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martes, 17 de septiembre de 2024

Imperialismo y rivalidad económica

"La geopolítica mundial está marcada actualmente por tensiones extraordinarias y conflictos armados que plantean la amenaza de una guerra mundial, cuyo estallido puede ser en Ucrania, Oriente Medio o Taiwán"

Costas Lapavitsas, Jacobin

La geopolítica global está actualmente marcada por tensiones extraordinarias y conflictos armados que hacen temer una guerra mundial, especialmente en Ucrania, Medio Oriente y Taiwán. Desde principios de 2010, la disposición de los principales poderes estatales recuerda cada vez más a los años que precedieron a la gran conflagración imperialista de 1914. Un punto de inflexión así habría sido difícil de imaginar en la década de 1990, cuando dominaba la ideología de la globalización neoliberal y Estados Unidos reinó como única superpotencia.

Sin duda, Estados Unidos sigue siendo el actor principal -y más agresivo- en la escena internacional, como demuestra su posición hacia China. Es importante señalar que ninguno de sus potenciales rivales proviene de las "viejas" potencias imperialistas, sino que todos surgieron de lo que alguna vez se consideró el Segundo o Tercer Mundo, con China como su principal competidor económico y Rusia como su principal competidor militar. Esto refleja la profunda transformación de la economía mundial en las últimas décadas.

La escalada de tensiones también se produce en un momento histórico de resultados negativos de la economía mundial central, especialmente tras la Gran Crisis de 2007-09. La actividad económica en las zonas centrales es notablemente débil en términos de crecimiento, inversión, productividad, etc., y no hay signos claros de reactivación. El periodo posterior a la Gran Crisis de 2007-09 es un interregno clásico en el sentido de Antonio Gramsci, es decir, de lo viejo que muere y lo nuevo que no nace, sólo que en este contexto señala la incapacidad del núcleo de acumulación capitalista para emprender su propio crecimiento tanto a nivel nacional como internacional.

El dramático resurgimiento de las contiendas imperialistas y hegemónicas y la necesidad de sacar conclusiones políticas de ellas son cuestiones de primordial importancia para la izquierda socialista, como se argumenta en una reciente contribución a Jacobin. En este artículo, pretendo contribuir con algunos puntos clave al debate, basándose principalmente en la obra colectiva recientemente publicada El estado del capitalismo: economía, sociedad y hegemonía.

La economía política marxista clásica del imperialismo


La teoría marxista siempre ha buscado vincular el imperialismo a la economía política del capitalismo. Esto es especialmente evidente en el análisis canónico de Vladimir Lenin, construido sobre la base de El capital financiero de Rudolf Hilferding. La actual reaparición de las pugnas imperialistas y hegemónicas puede analizarse mejor siguiendo el camino abierto por estos autores.

Los enfoques que se basan en explicaciones no económicas, o que incluso buscan separar el imperialismo del capitalismo, como el de Joseph Schumpeter, tienen un poder explicativo limitado. Sin embargo, la teoría de Hilferding y Lenin debe tratarse con gran cautela. El panorama geopolítico actual del mundo puede parecerse al de antes de 1914, pero las apariencias engañan.

Para ambos autores, el principal impulsor del imperialismo fue la transformación de las unidades fundamentales de capital en las áreas centrales de la economía mundial, lo que condujo al surgimiento del capital financiero. En pocas palabras, el capital monopolista industrial y bancario se fusionó en el capital financiero, que buscaba expandirse en el extranjero de dos maneras: primero, mediante la venta de bienes y, segundo, mediante la exportación de dinero prestado al capital.

En resumen, el imperialismo clásico fue impulsado por la aceleración de la internacionalización del dinero y del capital mercantil bajo la égida de la amalgama de capitales monopolistas industriales y financieros.

Naturalmente, los capitales financieros de diferentes países competían entre sí en el mercado mundial y para ello buscaron el apoyo –específicamente, pero no exclusivamente– de sus propios estados. Lo que siguió fue la creación de imperios coloniales para asegurar la exclusividad territorial para la exportación de capital base y crear condiciones favorables para la exportación de capital de préstamo.

Los países colonizados típicamente se encontraban en una etapa inferior de desarrollo capitalista o no eran capitalistas en absoluto. Esta expansión colonial habría sido imposible sin el militarismo y, por tanto, sin el impulso de la confrontación armada entre los diversos competidores.

En resumen, el impulso para crear colonias surgió de las operaciones agresivas del capital financiero que buscaban asegurar ganancias. Para ello, cooptaron los servicios del Estado y esto creó un impulso hacia la guerra. Los Estados no son empresas capitalistas y sus relaciones no están determinadas por un cálculo tosco de pérdidas y ganancias. Actúan basándose en el poder, la historia, la ideología y una serie de otros factores no económicos. El árbitro final entre ellos es el poder militar.

Por lo tanto, la expansión imperialista fue impulsada fundamentalmente por el capital privado, pero inevitablemente implicó opresión, explotación y conflicto nacional. Los flujos de valor hacia las metrópolis podrían derivar de las ganancias corporativas, pero también de los impuestos a la explotación, como en la India. Estos se contrastaban con los enormes gastos para la adquisición y mantenimiento de las colonias.

Desde esta perspectiva, es engañoso tratar de demostrar la existencia del imperialismo a través de un modelo económico que muestra excedentes monetarios netos creados y apropiados por las metrópolis. El imperialismo es una práctica geopolítica y una realidad económica. Tiene sus raíces en la conducta y las ganancias de las empresas capitalistas globalmente activas, pero da lugar a políticas estatales que tienen resultados complejos y contradictorios. En un sentido profundo, el imperialismo es un resultado histórico de la acumulación capitalista madura.

El imperialismo contemporáneo


A diferencia de los tiempos de Hilferding y Lenin, la primera y decisiva característica del imperialismo contemporáneo es la internacionalización del capital productivo, y no sólo del capital monetario comercial y crediticio.

Grandes volúmenes de producción capitalista ocurren a través de fronteras a través de cadenas de suministro típicamente dirigidas por multinacionales, que ejercen control directamente a través de derechos de propiedad sobre subsidiarias o indirectamente a través de contratos con capitalistas locales. El salto cuantitativo en el volumen del comercio internacional en las últimas décadas es resultado del comercio dentro de estas cadenas de valor.

Producir en el extranjero tiene requisitos mucho más estrictos que simplemente comercializar materias primas o prestar dinero. El capitalista internacional debe tener un amplio conocimiento de las condiciones económicas locales en los países receptores, derechos confiables sobre los recursos locales y, sobre todo, acceso a una fuerza laboral capaz. Todo ello requiere relaciones directas o indirectas con el Estado tanto del país de origen como del país de destino.

El segundo punto de diferencia, igualmente decisivo, es la forma característica adoptada por el capital financiero en las últimas décadas, que ha sido un factor decisivo en la financiarización del capitalismo tanto a nivel nacional como internacional.

La exportación de capital prestado ha crecido enormemente, pero la mayoría de los flujos han sido, y siguen siendo, principalmente del centro al centro, más que del centro a la periferia. La proporción era de diez a uno a favor del primero. Además, una característica del interregno es el crecimiento sustancial de los flujos desde China hacia la periferia y otros flujos de periferia a periferia.

Además, hasta la Gran Crisis de 2007-2009, la financiarización tanto nacional como internacional fue impulsada principalmente por los bancos comerciales. Durante el interregno, el centro de gravedad se desplazó hacia los diversos componentes del "sistema bancario en la sombra", es decir, las instituciones financieras no bancarias, como los fondos de inversión, que se benefician del comercio y la tenencia de valores. Tres de estos fondos –BlackRock, Vanguard y State Street– actualmente poseen una enorme proporción de todo el capital social estadounidense en sus carteras.

En resumen, el imperialismo contemporáneo se caracteriza por la internacionalización del capital productivo, mercantil y monetario, una vez más bajo la égida del capital monopolista industrial y financiero. Sin embargo, nuevamente contrariamente a la era de Hilferding y Lenin, no existe una amalgama entre el capital industrial y el capital financiero, y ciertamente no hay ninguna amalgama en la que el último domine al primero.

Después de todo, la dominación no es un resultado del movimiento esencial de capital, sino que deriva de las realidades concretas de las operaciones capitalistas en contextos históricos específicos. A principios del siglo XX, los bancos podían dominar el capital industrial porque este último dependía en gran medida de los préstamos bancarios para financiar la inversión fija a largo plazo. Estos préstamos han permitido y alentado a los bancos a participar activamente en la gestión de grandes empresas.

Hoy en día, las empresas industriales de los países centrales se caracterizan por bajas inversiones y, al mismo tiempo, enormes volúmenes de capital monetario de reserva. Ambas son características de la financiarización de las empresas industriales y del pobre desempeño de las economías centrales durante el interregno. Además, implican que las grandes empresas internacionales son mucho menos dependientes del capital financiero que en los días del imperialismo clásico.

Las grandes participaciones accionarias de los "bancos en la sombra" son ciertamente importantes en términos de poder de voto dentro de las grandes corporaciones y, por lo tanto, desempeñan un papel en el proceso de toma de decisiones de las sociedades no financieras. Sin embargo, es exagerado decir que los Tres Grandes dictan condiciones a las empresas estadounidenses. Poseen acciones que pertenecen a otros –a menudo otros “bancos en la sombra”– y buscan obtener ganancias administrando sus propias carteras de valores. Su posición se asemeja a la de un rentista , que sin embargo busca un equilibrio de convivencia con el industrial a través de los mercados de valores.

La fuerza impulsora del imperialismo contemporáneo surge de esta combinación entre capital industrial internacionalizado y capital financiero internacionalizado. Ninguno domina al otro y no hay ningún choque fundamental entre ellos. Juntos constituyen la forma de capital más agresiva conocida en la historia.

Requisitos económicos del imperialismo contemporáneo


La combinación de capitales que impulsa el imperialismo contemporáneo no necesita exclusividad territorial y no busca formar imperios coloniales. En cambio, prospera gracias al acceso irrestricto a los recursos naturales globales, mano de obra barata, impuestos bajos, estándares ambientales laxos y mercados para sus componentes industriales, comerciales y financieros.

Un punto a subrayar a este respecto es que no existe una clase capitalista "mundial". Se trata de una ilusión que se remonta a los tiempos del triunfo ideológico de la globalización y de la hegemonía exclusiva de Estados Unidos. Ciertamente existe una similitud de puntos de vista entre los capitalistas internacionalmente activos, lo que en última instancia refleja el poder hegemónico de Estados Unidos. Pero la enorme escalada de tensiones en los últimos años demuestra que los capitalistas están y seguirán divididos en grupos potencialmente hostiles a nivel internacional.

Entre otras cosas, en los países centrales ni siquiera existe una "aristocracia obrera", contrariamente a lo que afirmaba Lenin. La gran presión ejercida sobre los trabajadores en los países centrales durante los últimos cuarenta años ha refutado esta idea.

Los capitales industriales y financieros internacionalmente activos tienen dos requisitos fundamentales. En primer lugar, deben existir reglas claras y aplicables para los flujos de inversión productiva, materias primas y capital monetario prestado. No se trata de un simple acuerdo entre Estados, sino de algo que debe ser garantizado por instituciones adecuadamente estructuradas, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, el Banco de Pagos Internacionales, etc. En segundo lugar, debe existir una forma confiable de dinero mundial que sirva como unidad de cuenta, medio de pago y depósito de valor.

Ambos requisitos -especialmente el segundo- reflejan el carácter peculiar de la economía mundial que, a diferencia de la economía interna, carece intrínsecamente de la presencia coordinadora y organizadora de un Estado nacional. No obstante, el capital industrial y financiero todavía necesita el apoyo de los estados nacionales para sortear los obstáculos del mercado mundial.

Inevitablemente, el sistema de Estados nacionales –a diferencia del sistema de capitales que compiten internacionalmente– entra en juego y trae consigo sus propias consideraciones no económicas.

El papel de la hegemonía


El sello distintivo del sistema de Estado-nación es la hegemonía, y hay pocos mejores guías para abordar esta cuestión que Gramsci, como sugirió Robert W. Cox hace mucho tiempo. La atención de Gramsci se centró en el equilibrio interno de clases y los resultados políticos resultantes, más que en las relaciones estatales internacionales. Sin embargo, lo que importa para nuestros propósitos es que para Gramsci la hegemonía implica tanto coerción como consentimiento. Ambos son cruciales para el funcionamiento del imperialismo contemporáneo.

Estados Unidos fue la única potencia hegemónica durante casi tres décadas después del colapso de la Unión Soviética; su poder derivaba del dominio económico que se reflejaba en el tamaño del PIB y los mercados relacionados, en el volumen del comercio internacional y en el tamaño de los flujos de capital entrantes y salientes. Sobre todo, su posición hegemónica surgió de su capacidad única para consolidar su moneda nacional como moneda mundial.

El poder coercitivo de Estados Unidos es en parte económico, como lo demuestra la enorme variedad de sanciones que impone periódicamente a otros. En primer lugar, sin embargo, es militar, con enormes gastos que actualmente superan el billón de dólares al año. Esta cifra es superior a la de las "viejas" potencias imperialistas en al menos un orden de magnitud y financia una vasta red de bases militares en todo el mundo. A diferencia del período clásico, la militarización y el enorme complejo militar-industrial son características permanentes e integrales de la economía estadounidense.

El poder de consenso de Estados Unidos se basa en su papel dominante en las instituciones internacionales que regulan la actividad económica internacional. Esta forma de poder hace uso de universidades y think tanks que producen la ideología prevaleciente en las instituciones internacionales. Ha demostrado ser fundamental para generar una visión común entre los capitalistas internacionalmente activos de todo el mundo durante varias décadas.

Como único hegemón, Estados Unidos ha promovido consistentemente los intereses de sus capitales globalmente activos. Al hacerlo, han creado las condiciones que también permiten que el capital de otros "viejos" países imperialistas opere de manera rentable, entre otras cosas garantizando un acceso controlado al dólar en momentos críticos, como en 2008 pero también en 2020. También en este sentido , el imperialismo contemporáneo es dramáticamente diferente de la versión clásica.

El problema hegemónico para Estados Unidos surge de la naturaleza contradictoria de estas tendencias.

Por un lado, favorecer los intereses del capital internacionalmente activo ha implicado costos sustanciales para algunos sectores de la economía interna estadounidense. La producción ha migrado, dejando atrás un desempleo persistente, las empresas se han registrado en paraísos fiscales para evadir impuestos, se ha perdido capacidad técnica, etc.

Por otro lado, la deslocalización de la capacidad productiva ha favorecido el surgimiento de centros independientes de acumulación capitalista en lo que antes se consideraban el Segundo y el Tercer Mundo. El papel principal lo han desempeñado los Estados nacionales que han navegado por los bajíos de la producción, el comercio y las finanzas globalizados. Pero la deslocalización de la producción también fue un factor crucial.

El mejor ejemplo es, por supuesto, China, que se ha convertido en el mayor país manufacturero y comercial del mundo. Por supuesto, las gigantescas empresas industriales y financieras de China tienen características y relaciones distintivas en comparación con sus equivalentes estadounidenses, sobre todo porque muchas de ellas son de propiedad estatal. Pero incluso los capitales financieros del imperialismo clásico tenían diferencias sustanciales entre sí, como destaca, por ejemplo, Kozo Uno .

Para nuestros propósitos, enormes empresas industriales y financieras chinas, indias, brasileñas, coreanas, rusas y otras operan cada vez más a escala global y buscan apoyo estatal para influir en las reglas del juego y determinar la moneda mundial. Esto se refiere principalmente a su propio Estado, aunque también cultivan relaciones con otros Estados.

El impulso a la guerra


Las raíces del constante empeoramiento de las disputas imperialistas se encuentran en esta configuración del capitalismo global. Es evidente que Estados Unidos no se someterá al desafío y recurrirá a su vasto poder militar, político y monetario para proteger su hegemonía. Esto los convierte en la principal amenaza a la paz mundial.

En otras palabras, las disputas actuales recuerdan la era anterior a 1914, en el sentido fundamental de que están impulsadas por motivaciones económicas subyacentes. Esto no significa que detrás de cada explosión haya un crudo cálculo económico, pero sí que las disputas tienen profundas raíces materiales. Por tanto, son extraordinariamente peligrosos y difíciles de tratar.

Además, las disputas son cualitativamente diferentes de la oposición entre Estados Unidos y la Unión Soviética, que fue principalmente política e ideológica. Durante el interregno, Estados Unidos contó con el apoyo de las "viejas" potencias imperialistas, basándose sobre todo en su poder de consenso, que tiene sus raíces en la era antisoviética. Nada garantiza que puedan hacer esto para siempre.

Por tanto, la izquierda se enfrenta a una elección difícil pero al mismo tiempo clara. El surgimiento gradual de la "multipolaridad", con el desafío a la hegemonía estadounidense por parte de otros estados poderosos, ha creado cierto espacio para que los países más pequeños defiendan sus intereses. Pero no hay nada meritorio o progresista en el capitalismo chino, indio, ruso o cualquier otro tipo de capitalismo. Además, es crucial recordar que en 1914 el mundo era multipolar y el resultado fue una catástrofe. La respuesta todavía se encuentra en los escritos de Lenin, aunque el mundo ha cambiado mucho.

La izquierda socialista debe oponerse al imperialismo, reconociendo que EEUU es el principal agresor. Pero debe hacerlo desde una posición independiente, abiertamente anticapitalista, que no se haga ilusiones sobre China, India, Rusia y otros contendientes, por no hablar de los «viejos» imperialistas. El camino debe ser el de la transformación anticapitalista interna, basada en la soberanía popular y combinada con una soberanía nacional que busque la igualdad internacional. Este sería el verdadero internacionalismo, basado en el poder de los trabajadores y los pobres. Cómo puede volver a convertirse en una fuerza política real es el problema más profundo de nuestro tiempo.


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