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domingo, 9 de junio de 2024

La parábola de Occidente y el nuevo Potlatch

El Occidente dirigido por Estados Unidos es incapaz de reconocer ningún «Plan B» y, por otra parte, comprende que el «Plan A» resulta físicamente infranqueable por la existencia de innegables contrapoderes. Esta situación sólo produce una tendencia obstinada, la de trabajar para hacer desaparecer esos contrapoderes internacionales.

Andrea Zhok, l'antidiplomatico

En el marco político internacional que caracteriza esta fase histórica, hay un factor que me parece sumamente preocupante. Se trata de la combinación, en el mundo occidental, de 1) un factor estructural y 2) un factor cultural. Intentaré esbozar los aspectos básicos de esto de forma deliberadamente esquemática.

1.- El Factor Estructural


Es sabido que Occidente ha adquirido una posición hegemónica mundial en los últimos tres siglos. Lo ha hecho gracias a ciertas innovaciones (europeas) que le han permitido aumentar decisivamente la producción industrial y la tecnología militar.

Durante el siglo XIX, Occidente impuso sus leyes, o contratos, a prácticamente todo el mundo. Algunas partes del mundo, como América del Norte y Oceanía, han cambiado radicalmente su configuración étnica, convirtiéndose en asentamientos estables de poblaciones de origen europeo. Los imperios asiáticos de miles de años de antigüedad se encontraron en un estado de protectorado, colonia o sometimiento. África se convirtió en una fuente de mano de obra y materias primas gratuitas.

Todo esto ocurrió a la luz de un modelo económico que estructuralmente necesitaba un crecimiento constante para mantener su funcionalidad, incluida la paz interna.

El dinamismo expansivo de Occidente estaba impulsado decisivamente por el hecho de que el sistema necesitaba márgenes de beneficio constantes y las empresas extranjeras garantizaban rendimientos sustanciales (lo que las hacía sólidamente financiables).

Este proceso continuó entre altibajos hasta principios del siglo XXI.

Más o menos con la crisis de las hipotecas de alto riesgo (2007-2008), se señaló una gran dificultad para mantener el dominio sobre un sistema-mundo demográfica, política y culturalmente demasiado vasto.

El sistema de desarrollo occidental, basado en gran medida en la libre empresa descentralizada, en su búsqueda de márgenes de beneficio cometió algunos errores imperdonables para una potencia imperial, como en la que se había convertido entretanto (primero como imperio británico, luego como imperio estadounidense).

Dado que la esfera financiera tiene mayores márgenes de beneficio que la industrial, se ha producido una constante deslocalización de la fabricación en Occidente hacia países remotos con salarios bajos. Si bien esta operación ha tenido éxito en algunos países con una frágil organización interna, que han sido y siguen siendo meros productores subsidiarios, subordinados políticamente a las potencias occidentales, no lo ha tenido en algunos países que ofrecían más resistencia por razones culturales, China a la cabeza.

La aparición de ciertas contrapotencias en el mundo es ya un hecho histórico incontrovertible e ineludible. Un Occidente que durante años ha jugado todas sus cartas al dominio financiero y tecnológico se ve desafiado por contrapoderes capaces de oponer una resistencia eficaz tanto económica como militarmente.

En este sentido, la guerra ruso-ucraniana, con los errores fatales cometidos por Occidente, representa un momento de transición histórica: haber empujado a Rusia y China a una alianza forzada ha creado el único polo mundial verdaderamente invencible incluso para el Occidente unificado. EEUU estaba tan preocupado por interrumpir una posible colaboración fructífera entre Europa (Alemania en particular) y Rusia, que descuidó una colaboración mucho más poderosa y decisiva, la que existe precisamente entre Rusia y China.

Pero ¿qué ocurre cuando un Occidente dirigido por EEUU se enfrenta a una potencia compensatoria insuperable? Sencillamente, el modelo -experimentado en la última fase bajo el nombre de «globalización»- basado en la expectativa de una expansión incontestable y unos márgenes de beneficio continuamente dilatables se detiene bruscamente.

Las cadenas de suministro parecen sobredimensionadas e incontrolables, en un momento en que EEUU ya no es el único artillero del país. Se avecina la pesadilla sistémica del modelo liberal-capitalista: la pérdida de un horizonte de expansión.

Sin perspectivas de expansión, todo el sistema, empezando por la esfera financiera, entra en una crisis sin salida.

2.- El Trasfondo Cultural


Aquí es donde entra el segundo protagonista del escenario actual, es decir, el factor cultural. La cultura elaborada durante los últimos tres siglos en Occidente es algo bastante distintivo. Se trata de un enfoque cultural universalista, ahistórico y naturalista, que -también gracias a los éxitos alcanzados en el plano tecnocientífico- ha acabado interpretándose a sí mismo como la Verdad Última, en el plano epistémico, político y existencial.

La cultura occidental, que ha conquistado el mundo no gracias a la capacidad persuasiva de sus virtudes morales, sino a la de sus obuses, ha imaginado sin embargo que una cultura capaz de construir obuses tan eficaces sólo podía ser intrínsecamente Verdadera.

El universalismo naturalista nos ha despojado del hábito de evaluar las diferencias históricas y culturales, asumiendo su carácter contingente, de meros prejuicios que serán superados. Este enfoque cultural ha creado un daño devastador, que ha coincidido en Europa con la americanización galopante de sus propias grandes tradiciones: Occidente, convertido en el sistema de vasallaje del poder estadounidense, parece hoy culturalmente completamente incapaz de comprender su propio carácter de determinación histórica, que no puede ser serenamente universalizado.

Occidente, al creerse la encarnación de lo Verdadero (la Democracia Liberal, los Derechos Humanos, la Ciencia), no dispone por tanto de las herramientas culturales para pensar que otro mundo (y de hecho más de uno) es posible.

3.- El callejón sin salida de la historia occidental


Así pues, si combinamos ahora los dos factores, estructural y cultural, que hemos mencionado, llegamos al siguiente cuadro: el Occidente dirigido por Estados Unidos no puede mantener su estatus de poder, garantizado por la perspectiva de una expansión ilimitada, y por otra parte ni siquiera puede imaginar ningún modelo alternativo, ya que se concibe a sí mismo como la Última Verdad.

Esta aporía produce un trágico escenario de época. El Occidente dirigido por Estados Unidos es incapaz de reconocer ningún «Plan B» y, por otra parte, comprende que el «Plan A» resulta físicamente infranqueable por la existencia de innegables contrapoderes. Esta situación sólo produce una tendencia obstinada, la de trabajar para hacer desaparecer esos contrapoderes internacionales.

Dicho en términos simplificados: EEUU no tiene otra perspectiva en el terreno que llevar a las contrapotencias euroasiáticas (Rusia, China, Irán-Persia; la India ya está sustancialmente bajo control) a una condición subordinada, como lo estuvo en el pasado.

Pero este sometimiento hoy sólo puede pasar por un conflicto, ya sea una guerra abierta o una suma de guerras híbridas destinadas a desestabilizar al «enemigo».

Pero, en este punto, la situación se hace especialmente dramática por otro factor estructural. Aunque EEUU sabe que no puede afrontar una guerra abierta sin cuartel (nuclear), tiene un incentivo muy fuerte para mantener la guerra en el plano híbrido de «bajo voltaje«. Esto se debe a la razón estructural vista anteriormente: se necesita una perspectiva de aumento de la producción.

Pero ¿cómo puede garantizarse una perspectiva de aumento productivo en unas condiciones en las que la expansión física ya no es posible (o es demasiado incierta)?

La respuesta, desgraciadamente, es sencilla: una perspectiva de crecimiento de la producción en estas condiciones sólo puede garantizarse si se crean simultáneamente hornos en los que se pueda quemar constantemente lo que se produce.

Existe una necesidad sistémica de inventar colosales, y sangrientos, Potlatch, que, a diferencia del Potlatch de los nativos americanos, no sólo deben destruir objetos materiales, sino también seres humanos.

En otras palabras, el Occidente dirigido por Estados Unidos tiene un interés inconfesable pero imperativo en crear cada vez más heridas sistémicas de las que drenar sangre, para que las fuerzas productivas estén llamadas a trabajar a toda máquina y se vitalicen los márgenes de beneficio.

¿Y qué formas pueden adoptar estas heridas que destruyen cíclica y poderosamente los recursos?

A primera vista, se me ocurren dos: las guerras y las pandemias.

Sólo un nuevo horizonte de sacrificios humanos puede permitir que la Verdad Última de Occidente se mantenga en pie, siga siendo creída y venerada.

Y si nada cambia en la conciencia generalizada de las poblaciones europeas -los principales perdedores de este juego-, creo que estas dos cartas destructivas se jugarán sin piedad, repetidamente.



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