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lunes, 23 de junio de 2025

Las consecuencias económicas de la agresión de Israel

Más conflicto significa estancamiento económico, caos climático y mayores beneficios para los fabricantes de armas y la industria de los combustibles fósiles

Grace Blakeley, Sin Permiso

Israel es un Estado delincuente. Ha violado repetidamente el derecho internacional a lo largo de su genocidio en Gaza y ahora ha iniciado agresivamente otro conflicto con su vecino.

Nadie cree que Israel haya atacado Irán porque este país tenga una bomba nuclear, del mismo modo que los principales partidarios de Israel no invadieron Irak por temor a las «armas de destrucción masiva». Israel ha atacado Irán porque se ha convertido en una fuerza militar con una nación a sus espaldas, una economía que gira en torno al conflicto constante y un líder que es consciente de que no sobrevivirá a la paz.

Mientras tanto, los líderes occidentales se alinean para apoyar a Netanyahu, con la misma obediencia con la que Vladimir Putin y Xi Jinping se alinean para apoyar a Kim Jong Un. Su apoyo se produce a pesar de que este conflicto va a ser desastroso para la economía mundial y puede acabar echando por tierra las vías económicas que han intentado forjar para sus propios países.

Capitalismo de los combustibles fósiles

A principios de este año, muchos economistas pronosticaban que 2025 sería un año de caída de los precios del petróleo. La creciente probabilidad de recesión en muchas economías apuntaba a una probable caída de la demanda de petróleo, mientras que las relaciones cada vez más tensas entre los miembros de la OPEP hacían presagiar que la oferta podría ser menos restrictiva. La caída de los precios del petróleo habría sido una buena noticia para los consumidores occidentales que aún se enfrentan a las consecuencias de la crisis del coste de la vida, y una mala noticia para el régimen de Putin, que depende de los altos precios del petróleo para financiar su desastrosa guerra en Ucrania.

Los ataques de Israel contra Irán han desencadenado una serie de acontecimientos que perjudicarán a la población, al tiempo que proporcionarán apoyo a la economía rusa. Los precios del petróleo subieron bruscamente tras conocerse las primeras noticias de los ataques y se han mantenido elevados, situándose en casi 75 dólares por barril en el momento de escribir este artículo, lo que supone un aumento de 10 dólares con respecto a la semana pasada. Los consumidores empezarán a notar inmediatamente las subidas en las gasolineras.

Irán representa alrededor del 3 % del suministro mundial de petróleo, mucho menos que hace varias décadas, antes de que se impusieran las sanciones estadounidenses. Pero la principal preocupación para los mercados mundiales de materias primas es el control de Irán sobre la vital ruta marítima del estrecho de Ormuz. Alrededor del 20 % del petróleo y el gas natural licuado del mundo pasa por el estrecho, e Irán ha amenazado con cerrarlo en respuesta a la agresión de Israel.

Hasta ahora, aparte del aumento de los precios del petróleo, la reacción del mercado al conflicto ha sido limitada. Si se cerrara el estrecho de Ormuz, esta calma no se mantendría. Una interrupción tan importante del flujo de combustibles fósiles podría desencadenar una enorme crisis inflacionista, lo que haría subir aún más los precios del petróleo.

Como vimos tras los confinamientos por la pandemia, el aumento de los precios del petróleo tiene enormes efectos en cadena. Las empresas y los consumidores se enfrentan a un aumento de los costes energéticos, mientras que el coste del transporte de mercancías se dispara. Los combustibles fósiles se utilizan en la producción de todo tipo de productos, desde plásticos hasta fertilizantes, por lo que cuando suben los precios del petróleo, también suben los de muchos otros productos.

Las consecuencias para los países del Sur, que ya se encuentran aplastados por el peso de una deuda insostenible y el colapso climático, son aún más graves. Mientras que el aumento de los precios del petróleo supone mayores ingresos fiscales para los países productores (muchos de los cuales son regímenes despóticos y autoritarios), los países pobres que se ven obligados a importar petróleo —denominado en dólares— se enfrentan a una presión aún mayor. La balanza comercial se deteriora, los dólares se agotan y la deuda externa suele aumentar.

En la actualidad, estas cuestiones son solo riesgos, no realidades. Pero, con el apoyo aparentemente inquebrantable del imperio más poderoso del mundo y sus vasallos, es difícil entender por qué Israel daría marcha atrás.

El imperio de las finanzas

Trump afirma que su plan para reorganizar el comercio mundial consiste en reducir el valor del dólar para apoyar las exportaciones estadounidenses. Como he demostrado anteriormente, esta estrategia plantea muchos problemas, pero un nuevo conflicto mundial supondría un problema especial para sus planes.

Cuando los inversores se asustan, compran activos seguros y líquidos (fáciles de vender). A pesar de la agenda desglobalizadora de Trump, el dólar sigue siendo uno de los activos más seguros del mundo. Por lo tanto, cuando aumenta la percepción de riesgo, el dólar tiende a apreciarse. Así es exactamente como reaccionaron los inversores ante la noticia del ataque de Israel: compraron dólares, así como oro y criptomonedas.

La percepción de los riesgos globales asociados al último intercambio de misiles entre Israel e Irán parece haber disminuido en los últimos días, y el dólar ha perdido parte de su fuerza. Hasta ahora se ha evitado el pánico en los mercados financieros. Pero si el conflicto se intensifica y los precios del petróleo suben aún más, esta calma no continuará.

Mientras tanto, los bancos centrales seguirán caminando por la cuerda floja entre tasas de crecimiento decepcionantes, mercados financieros volátiles y presiones inflacionistas crecientes. Los bancos centrales operan basándose en la teoría de que el crecimiento económico y el alto nivel de empleo impulsan la inflación, ya que la mayor demanda de trabajadores hace subir los salarios. Como he explicado anteriormente, este argumento plantea muchos problemas. Pero, a efectos de nuestro análisis, el principal reto al que se enfrentan hoy en día los bancos centrales es que la inflación no está impulsada por el crecimiento de los salarios, sino por el aumento de los precios del petróleo y la guerra comercial de Trump.

Como hemos visto repetidamente en los últimos años, a los bancos centrales no les importa qué provoca el inicio de la inflación. Su única preocupación es garantizar que los trabajadores no ganen la confianza suficiente como para exigir aumentos salariales en línea con la inflación. Han actuado con rapidez para subir los tipos de interés con el fin de frenar la demanda de mano de obra por parte de las empresas, con la esperanza de limitar el crecimiento salarial.

Últimamente, muchos bancos centrales están más preocupados por los indicadores de recesión que por los niveles de precios. Pero si los precios del petróleo siguen subiendo, esto empezará a cambiar. El resultado final podría ser un aumento de los tipos de interés, un estancamiento de la economía y un aumento del desempleo. Esta eventualidad agravaría la crisis de pobreza que ya afecta a países como el Reino Unido, además de perjudicar los intentos de Rachel Reeves por equilibrar las cuentas.

El complejo militar-industrial-fósil

Detrás de cada uno de estos retos se encuentra la estrecha relación entre la industria de los combustibles fósiles, el imperialismo y el militarismo. Muchos de los Estados rebeldes del mundo financian sus conflictos con los ingresos del petróleo. Los Estados dependientes del petróleo son más propensos al autoritarismo, ya que los ingresos procedentes de los combustibles fósiles les permiten depender menos de los impuestos a los consumidores y a las empresas, lo que les aísla de la presión popular.

Mientras tanto, los flujos de petrodólares engrasan los engranajes del complejo militar-industrial. Estados Unidos compra petróleo a regímenes despóticos como Arabia Saudí, que utiliza los ingresos para invertir en armamento avanzado adquirido a fabricantes de armas corruptos, que el régimen utiliza para masacrar a civiles en Yemen. Empresas armamentísticas como BAE Systems han sido algunas de las mayores beneficiarias de los programas de rearme anunciados recientemente.

Y esos programas de rearme, a su vez, aumentan la demanda de combustibles fósiles. Un estudio ha revelado que el rearme de la OTAN podría aumentar las emisiones en 200 millones de toneladas al año. Tal aumento de las emisiones agrava la crisis climática, creando una mayor inestabilidad geopolítica y aumentando la demanda de armas.

Los intereses creados necesitan que se utilicen esas armas para poder sustituirlas. El complejo militar-industrial crea una presión constante para la guerra. Estas guerras son extraordinariamente intensivas en carbono. El coste climático a largo plazo del genocidio de Israel será mayor que las emisiones anuales de 100 países.

Hay que romper el nexo entre los combustibles fósiles, el militarismo y el imperialismo. Hacerlo será imposible sin enfrentarse a las élites económicas y políticas corruptas que se benefician del caos que desata su connivencia.


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