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lunes, 19 de febrero de 2024

Capitalismo financiero: de la economía real a la especulación

Ilaria Bifarini, Adaraga

Dijo Mervyn King, ex-gobernador del Banco de Inglaterra, «de todas las formas de organizar la banca, la peor es la que tenemos hoy». Una de las transformaciones más inhumanas del sistema capitalista industrial, basado originalmente en la manufactura y más generalmente en la producción, es la del capitalismo financiero, en el que el poder se concentra en unos pocos grandes bancos. Los bancos han abandonado su papel de apoyo y préstamo al desarrollo, prefiriendo invertir en productos financieros que generen más capital, en un sistema autorreferencial en el que los beneficios proceden de la especulación, dejando de lado el trabajo y la producción.

El sistema capitalista ha desplazado el centro de atención de la economía real a la economía financiera y, lo que es peor, a la especulación que la acompaña, hasta tal punto que ha pasado a denominarse «capitalismo financiero» o «capitalismo ultrafinanciero».

Orientado hacia la maximización del beneficio del propio dinero, la riqueza no se genera a través de la producción de bienes o servicios, ni existe ningún plan de redistribución entre trabajadores y consumidores, sino sólo la centralización en manos de unos pocos, muy pocos. Habiendo apoyado siempre la economía capitalista, las finanzas se han transformado, con el advenimiento del neoliberalismo, de siervas en dueñas de la economía mundial, engulléndola y reproduciéndose a una velocidad vertiginosa.

Desde 1980, los activos generados por el sistema financiero han superado el valor del PIB de todo el planeta. Desde entonces, la carrera financiera por el beneficio se ha hecho tan rápida que ha quintuplicado a la economía real en términos de masa de activos en el espacio de treinta años.

Bajo la presidencia de Bill Clinton, se dieron dos pasos para completar la desregulación del sistema financiero neoliberal. Con la abolición de la Ley Glass-Steagall (introducida por Roosevelt al año siguiente de la crisis del 29) se suprimió la separación entre bancos de inversión y bancos mercantiles, recuperando estos últimos las concentraciones de poder económico.

Al mismo tiempo, la Organización Mundial del Comercio dio luz verde a las transacciones extrabursátiles anulando las normas anteriores, consideradas restrictivas, sobre el control de los derivados.

Cada día se crean nuevos tipos de derivados, cada vez más sofisticados y complejos, que pueden negociarse en el mercado extrabursátil, es decir, fuera de la bolsa. Como valores «transitorios», no tienen que registrarse en los balances de los bancos y no están sujetos a regulaciones sectoriales. Aprovechando las lagunas del sistema que ellos mismos han creado, los grandes grupos financieros han creado una miríada de sociedades independientes a las que transfieren importantes cantidades de capital fuera de balance, haciéndose así invisibles. Estos instrumentos tienen las mismas características que el dinero: pueden revenderse varias veces, se monetizan fácilmente y se negocian sin poseer el activo subyacente. De este modo, los derivados, puestos en circulación masivamente por los bancos, se han convertido en una nueva forma de dinero circulante, que escapa al análisis y hace problemáticas e ineficaces las intervenciones de política monetaria. Es el mundo de las finanzas en la sombra, este vasto mercado paralelo nacido en medio de las intrigas del sistema bancario internacional, el que ha hecho gigantesca e incontrolable la masa de productos financieros en circulación.

Detrás de muchos de estos productos financieros hay formas de deuda, como las hipotecas sobre viviendas. Con un mecanismo perverso, en el que el dinero se crea mediante deuda, asistimos a una forma de especulación absoluta que nada tiene que ver con la creación de valor, sino con su destrucción.

Está claro que un sistema económico basado en la especulación desvinculada de la producción y fundamentado en el endeudamiento, tanto público como privado, no es viable.

La paradoja del capitalismo financiero es que encuentra su caldo de cultivo ideal en el caos y la pobreza, ya que es precisamente la especulación sobre la deuda y el sufrimiento su savia. Su funcionamiento está regulado por complejos mecanismos artificiales basados en la aplicación de modelos derivados de la física y la cibernética: nada más lejos de la economía real.

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