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jueves, 21 de agosto de 2025

Cuando negar el genocidio es la norma

Poner fin al genocidio de Israel en Gaza y aislar a Israel en la escena internacional debe convertirse en la causa de todos los países que dicen representar los valores humanos
Palestinos hambrientos, entre ellos mujeres y niños, esperan con ollas en las manos para recibir comida mientras Israel sigue bloqueando la ayuda humanitaria para la Franja de Gaza, el 10 de agosto de 2025. (Khames Alrefi / Anadolu vía Getty Images)

Martin Shaw, Jacobin

Desde la Segunda Guerra Mundial, Alemania y su pueblo han tenido que afrontar la participación de sus antepasados en el mal emblemático de la era moderna, el Holocausto. Procesar los crímenes inimaginables que cometieron los nazis se convirtió en un tema importante para muchas familias. Pero también lo fue para el Estado alemán, que lo resolvió haciendo de la solidaridad con Israel (y el antisemitismo) su Staatsräson, literalmente, «razón de Estado». De hecho, a medida que el genocidio nazi se convirtió en un «mal sagrado» universal en el pensamiento occidental, estos mismos temas se convirtieron (en un lenguaje más familiar) en razones de Estado que unificaban todo el mundo liberal-democrático.

Cuando Hamás asesinó a cientos de civiles israelíes el 7 de octubre de 2023, los líderes y los formadores de opinión occidentales se apresuraron a interpretar sus acciones en este marco establecido. Hamás eran el nuevo nazismo, quienes alertaban sobre el ataque masivo de Israel contra civiles palestinos eran pro-Hamás y antisemitas, y la contraofensiva estaba plenamente justificada como «defensa propia».

Casi dos años después, la campaña que Occidente respaldó se ha transformado en el genocidio emblemático de nuestro siglo, y ese marco parece desgastado. Lejos de defenderse, Israel ha destruido sin piedad Gaza, ha matado, herido, desalojado y hambreado a su población, y ha amenazado con expulsar a los supervivientes del territorio para construir nuevas colonias judías y la «riviera» de Donald Trump. En el camino, el líder israelí, Benjamin Netanyahu, ha sacrificado a los rehenes de su país, a quienes Occidente adoptó como la razón principal para respaldar su campaña, en aras de la violencia sin fin y la supervivencia de su gobierno de extrema derecha.

A pesar de la despiadada exclusión de los periodistas internacionales por parte de Israel y del asesinato de sus homólogos palestinos, las víctimas han utilizado teléfonos móviles para difundir sus crímenes. Y a pesar de la complicidad de la mayoría de los principales medios de comunicación occidentales, han logrado traspasar la barrera: la opinión pública internacional se ha vuelto decididamente en contra de Israel. De hecho, la idea de que las acciones de Israel constituyen un «genocidio», una opinión marginal cuando yo y unos pocos más la argumentamos por primera vez en octubre de 2023, es ahora aceptada por casi la mitad de los votantes británicos y estadounidenses, según encuestas recientes.

El caso de genocidio ganó credibilidad cuando la Corte Internacional de Justicia (CIJ) determinó en enero de 2024 que existían «riesgos plausibles» para los derechos de los palestinos en virtud de la Convención sobre el Genocidio, pero la mayoría de los gobiernos y líderes de opinión occidentales ignoraron este hecho. De hecho, la propia palabra fue prohibida por muchos medios de comunicación. Sin embargo, el consenso sobre el genocidio cobró impulso a finales de 2024, cuando se presentaron pruebas y argumentos jurídicos de forma autorizada en el informe de Amnistía Internacional, y se ha convertido en una opinión casi aceptada desde que la política de hambre de Netanyahu comenzó a producir imágenes de niños demacrados durante la primera mitad del año.

Sin duda, la negación del genocidio sigue siendo la norma en los círculos oficiales. La Convención sobre el Genocidio compromete a los Estados signatarios a «prevenir y castigar» el crimen, razón por la cual los gobiernos occidentales, con la excepción de España, Irlanda y Eslovenia, son los principales detractores del veredicto de genocidio. Pero los líderes son obviamente conscientes de que Israel lo está cometiendo, sobre todo el primer ministro británico, Keir Starmer, que hace apenas una década defendió ante la CIJ un caso de genocidio menor (el de Croacia sobre el asedio serbio de Vukovar en 1991).

Se esgrime el argumento engañoso de que los Estados no pueden actuar hasta que la CIJ haya emitido un fallo definitivo (algo que podría no ocurrir hasta finales de la década), lo que convierte en absurdo el deber de prevenir. Se habla mucho de las dificultades que plantea el concepto de «genocidio», pero quienes lo niegan son igualmente vagos sobre si Israel está cometiendo crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra. También se ignoran las acusaciones de la Corte Penal Internacional contra Netanyahu: Francia, Italia y Grecia le han permitido cruzar su espacio aéreo en ruta hacia Washington, mientras que Polonia incluso lo invitó a la conmemoración del octogésimo aniversario de la liberación de Auschwitz.

El giro contra Israel y sus implicaciones

Sin embargo, todo esto está cambiando. Ahora que la crisis alimentaria de Gaza es evidente, incluso Donald Trump, que ve Gaza a través de la pantalla de su televisor, se ve obligado a reconocer que las imágenes son auténticas. Líderes centristas como Starmer, Emmanuel Macron y Mark Carney sienten la necesidad de protestar contra las acciones de Israel, y el reconocimiento del Estado de Palestina se ha convertido en el gesto del día.

Se trata de una táctica de distracción que, en sí misma, no impedirá que Netanyahu siga matando de hambre y bombardeando a los palestinos. Pero es señal de una crisis cada vez más profunda en Occidente. Sin un cambio fundamental en la dirección de Israel, su genocidio se convertirá en una carga cada vez mayor. De hecho, los críticos también están encontrando por fin su voz dentro de Israel, reconociendo la amenaza existencial que supone para el Estado su continuación.

No solo se ha roto el tabú de llamar «genocidio» a lo que es, sino que algunos israelíes están pidiendo sanciones internacionales, incluso «sanciones paralizantes», para detener a Netanyahu. Esto va mucho más allá de la suspensión de las negociaciones comerciales, que es lo máximo a lo que se atreven a instar a sus gobiernos algunos periódicos europeos serios, incluso aunque reconocen el genocidio.

Sin embargo, es obvio que los gobiernos occidentales ven con temor la adopción de medidas decisivas contra Israel, por tres razones principales. En primer lugar, muchos políticos han puesto en juego su futuro ideológico y práctico al apoyar a Israel durante los últimos veintidós meses. Muchos están profundamente comprometidos con las ideas sionistas y antisemitas y tienen profundas conexiones en las redes que Israel ha cultivado en las sociedades occidentales durante décadas. El caso del Reino Unido es emblemático: Starmer ha honrado su alianza militar con Israel, proporcionándole vigilancia aérea sobre Gaza. Incluso cuando cambió de postura sobre el reconocimiento, prohibió Palestine Action, un grupo de protesta de acción directa, como organización «terrorista».

En segundo lugar, las instituciones económicas, culturales y científicas israelíes están profundamente arraigadas en Occidente, y muchos israelíes tienen profundos vínculos con los países occidentales. Israel no es solo un pequeño Estado y una sociedad genocida en Oriente Medio; se ve a sí mismo, y lo que es más importante, es visto en gran medida en Norteamérica y Europa, como parte integrante de Occidente. Sus empresas armamentísticas, que prestan servicio al genocidio, están arraigadas en las economías occidentales: un comandante de las FDI que se jactó abiertamente de la destrucción total y deliberada de Gaza resulta que trabaja, en la vida civil, para Rafael, una empresa armamentística israelí que ofrece armamento probado en combate en países occidentales.

En tercer lugar, romper con Israel implica una divergencia radical con Estados Unidos, que ha desempeñado un papel central en el genocidio de Israel y, bajo Trump, participa activamente en él. Las inversiones de los Estados occidentales en sus relaciones con Estados Unidos eclipsan las que realizan en Israel; se han doblegado ante Trump en materia de aranceles y han decidido que no pueden prescindir de él en Ucrania. Los dirigentes intentan desesperadamente evitar una ruptura abierta: Starmer solo siguió a Macron en el reconocimiento de Palestina después de parecer consultarlo con Trump; tanto él como Mark Carney condicionaron su apoyo y trataron de demostrar su continua lealtad a los intereses israelíes.

Algo tiene que ceder, y todo apunta a que será principalmente por parte de Europa. Trump ha leído la adulación de Starmer, los halagos del secretario general de la OTAN, Mark Rutte, y la autohumillación de la presidenta de la UE, Ursula von der Leyen, y sabe que sus protestas no son suficientes para impedir que Israel complete su genocidio, mediante la concentración masiva, la expulsión o cosas peores.

Romper con Israel

Sin embargo, el cambio de retórica de los líderes occidentales centristas, reforzado por las crecientes críticas dentro del propio Israel, ofrece oportunidades reales al movimiento contra el genocidio. La legitimidad de Israel está en su punto más bajo y el regreso de Trump ha reducido drásticamente el apoyo europeo a la alianza con Estados Unidos, por mucho que los líderes intenten mantenerla a flote. Los valores proclamados por Occidente quedan claramente al descubierto por su tolerancia hacia un Estado genocida flagrante en el seno de su «familia» de naciones.

Además, hay genocidas israelíes presentes y de paso en otros países occidentales: desde altos ministros y funcionarios —como el ministro de Asuntos Exteriores y los jefes de las Fuerzas de Defensa de Israel y su fuerza aérea, todos ellos bienvenidos en el Reino Unido en los últimos meses— hasta personas que han participado en el genocidio de Gaza. La detención de dos soldados en Bélgica el mes pasado podría ser la punta del iceberg de un problema mucho mayor, si las fuerzas del orden occidentales empiezan a tomarse en serio los crímenes israelíes.

Con Israel y los líderes occidentales que lo han permitido y protegido a la defensiva, es hora de que los activistas solidarios con Palestina presionen para que se rompa por completo la relación entre sus países e Israel. Está claro que expresar preocupaciones y hacer peticiones al Estado genocida, como sigue haciendo Occidente en su mayoría, e incluso medidas unilaterales limitadas como restricciones parciales a la exportación de armas, no cambiarán sustancialmente las políticas de Israel mientras Estados Unidos lo respalde. Solo una presión sin precedentes sobre los gobiernos de Israel y Estados Unidos, desde toda Europa y el mundo, así como desde dentro de esos países, puede obligarlos a cambiar. Los valores proclamados por Occidente quedan claramente al descubierto por su tolerancia hacia un Estado genocida flagrante en el seno de su «familia» de naciones.

Esta presión debe centrarse en la idea de «romper con Israel», un boicot integral que esté a la altura del horror del genocidio. No se debe tolerar a ningún Estado que cometa esto, y la ruptura de relaciones debe ser total. Deben cancelarse los acuerdos y vínculos militares, comerciales y culturales. Deben prohibirse las importaciones y exportaciones, tanto comerciales como militares, de todo Israel, no solo de los territorios ocupados ilegalmente. Deben prohibirse todos los ministros y figuras públicas israelíes que hayan apoyado el genocidio, no solo los ministros de extrema derecha simbólicos. Se debe poner fin a la exención de visados para viajar desde Israel a otros países —actualmente lo permiten 170, incluidos muchos que se oponen nominalmente al genocidio de Gaza— para impedir la entrada de quienes han participado en el genocidio.

Estas exigencias serán obviamente muy difíciles de cumplir para las comunidades judías, y especialmente para las familias israelí-estadounidenses, israelí-británicas y otras con doble nacionalidad, por lo que necesitarán el apoyo de los judíos antisionistas. Pero si nos tomamos en serio el «nunca más» tras el Holocausto, esto también se aplica a Israel. El reconocimiento del genocidio por parte de B’Tselem, Médicos por los Derechos Humanos-Israel y otros judíos israelíes es obviamente crucial para legitimar la exigencia de una ruptura antigenocida con el Estado dentro de la comunidad judía mundial.

Es evidente que este tipo de exigencias están muy por delante de la posición actual aún de los gobiernos occidentales más progresistas. Pero son el tipo de presiones que se ajustan a la creciente conciencia del genocidio en todo el mundo. Son las acciones, y no las palabras, las que Israel e incluso Donald Trump tendrán en cuenta. Poner fin al genocidio de Gaza debe convertirse en la nueva razón de Estado de todos los países que dicen representar los valores humanos. Solo en este contexto, el nuevo apoyo occidental al reconocimiento del Estado de Palestina puede ayudar a poner fin al genocidio y a encaminar un futuro significativo.

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