Una mirada no convencional al modelo económico neoliberal, las fallas del mercado y la geopolítica de la globalización
Páginas
▼
domingo, 6 de julio de 2025
En una época de crisis económica y reacción populista lo que necesitamos es Marxismo
Yanis Varoufakis, SinPermiso
Una joven a la que conocí no hace mucho me comentó que no era tanto la existencia del mal en estado puro lo que le sacaba de quicio, sino más bien las personas o instituciones con capacidad para hacer el bien que, por el contrario, acababan perjudicando a la humanidad. Su reflexión me hizo pensar en Karl Marx, cuya disputa con el capitalismo era precisamente esa: no tanto el que fuera explotador como el que nos deshumanizara y alienara a despecho de ser una fuerza tan progresista.
Los sistemas sociales anteriores podían ser más opresivos o explotadores que el capitalismo. Sin embargo, sólo bajo el capitalismo hemos estado los seres humanos tan completamente alienados respecto a nuestros productos y nuestro entorno, tan divorciados de nuestro trabajo, tan despojados incluso de un mínimo de control sobre lo que pensamos y hacemos. El capitalismo, especialmente después de su fase tecnofeudal, nos ha convertido a todos en una versión de Calibán o Shylock: mónadas en un archipiélago de seres aislados, cuya calidad de vida está inversamente relacionada con la abundancia de artilugios que produce nuestra maquinaria de última generación.
Esta semana, junto con otros políticos, escritores y pensadores, participaré en el festival Marxism 2025 en Londres, y una de las cuestiones que me ocupan es la forma en que los jóvenes de hoy sienten claramente esta alienación que identificó Marx. Pero la reacción contra los inmigrantes y las políticas identitarias -por no mencionar la distorsión algorítmica de sus voces- les paraliza. Y aquí puede volver a entrar Marx con consejos sobre cómo superar esta parálisis, buenos consejos que yacen enterrados bajo las arenas del tiempo.
Tomemos el argumento de que las minorías que viven en Occidente deben asimilarse para que no acabemos siendo una sociedad de extraños. Cuando tenía Marx 25 años, leyó un libro de Bruno Bauer, pensador al que respetaba, en el que defendía que, para acceder al derecho a la ciudadanía, debían los judíos alemanes renunciar al judaísmo.
Marx se puso furioso. Aunque el joven Marx no tenía mucha paciencia con el judaísmo, y de hecho con ninguna religión, su apasionada demolición del argumento de Bauer es un festín para la vista: "¿El punto de vista de la emancipación política da derecho a exigir del judío la abolición del judaísmo y del hombre la abolición de la religión? ... Así como el Estado evangeliza cuando ... adopta una actitud cristiana hacia los judíos, así el judío actúa políticamente cuando, siendo judío, exige derechos cívicos".
El truco que Marx nos está enseñando aquí es cómo combinar un compromiso con la libertad religiosa de judíos, musulmanes, cristianos, etc. con el rechazo total de la presunción de que, en una sociedad de clases, el Estado puede representar el interés general. Sí, los judíos, los musulmanes, las personas de creencias que quizá no compartamos -o que ni siquiera nos gusten mucho- deben emanciparse de inmediato. Sí, las mujeres, los negros y las personas LGBTQ+ deben obtener igualdad de derechos mucho antes de que aparezca en el horizonte cualquier revolución socialista. Pero la libertad exigirá mucho más que eso.
Pasando al tema de los trabajadores inmigrantes que aplastan los salarios de los trabajadores locales, otro campo minado para los jóvenes de hoy, una carta que Marx envió en 1870 a dos asociados de la ciudad de Nueva York ofrece brillantes pistas sobre cómo tratar no sólo con los Nigel Farage de este mundo, sino también con algunos izquierdistas que han mordido el anzuelo de la antiinmigración.
En su carta, Marx reconoce plenamente que los empresarios norteamericanos e ingleses estaban explotando a propósito la mano de obra barata de los inmigrantes irlandeses, enfrentándolos a los trabajadores nativos y debilitando la solidaridad laboral. Pero para Marx era contraproducente que los sindicatos se volvieran contra los inmigrantes irlandeses y adoptaran postulados antiinmigración. No, la solución nunca consistía en desterrar a los trabajadores inmigrantes, sino en organizarlos. Y si el problema es la debilidad de los sindicatos, o la austeridad fiscal, entonces la solución no puede consistir nunca en convertir a los trabajadores inmigrantes en chivos expiatorios.
Hablando de sindicatos, Marx tiene también algunos espléndidos consejos para ellos. Sí, es crucial que aumenten los salarios para reducir la explotación de los trabajadores. Pero no caigamos en la fantasía del salario justo. La única manera de hacer que el lugar de trabajo sea justo es acabar con un sistema irracional basado en la estricta separación entre los que trabajan, pero no poseen, y la ínfima minoría de los que son poseedores, pero no trabajan.
En palabras suyas: "Los sindicatos funcionan bien como centros de resistencia contra las invasiones del capital. [Pero] generalmente fracasan por limitarse a una guerra de guerrillas contra los efectos del sistema existente, en lugar de intentar también cambiarlo."
¿Cambiarlo en qué? En una nueva estructura corporativa basada en el principio de un empleado, una acción, un voto, el tipo de programa que realmente puede inspirar a los jóvenes que ansían liberarse tanto del estatismo como de las corporaciones dirigidas por los resultados de las empresas de capital riesgo o de un propietario ausente que ni siquiera sabe que posee parte de la empresa para la que trabaja.
Por último, la frescura de Marx reluce cuando tratamos de dar sentido al mundo tecnofeudal en el que la gran tecnología, junto con las grandes finanzas y nuestros Estados, nos han encerrado subrepticiamente. Para entender por qué se trata de una forma de tecnofeudalismo, algo mucho peor que el capitalismo de vigilancia, tenemos que pensar como habría pensado Marx en relación a nuestros teléfonos inteligentes, tablillas, etc. Verlos como una mutación del capital -o «capital nube»- que modifica directamente nuestro comportamiento. Para comprender de qué modo los alucinantes avances científicos, las fantásticas redes neuronales y esos programas de inteligencia artificial que desafían la imaginación han creado un mundo en el que, mientras la privatización y el capital de riesgo vacían los activos de toda la riqueza física que nos rodea, el capital en nube se dedica a vaciar los activos de nuestros cerebros.
Sólo a través de la lente de Marx podemos entenderlo realmente: para poseer nuestras mentes individualmente, debemos poseer el capital en nube colectivamente.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario