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jueves, 14 de agosto de 2025
Antes de la cumbre: las exigencias ucranianas
Nahia Sanzo, Slavyangrad
La atención informativa en Ucrania continúa centrada en dos aspectos diferentes, pero directamente vinculados: la situación en el frente y la preparación de la reunión de este viernes entre Donald Trump y Vladimir Putin en Alaska. En ambos casos, el estado de ánimo oscila entre el miedo a perderlo todo y la insistencia en que todo va bien y la victoria está a la vuelta de la esquina. Mientras las autoridades del ejército afirman que la brecha al noreste de Pokrovsk-Mirnograd en dirección a Dobropilia es fruto del avance de tres grupos de sabotaje rusos formados por apenas una docena de personas y se insiste en que uno de ellos ya ha sido neutralizado y los otros dos serán destruidos, ayer, el mapa de control del territorio -o de presencia de tropas en zonas del frente en ausencia de tropas enemigas- se extendió aún más, aunque ya no con la rapidez de los últimos días. Ante la calma absoluta que quieren proyectar Volodymyr Zelensky y su entorno, oficiales, soldados e influencers militares alertan, en muchos casos en posts plagados de improperios, de que la situación está lejos de estar bajo control. Aunque muy posiblemente exagerada, ya que no hay movimiento de blindados rusos ni avance masivo de tropas, la versión crítica está obteniendo el favor de la prensa occidental. Al fin y al cabo, ¿era necesario movilizar a algunas de las mejores unidades disponibles para acabar con tres grupos de sabotaje rusos que no suponían un peligro grave?
Como en ocasiones anteriores, frente a los problemas, hay un chivo expiatorio claro, Oleksandr Syrsky, un arte que, como recordaba ayer Leonid Ragozin, “es un género manido en Ucrania (con gente como Bezuhla y Krotevych, de Azov, a la cabeza), pero aquí hay medios occidentales serios que se suman al coro con la dupla simplista de Syrsky «soviético» versus comandantes «progresistas» ilustrados por la OTAN y la altamente exitosa cadencia de Zaluzhny versus Syrskys plagados de derrotas”. El comentario del periodista opositor ruso se refería a un extenso reportaje de The Wall Street Journal en el que se argumenta, como comentaba Yaroslav Trofimov, uno de sus periodistas más prominentes, que “Ucrania triunfó durante el primer año de la guerra porque su ejército luchó de forma diferente. Tras la sustitución de Zaluzhny por Syrsky el año pasado, la guerra se ha convertido en una guerra entre un pequeño ejército soviético y un gran ejército soviético, con consecuencias predecibles”. “Syrsky no es más soviético que Zaluzhny”, recordaba Ragozin, pero cuenta con el hándicap de haber nacido en Rusia, un argumento suficiente para quienes prefieren buscar explicaciones sencillas a problemas complejos. “Cuando al ejército ucraniano le va bien, es porque le enseñamos la doctrina y el material occidentales. Cuando le va mal, es porque sigue siendo soviético”, comentaba la activista feminista Almut Rochowanski, a lo que el sociólogo ucraniano Volodymyr Ischenko añadía el “elefante en la habitación”, “la falta de voluntad de la mayoría de los ucranianos para sacrificarse por este Estado y la asombrosa debilidad de su capacidad de movilización —no solo en el sentido militar estricto, sino en términos sociales más amplios—, que el reclutamiento forzoso no ha hecho más que erosionar aún más. Ni siquiera un general brillante puede ganar una guerra sin soldados”. A esos argumentos hay que añadir que Ucrania tuvo sus mejores éxitos en la primera fase de la guerra y no ha podido repetirlos después por la capacidad de adaptación y mejora en la actuación de la Federación Rusa, es decir, ese gran ejército soviético.
Pese a las palabras de tranquilidad, el frente sigue preocupando, ya que la tendencia de movimiento de la línea de separación, que retrocede contra Ucrania, es uno de los indicadores de fortaleza, un aspecto importante ante el inicio de un proceso de negociación. Sin embargo, al contrario que para Rusia, la situación en el campo de batalla no es su principal carta, ya que su potencial radica, no tanto en su ejército, sino en la capacidad de sus aliados de imponer condiciones más favorables de lo que dictaría el equilibrio de fuerzas entre Kiev y Moscú en el frente y la retaguardia. A ello debía dedicarse el día de ayer, en el que Zelensky viajó a Berlín para participar junto al canciller Merz en la conversación telefónica colectiva en la que los aliados europeos aspiraban a convencer a Donald Trump de que mantenga una posición dura hacia Rusia en la reunión del viernes y se cree un proceso de negociación que lleve a la paz más conveniente para los aliados continentales de Kiev.
“Excelente conversación con el presidente de Estados Unidos, Volodymyr Zelensky y los líderes europeos antes de la reunión del presidente Trump con Putin en Alaska. Estamos unidos para impulsar el fin de esta terrible guerra contra Ucrania, lograr una paz justa y duradera. Agradecemos el liderazgo de Donald Trump y la estrecha coordinación con los aliados. La pelota está ahora en la cancha de Putin”, escribió Mark Rutte, en un mensaje que bien podría ser considerado el estándar de la parte de la guerra que no está interesada en una paz que se asemeje a la realidad actual. Los países europeos insisten en una paz por medio de la fuerza que no han podido conseguir por lo militar y para la que no han sido capaces de presentar una alternativa clara a los dos escenarios actualmente posibles, la continuación de la guerra o el proceso de diálogo iniciado por Donald Trump y que solo puede llevar a la paz -o alto el fuego- con unos compromisos que no desean aceptar. Sin grandes ideas que proponer y manifestándose siempre en forma de eslogan publicitario, los países europeos insisten en que sea Rusia quien ceda y presentan la situación actual como un momento en el que es Moscú quien tiene que ceder a sus dictados sin ofrecer una salida diplomática más allá de planes inviables destinados a que sean rechazados por el Kremlin y convertir así la negativa rusa a ofrecer la rendición en argumento para continuar con la presión militar, económica, política y diplomática.
Los detalles sobre la conversación de ayer son escasos, aunque los comentarios realizados dan una idea sobre cuál será el tono en el que se producirá la reunión de presidentes del viernes. Como ya podía imaginarse teniendo en cuenta las declaraciones de Donald Trump o de Caroline Levitt, portavoz de la Casa Blanca, que rebajó claramente las expectativas de la reunión de este viernes a toma de contacto entre los dos líderes, el presidente de Estados Unidos explicó a sus aliados europeos y a Ucrania que su objetivo es lograr un alto el fuego y saber si existen las posibilidades para lograr posteriormente un acuerdo final de paz. El escenario planteado es el preferido por la UE, ya que implica imponer sobre Rusia un alto el fuego que detenga sus progresos, pero no otras medidas como el rearme de Ucrania o el levantamiento de sanciones, cuestiones que quedarían para un futuro incierto en el que dilatar y manipular el proceso. Teniendo en cuenta que Rusia persigue evitar ese interregnum entre la guerra actual y una situación de paz por ausencia de conflicto con un tratado vinculante que ponga fin al conflicto, mientras que Ucrania aboga por un alto el fuego que deje prácticamente todos los aspectos importantes en el aire, Donald Trump necesitará descifrar cuál es la voluntad real de paz, no solo en Alaska, sino también en las capitales europeas y, sobre todo, en Bankova.
Con aún menos argumentos que los países europeos, que al menos disponen de la carta del veto en el levantamiento de las sanciones como herramienta con la que presionar a Donald Trump en busca de un acuerdo más favorable, Ucrania insiste también en presentarse como la parte más fuerte y capaz de dictar los términos de la reunión del viernes y del proceso de negociación en general. Varios medios, entre ellos The Telegraph y Politico han publicado estos días la posición negociadora de Ucrania, unas exigencias de máximos que Kiev solo puede permitirse por disponer del apoyo económico, financiero, militar y político de la Unión Europea, el Reino Unido y Estados Unidos.
En un artículo titulado “Qué pide Ucrania en Alaska”, Politico deja claro que, pese a su ausencia en la reunión, el punto de vista de Kiev estará presente en la cumbre a dos en la que Donald Trump ya ha dejado claro que aspira a imponer el camino más favorable a los intereses de Zelensky. Un alto el fuego sin una vía clara y directa a una negociación de cuestiones finales, que necesariamente implicarían concesiones duras que Ucrania no está dispuesta a firmar en un tratado, agruparía los dos principales objetivos del actual Gobierno ucraniano: mantenerse en el poder y poder decir a su población que, sin ceder territorio, ha detenido la guerra. Al igual que en septiembre de 2014 y febrero de 2015, se pretende obligar a Rusia a aceptar un alto el fuego cuando Ucrania se encuentra a la defensiva y con serios problemas en el frente, un símil más con la repetición del temido y odiado escenario de Minsk.
Las exigencias ucranianas son una mezcla de la Fórmula de Paz con la que Zelensky quiso darse un baño de multitudes entre sus aliados, excluyendo explícitamente a Rusia, hablando de una paz que en realidad era una simple exigencia de capitulación a Rusia, y el Plan de Victoria, con el que se dirigía a sus aliados por medio de una lista de objetivos que debían cumplir para conseguir la rendición rusa. La diferencia con respecto a esos dos momentos -el primero antes del fracaso final de la contraofensiva de Zaporozhie y el segundo cuando Ucrania disponía de la carta de Kursk y el frente estaba completamente paralizado- es el equilibrio de fuerzas, mucho más favorable a Rusia en estos momentos. Para compensar esa evidente debilidad, Ucrania se aferra a la paz por medio de la fuerza y a la autoridad de Donald Trump, del que espera un ultimátum que obligue a Rusia a acatar unos términos que evidentemente no puede aceptar en las condiciones actuales.
“Además de lo que prometen ser acalorados debates sobre la continua ocupación ilegal del territorio ucraniano por parte de las fuerzas rusas, Kiev querrá asegurarse de que Moscú pague por los cientos de miles de millones de dólares en daños que ha causado y devuelva a los 20.000 niños secuestrados, junto con los prisioneros de guerra. Principalmente, Ucrania quiere un acuerdo que ofrezca garantías de seguridad significativas y no se limite a permitir que Trump y Putin se alíen para reintegrar a Rusia en la economía mundial. Eso solo permitiría a Putin fortalecer a Rusia para lanzar nuevas ofensivas·, escribe Politico, evidentemente desde un punto de vista proucraniano y utilizando la retórica habitual de Kiev. De sus demandas en los planes de paz anteriores, Ucrania solo renuncia a exigir a Rusia la retirada incondicional de los territorios ucranianos, posiblemente porque su principal patrón, Donald Trump, ya ha dejado claro que ese objetivo es inviable. Ucrania sigue exigiendo centenares de millones en reparaciones de guerra -pese a que una parte importante de los destrozos se encuentran en la parte del territorio que Kiev aspira a recuperar en el futuro pero que quedará bajo control ruso y que Rusia tendrá que reconstruir por su cuenta- y, sobre todo, mantiene su discurso en lo que respecta a la cuestión más importante, la seguridad.
En 2022, uno de los motivos por los que el acuerdo entre Rusia y Ucrania fue imposible fue precisamente la cuestión de las garantías de seguridad que Ucrania exigía tanto de su enemigo, dispuesto a negociar los términos, y sus aliados, que filtraron a la prensa su rechazo a ofrecer a Kiev algo equivalente al Artículo V de seguridad colectiva que pedía. Zelensky es consciente de que ya no puede, ni siquiera en su planteamiento de máximos, exigir la devolución de todo el territorio, especialmente cuando se está hablando de si tendrá que ceder o no más áreas a Rusia, pero cuenta con más apoyo europeo a la hora de buscar una solución más favorable a sus intereses en el ámbito de la seguridad, el rearme y su camino euroatlático. “Ucrania, aunque aparentemente dispuesta a ceder algo de territorio”, afirma esta semana The Telegraph para referirse, en realidad, a aceptar los hechos consumados sobre el terreno, “solo aceptará un acuerdo de paz que le ofrezca garantías robustas de seguridad en forma de entrega de armas y un camino a la adhesión a la OTAN”. Aunque a lo largo de esta semana se ha hablado únicamente de la cuestión territorial y de dónde quedará la frontera de facto -previsiblemente en el frente actual o con unos cambios mínimos-, la estructura de seguridad es el aspecto que puede hacer inviable cualquier tipo de negociación, ya que la posibilidad de presencia de la OTAN en Ucrania, sea bajo su bandera o la de los países europeos miembros de la Alianza, es algo que Rusia no puede aceptar como parte de un acuerdo. Esa, acompañada del desinterés estadounidense por cualquier aspecto que no se limite a la cuestión territorial, es la baza de los países europeos para imponer su paz.
“Esta guerra debe ser terminada”, escribió ayer Zelensky en esa voz pasiva que indica que espera una acción externa que logre por él el final de la guerra. Por si quedaba alguna duda, el presidente de Ucrania insistió en que “es necesario ejercer presión sobre Rusia en aras de una paz justa. La experiencia de Ucrania y de nuestros socios debe aprovecharse para evitar el engaño ruso”. Paz justa, es decir, manteniendo abierta la posibilidad de recuperar en un futuro los territorios perdidos y con una vía clara a la OTAN, de facto o de iure, implica presión, fundamentalmente armamento para Ucrania y sanciones para Rusia. En eso, Zelensky cuenta con el apoyo de Trump, que ayer volvió a su retórica de hace dos semanas para advertir a Rusia de “consecuencias muy severas” si Vladimir Putin no acepta el viernes detener la guerra.
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