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domingo, 8 de diciembre de 2024

La versión rusa


Nahia Sanzo, Slavyangrad.es

“Vladímir Putin está abierto a discutir un acuerdo de alto el fuego en Ucrania con Donald Trump, pero descarta hacer grandes concesiones territoriales e insiste en que Kiev abandone sus ambiciones de entrar en la OTAN, según han declarado a Reuters cinco fuentes conocedoras del pensamiento del Kremlin”, escribía hace unos días la agencia de noticias presentando como exclusiva algo que puede deducirse de las declaraciones de Vladimir Putin y otros miembros del Gobierno ruso. De forma consistente, tanto Vladimir Putin como Sergey Lavrov han dejado la puerta abierta a una negociación con Ucrania y han mostrado el deseo ruso de volver a contar con algún tipo de entendimiento con los países europeos y Estados Unidos para que la Federación Rusa vuelva a ser integrada en las relaciones internacionales normalizadas como sujeto de pleno derecho, en igualdad de condiciones y con intereses y preocupaciones propias. Al igual que con su artículo sobre los planes de Donald Trump para Ucrania, la nota de Reuters no aporta ninguna novedad.

Desde el inicio de las conversaciones de Estambul, Rusia dejó claro que su prioridad era lograr la neutralidad de Ucrania como medio para detener la expansión de la OTAN hacia sus fronteras y no la cuestión territorial. Así lo expresó también el jefe de la delegación ucraniana en Turquía meses después del fracaso de las negociaciones. “Realmente esperaban, casi hasta el último momento, que nos obligarían a firmar ese acuerdo para que adoptáramos la neutralidad. Eso era lo más importante para ellos. Estaban dispuestos a poner fin a la guerra si aceptábamos, como hizo Finlandia en su día, la neutralidad y nos comprometíamos a no entrar en la OTAN”, afirmó en noviembre de 2023 David Arajamia, tan tajante en su afirmación de que la cuestión territorial no era una prioridad para Rusia que Vladimir Medinsky, líder de la delegación rusa, se vio obligado a matizar que también asegurar el control de ciertos territorios (Donbass y Crimea) era un objetivo imprescindible para Moscú.

Importante, pero secundaria, la cuestión territorial sigue estando sobre la mesa pese a que Rusia haya reconocido como propias cuatro regiones ucranianas (Jersón, Zaporozhie, Donetsk y Lugansk) en su integridad. La constante referencia a atender “las realidades sobre el terreno”, es decir, a las fronteras de facto actuales puede considerarse una prueba de ello. De ahí que no deba sorprender, como parece indicar Reuters, la posibilidad de que pueda ser más sencillo para Rusia y Ucrania negociar las fronteras que la neutralidad. También ha sido siempre previsible que Rusia mostrara voluntad de abandonar los territorios de Nikolaev y Járkov bajo su control.

La victoria electoral de Donald Trump ha supuesto el retorno al centro de la agenda la posibilidad de reanudar una negociación para la resolución del conflicto. Ese es también el eje principal de la entrevista que ha concedido esta semana Sergey Lavrov al publicista estadounidense Tucker Carlson, una de las figuras mediáticas favoritas del presidente electo de Estados Unidos. “Creo que es una persona muy fuerte. Una persona que quiere resultados. A quien no le gusta postergar nada. Esta es mi impresión. Es muy amistoso en las discusiones. Pero esto no significa que sea prorruso como algunos tratan de presentarlo. La cantidad de sanciones que recibimos bajo la administración Trump fue muy grande”, afirma Lavrov al ser preguntado por el nuevo presidente de Estados Unidos. No existe en su discurso la esperanza que sí había en Rusia ante la llegada de Trump en 2016, cuando las falsas esperanzas de cambio se tradujeron en una política ucraniana similar a la que había heredado de Obama y Biden. Pese a los intentos de Carlson, el objetivo de Lavrov no es calificar el estado de la política estadounidense ni alabar al futuro presidente, sino presentar con claridad la postura rusa en la guerra y las perspectivas de la negociación.

A lo largo de la entrevista, Lavrov repasa lo ocurrido en la última década, insistiendo repetidamente en que todo comenzó con el golpe de estado que se consumó en Kiev en febrero de 2014. En la trayectoria de los hechos transcurridos desde entonces, que incluyen la adhesión de Crimea a Rusia, la guerra de Donbass, la invasión rusa de Ucrania y la guerra rusoucraniana, el discurso ruso insiste en resaltar el papel de Occidente. Esa es la constante que el Kremlin observa en el empeoramiento de la situación.
“Cuando se produjo el golpe de Estado, los estadounidenses no ocultaron que estaban detrás de él. Hay una conversación entre Victoria Nuland y el entonces embajador estadounidense en Kiev cuando discuten sobre las personalidades que se incluirían en el nuevo gobierno tras el golpe. Se mencionó la cifra de 5.000 millones de dólares gastados en Ucrania tras la independencia como garantía de que todo sería como querían los estadounidenses”,
explica Lavrov que plantea el cambio irregular de Gobierno en Ucrania hace ahora diez años como el primero de los puntos de inflexión que han llevado a la situación actual. “Nosotros no empezamos esta guerra. Hemos estado, durante años y años y años, enviando advertencias de que empujar a la OTAN cada vez más cerca de nuestras fronteras va a crear un problema. En 2007, Putin empezó a explicárselo a personas que parecían estar superadas por el fin de la historia y ser dominantes, no tener desafíos, etc”, insiste Lavrov.
“Argumentar que las personas que llegaron al poder mediante un golpe de Estado militar en febrero de 2014 representaban a Crimea o a los ciudadanos del este y el sur de Ucrania es absolutamente inútil. Es obvio que los ciudadanos de Crimea rechazaron el golpe. Dijeron: dejadnos en paz, no queremos tener nada con vosotros. Y así fue: Donbass, los habitantes de Crimea celebraron un referéndum y volvieron a unirse a Rusia. Donbass fue declarado grupo terrorista por los golpistas que llegaron al poder. Les bombardearon, les atacaron con artillería. Comenzó la guerra, que se detuvo en febrero de 2015”,
señala para describir lo sucedido en Crimea y el estallido de Donbass, que Ucrania bautizó con el primero de los muchos eufemismos de esta guerra, la operación antiterrorista.

El segundo punto de inflexión fueron los acuerdos de Minsk, el único plan de paz firmado por las partes y apoyado tanto por Rusia como por los aliados de Ucrania que habían negociado la propuesta e incluso Naciones Unidas. “Se firmaron los acuerdos de Minsk. Estábamos muy sinceramente interesados en cerrar este drama viendo que los acuerdos de Minsk se aplicaban plenamente. Fue saboteado por el gobierno, que se estableció tras el golpe de Estado en Ucrania. Existía la exigencia de que entablaran un diálogo directo con el pueblo que no aceptó el golpe. Se les exigía que promovieran las relaciones económicas con esa parte de Ucrania. Y así sucesivamente. Nada de esto se hizo”, relata Lavrov, que recuerda que “si hubieran implementado los acuerdos de Minsk, tendrían Ucrania entera menos Crimea”. En aquel momento, como insiste el ministro ruso, el interés de Moscú era lograr la implementación del acuerdo, que implicaba ciertos derechos políticos para la población de Donbass, protección lingüística y cultural y posibilidad de tratar económicamente con las regiones rusas.

Rusia nunca ha sido capaz de explicar realmente por qué optó por la opción militar en febrero de 2022. Tampoco Lavrov lo hace en su entrevista con Tucker Carlson. “Putin ha dicho en repetidas ocasiones que iniciamos la operación militar especial para poner fin a la guerra que el régimen de Kiev estaba llevando a cabo contra su propio pueblo en las zonas de Donbass”, afirma el ministro de Asuntos Exteriores de la Federación Rusa. A esa idea, Moscú añadió la desnazificación, un concepto que nunca ha sabido explicar correctamente, y otros argumentos que restaron credibilidad a la narrativa rusa, que habría resultado más convincente ciñéndose únicamente a la negativa ucraniana a resolver por la vía diplomática la guerra de Donbass y el peligro de expansión de la OTAN, algo que Zelensky trataba de lograr a base de invitar a sus aliados, fundamentalmente al Reino Unido, a instalar bases militares en el país.
Ante la pregunta de qué exige Rusia, Lavrov realiza un recorrido por la última década. En febrero de 2014, recuerda el ministro ruso, el Kremlin exigía que se cumpliera el acuerdo firmado. “Solo pedíamos que se aplicara el acuerdo entre el presidente y la oposición para formar un gobierno de unidad nacional y celebrar elecciones anticipadas. El acuerdo se firmó. Y pedíamos la aplicación de este acuerdo. Se mostraron absolutamente impacientes y agresivos. Y, por supuesto, fueron presionados, no me cabe la menor duda, por los estadounidenses, porque si Victoria Nuland y el embajador de Estados Unidos estaban de acuerdo en la composición del gobierno, ¿por qué esperar cinco meses para celebrar elecciones anticipadas?”, recuerda Lavrov de los convulsos días de febrero de 2014 que concluyeron con la huida de Yanukovich, temiendo por su vida, y la victoria de Maidan por medio de una moción de censura que, pese a la presión de la extrema derecha, careció de los votos para que fuera considerada legal.

Un año después, con las Repúblicas Populares avanzando contra las Fuerzas Armadas de Ucrania, que se retiraban en muchos casos a pie por los campos de Debaltsevo hacia Artyomovsk, Rusia impulsó un segundo acuerdo similar al que se había firmado e incumplido en septiembre de 2014, también en un momento en el que las tropas ucranianas se encontraban en serio peligro de colapso. “Los Acuerdos de Minsk preveían la integridad territorial de Ucrania, menos Crimea (que ni siquiera se planteó) y un estatus especial para una parte muy pequeña del Donbass, no para todo el Donbass, ni para Novorossiya en absoluto. Una parte del Donbass, en virtud de estos Acuerdos de Minsk, refrendados por el Consejo de Seguridad, debería tener derecho a hablar en ruso, a enseñar en ruso, a estudiar en ruso, a tener fuerzas de seguridad locales (como en los estados de EE.UU.), a ser consultada cuando jueces y fiscales sean nombrados por la autoridad central, y a tener algunas conexiones económicas facilitadas con las regiones vecinas de Rusia. Eso era todo. Algo que el presidente Macron prometió dar a Córcega y aún está estudiando cómo hacerlo”, recuerda Lavrov. No había en los acuerdos de Minsk ningún aspecto que pudiera considerarse inviable. El texto no otorgaba a Donetsk y Lugansk capacidad de veto en el camino euroatlántico como sus detractores han afirmado durante años ni era imposible de implementar como Zelensky anunció a Merkel y Macron en diciembre de 2019 en París.

Las circunstancias, la intensidad de la guerra, la destrucción y la cantidad de víctimas han cambiado mucho en la última década, como también lo han hecho las exigencias de las partes para resolver el conflicto. La prensa occidental recuerda a diario las exigencias de Ucrania, que actualmente pasan, sobre todo, por la adhesión a la OTAN y la Unión Europea, pasos que Kiev considera necesarios para adquirir la fuerza militar, política y económica para recuperar posteriormente su integridad territorial, algo que Moscú podría aceptar únicamente tras ser derrotada. Frente a esa visión del día después al conflicto, la respuesta de Lavrov a la pregunta de Tucker Carlson es tan importante que merece ser reproducida en su integridad:
No a la OTAN. Absolutamente. Ni bases militares, ni ejercicios militares en suelo ucraniano con participación de tropas extranjeras. Y esto es algo que reitero. Pero, por supuesto, era abril de 2022. Ya ha pasado algún tiempo, y habrá que tener en cuenta y aceptar las realidades sobre el terreno.

Las realidades sobre el terreno no son sólo la línea de contacto, sino también los cambios en la Constitución rusa tras el referéndum celebrado en Donetsk, las repúblicas de Lugansk y las regiones de Kherson y Zaporozhye. Y ahora forman parte de la Federación Rusa, según la Constitución. Y esto es una realidad.

Y, por supuesto, no podemos tolerar un acuerdo que mantenga la legislación que prohíbe la lengua rusa, los medios de comunicación rusos, la cultura rusa, la Iglesia Ortodoxa Ucraniana, porque es una violación de las obligaciones de Ucrania en virtud de la Carta de la ONU, y hay que hacer algo al respecto. Y el hecho de que Occidente (desde que comenzó esta ofensiva legislativa rusófoba en 2017) estuviera totalmente en silencio y lo esté hasta ahora, por supuesto que tendríamos que prestar atención a esto de una manera muy especial.
Las palabras del ministro de Asuntos Exteriores de la Federación Rusa son claras y reflejan la postura que ha mantenido el Kremlin en los últimos dos años, incluso en los momentos de derrota, en los que Moscú seguía mostrándose favorable a la negociación, aunque eso supusiera necesariamente pérdidas territoriales. Como para Ucrania, la prioridad rusa es la cuestión de la OTAN, en este caso impedir su avance sobre Ucrania. A partir de ahí, el Kremlin plantea negociar sobre la base de Estambul, aunque con matices. Rusia sigue exigiendo, como parte del acuerdo, garantías de los derechos de la población de habla rusa. Como en 2022, hay que insistir en que esa cuestión no es más que exigir a Zelensky cumplir con su programa electoral de 2019.

No hay en el discurso de Lavrov sensación de esperanza de cambio con la llegada al poder del nuevo presidente en Estados Unidos. Aunque la cuestión territorial pudiera estar sujeta a negociaciones, la OTAN seguirá siendo el principal escollo en caso de una negociación que, de producirse a corto plazo, ocurriría en un momento de escalada. “No queremos agravar la situación, pero dado que se están utilizando ATACMS y otras armas de largo alcance contra la Rusia continental por así decirlo, estamos enviando señales. Esperamos que la última, hace un par de semanas, la señal con el nuevo sistema de armas llamado Oreshnik haya sido tomada en serio”. Toda paz pasa por una negociación que, a día de hoy, parece incierta. Hasta entonces, el diálogo continuará realizándose a base de mensajes militares cruzados.

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