Nahia Sanzo, Slavyangrad
Siguiendo el ejemplo de Donald Trump, capaz de abandonar una negociación y exigir a la otra parte que retorne a la diplomacia o de bombardear un país y exigir por ello un premio de la paz, Volodymyr Zelensky ha querido salir del embrollo político que ingenuamente se creó la semana pasada defendiendo las dos medidas tomadas. En esta guerra en la que el discurso es más importante que los hechos y los acontecimientos no tienen por qué corresponderse mínimamente con la opinión publicada, el presidente ucraniano ha presentado como un intento de garantizar la independencia de las instituciones anticorrupción -batalla que, contra toda evidencia, dice seguir luchando- tanto la legislación aprobada la semana pasada como la que espera aprobar esta. El discurso de Zelensky se mantiene firme y las palabras son las mismas para definir la ley que ponía a las instituciones creadas por y para el control occidental bajo el mando de la Fiscalía General que cuando exige a la Rada que vote, apenas unos días después, volver a devolverle la autonomía.
La contradicción no existe en la narrativa, creada a partir de las necesidades y no de la realidad. Para tapar ligeramente la evidente marcha atrás del presidente que sobreestimó sus fuerzas y subestimó las de sus oponentes, Zelensky se centra ahora en la idea de que los cambios buscaban y siguen buscando únicamente evitar la influencia rusa. Ayuda al presidente el hecho de que la retórica de la oposición haya sido exactamente la misma. Siguiendo la máxima que se ha repetido con sorna tantas veces en las redes sociales rusas, un agente ruso acusaba de ser agente ruso a otro. Mientras el bando de Zelensky acusaba a las agencias anticorrupción de haber sido infiltradas por Rusia, la oposición respondía señalando que el SBU, cuerpo que estaba realizando las redadas, era el que trabajaba para Moscú. Lógica decía que iba a ser suficiente, especialmente en un país que ha hecho de culpar a Rusia el único argumento necesario para justificar sus políticas, desde la operación antiterrorista que inventó para iniciar la guerra de Donbass hasta la prohibición de partidos pasando por la limitación progresiva del uso de la lengua rusa, vehicular en gran parte del país e incluso actualmente en el frente entre quienes luchan en el bando ucraniano.
Entre rumores que afirman que sus aliados occidentales preferirían contar con Valery Zaluzhny al frente del país o la posibilidad de que Zelensky pudiera estar planteándose prescindir de su mano derecha, Andriy Ermak, blanco de los ataques mediáticos que argumentaban que el rey es bueno pero está mal asesorado, el presidente ucraniano trata de pasar página. La política ucraniana se basa actualmente en dos únicos vectores: convencer a Estados Unidos de aplicar medidas lo más duras posibles contra Rusia y lograr un avance rápido en el proceso de adhesión a la Unión Europea. Ambos aspectos están relacionados, no solo con la idea del camino euroatlántico de Ucrania, la vuelta a la familia europea o la reintegración en el grupo de países del que siempre formó parte, sino con posicionarse para conseguir el máximo rédito posible a la situación actual. En otras palabras, Ucrania necesita fortalecerse y debilitar a Rusia para mejorar su situación en el frente y poder así extraer concesiones por parte de Rusia y acercarse a la Unión Europea para garantizar que la financiación millonaria que actualmente sostiene al Estado ucraniano no desaparezca cuando la guerra deje de ser un factor.
Un artículo de La Vanguardia, medio manifiestamente proucraniano se refería ayer a la crisis demográfica que arrastra el país desde 1991, momento de la independencia y la restauración capitalista, y estimaba la actual población de Ucrania en 38 millones, una cifra que posiblemente sea optimista. Recordando con nostalgia el discurso de la era soviética que anunciaba que “ya somos 50 millones”, Volodymyr Ischenko se lamentaba hace unos meses de la situación presente y destacaba las catastróficas previsiones del futuro demográfico del país incluso aunque la guerra terminara pronto. En estos momentos, cuando la cobertura de pensiones y prestaciones sociales corre a cargo de la financiación extranjera, el efecto de la crisis demográfica no se percibe, ante todo, en la falta de contribuyentes para cubrir las necesidades económicas del país, sino en la eterna escasez de personal para reponer las maltrechas filas de las Fuerzas Armadas de Ucrania, cuya estabilidad permite que continúe la guerra y mantiene vivas las esperanzas ucranianas de una paz en sus términos. Ayer mismo, Volodymyr Zelensky firmaba una ley que permite alistarse -supuestamente en tareas que no son de combate- a mayores de 60 años. Sumado a las iniciativas para conseguir, a base de incentivos económicos, voluntarios menores de 25 años, el deseo ucraniano de ampliar la edad militar al máximo es evidente. Lo es también que el Gobierno ucraniano está dispuesto a incorporar los hombres para continuar la guerra mientras Estados Unidos siga suministrando armas y la Unión Europea prosiga con su política de correr con los gastos de la guerra y del mantenimiento del Estado.
Conseguir que esa situación, con un flujo militar que vaya más allá de un futuro alto el fuego, sea o no definitivo, y transferencias económicas para cubrir con las necesidades del Estado, algo a lo que Kiev ha dejado claro que cree que tiene derecho, pasa por acelerar los tiempos en su adhesión a la Unión Europea. No se trata únicamente de una medida de seguridad, un planteamiento que da por hecho que si Rusia atacara de nuevo, el resto de países miembros acudirían en su defensa y participarían directamente en la guerra -algo que es más incierto de lo que parece pensar Ucrania-, sino de perpetuar las condiciones económicas. La entrada de Ucrania en la UE haría del país el más pobre del bloque y, por lo tanto, sería receptor neto de ingresos de la UE, principal aliciente para que Kiev presione para lograr una adhesión privilegiada, hecha a medida.
Las condiciones actuales son ideales para Kiev. Por una parte, cansado de una negociación que no se ha molestado en iniciar y tras la firma de un acuerdo tan desequilibrado en favor de Estados Unidos que hay voces en el establishment de la Unión Europea que lo califican de humillación y llaman a que sea vetado, Donald Trump, que ha dado a Vladimir Putin diez días para terminar la guerra, parece dispuesto a conceder todos los deseos que se le planteen en términos de suministro militar a los países europeos para que sea transferido a Ucrania. Además de contar con un aliado en Washington, Zelensky dispone también de facilidades en la Unión Europea, presidida este semestre por Dinamarca, uno de los máximos defensores de Ucrania en el continente. Su primera ministra, Mette Fredericksen, con la que el presidente ucraniano conversó ayer, fue la persona que hace unos meses pronunció la frase “la paz puede ser más peligrosa que la guerra”.
“Agradecí a Dinamarca su apoyo tangible y firme a Ucrania, que fortalece nuestra capacidad de defensa y ayuda a nuestro pueblo. Por supuesto, hablamos de la integración europea de Ucrania y de la apertura del primer bloque de negociaciones. Dinamarca ostenta actualmente la Presidencia del Consejo de la UE. Debemos aprovechar este tiempo al máximo para implementar todas las decisiones necesarias”, escribió Zelensky para reportar sobre su conversación. Las intenciones están claras aunque no se detallen los motivos. Ucrania necesita garantías de que la financiación de la Unión Europea continuará estable, si no en aumento, en el futuro. Para garantizarlo, el líder ucraniano deberá, sin embargo, demostrar que es el socio que la UE necesita en Kiev. No es casualidad así que Zelensky añadiera en su mensaje que Ucrania está “haciendo todo lo posible para cumplir con nuestras obligaciones con la UE. El proyecto de ley presidencial que garantiza la independencia de los organismos anticorrupción ya se ha registrado en la Rada Suprema. Agradezco a Dinamarca su apoyo. Acordamos que el parlamento debe votar este proyecto de ley sin demora, ya esta semana”. Sutilmente, Zelensky dejó claro a la primera ministra del país que ostenta la presidencia de turno de la Unión Europea que ha comprendido el mensaje, dará marcha atrás en su medida estrella contra la corrupción y adoptará la legislación que Bruselas exige. Lo hará, además, con la rapidez que requiere la necesidad de borrar de la memoria el desagradable desacuerdo o la llamada de Úrsula von der Leyen para imponer una actuación determinada.
La Unión Europea, por su parte, ha marcado también su territorio y ha querido dejar claro el equilibrio de fuerzas. Pese a que Bruselas ha hecho de la guerra de Ucrania el eje central de su política, es consciente de que Kiev necesita más a la UE que el bloque a Ucrania. Como quedó demostrado el domingo, cuando von der Leyen visitó a Donald Trump en el campo de golf de su propiedad para ratificar un acuerdo en el que Estados Unidos pone las condiciones y la UE acata como socio fiel que espera que el gesto sirva para garantizarse la amistad de quien manda en la relación, quien dicta los términos es quien tiene el control.
“La Unión Europea planea reducir en 1.500 millones de euros (1.700 millones de dólares) un importante paquete de ayuda financiera a Ucrania después de que Kiev dijera que no había podido cumplir todos los hitos de reforma exigidos, declaró un portavoz del ejecutivo del bloque. El país asolado por la guerra no cumplió tres de los 16 objetivos necesarios para obtener un desembolso completo de 4.500 millones de euros en el marco del Mecanismo para Ucrania, el mecanismo de apoyo financiero del bloque. Por ello, Kiev solicitó en junio un desembolso parcial de 3.000 millones de euros, según declaró Guillaume Mercier, portavoz de la Comisión Europea”, escribía ayer Bloomberg, anunciado un nuevo revés para Zelensky, necesitado de mostrar una victoria para aplacar las críticas que la semana pasada se mostraron por primera vez en las calles. Las advertencias de la UE a Ucrania siempre son solo temporales, aunque el momento actual es especialmente delicado. Es significativo también que Bruselas esté dispuesta a retener una parte de la financiación dedicada al sostenimiento del Estado, manteniendo e incluso aumentando siempre el suministro militar. Fracasado su intento de forzar a China a rebajarse al estatus de potencia de segundo nivel que acepta unas condiciones abusivas y tras certificar la situación de inferioridad con respecto a Estados Unidos, la UE saca pecho ante el más reciente candidato a la adhesión, obligando a Kiev a seguir las órdenes a rajatabla, un gesto simbólico que se produce en el momento de mayor presión interna y externa que ha sufrido el presidente ucraniano desde 2022.
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