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viernes, 6 de septiembre de 2024

Antonio Gramsci: Faro del Nuevo Mundo

«Podéis matarme, pero la idea que hay en mí nunca la mataréis»

Giacomo Matteotti

Alessandro Fanetti, Geopolitika

Antonio Gramsci es uno de los más grandes pensadores que ha visto Italia (y el mundo). Un pensador que podría tener decenas de títulos más, como político, filósofo y escritor. Un hombre que dio su vida por sus ideales y dedicó toda su existencia a hacer madurar conceptos que hasta entonces eran poco conocidos y comprendidos en el panorama mundial. Una vida, por lo tanto, al servicio de los demás, para la construcción de una sociedad más justa y de un mundo mejor. Sin olvidar nunca a las personas que amó hasta el último momento de su vida (a las que escribía recurrentemente incluso desde la cárcel y de las que esperaba ansiosamente cartas de respuesta) y ciertamente también gracias a las cuales consiguió soportar años de dura prisión fascista: Tania, Iulca, Mamma, Delio, Giulia, etc. [1]. El encarcelarlo (hasta la muerte) fue considerado por el régimen que gobernó Italia de 1922 al 43 como la única arma capaz de detener el impulso de las ideas de Antonio Gramsci.

Una ola arrolladora que, sin embargo, no se extinguió entre las cuatro paredes donde estuvo relegado demasiados años, sino que se desbordó imparable, barriendo los cuatro puntos cardinales del planeta. Por ello, aún hoy, casi 90 años después de la muerte del ilustre comunista sardo (líder indiscutible de los comunistas italianos desde el nacimiento del PCI en 1921), sus conceptos, pensamientos, propuestas y personalidad son estudiados, analizados y a menudo adoptados en la organización de las sociedades en su conjunto. Estudiados y analizados no sólo por quienes se inspiran en su persona y sus ideales, sino también por quienes están en las antípodas de estos ideales: en primer lugar, las élites liberal-democráticas que dirigen el llamado «Occidente político». Los estudios y “tomas de tierra” que se dan en América Latina y el Caribe han resultados ser uno de los terrenos más propicios, gracias a movimientos populares y gobiernos, que consideran los análisis de Gramsci un faro indispensable.

Algunos ejemplos:
  • El presidente venezolano Nicolás Maduro, en su primera visita a Roma, tuvo como primer acto ir a la tumba del gran pensador sardo.
  • Los centros de estudios cubanos están repletos de análisis y reflexiones sobre el pensamiento gramsciano.
  • El socialismo del siglo XXI (latinoamericano y caribeño) y la propia Teología de la Liberación también estudian a Gramsci.

Pero, ¿cuáles es, entonces, el legado «intelectual» de Antonio Gramsci? Si los estudios y reflexiones de este gran pensador pueden encontrarse escritos en decenas de libros, creo que es útil enumerar aquí y ahora algunos de los temas que trató durante los años de su vida y que sin duda le otorgaron una eterna «vida espiritual»:
Hegemonía y dominación: Un sistema económico-social no puede basarse en la dominación, sino que debe hacerlo en el consenso. La dominación sin consenso da lugar al autoritarismo, al malestar en la sociedad y termina por causar el colapso de los gobernantes. Es necesario, por lo tanto, el consenso y la capacidad de liderazgo ideal y moral sobre otras clases sociales. Una clase social (para Gramsci obviamente el proletariado) debe obtener sus reivindicaciones (principalmente una nueva formación económico-social) que debe ser hegemónica. Debe ser hegemónica antes y después de tomar el poder, principalmente en la sociedad civil. Debe tener una gran y fuerte hegemonía desde el punto de vista ideal, político y cultural. Así, en las convicciones y propuesta de Gramsci el proletariado debe ser hegemónico en la sociedad civil incluso antes de la toma del poder, sin imponer luego sus ideas una vez alcanzado el poder (ya que esto sólo sería dominación). En todo esto, para Gramsci el papel del Partido y de los intelectuales es fundamental.
Por lo tanto, la clase que aspira a tomar el poder para realizar sus aspiraciones debe librar una gran batalla cultural e ideal en toda la sociedad, tratando de hacer hegemónicas sus ideas. Haciendo este análisis, el pensador sardo demuestra así que no basta con la batalla a nivel de la «estructura» (tratar de cambiar las relaciones económicas), sino que también es necesaria la batalla dentro de la «superestructura» (cultura, ética, política, etc.).

Gramsci condena también las simplificaciones deterministas y las concepciones dogmáticas (la estructura determina la superestructura, en una relación de dependencia mecánica) de ciertos estudiosos que tergiversan el pensamiento del propio Marx. En cambio, explica que el filósofo alemán define las superestructuras como «apariencias», pero sólo para simplificar su pensamiento y hacerlo utilizable para el mayor número posible de personas. En realidad, se entiende bien que Marx con el término «apariencias» sólo quiere subrayar la «historicidad» de las superestructuras y no negarlas ni absolutizarlas.
El papel de los intelectuales: La cuestión de los intelectuales está estrechamente ligada a la hegemonía y el consenso. Una sociedad política (o Partido o Clase), para no sólo ejercer la dominación coercitiva, también necesita intelectuales. Intelectuales que ayuden a crear consenso y, por lo tanto, hegemonía. Una sociedad de este tipo debe conseguir la adhesión del mayor número posible de intelectuales, ya sean «orgánicos» (expresión directa de una determinada clase y de sus intereses) o no. Sólo así una sociedad política (que agrupe a intelectuales y organizaciones de la sociedad civil) podrá gobernar huyendo de la «dominación» y ser un verdadero «liderazgo». Una sociedad política gobernante que, por lo tanto, sepa desempeñar un papel verdaderamente progresista, que consiga realmente hacer avanzar la sociedad a través del consenso.
Una vez en el poder, los intelectuales tienen una función decisiva en la hegemonía ejercida por el grupo dirigente, a saber, la función organizativa y «conectiva». Tienen la función de organizar la hegemonía social de los que dirigen la sociedad en su conjunto y pueden hacerlo porque gozan de prestigio dentro de ella.
El papel del Partido: Gramsci introduce la cuestión del Partido con un análisis del «Príncipe» de Maquiavelo. Explica que este «Tratado de la ciencia política» es revolucionario en la medida en que se dirige a la clase revolucionaria de la época (es decir, al pueblo, a la nación italiana, a la democracia ciudadana que expresan desde su seno Savonarola y Pier Soderini). Por lo tanto, tiene un carácter esencialmente revolucionario como la actual «Filosofía de la praxis». Por esta última entendemos una teoría indisolublemente unida a la práctica; una nueva cosmovisión alternativa y antagónica a la dominante (en el siglo XXI, el capitalismo neoliberal) no debe ser meramente abstracta y teórica, sino tener como objetivo acumular las fuerzas necesarias para llevar a cabo la revolución. Por lo tanto, debe ser una cosmovisión que se encarne en el proletariado a través del trabajo de los intelectuales orgánicos y del conflicto social. En conclusión, puede decirse que sólo la soldadura y posterior unidad indisoluble entre educación y lucha de clases puede hacer que los explotados tomen conciencia de su condición de subalternidad e intenten emanciparse.
Todos estos esfuerzos, sin embargo, no pueden dar resultados concretos si no se establece un Príncipe «moderno» (es decir, el Partido, por lo tanto, no un hombre al mando) que no ocupe el lugar que le corresponde en la realidad concreta del presente. El Partido es la forma superior de organización del Sujeto Revolucionario, es el intelectual colectivo impulsado a convertirse en el Estado mismo y a configurarlo a su imagen y semejanza (aglutinando todas las reivindicaciones y aspiraciones de la lucha general). El Partido debe ser un intelectual colectivo, un organismo, un elemento social complejo en el que se realice una voluntad colectiva. Debe ser intelectual y moralmente unificador, con una dirección y una disciplina fuertes. Sin embargo, no puede ni debe limitarse a estar formado por «revolucionarios profesionales», sino que debe ser mucho más amplio. Su papel principal es dirigir a la nueva clase que ha surgido dentro de las actuales relaciones de producción.

En esencia, en la primera fase (la «Guerra de Posición»), la tarea principal del Partido debe ser promover una reforma intelectual y moral de las masas. Esto también sirve al Partido para expandirse, para actuar como principal intermediario entre la fase inicial de la formación de la voluntad colectiva y su aceptación por el conjunto de la sociedad, construyendo así la HEGEMONÍA. El Partido, por lo tanto, tiene como objetivo educar y transformar a las masas en agentes conscientes del proceso revolucionario.

En el Partido debe prevalecer el «CENTRALISMO DEMOCRÁTICO», es decir, la mejor fórmula para garantizar una dialéctica sana y propositiva dentro y entre los tres niveles que lo componen:
El pueblo llano: la base social del Partido que participa en el trabajo desde la disciplina y la lealtad.
Los dirigentes: los cuadros, la dirección del Partido. Son el principal elemento unificador, siendo una fuerza altamente cohesionada, centralizadora y creadora.
Los «intelectuales orgánicos»: ejercen una función intermediaria, permiten la interacción e integración política, moral e intelectual entre las masas y la dirección.
Una vez en el poder, el Partido se posiciona como un «Príncipe moderno», un sujeto «absoluto» que guía y dirige la sociedad. Obviamente, una vez que toma el poder, la reforma «intelectual y moral» adoptará ante todo la forma de una reforma económica de la sociedad, para la mejora de las condiciones de vida concretas de las capas más deprimidas de la sociedad y su «renacimiento interior». Para los comunistas, el Partido debe considerarse como el organismo en el que y a través del cual se realiza la voluntad colectiva. El Partido es un ejército, una vanguardia consciente, organizada y disciplinada, no encerrada en sí misma, sino destinada a extenderse y ramificarse ganando nuevos apoyos.
Centralismo democrático: es necesario que el Partido se base en el centralismo democrático, es decir, un centralismo en movimiento, una adaptación continua de la organización al movimiento real, un equilibrio de los impulsos desde abajo con el mando desde arriba. Una inserción continua de los elementos que florecen de las profundidades de las masas en el sólido marco del aparato de dirección que garantiza la continuidad y la acumulación de experiencia. No es necesario un consenso pasivo de las masas hacia arriba, sino un consenso activo y directo. La necesaria conciencia colectiva forma (y al igual que a sí misma) las diversas manifestaciones de las ideas y su posterior síntesis unitaria.

Bloque histórico: Estamos frente a un bloque histórico cuando, dentro de determinadas situaciones históricas, se establece una relación homogénea, un vínculo orgánico, una interacción efectiva entre estructura y superestructura (en esencia entre la «base económica» y las «instituciones sociopolíticas» dominantes). Este vínculo es el resultado de la acción de la clase social hegemónica, que tiene la tarea de dirigir las actividades tanto en la estructura como en la superestructura. Así pues, esta noción está vinculada y relacionada con el ejercicio y la organización del poder por parte de las clases dominantes. Este bloque histórico no siempre está presente y no debe confundirse con la «formación económico-social», esta última siempre presente.

Estado y sociedad civil: el Estado debe ser visto y considerado como un «equilibrio de compromiso» entre grupos sociales. Resulta de la unidad de la sociedad política y civil (entendida esta última como el conjunto de organismos vulgarmente llamados «privados», como la Iglesia, los sindicatos, etc.) configurándose concretamente como una «hegemonía acorazada de coerción». Así, al menos en los países más avanzados, el Estado no es un mero instrumento de represión de clase (como el viejo Estado liberal del siglo XIX), sino que comprende, por un lado, la política y la economía y, por el otro, la sociedad política y civil (un «ESTADO INTEGRAL»). Y con respecto a la visión liberal del Estado y la sociedad, Gramsci la crítica de la siguiente manera: «La gente especula inconscientemente con la distinción entre sociedad política y sociedad civil, afirmando que la actividad económica es propia de la sociedad civil y que la sociedad política no debe intervenir en su regulación. Pero en realidad esta distinción es puramente metódica, no orgánica, y en la vida histórica concreta la sociedad política y la sociedad civil son una misma cosa. Por otra parte, incluso el liberalismo debe ser impuesto por ley, es decir, por intervención del poder político».
La sociedad política y la sociedad civil forman la superestructura y son parte integrante del Estado. Además, el Estado no produce la situación económica, sino que es su expresión. Más exactamente, sin embargo, hay que hablar del Estado como agente económico, ya que en cualquier caso forma parte de esta situación.

Por lo tanto, según los deseos de Gramsci, la hegemonía comunista debe promoverse en el seno de la sociedad civil (que forma parte del Estado) y, una vez alcanzada, el «poder hegemónico» (dirigido por el Partido Comunista como vanguardia del proletariado, así como por este último) puede hacerse realidad con el concepto de consenso. Por último, el «sujeto de clase» de este poder hegemónico, para ser verdaderamente hegemónico, sólo puede llegar a ser el Estado.
Conciencia de clase: Fundamental, pero no se debe dar por supuesta. De hecho, sin trabajo efectivo, el proletariado (la clase de los trabajadores asalariados explotados por el capital) no tiene conciencia de clase y, por lo tanto, no son conscientes ni de su condición de subordinación ni de lo que pueden hacer para cambiar la situación en la que viven. El papel del Partido (como vanguardia organizada de esta clase) y de los intelectuales (en primer lugar, los orgánicos) es crucial para conducir a los subalternos a una concepción superior de la vida, creando además un «bloque intelectual-moral» que haga políticamente posible el progreso. Esta es la herramienta necesaria y el primer paso para que los proletarios se reconozcan como una clase que trabaja para unir la teoría correcta y la práctica correcta (dando así a luz a esa “Teoría de la Praxis” marxiana).

Educación y escolarización: Gramsci considera fundamentales la cultura y el papel de la escuela. Describe la escuela como una «estructura objetiva», un lugar de elaboración cultural. Aborrece la escuela autoritaria y discriminatoria (como la de su época…. y posteriores), señala que todos los jóvenes deben ser iguales ante la cultura, está en contra de la división entre escuela clásica y profesional. Defiende una «escuela única, inicial, de cultura general, humanística y formativa, que conduzca al desarrollo intelectual y manual (técnico)» [2]. Por lo tanto, una ESCUELA UNITARIA. Junto a ella, el Partido, entendido como intelectual colectivo, debe participar también en la formación. Así pues, una relación muy estrecha entre cultura, sociedad y política.
En conclusión, puede decirse que el ejemplo y el pensamiento de Antonio Gramsci son imprescindibles para intentar comprender el mundo (e intentar cambiarlo). Un legado atemporal como herramienta indispensable para, al menos, intentar no ser los «idiotas útiles» de un sistema sólo interesado en perpetuarse en beneficio de «unos pocos elegidos».
«Educaos, porque necesitaremos toda nuestra inteligencia. Ilusionaos, porque necesitaremos todo nuestro entusiasmo. Organizaos, porque necesitaremos toda nuestra fuerza».

Antonio Gramsci
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Notas:
[1]. Gramsci, Antonio. Lettere Dal Carcere. 1926 1937 [1996] : Antonio Gramsci : Free Download, Borrow, and Streaming : Internet Archive
[2]. Carlo Ricchini, Eugenio Manca, Luisa Melograni, Gramsci, le sue idee nel nostro tempo, Editrice L’Unità, Roma, 1987.


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