unidos en Rusia Michael McFaul, que posteriormente publicó un post con el hashtag “Rusia es un Estado terrorista”. “Todos los edificios gubernamentales en Rusia son ahora objetivos legítimos”, añadió Marko Mihkelson, presidente del Comité de Asuntos Exteriores del Parlamento de Estonia, uno de los países más belicistas del continente.

La indignación provenía de la imagen publicada por la primera ministra ucraniana Yulia Svyrydenko, que mostró los daños que había sufrido el edificio del Consejo de Ministros y denunció el ataque como deliberado. “Por primera vez, el edificio del Gobierno de Ucrania sufrió daños directos: su techo y pisos superiores fueron alcanzados por el ataque enemigo. Los bomberos están extinguiendo el incendio y les agradezco su valentía y dedicación”, escribió para posteriormente añadir que “reconstruiremos lo destruido. Pero las vidas perdidas no se pueden recuperar. Rusia continúa aterrorizando y asesinando a nuestro pueblo a diario” y exigir que “el mundo” responda “a este terror no solo con palabras, sino con acciones decisivas. Es necesario intensificar la presión sancionadora, sobre todo contra el petróleo y el gas rusos. Se necesitan nuevas restricciones que afecten la maquinaria militar del Kremlin. Y lo más importante, Ucrania necesita armas. Solo la fuerza puede detener el terrorismo e impedir que Rusia mate a ucranianos a diario”. Pese a la retórica -y a la sangrante comparación con lo que a diario sucede en Gaza, bombardeos contra la población civil que destruyen edificios residenciales completos-, la propia Svyrydenko anunció la cifra de bajas: 4 muertes en un ataque con 800 proyectiles, difícilmente un intento de agresión deliberado contra la población civil.

“Un selfie histórico. La primera ministra ucraniana Svyrydenko tras el ataque aéreo ruso a su oficina”, escribió Ragozin, “el ataque pretendía demostrar que la defensa aérea ucraniana ya no es un obstáculo para los ataques rusos”. Esa es la lección más importante, la capacidad rusa de penetrar incluso en las zonas mejor defendidas de Ucrania, un presagio preocupante para Kiev en su intento de mantener el statu quo a la espera de ese colapso económico ruso que no llega. Pero es importante insistir también en ese aspecto de primera vez. Rusia ha tardado tres años y medio en dañar los edificios del Gobierno de su oponente, algo que Estados Unidos hizo en Irak el primer día de su campaña de shock y pavor con la que inició la invasión de 2004.

La realidad de la guerra, esa que los medios califican semanalmente de escalada intolerable rusa, es que los bombardeos continuarán a ambos lados del frente y de la frontera mientras no haya perspectivas de una resolución, para lo que es precisa una negociación real entre las partes implicadas directa e indirectamente. “El peligro en cualquier guerra es la escalada. Rusia parece estar intensificando la situación, con el mayor ataque de la guerra contra las oficinas del Gabinete de la República de Ucrania en Kiev. Estuve con su primera ministra Svyrydenko hace dos semanas en ese edificio. La historia demuestra que los acontecimientos pueden descontrolarse con acciones como estas. Por eso el presidente Trump está trabajando para detener esta guerra. El ataque no fue una señal de que Rusia quiera poner fin a esta guerra diplomáticamente”, escribió Keith Kellogg tratando de compaginar la retórica de escalada con la necesidad de avanzar en la diplomacia. Según los anuncios que se produjeron ayer, el impulso para lograr avances –ya sea por medio de incentivos o amenazas- se reanudará en las próximas horas en la Casa Blanca, donde se esperan visitas de mandatarios europeos en busca de coordinación en la presión a Rusia y ayuda a Ucrania.


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