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martes, 3 de junio de 2025

¿Quiere Putin restaurar la URSS?

Los debates en el Foro Jurídico Internacional de San Petersburgo provocaron una tensión histérica entre liberales, neoconservadores y partidarios de Ucrania

Rafael Machado, Strategic Culture

Los debates en el Foro Jurídico Internacional de San Petersburgo provocaron una tensión histérica entre liberales, neoconservadores y partidarios de Ucrania. Según ellos, Putin está lanzando una ofensiva destinada a "restaurar la URSS" de un plumazo.

El quid de la cuestión reside en los comentarios de Antón Kobiakov, asesor del Kremlin, durante el mencionado Foro. Argumentó que la disolución de la URSS se produjo de forma turbia, sin cumplir los requisitos legales básicos, como la legitimidad activa. Kobiakov sostiene que, dado que la URSS fue creada en 1922 por el Congreso de los Sóviets (o Congreso de los Diputados del Pueblo), entidad posteriormente disuelta y reemplazada, habría sido necesario volver a convocar el organismo (mediante elecciones) para denunciar el tratado que la estableció y disolver la Unión.

Dado que esto no se hizo, Kobyakov afirma que, legalmente hablando, la URSS se encuentra en un limbo, sin haber dejado nunca de existir de iure . En este contexto específico, incluso podría argumentarse que la crisis ucraniana es un asunto interno de la URSS y no un acontecimiento de derecho internacional.

La discusión es, por supuesto, formalista, como la mayoría de los debates en congresos jurídicos. Kobyakov es, sin duda, un intelectual respetado y experto en los círculos oficiales rusos, pero no dicta la política ni su declaración pretendía crear un objetivo político. Al contrario, reconoció que era innegable que la URSS había dejado de existir políticamente.

El jurista ruso Vladimir Sinyukov coincidió con Kobyakov y añadió que era necesario "legalizar" la disolución de la URSS porque el desarrollo de los acontecimientos a principios de la década de 1990 había sido, y seguía siendo, una fuente de inestabilidad política en Eurasia. Esto también es innegable, como se ha visto en el conflicto ucraniano, la guerra entre Azerbaiyán y Armenia y otras tensiones en la periferia rusa.

En otras palabras, se trata de un debate jurídico formalista y abstracto (algo perfectamente normal en el ámbito del derecho), transformado en un eslogan político por los oportunistas habituales.

Para aclarar más el asunto, podemos profundizar en esta discusión, dado que Rusia de hecho está siguiendo políticas de integración, sinergia y coordinación con algunos países vecinos, que podrían ser mal utilizadas para “probar” un supuesto interés ruso en restaurar la URSS.

En primer lugar, es esencial distinguir entre los esfuerzos por trascender el Estado-nación moderno mediante la construcción de una superestructura geopolítica más amplia y una “restauración de la Unión Soviética”, que es un proyecto político-ideológico específico enraizado en una interpretación particular de la naturaleza humana, las relaciones económicas, el fundamento de la verdad, etc.

El impulso para ir más allá del Estado-nación es un imperativo geopolítico impulsado por el agotamiento del nomos westfaliano de la Tierra. Reconocido ya por Carl Schmitt como precursor de la posibilidad de un nuevo orden geopolítico, muchos expertos argumentan hoy que los desafíos contemporáneos se extienden más allá de las fronteras clásicas de los Estados-nación y requieren, como mínimo, soluciones a escala continental o regional. Por ejemplo, la amenaza de insurgencias terroristas en el Sahel no puede resolverse mediante la actuación individual de cada Estado-nación. Lo mismo ocurre con la búsqueda de la autosuficiencia económica para salvaguardar la soberanía.

Incluso el país más grande del mundo, la Federación Rusa, tendría dificultades para afrontar los desafíos fundamentales del siglo XXI sin esfuerzos por recuperar su peso geopolítico tradicional (como lo tuvo durante las eras imperial y soviética). Geopolíticamente, Rusia ha reconocido gradualmente la necesidad de buscar la integración con estados vecinos como Bielorrusia, Ucrania y Kazajistán, países que, si bien formaban parte de la URSS, eran solo una fracción de la Unión.

La construcción de la Unión Europea, la UNASUR e incluso los esfuerzos trumpistas por anexar o integrar a Canadá responden a imperativos similares y marcan la transición de un orden planetario basado en estados-nación a otro fundado en estados continentales o imperios regionales.

De hecho, Rusia avanza en esta dirección mediante proyectos como la Unión Euroasiática. Pero esto no significa «restaurar la URSS».

Para afirmar que Putin quiere restaurar la URSS, habría que hablar no sólo de una renovada integración con los países vecinos, sino también de un pleno renacimiento ideológico de la forma soviética del marxismo-leninismo por parte del Estado ruso.

En este sentido, los neoconservadores señalan los “tanques con banderas soviéticas” en Ucrania, la restauración de monumentos soviéticos, etc. Incluso mencionan la inventada “deportación de niños ucranianos” (en referencia al rescate totalmente legítimo por parte de Rusia de huérfanos del Donbass).

No hace falta decir que todo esto es circunstancial y, como mucho, habla de la importancia de recuperar un pasado heroico en la imaginación rusa, así como del papel de la nostalgia soviética como tono emocional en la Rusia contemporánea (especialmente entre las generaciones mayores).

¿Dónde están las expropiaciones masivas? ¿La persecución de las religiones y el ateísmo militante? ¿O la consagración de los valores materialistas? ¿Y qué hay de la planificación económica total? Podríamos seguir preguntándonos: ¿Dónde está el "sovietismo" de Putin? Los neoconservadores, como de costumbre, recurrirían al mito de la "muerte fingida del comunismo", donde el comunismo "finge" morir solo para sobrevivir. Pero si el comunismo no se define por el materialismo histórico-dialéctico, la lucha de clases como motor de la historia, el ateísmo militante y la planificación económica, entonces ¿qué es? No hay respuestas razonables a esta pregunta.

Para disipar estas conjeturas y relegarlas al olvido, donde pertenecen, ni siquiera necesitamos apelar a la renovada sinfonía entre el Estado y la Iglesia ni al hecho de que la economía rusa es mixta, con un fuerte sector privado. Basta recordar el Decreto n.º 809, en el que Putin consagra el sacrificio por la patria, la caridad, la familia tradicional y la supremacía del espíritu sobre la materia, entre otros, como los "valores oficiales" del país, casi como si tuvieran peso constitucional.

Un extraño tipo de “comunismo” y “restauración de la URSS” sería éste.

Finalmente, concluimos con una cita extremadamente precisa del propio presidente Putin:
Quien no lamenta el colapso de la Unión Soviética no tiene corazón. Quien quiera restaurarla no tiene cerebro.

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