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sábado, 24 de mayo de 2025

India y Pakistán: La amenaza bélica como estrategia

Los gobiernos de la India y de Pakistán se alejaron del abismo bélico en Cachemira porque ninguno puede permitirse una guerra a gran escala. Pero la retórica bélica y el clima de nacionalismo estridente ayudó a ambos gobiernos a hacerle frente a sus problemas internos.

Farooq Sulehria y Sushovan Dhar, Jacobin

El conflicto armado entre India y Pakistán supuso una amenaza importante para el subcontinente. Habría sido una guerra que ningún país podía permitirse. El 10 de mayo, el presidente estadounidense Donald Trump negoció, según se informó, un alto el fuego inicial entre ambas partes.

Este anuncio fue seguido de una reunión de los directores generales de operaciones militares (DGMOs) el 12 de mayo, durante la cual ambas partes acordaron mantener su compromiso de no emprender acciones agresivas u hostiles. Además, la India y Pakistán «considerarían medidas inmediatas para garantizar la reducción de tropas».

El actual acuerdo de paz puede parecer frágil, especialmente con una nueva ronda de gestos por parte del primer ministro indio, Narendra Modi, y su homólogo pakistaní, Shehbaz Sharif. No obstante, cualquier distensión bélica es claramente bienvenida en aras de la estabilidad y la paz regionales. Parece improbable que cualquiera de las partes pueda lograr una victoria decisiva, lo que probablemente arrastraría a la región a un período de crisis e incertidumbre prolongadas.

Tambores de guerra

Todo comenzó el 7 de mayo, cuando la Fuerza Aérea India llevó a cabo una serie de ataques aéreos contra objetivos en Pakistán y en la zona de Cachemira, administrada por Pakistán. Esta ofensiva recibió el nombre en clave de «Operación Sindoor». La agresión militar fue provocada por un ataque mortal contra turistas en Pahalgam, Cachemira, el 22 de abril, que causó la muerte de veintiséis civiles.

Las autoridades indias afirmaron que las operaciones tenían como objetivo nueve lugares identificados como «infraestructuras terroristas». En respuesta, el ejército pakistaní afirmó que los ataques solo tenían como objetivo seis lugares y que habían causado la muerte de treinta y un civiles. Por parte india, los informes indican que al menos cuarenta civiles murieron y muchos resultaron heridos, principalmente en el sector de Poonch, en Jammu, cuando las tropas pakistaníes lanzaron intensos bombardeos a través de la Línea de Control (LoC, por sus siglas en inglés), como represalia por el ataque indio.

El incidente de Pahalgam resultó ventajoso para Modi, cuya administración lidiaba con diversos problemas. El Gobierno indio se enfrentaba a una importante disidencia pública, en particular en relación con la controvertida Ley Waqf (Enmienda), así como con las sentencias del Tribunal Supremo que ponían de relieve las violaciones constitucionales cometidas por el Gobierno. Además, los retos económicos y el aumento del desempleo contribuyeron al creciente descontento. Por otra parte, la decisión del Gobierno de Trump de imponer aranceles a la India introdujo nuevas incertidumbres.

En lugar de asumir la responsabilidad por las graves fallas de seguridad que contribuyeron al trágico incidente de Pahalgam, Modi y sus aliados explotaron la situación para incitar al pánico, el frenesí, la histeria bélica, el patrioterismo y una nueva ola de islamofobia. Lograron galvanizar a toda una nación en torno a una supuesta amenaza a la seguridad representada por los terroristas respaldados por Pakistán. Casi todo el país los apoyó en su búsqueda de venganza tras el ataque.

Los principales canales de comunicación facilitaron esta situación, propagando a diario nuevas falsedades sobre Pakistán. Estos medios de comunicación se convirtieron en campos de batalla, inflamando con información errónea a millones de ciudadanos de todo el país. El 9 de mayo, el Gobierno incluso tuvo que intervenir para impedir que los medios difundieran información falsa y avivaran la animadversión.

El Gobierno de Modi orquestó intencionadamente este clima para aumentar su popularidad, especialmente en vísperas de las elecciones a la Asamblea estatal de Bihar. También le sirve para desviar la atención de las masas trabajadoras de la India de los problemas materiales a los que se enfrenta el país, como el aumento del desempleo, la desigualdad, la pobreza y diversas formas de privación. Los informes indican que la tasa de desempleo juvenil aumentó hasta el 16,1 % en el primer trimestre de 2025.

La cuenta en las redes sociales de la unidad de información pública del ejército indio elogió los ataques transfronterizos como un caso de «justicia cumplida». Sin embargo, no hay señales de que se haya detenido a los militantes realmente responsables de los atentados terroristas de Pahalgam, mientras que la «justicia» de la que habla el ejército consistió en acciones letales dirigidas contra civiles desarmados, incluidos niños.

La respuesta de Pakistán

El momento elegido por la India para sus acciones fue perfecto para los gobernantes de Pakistán. El país se enfrenta a graves crisis económicas y de deuda, a la agitación política en Baluchistán y al deterioro de las relaciones con Afganistán, todo lo cual hizo que el actual Gobierno, liderado por Sharif y el ejército, sea impopular entre la población.

La respuesta pakistaní al atentado terrorista de Pahalgam, tanto semioficial como extraoficial, fue afirmar que se trataba de una «operación de falsa bandera». Tras el incidente se desató una oleada de belicismo patrioterista.

Los presentadores de televisión, al igual que sus homólogos indios, desempeñaron un papel importante para el fomento de la histeria bélica. Los ministros del gabinete, los políticos de la oposición y los líderes militares emitieron al únisono declaraciones beligerantes. En los días previos a los primeros ataques indios, se extendió en Pakistán la sensación de que la India se estaba retirando por miedo.

Hay dos puntos que merecen una mención especial para contextualizar la actitud de Pakistán. En primer lugar, el establishment alentó y protegió a grupos yihadistas, al menos en la Cachemira administrada por Pakistán. En segundo lugar, la impetuosa respuesta india ayudó objetivamente al régimen híbrido de Pakistán, asediado internamente, que se mantiene en el poder desde la destitución de Imran Khan.

En este régimen híbrido, el ejército lleva la batuta. Los funcionarios del Gobierno civil, el primer ministro Sharif y el presidente Asif Ali Zardari, desempeñan el papel de servidores obedientes para garantizar su permanencia en el poder. Ayesha Siddiqa, reconocida experta en el ejército de Pakistán, informó en febrero de este año que «una fuente bien informada en Islamabad» creía que el liderazgo militar se estaba «preparando para reactivar la militarización, en una escala comparativamente menor pero visible», después del invierno, con el fin de presionar a la India para negociar sobre Baluchistán.

Pakistán se enfrenta a un movimiento separatista armado en Baluchistán, la mayor de sus cuatro provincias, que limita con Irán y Afganistán. China construyó un enorme puerto en Gwadar, en la costa de Baluchistán, y esta provincia es un eslabón importante de la Iniciativa del Cinturón y la Ruta. Pakistán acusó repetidamente a la India de armar y entrenar al Ejército de Liberación de Baluchistán, un grupo militante responsable de ataques guerrilleros contra instalaciones de seguridad y trabajadores chinos en la región.

Guerra de baja intensidad

Apesar de la fanfarria y la retórica belicista que rodea a la supuesta guerra, junto con la histeria generalizada al otro lado de la frontera, está claro que ninguno de los dos ejércitos cruzó realmente al territorio enemigo. Se lanzaron misiles y drones para bombardear y atacar al otro lado de la frontera y los gobiernos y los medios de comunicación de ambos países celebraron con enorme entusiasmo cada vez que sus fuerzas interceptaban un dron o un misil «enemigo» dentro de sus respectivas fronteras.

Según un destacado especialista militar indio, Pravin Sawhney, el país ni siquiera se encontraba en una situación de preguerra, lo que suele implicar una importante movilización de fuerzas terrestres a través de las fronteras. Lo que presenciamos fue una crisis militar, una versión intensificada de los incidentes habituales a lo largo de la LoC, especialmente en Jammu y Cachemira.

En el pasado, India y Pakistán ya libraron tres guerras a gran escala por Cachemira, y ambas naciones poseen armas nucleares. Ninguno de los dos países puede soportar el coste de otro conflicto en toda regla. La economía de Pakistán se enfrenta actualmente a importantes dificultades, está profundamente endeudada y debe reembolsar numerosos préstamos. Con una tasa de crecimiento económico anémica, ligeramente superior al 2 %, no puede permitirse verse envuelta en otra guerra importante.

Aunque la economía de la India es considerablemente más fuerte y grande, Modi planteó la posibilidad de que la India se convierta en una economía de 5 billones de dólares y emerja como una gran potencia económica y geopolítica. Cualquier posibilidad de alcanzar estos objetivos depende de la estabilidad dentro del país, y una guerra con un vecino que posee armas nucleares difícilmente atraerá a los inversores, por no hablar del daño que supondría para el turismo. Ya fuimo testigos de la cancelación de vuelos en ambos países, lo está claro que el hecho de que las recientes tensiones se intensifiquen y se conviertan en algo más grave no redunda en el interés estratégico ni económico de ninguna de las dos naciones.

Además, la India es consciente de que es poco probable que China se mantenga pasiva en caso de un ataque contra Pakistán. Esto no se debe únicamente a las tradicionales hostilidades entre ambos países, sino también a que China invirtió aproximadamente 62.000 millones de dólares en el Corredor Económico China-Pakistán. Esta inversión abarca una amplia gama de proyectos de infraestructura y energía diseñados para conectar la región occidental de China con el puerto pakistaní de Gwadar.

El golfo de Bengala y el mar Arábigo son importantes para la Iniciativa del Cinturón y Ruta. China estaría profundamente preocupada si las acciones beligerantes de lo que considera como gobiernos irresponsables en estos dos países acabaran poniendo en peligro sus inversiones. Involucrar a los chinos en un conflicto podría resultar desastroso para la India, ya que la guerra moderna depende en gran medida de la tecnología avanzada, campo en el que China posee una ventaja considerable.

Por lo tanto, a la India y a Pakistán les conviene mantener acciones militares de baja intensidad, ya que esta estrategia les proporciona importantes ventajas políticas a un coste mínimo. Sin embargo, este enfoque le impone una pesada carga a sus poblaciones civiles. Tras la euforia inicial que siguió a los ataques, cuando Pakistán indicó que tomaría represalias, el ambiente en la India, especialmente en las regiones del norte y el oeste, pasó de la celebración al pánico y la aprensión por las posibles víctimas.

Aunque los capitalistas indios pueden haber apoyado inicialmente el fervor bélico, el posterior cierre de los aeropuertos y el desvío de los vuelos les causó una considerable alarma. Desde entonces, el sector industrial indio emitió declaraciones en las que pide moderación. El 9 de mayo, las bolsas indias y la rupia sufrieron una notable caída, antes de recuperar el terreno perdido el 12 de mayo con el acuerdo de alto el fuego.

Nueva normalidad

Ambas partes buscaban rebajar la tensión tras las primeras muestras de agresividad, a la espera del momento adecuado para apaciguar a sus respectivas opiniones públicas. Un método viable para ello consistía en poder alegar un incremento de la presión internacional.

Si bien China mantiene una estrecha relación con Pakistán, su influencia sobre la India es limitada. Los Estados del Golfo tienen cierta influencia sobre ambos países, pero no tanta como los Estados Unidos. Países como Rusia e Irán podrían mediar, ayudando a evitar que la situación se convierta en una crisis más grave; sin embargo, su influencia no sería suficiente para evitar nuevas tensiones.

Tal y como están las cosas, la única potencia a la que India y Pakistán se sienten obligados a escuchar es Estados Unidos. Históricamente, este país desempeñó un papel en la facilitación de la paz entre ambos Estados. Tras el inicio de las acciones militares indias, hubo indicios de que Washington estaba influyendo indirectamente en las acciones y comunicaciones de India, ya que hizo hincapié en el carácter «centrado, mesurado y no escalatorio» de los ataques, diseñados para satisfacer las expectativas de Donald Trump.

Trump afirmó que Estados Unidos facilitó una serie de conversaciones que culminaron en un acuerdo; el Gobierno indio no confirmó ni desmintió esta afirmación. Para reforzar a sus seguidores y mantener el fervor bélico, Modi adoptó un tono desafiante y triunfal en su discurso a la nación del 12 de mayo. Proclamó que la India había establecido una «nueva normalidad» para responder a los ataques terroristas y presentó el alto el fuego como una suspensión temporal de las operaciones por parte india, con una estrecha vigilancia de las acciones de Pakistán en los próximos días. La respuesta del establishment pakistaní fue igualmente belicosa.

Aunque el alto el fuego detuvo las operaciones armadas, los ataques verbales y diplomáticos continuaron. Hasta la fecha no se produjo ninguna revocación de la suspensión del Tratado de las Aguas del Indo, por no hablar de la suspensión de visados, la expulsión de diplomáticos, el cierre de fronteras, la restricción del espacio aéreo y la suspensión del comercio. En última instancia, son los ciudadanos de a pie de ambos países, junto con los cachemires de ambos lados de la frontera, los más afectados y los que siguen siendo rehenes de esta crisis en curso.

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