Algunos pensadores de izquierda argumentan que, a medida que los magnates de la tecnología se vuelven locos, el capitalismo está mutando hacia una forma de «neofeudalismo». Pero lo que realmente estamos presenciando es un gran cambio dentro del capitalismo y no una transición desde él.
D. Addison y M. Eisenberg, Jacobin
Los magnates tecnológicos estratégicamente situados alrededor de Donald Trump en su toma de posesión el 20 de enero de este año representaron una suerte de «quién es quién» de la clase oligárquica. Desde Jeff Bezos hasta Mark Zuckerberg, pasando por todos los demás, los líderes de la industria tecnológica estadounidense acudieron a rendirle homenaje a su nuevo gobernante.
Las intrigas palaciegas eran palpables. Los periodistas especularon sobre la coreografía de la ceremonia, examinando cómo la ubicación de los magnates ofrecía pistas sobre su estatus y su influencia en la conformación del nuevo régimen. La estructura piramidal de la sociedad estadounidense nunca había sido tan evidente. La toma de posesión de Trump fue, sin dudas, la manifestación más vívida de la creciente centralidad política de los multimillonarios líderes tecnológicos.
En los últimos años, distintos comentaristas y pensadores de izquierda recurrieron a ideas como «tecnofeudalismo» o «neofeudalismo» para explicar lo que está sucediendo. Sin embargo, esos conceptos acaban aportando más confusión que claridad al debate sobre hacia dónde se dirige el capitalismo.
Miradas retrospectivas
El libro de Yanis Varoufakis de 2023, Tecnofeudalismo. El sigiloso sucesor del capitalismo, fue quizás la incursión más ampliamente discutida en este campo. Pero este año se le unió Capital’s Grave: Neofeudalism and the New Class Struggle (La tumba del capital: neofeudalismo y la nueva lucha de clases), de Jodi Dean. Ambas obras sugieren que el mundo dejó atrás al capitalismo para entrar en un orden feudal emergente.
Estas teorizaciones sobre supuestos nuevos feudalismos miran al pasado para imaginar el futuro. Sin embargo, lo hacen de manera contradictoria, basándose en pasados medievales divergentes. Para algunos defensores de la idea del «neofeudalismo», como Katherine V. W. Stone y Robert Kuttner, la transformación central es de carácter jurídico. Stone y Kuttner se remontan al momento en que las estructuras de justicia pública del Imperio Romano dieron paso a órdenes jurídicos más fragmentados y privatizados.
En la sociedad contemporánea, sostienen, estamos asistiendo a una corrupción de la justicia pública por los intereses del capital privado, ejemplificada en el arbitraje legal privado forzoso y en la captura corporativa de los organismos reguladores. Según esta perspectiva, deberíamos ver a la privatización actual como la perversión de un modelo legítimo y beneficioso de capitalismo, que debería estar reforzado por una esfera pública fuerte. Su argumento se centra en los cambios en la esfera jurídica y en el control de la justicia.
Por el contrario, la concepción de Dean del «neofeudalismo» es fundamentalmente económica. Defiende un cambio en el modo de producción de la sociedad contemporánea. Al igual que Varoufakis, describe un alejamiento de la competencia y la búsqueda de maximización de los beneficios por parte de líderes empresariales como Zuckerberg y Bezos, y sostiene que ahora están más preocupados por establecer monopolios y extraer rentas.
Esto, según la analogía, refleja el destino de los campesinos rurales medievales, obligados a pagar rentas a los señores monopolistas que los dominaban. Aunque Dean cita con aprobación a Stone y Kuttner, en realidad ambos difieren tanto en su concepción del feudalismo histórico como en su diagnóstico del presente.
Definiciones de feudalismo
Como dejan claro estos ejemplos, el significado y el uso del término «feudalismo» son ambiguos en este tipo de discursos. Hay tres formas principales en que los historiadores definieron al feudalismo, que son incompatibles entre sí a efectos del análisis. Los escritores contemporáneos suelen mezclar estas definiciones.
El primer feudalismo existe especialmente en el imaginario histórico popular. Es el mundo de las jerarquías rígidas encapsulado en la imagen de la «pirámide feudal». Esta idea es un elemento básico en las aulas escolares, en una búsqueda rápida en Google o en la basura que se hace pasar por información a través de la inteligencia artificial.
La visión piramidal del feudalismo describe un sistema social coherente en el que los reyes le concedían tierras a la nobleza a cambio de lealtad y de un servicio militar. Y los campesinos, en la base de la pirámide, cultivaban alimentos y recibían «protección» a cambio. Esta definición tiene una cierta atemporalidad, ya que supuestamente existió durante más de mil años, y una sensación de rigidez, ya que casi nadie podía escapar de este orden piramidal fijo. Es el sistema social que la mayoría de los no medievalistas parecen tener en mente cuando contrastan el presente y el pasado.
Los estudiosos de la Edad Media suelen detestar esta versión del feudalismo. Durante los últimos cincuenta años, los historiadores académicos criticaron esta idea por considerarla demasiado amplia y poco reflexiva en relación con un período dinámico de la historia de la humanidad. Independientemente de lo que puedan sugerir Juego de tronos y su precuela La casa del dragón, la sociedad no permanece inmutable durante siglos y con pocos cambios en la estructura de clases, a menos que contemos a los dragones como una clase.
Además, el término «feudalismo» no se acuñó hasta después del final de la Edad Media. De hecho, desde la década de 1970, los historiadores del mundo anglosajón tendieron a dejar de utilizar esa palabra o a hablar de un «sistema feudal». A veces se refieren a él en broma como «la palabra que empieza por F».
Esto nos lleva al segundo concepto de feudalismo, mucho más específico. Se trata de una idea jurídica que expresa los vínculos mutuos entre un gobernante y sus élites subordinadas (a veces llamadas vasallos). Un gobernante proporcionaba tierras de las que un subordinado podía obtener ingresos y, a cambio, recibía un compromiso legal del subordinado, que debía renovarse con cada nueva generación.
Este compromiso solía implicar el servicio militar, el pago de tributos o diversos derechos para el gobernante. Era el pegamento que mantenía unida a la sociedad elitista. No tenía nada que ver con los campesinos. Esta versión se puede vislumbrar en las imágenes medievales de gobernantes sentados con caballeros arrodillados ante ellos prometiendo tal intercambio.
Este feudalismo se limitó a un determinado periodo (aproximadamente entre 1100 y 1400 d.C.), a un lugar concreto (principalmente Francia e Inglaterra) y a unos individuos específicos (sólo las élites). Los historiadores medievales siguen utilizando este concepto jurídico, pero no es el feudalismo que se debate hoy en día. Es demasiado restrictivo, preciso y, bueno, medieval. Aunque su poder simbólico permanece en metáforas como «estados vasallos» o «rendir homenaje», estas expresiones son figurativas, no literales.
El modo de producción feudal
Una tercera interpretación del feudalismo es el modo de producción feudal que, en su formulación marxista clásica, caracteriza el marco económico de una sociedad. Karl Marx estableció varios modos de producción, y otros teóricos contemporáneos ampliaron sus ideas de manera útil.
Los estudiosos marxistas sostenían que el modo feudal de producción se había desarrollado a partir del antiguo modo esclavista. En lugar de requerir mano de obra esclava, una propiedad directamente dominada por un señor, los señores feudales dominaban a una gran masa de campesinos en diversos estados de semilibertad y falta de libertad. Estos campesinos producían alimentos en tierras que le arrendaban a las élites, quienes se apropiaban de una parte del excedente y, en algunos casos, exigían servicios laborales.
Bajo este régimen, el poder de la élite se basaba en la propiedad de la tierra y en el uso de la fuerza coercitiva para confiscar bienes y hacer cumplir las condiciones de tenencia. Las formas concretas de apropiación de los bienes podían variar, derivándose de impuestos o rentas, al igual que las formas legales de confiscación. Para diferenciar el modo de producción feudal de las dos formas no marxistas de feudalismo, historiadores como John Haldon rebautizaron al último tipo como modo de producción tributario.
El problema aquí es evidente: aunque existen similitudes entre las tres variedades de feudalismo, a menos que realicemos una delimitación cuidadosa, es fácil seleccionar una característica de cualquiera de las tres o de todas ellas para formar un feudalismo genérico de un pasado medieval idealizado.
Dean, por ejemplo, cita análisis de los tres grupos para definir su idea: Marc Bloch y Joseph Strayer parecen hablar de una sociedad feudal (forma 1), Susan Reynolds aparece para señalar que los medievalistas debatieron si conviene usar el término (forma 2), mientras que Perry Anderson (entre otros) es citado para hablar del modo de producción feudal (forma 3).
Si combinamos las tres interpretaciones del feudalismo original para crear una imagen del neofeudalismo, la idea se desvincula de tales definiciones conceptuales. Acaba convirtiéndose en una idea transhistórica (y, de hecho, ahistórica), adecuada a un nuevo propósito actual.
El feudalismo en los debates actuales
Este concepto genérico de feudalismo sugiere una falta de progreso y un retorno a una sociedad menos avanzada, con más desigualdad, menos libertades, menos propiedad para las clases no elitistas y menos movilidad hacia la clase elitista. Estas transformaciones aparecen tanto en las ideologías marxistas (como un retroceso del capitalismo al feudalismo) como en las críticas liberales (como el fracaso de una narrativa progresista que se estancó y dió marcha atrás). Nuestro futuro ideal, ya sea el socialismo o una forma más flexible de progreso, se alejó de nuestro horizonte.
Sin embargo, pocos de estos cambios están necesariamente vinculados al feudalismo. Los magnates de la tecnología pueden ofrecerle su lealtad al presidente Trump u otros gobernantes para promover sus objetivos eminentemente capitalistas, que bien pueden incluir la privatización (pero de forma capitalista). Su objetivo es introducirse a sí mismos y a sus empresas en los ámbitos estatales para controlar a las clases más bajas y someterlas a su voluntad.
En ningún caso es esto más evidente que en el de Elon Musk y el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés), defensores del control estatal a través de una ideología capitalista: la eficiencia, el poder de mercado y la privatización son su mantra, independientemente de los resultados que produzcan. Ni las justificaciones ideológicas de Musk ni sus objetivos materiales se asemejan al feudalismo de la imaginación moderna, con sus rígidas estructuras de clase, sus expresiones ceremoniales del orden y su sentido ambiguo de la propiedad privada.
El propio Trump está evidentemente menos apegado a las fuerzas del mercado, como demuestra su obsesiva búsqueda de aranceles. Sin embargo, en esto difiere notablemente de gran parte de la clase donante cuyos miembros lo llevaron al poder.
Las figuras de la élite, como Musk, llevan mucho tiempo dominando el poder político mediante la creación de sus propias jurisdicciones privadas. Podríamos hablar del conde Robert de Artois, que aterrorizaba a los campesinos con un lobo domesticado a finales del siglo XIII en Francia, de un barón ladrón de la década de 1890 o de la actual Corporación Disney. Sin embargo, el marco jurídico y económico del conde Robert era totalmente diferente al de los otros dos casos.
El funcionamiento de las jurisdicciones privadas en el siglo XXI es específico de nuestro sistema capitalista actual, que optó por anteponer la eficiencia económica y los beneficios al desarrollo humano y al disfrute de la vida. Tales elecciones y estructuras parecerían totalmente fuera de lugar en la mayoría de las regiones de la Europa medieval, incluida la del conde Robert.
Parte del problema radica también en la aplicación de una noción singular del feudalismo histórico, ya sea que lo equiparemos con una justicia privada desordenada o con un mundo en el que el saqueo o el poder monopolístico son la única vía para la extracción de la riqueza. Ni siquiera podemos hablar de un único «feudalismo» en la Edad Media. Aunque el modo de producción capitalista no estructuraba a la Europa medieval y a Oriente Medio antes de la modernidad, el capital, el trabajo asalariado y los mercados podían, no obstante, dominar en lugares y momentos específicos.
Como argumentó recientemente Chris Wickham, las relaciones de producción capitalistas desempeñaron un papel importante en algunas partes del Mediterráneo oriental entre los años 950 y 1150 d.C., incluso cuando el sistema económico general seguía siendo feudal. Las perspectivas orientalistas sobre el mundo islámico llevaron a minimizar sus elementos capitalistas. La Edad Media sirvió como lienzo en blanco para muchas ideas posibles sobre el feudalismo, con aspectos supuestamente «bien conocidos», como la justicia privada y la depredación, combinados según convenga para satisfacer necesidades actuales.
Capitalismo 2020
Para comprender la versión actual del capitalismo no es necesario recurrir a una caricatura del feudalismo medieval, aunque algunos elementos parezcan similares. Sin duda, el poder jurisdiccional privado se disparó en las últimas décadas, a medida que las grandes empresas ampliaron su alcance a nuevas esferas de la vida. Al mismo tiempo, debemos recordar que incluso el Estado más neoliberal sigue siendo mucho más poderoso y tiene una influencia mucho mayor que sus antecesores premodernos.
Los países actuales pueden parecer débiles en comparación con los Estados y los ámbitos públicos más fuertes de mediados del siglo XX. Sin embargo, aquellos casos representaban un punto álgido del poder público, la movilización sindical y las políticas redistributivas, y no la norma con la que debemos medir al capitalismo actual.
Nos enfrentamos a una transformación dentro del capitalismo, más que a una transición desde el capitalismo. A medida que las plataformas tecnológicas fueron creando datos cada vez más precisos, necesitaron de inyecciones de capital cada vez mayores para ser viables y, en última instancia, obtener beneficios. Algunas se convirtieron en rentistas, como Google, mientras que otras compraron grandes extensiones de bienes inmuebles. En lugar de crear nuevos productos, destruyen a sus competidores y a los mercados existentes para obtener rendimientos cada vez mayores, animando a los inversores a apoyar a empresas deficitarias con la promesa de unos ingresos futuros supuestamente seguros. Aunque Dean tiene razón sobre estos cambios en su obra, ninguno de ellos constituye un nuevo modo de producción. Se trata más bien de un cambio en el funcionamiento del capital.
Si hace medio siglo era habitual que la gente acudiera en persona a un centro comunitario donde podían comprar y vender ropa usada una vez al mes, el Marketplace de Facebook cumple una función similar cada día al capturar el mercado de la ropa usada gracias a su eficiencia. Pero Facebook utiliza simultáneamente los datos recopilados para vender nuevos productos, convirtiendo al consumidor y a su atención en un producto secundario que se le vende a los anunciantes y a los productores de contenidos.
Esta práctica le debe mucho a los modelos psicológicos modernos, desarrollados por los anunciantes y las empresas tecnológicas, y no tiene nada que ver con las relaciones feudales. Shoshana Zuboff, en su libro La era del capitalismo de la vigilancia, conceptualizó este modelo de negocio extractivo y basado en los datos como una colonización cada vez mayor del capitalismo sobre el ámbito de la vida privada y el yo privado. Se trata de una idea mucho más estimulante que la del tecnofeudalismo o neofeudalismo.
No necesitamos el concepto de feudalismo, en ninguna de sus variantes o formas, para explicar los problemas actuales de nuestros respectivos Estados y sistemas. El recurso a modelos arcaicos para explicar los cambios contemporáneos es un síntoma morboso de una época en la que las visiones de un futuro mejor fueron sustituidas por temores opresivos de retroceso y regresión. Las cosas empeoran y mejoran, pero le daríamos demasiado crédito al capitalismo, en sus diversas formas, si lo imaginamos como la antítesis del poder monopolístico, la corrupción privada de la justicia y el dominio político de las élites corporativas.
A menudo los capitalistas definieron a la forma ideal del capitalismo en contraposición con la imagen del feudalismo del «viejo mundo», sobre todo en los Estados Unidos posteriores a la independencia. No debemos tomar estas perspectivas profundamente ideológicas al pie de la letra. No estamos retrocediendo hacia el sistema del que surgió el capitalismo: estamos siendo testigos de una nueva y peligrosa transformación interna del propio capitalismo.
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Ver también:
- Tecnofeudalismo, etapa superior del capitalismo
Alfredo Moreno. 10/02/2022 - Del neoliberalismo al neofeudalismo, el sometimiento de la clase trabajadora
Alberto Garzón Espinosa, 1/07/2024 - Al sustituir la democracia por la oligarquía financiera, la Unión Europea admite la lucha de clases
Michael Hudson, 5/06/2011 - Elecciones EEUU: guerra entre poder corporativo y oligarquía
Chris Hedges, 5/11/2024
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