Páginas

lunes, 9 de septiembre de 2024

La masacre en Cisjordania solo hunde más a "Israel"

La agresiva expansión de Israel en Cisjordania, que se hace eco de la devastación en Gaza, revela una estrategia más amplia para aplastar a la resistencia palestina, ejercer un mayor control y remodelar la región, aunque lo único que consigue es acelerar el colapso del marco de Oslo y de la colaborativa Autoridad Palestina.

Khalil Harb, The Cradle

La actual invasión israelí de la ya ocupada Cisjordania ha puesto al descubierto la cruda realidad de Israel y su ocupación de Palestina durante décadas: el alcance del extremismo en el seno de su gobierno, las tácticas repetitivas e ineficaces de su ejército, la menguante “autoridad” de Mahmud Abbas, la obsolescencia de los Acuerdos de Oslo, el aumento de la presión sobre la monarquía jordana y la innegable complicidad de Estados Unidos en estas atrocidades cotidianas.

Esta gran ofensiva en Cisjordania, la mayor del Estado de ocupación desde la Segunda Intifada, tiene profundas implicaciones. Mientras el gobierno israelí continúa su undécimo mes de guerra contra la Franja de Gaza, ha expandido su campaña genocida a otra parte de la Palestina histórica, señalando una nueva fase del conflicto similar a una ‘Gaza 2.0’.

Gaza 2.0

Al atacar Cisjordania, Israel ha dejado claro que sus acciones contra Gaza no fueron únicamente una reacción a la operación de resistencia del año pasado dirigida por Hamás, Al-Aqsa Flood, sino que forman parte de una estrategia más amplia para “judaizar” toda Palestina, como han afirmado continuamente los grupos de resistencia palestinos desde que estalló la última guerra.

Durante la última sesión de la reunión semanal del gobierno israelí, el ministro israelí de Protección del Medio Ambiente, Idit Silman, situó las ciudades de Yenín y Nablús en la misma categoría que la frontera entre Gaza y Egipto y reiteró el derecho de Israel a toda Palestina, declarando:
En el Corredor de Filadelfia, en Yenín y Nablús, debemos atacar para heredar la tierra. [Heredar] es el término que debe utilizarse, no el de “ocupación” de la tierra
El mismo día, la ministra de Asentamientos y Misiones Nacionales, Orit Strook, pidió al Secretario Militar y al gabinete de seguridad de Israel que “declararan el estado de guerra en Cisjordania”.

De hecho, los factores que impulsan la actual explosión en Cisjordania son un reflejo de los que encendieron Gaza. Desde que comenzó la guerra contra Gaza, Israel ha intensificado sus brutales tácticas en Cisjordania: han muerto más de 650 palestinos, entre ellos más de 150 niños.

Las fuerzas de ocupación han llevado a cabo más de 10.300 operaciones, acompañadas de un aumento de la actividad de los asentamientos y de la distribución de decenas de miles de armas a las bandas de colonos, lo que ha intensificado aún más los ataques contra las comunidades palestinas autóctonas.

Incluso Ronen Bar, jefe de la propia agencia de seguridad israelí, el Shin Bet, ha advertido del aumento del “terrorismo judío”, advirtiendo de que tal extremismo podría dañar aún más la posición internacional y las alianzas regionales de Tel Aviv.

A pesar de estas advertencias, el Estado de ocupación ha aprendido poco de su corto pasado. La actual campaña de Israel en Cisjordania sigue empleando tácticas conocidas pero inútiles -asesinatos (el más reciente y notable, el de Abu Shujaa de Tulkarem), destrucción (especialmente en Yenín y Tulkarem), encarcelamiento, intimidación, confiscación de tierras y demolición de viviendas e infraestructuras-, todo ello en un vano intento de desarraigar la resistencia palestina, que ha ido desarrollando sus capacidades a pesar de las duras condiciones represivas.

La agresión actual, impulsada por las facciones ultranacionalistas del gobierno israelí, es una maniobra calculada para ejercer el control sobre Cisjordania, similar a sus brutales tácticas en Gaza. Como declaró el ministro de Asuntos Exteriores Israel Katz:
Debemos hacer frente a la amenaza igual que hacemos con la infraestructura terrorista de Gaza, incluida la evacuación temporal de los residentes palestinos y las medidas que sean necesarias. Ésta es una guerra por todo y debemos ganarla.
Al menos a corto plazo, Israel se ha visto envalentonado por unas condiciones favorables: el apoyo generalizado de la opinión pública israelí a las acciones agresivas, la necesidad del gobierno del primer ministro Benjamin Netanyahu de reivindicar una “victoria” interna y una sensación de impunidad reforzada por la falta de disuasión efectiva estadounidense o árabe.

Abrir las compuertas de la resistencia

La mayor incursión del Estado de ocupación en Cisjordania desde 2002 revela que su estrategia no es sólo una reacción a hechos aislados, sino una campaña más amplia para desmantelar la sociedad y la resistencia palestinas y negar su derecho a la autodeterminación y la autonomía.

La invasión no es una mera continuación de la respuesta al diluvio de Al-Aqsa, sino que forma parte de un esfuerzo mayor para atacar a los palestinos dondequiera que estén y quebrantar su moral. Las tácticas empleadas en Gaza -destrucción, devastación y muerte- se están reproduciendo, aunque en menor grado, en Cisjordania, a pesar del fracaso en Gaza y de la resistencia que ha fomentado.

Cisjordania ha sido testigo no sólo de un aumento de las operaciones de resistencia convencionales (coordinadas por Hamás y la Yihad Islámica Palestina), como tiroteos, apuñalamientos, emboscadas y ataques con embestidas, sino también del regreso de las operaciones de martirio y los coches bomba y de la aparición por primera vez del uso de proyectiles RPG.

Los dirigentes israelíes y las facciones ultranacionalistas abogan desde hace tiempo por infligir un dolor intenso a los palestinos, y Netanyahu ve ahora la oportunidad de conseguirlo mediante una nueva ola de violencia en ciudades clave de Cisjordania como Yenín, Tulkarem, Tubas, Nablús, Ramala y, más recientemente, Hebrón.

Yenín, en particular, punto focal de la batalla de 2002 (y de la más reciente «Batalla de la Furia de Yenín» en julio de 2023), se considera una amenaza persistente para la entidad ocupante, debido sobre todo a que los residentes del campo muestran una fuerte cohesión social, que, “A diferencia de muchas otras ciudades y pueblos de Cisjordania, el campo no se caracteriza por divisiones políticas”.

La «autoridad» de Abbas pende de un hilo

Sin embargo, es posible que Netanyahu no haya evaluado plenamente los riesgos. La situación en 2024 no es la misma que en 2002; Israel ya está comprometida en distintos frentes a medida que asciende por la escalera de la escalada. Si Cisjordania se ve sometida a un escenario “Gaza 2.0” -con destrucción sistemática, ataques coordinados y desplazamientos masivos-, la frágil Autoridad Palestina (AP) de Abbas podría derrumbarse, enterrando indefinidamente los Acuerdos de Oslo y erosionando aún más cualquier perspectiva de la llamada solución de dos Estados.
Abbas se enfrenta a desafíos sin precedentes. Está asediado por la ira de los palestinos de Cisjordania, frustrados por el continuo sufrimiento de sus hermanos de Gaza, por el estrangulamiento financiero impuesto por Israel y por la implacable expansión de los asentamientos.
Las críticas a Abbas han alcanzado un crescendo en toda Cisjordania, poniendo de relieve la desilusión ante la incapacidad de la AP para proteger los derechos palestinos o detener las repetidas incursiones israelíes, así como su inquebrantable coordinación en materia de seguridad con la ocupación.
El colapso de los Acuerdos de Oslo tendría consecuencias de gran alcance. La inversión de la comunidad internacional en la AP como alternativa a la lucha armada quedaría inutilizada.
Sería cada vez más difícil convencer a cualquier palestino o árabe de que la paz es posible con la actual dirección israelí, marcada por su postura ultranacionalista y militarista.

La guerra más allá de Cisjordania

La crisis no se limita a los territorios palestinos. En Jordania, el rey Abdullah II se enfrenta a crecientes desafíos, pues la invasión israelí de Cisjordania amenaza con desestabilizar su reino.
Ammán, como Ramala, está atrapada en una red de presiones contradictorias: incapaz de romper los lazos con Israel o de alinearse plenamente con la resistencia palestina, y ahora enfrentándose potencialmente a una crisis de refugiados si los palestinos son desplazados en masa de Cisjordania.
Es fácil imaginar al rey jordano envuelto en una ola de indignación pública si se desarrolla este escenario. No se trata de meras especulaciones. El ministro israelí de Asuntos Exteriores, Israel Katz, por ejemplo, ha subrayado la importancia estratégica de las acciones de Israel en Cisjordania afirmando que Irán está intentando establecer allí un “frente terrorista”, similar a los de Gaza y Líbano.

Armar a la resistencia de Cisjordania es una vieja ambición de la República Islámica, que al parecer ha estado llevando a cabo una operación encubierta de contrabando durante los dos últimos años.

Otras naciones árabes que han firmado tratados de paz o normalizado lazos con Israel -es decir, Egipto, EAU, Marruecos, Bahréin- pueden encontrarse en una posición similar a la de Ammán si continúa la embestida israelí en Cisjordania, ya que las acciones de Tel Aviv son una afrenta directa a la Iniciativa Árabe de Paz de 2002, ratificada por la Liga Árabe en fecha tan reciente como 2017.

Esta iniciativa, que Arabia Saudí ha situado en el centro de un acuerdo de normalización de Israel largamente buscado, exige la retirada total del ejército israelí de los territorios ocupados (incluidos Cisjordania, Gaza, los Altos del Golán y Líbano), una «solución justa» de la crisis de los refugiados palestinos basada en la Resolución 194 de la ONU y el establecimiento de un Estado palestino con Jerusalén Este como capital.
En lugar de ello, el número de colonos judíos en Cisjordania se ha disparado, pasando de unos 70.000 en 2002 a 800.000 en 2024, sin dejar espacio para el «Estado palestino» por el que tanto se esfuerzan los países árabes normalizadores.
Lo que Netanyahu está haciendo ahora no sirve más que de catalizador para el inevitable final de Israel, y así lo demuestra su verdadero deseo de enterrar la idea de un Estado palestino prometido, como se demuestra a través de las acciones de Israel tanto en Cisjordania como en la Franja de Gaza.

A medida que Israel avanza en su agresiva agenda, la postura de Estados Unidos también se ha hecho más patente.
Con importantes despliegues militares en la región y un apoyo continuado a las acciones israelíes, la aprobación tácita de Washington -quienquiera que acabe en la Casa Blanca- da a Netanyahu latitud para intensificar aún más el conflicto, potencialmente a expensas de la estabilidad regional.
La búsqueda de poder por parte de Netanyahu a través de medios contundentes corre el riesgo de provocar un terremoto regional similar a las secuelas de la Nakba de 1948, que podría desestabilizar a los autócratas respaldados por Estados Unidos y desencadenar nuevas oleadas de resistencia no sólo en Cisjordania, sino en toda Asia Occidental.

La violencia actual en Cisjordania no es sólo un episodio más de esta batalla; es una peligrosa escalada que podría remodelar el orden geopolítico de la región.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario