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domingo, 31 de diciembre de 2023

Una teoría económica compatible con los procesos vitales y las leyes físicas


James K. Galbraith, Sin Permiso

Una teoría económica coherente con los procesos vitales y las leyes físicas es necesaria por una simple razón: la enseñanza de los libros de texto de economía no es coherente con los procesos vitales y las leyes físicas. Y esto es un problema.

Los seres humanos son organismos vivos. Todas las actividades humanas, incluidas las mentales, son coherentes con las leyes físicas. Es natural construir una teoría económica sobre los cimientos de la biología y la física. En mi próximo libro con Jing Chen, Entropy Economics, emprendemos esta tarea, con dos elementos fundacionales de la economía: las teorías del valor y la producción.

La economía moderna dominante es una teoría del equilibrio. Los términos básicos de referencia son los conceptos de oferta y demanda, que interactúan en un mercado y llegan a un equilibrio a determinados precios y cantidades. Este proceso puede verse perturbado de mil maneras diferentes, por "imperfecciones" y "shocks". Pero, en el centro del tema están los conceptos de balance y equilibrio - el orden inmanente hacia lo que se supone que tiende un sistema de mercado. Algunas veces, a este orden inmanente se le llama situación estable ("steady state"). Es una idea muy reconfortante, compatible con nociones como "el fin de la historia" y el triunfo del capitalismo de mercado sobre los sistemas sociales competidores.

En la vida real, no existe tal cosa. En la vida real, el tiempo se mueve desde el pasado, a través del presente, hacia el futuro, en un incesante proceso de cambio. Los cambios toman muchas formas, incluyendo el nacimiento, el crecimiento, el declive, la muerte, el auge y la decadencia de sociedades y civilizaciones. Todos ellos se producen bajo la influencia de leyes físicas y biológicas, en particular la segunda ley de la termodinámica y las leyes de la evolución biológica. En nuestra opinión, la economía debería adherirse a los mismos principios generales. No debería basarse en la ilusión de un estado estacionario subyacente.

En la economía dominante moderna, hay dos instituciones o ámbitos de actuación separados y distintos. Uno es el mercado; el otro, el gobierno. Estos dos ámbitos tienen funciones separadas: el mercado asigna los recursos según las preferencias de los hogares y las empresas; el gobierno hace cumplir los contratos y los derechos de propiedad y proporciona seguridad y protección. Aparte de eso el mercado asigna los recursos según las preferencias de los hogares y las empresas; el gobierno hace cumplir los contratos y los derechos de propiedad y proporciona seguridad y protección. Aparte de esto, la actividad económica del gobierno se define como "intervención" en el mercado, lo cual a veces está justificado, pero a menudo no.

En la vida real, no hay mercados (de ninguna importancia) sin gobiernos que los regulen. La regulación crea las condiciones en las que pueden tener lugar actividades económicas complejas y establece los términos y límites de la competencia económica. En economía, la regulación tiene la misma función que en todos los sistemas mecánicos y biológicos: mantiene (o intenta mantener) el flujo de recursos dentro de la capacidad del sistema para gestionarlo de forma segura y sostenible. Cuando la regulación falla, los mercados se desmoronan - o, para usar la metáfora adecuada, se "funden" ("melt-down").

Las teorías del valor y la producción son los fundamentos de la teoría económica. Ambas deben ser coherentes con los procesos vitales y las leyes físicas.

Desde la física, el flujo de entropía es la fuerza motriz fundamental del universo. Es natural imaginar que la entropía constituye de algún modo la base del valor económico (Georgescu-Roegen, 1971). Y, de hecho, una teoría de la entropía del valor es una teoría de la escasez, muy familiar en la historia del pensamiento económico. El valor es una función de la escasez, que es, en parte, una cuestión de disponibilidad del producto en relación con el tamaño del mercado. También es, en parte, una función del número de productores o proveedores de servicios. Esto también es muy familiar en la historia del pensamiento económico. En la práctica, el método más importante para mejorar la valoración es reducir el número de proveedores, creando monopolios u oligopolios.

Los gobiernos disfrutan de muchas formas de monopolio, incluso sobre la violencia legalizada, los castigos judiciales y los impuestos. Los gobiernos conceden monopolios, a través de patentes, derechos de propiedad intelectual, regulación y normas industriales. Las empresas buscan el monopolio a través de la innovación tecnológica y el dominio del mercado, a veces legal y a veces no. Los sindicatos buscan monopolios en la negociación -también llamado poder compensatorio- para ayudar a los trabajadores a disfrutar de algunos de los frutos del poder monopolístico de sus empleadores[1]. El fenómeno se extiende más allá de la economía: las religiones monoteístas detentan monopolios para llegar al cielo, lo que les da poder para prescribir códigos de conducta.

Una vez adquirido, el poder del monopolio es naturalmente protegido. La clase dirigente adopta generalmente la política de "divide y vencerás". Desde este punto de vista, el poder de monopolio es algo que no se comparte. La clase dominante suele dividir a los dominados por raza, etnia, religión, cultura y otros criterios, y anima a los pequeños grupos a definirse a sí mismos como grupos distintivos y separados de sus conciudadanos. Del mismo modo, las empresas a menudo prefieren estratificar a sus empleados por credenciales y categorías ocupacionales y negociar con ellos (si es que lo hacen) de tú a tú en lugar de enfrentarse a un sindicato organizado. Esta división disminuye el valor de los votantes en una democracia y el poder de los trabajadores en una disputa contractual -haciéndolos más fáciles de dominar. El monopolio es para los poderosos; la competencia, para los débiles.

Si un subgrupo crece demasiado o se hace demasiado fuerte, de modo que amenaza la posición de monopolio de la clase dominante, una solución es dividirlo en entidades más pequeñas, enfrentadas entre sí. Otra solución es suprimir por completo al grupo advenedizo. Este modelo se repite a menudo en el escenario mundial, y en todas las escalas de la organización de los asuntos humanos, desde la familia hasta el Estado-nación. Una teoría realista del valor debe tener en cuenta cómo se crea y mantiene el valor mediante el ejercicio del poder monopolístico.

Así pues, para la mayoría de los bienes, la valoración económica depende tanto de la abundancia o rareza del producto (en relación con el mercado) y del número de proveedores con capacidad de producción y acceso al mercado. Sin embargo, el papel del monopolio se ve modificado, en la mayoría de las sociedades, por las decisiones sociales -regulaciones- que rigen la conducta económica, incluidos los precios de la mayoría de los tipos de trabajo humano y el tipo de interés. El poder del monopolio a nivel empresarial u oligárquico rara vez es absoluto; si lo fuera, no sería tolerable. O, para decirlo en términos evolutivos, las sociedades que no limitan el poder del monopolio suelen ser inestables y no duran mucho tiempo.

Una función reguladora clave es el control de la desigualdad: la desigualdad es necesaria, pero es peligrosa si llega a ser demasiado grande. La desigualdad económica motiva la actividad: los agentes económicos se comparan con los demás y se esfuerzan por mejorar su posición, por ganar más dinero, por aumentar su riqueza. Sin este incentivo las sociedades humanas serían mucho más difíciles de organizar y mantener. Pero demasiada desigualdad es como un motor sobrecalentado o una persona con la tensión alta. Es una señal de descontento, de que se avecinan problemas, y una advertencia de un posible colapso.

Matemáticamente, la teoría de la entropía del valor es muy sencilla. Viene dada por una función logarítmica, en la que la justificación es una medida de la escasez del mercado, y la base viene dada por el número de proveedores. Algunos pueden llamarlo superficial. Pero una teoría tan simple puede describir el valor del monopolio y del oligopolio, entre los fenómenos más importantes del mundo económico y social. También puede ayudarnos a comprender la integración de los mercados y la regulación, característica indispensable de toda vida económica organizada. Estas son cualidades que la teoría dominante no tiene.

El valor se aplica a los bienes y servicios que se producen. Las actividades económicas consisten principalmente en la producción de bienes y servicios. El consumo puede ser el objetivo último de la actividad económica, pero sin producción no hay nada que consumir. Para que haya producción, los responsables de la toma de decisiones económicas, como las empresas y los gobiernos, deben tomar las decisiones de producir. Una teoría de la producción debe explicar esas decisiones.

La economía convencional, tal como se encuentra en los manuales, normalmente no empieza con la producción. Comienza con el intercambio, con el comercio. Los bienes a intercambiar ya existen. ¿De dónde vienen? ¿Quién los ha creado? ¿Por qué y cómo? Esto suele dejarse para un capítulo posterior. Y cuando la producción aparece, la teoría que la describe suele parecerse mucho a la teoría del intercambio. La diferencia es que en lugar de un consumidor que elige entre huevos y mantequilla, la teoría describe ahora a una empresa que elige varias combinaciones de trabajo y capital.

Actualmente, en economía teórica, la teoría de la producción se construye principalmente en torno al concepto de función de producción. En la teoría representada por estas funciones, no hay decisión de producir. La decisión se asume; la producción siempre se realiza en la máxima medida posible; los recursos (incluida la mano de obra) no se dejan sin emplear. Tanto a nivel microeconómico como macroeconómico, la función de producción es una parábola de la cooperación entre capital y trabajo en la producción de bienes y servicios. También proporciona la base de una teoría de los salarios y los beneficios, relacionando cada uno de ellos con la contribución que hacen a la producción total. Así pues, las funciones de producción sirven para racionalizar y, por tanto, justificar los procesos de mercado y las distribuciones de mercado. Asocian los altos ingresos de algunas personas con su productividad, lo que es muy reconfortante para esas personas.

En la vida real, la producción es anterior al intercambio. La producción es la concentración de recursos en productos acabados. El intercambio es la difusión de esos productos a quienes los utilizan. Para la producción, la regulación suele ser esencial, aunque a menudo es impopular entre quienes la experimentan. Para el intercambio, la regulación es algo menos esencial, aunque a menudo se desea garantizar que el proceso de intercambio sea justo para todas las partes. Por lo tanto, la producción tiene lugar en las organizaciones; el intercambio en los mercados. Una teoría de la producción es una teoría del papel de la organización en la vida económica.

Una teoría de la producción basada en principios biofísicos se asemeja mucho a los problemas de producción a los que se enfrentan las empresas reales (y otros responsables de la toma de decisiones económicas, incluidos los hogares y los planificadores de la administración) en el mundo real. Debe abarcar los principales factores que afectan a dichas decisiones, como el coste fijo, el coste variable, la duración de la producción, la tasa de descuento, la rentabilidad esperada, la incertidumbre, y, por supuesto, la producción final de bienes o servicios. Debe explicar con precisión las relaciones entre estos factores. Si es así, puede proporcionar una comprensión realista de los fenómenos económicos (así como sociales y biológicos), en comparación con la teoría neoclásica o dominante de la producción.

Una teoría biofísica de la producción económica tiene (como su nombre indica) muchos paralelismos con los procesos vitales. De hecho, los sistemas económicos pueden entenderse como extensiones de nuestra comprensión de los procesos vitales y de las realidades físicas que los caracterizan. A este respecto, un hecho clave es que toda actividad -física, biológica, económica- requiere el acceso a los recursos y su utilización. Pero a pesar de la importancia de los recursos físicos, las principales teorías sociales, incluidas las económicas, suelen prestarles poca atención. De hecho, nuestras medidas estándar de la actividad económica, la renta nacional que sustenta nuestro concepto de Producto Interior Bruto, trata todas las actividades de mercado como equivalentes en dólares. Y de acuerdo con esa contabilidad, industrias como la minería, la energía y la agricultura son sólo una pequeña parte de nuestras actividades económicas, prácticamente insignificantes en términos de valor.

¿Por qué? Quizá tenga algo que ver con la forma en que la gente que diseña teorías mira el mundo -y a su propio lugar en el mundo.

Hace mucho tiempo, George Orwell se planteó una pregunta similar sobre el carbón y el trabajo físico. En su libro de 1937 The Road to Wigan Pier, concluyó:
"Prácticamente todo lo que hacemos, desde comer un helado hasta cruzar el Atlántico, y desde hornear un pan hasta escribir una novela, implica el uso de carbón, directa o indirectamente... Pero, la mayoría de las veces, por supuesto, preferiríamos olvidar que lo estábamos haciendo. Así ocurre con todo tipo de trabajo manual; nos mantiene vivos, y somos ajenos a su existencia.
Sólo porque los mineros sudan la gota gorda las personas superiores pueden seguir siendo superiores... todos nosotros realmente debemos la decencia comparativa de nuestras vidas a pobres esclavos bajo tierra, ennegrecidos hasta los ojos, con las gargantas llenas de polvo de carbón, conduciendo sus palas con brazos y vientres de acero". (Orwell 1937, 31)
Si reconocemos el papel esencial del carbón (o del petróleo, o del gas, o de la energía hidráulica) en nuestra vida, ya no podemos seguir ignorando la dura vida de los trabajadores esenciales, los mineros del carbón y los agricultores y otros trabajadores de primera línea, que aportan los recursos básicos y los alimentos a nuestros hogares. Pero si les reconocemos el papel esencial que desempeñan y mejoramos sus condiciones laborales y salariales, muchos de los demás ya no podremos permitirnos tantos lujos de la vida moderna como los que ahora disfrutamos. Era conveniente para las personas superiores ignorar el papel esencial del carbón en el pasado, y sigue siendo conveniente ignorar el de muchos otros trabajadores esenciales hoy en día.

Una teoría biofísica del valor explica el escaso peso de los recursos naturales en nuestra medición de la actividad económica -son omnipresentes y esenciales, pero son abundantes y baratos. Para ser más exactos, han sido abundantes y baratos hasta ahora. Pero no siempre ha sido así, y varios siglos de abundancia de recursos pueden llegar pronto a su fin. ¿Y entonces? Las teorías convencionales no se preocupan: suponen que los antiguos recursos pueden ser sustituidos por otros nuevos, que las tecnologías se adaptarán y que la vida continuará como hasta ahora. En el peor de los casos, en la teoría dominante, los productores de recursos clave se enriquecerán más y otros se enriquecerán menos, como parte del proceso ordinario de ajuste del mercado.

Una teoría biofísica socava esta visión optimista. Establece una distinción fundamental entre costes fijos y variables. Los costes fijos, fijados por las inversiones pasadas, determinan y limitan las opciones de producción actual y viable. Los costes variables se rigen, en gran medida, por el coste y la calidad de los recursos. Si esos costes aumentan, o la calidad de los recursos disminuye, una tecnología de producción determinada puede dejar de ser rentable, y la producción con esa tecnología disminuirá o cesará. De hecho, el coste fijo es una especie de palanca en el proceso de producción. Cuanto más dependa la producción de grandes inversiones fijas previas, menos y más vulnerables son las decisiones de producción a los aumentos del coste de los recursos. Una teoría aprobada socialmente proporciona una ilusión muy necesaria. La verdad, o la desilusión, hará que la gente pierda la ilusión. Por eso la mayoría de las teorías sociales dominantes se basan en la ilusión. Antiguamente, las teorías sociales aceptadas se basaban principalmente en el favor de los dioses. Éstas son las religiones. Con el creciente poder y prestigio de la ciencia, muchas teorías sociales empezaron a llamarse, a sí mismas, científicas, como el socialismo científico. Más tarde las teorías sociales se convirtieron en "ciencias sociales". Pero, esto no significa que el propósito de las ciencias sociales sea el de buscar la verdad o disipar las ilusiones.

En una época de conformidad social y dominio de las ideas económicas dominantes, las ideas política y socialmente correctas tenderán a dominar una sociedad. Esto conviene a quienes se benefician del clima imperante. Pero, como principio biofísico, mantener un estado de falsedad es costoso. Si las mentiras, las ilusiones y los conceptos erróneos se hacen demasiado evidentes, la gente se resistirá a ellos. En ese caso, será necesario un esfuerzo cada vez mayor para lavar el cerebro, acosar e incluso perseguir al público que se resiste. Cualquiera que haya impartido clases de introducción a la economía dominante -o que haya asistido a una clase de este tipo- ha visto este fenómeno en miniatura.

Si la carga de imponer una visión falsa a una sociedad se hace demasiado grande, el público tenderá incluso a rebelarse. Se trata de un grave peligro para la supervivencia de la propia sociedad. Para utilizar un ejemplo fácil del "otro lado" del mundo, el declive y la caída de la Unión Soviética puede atribuirse, en parte, al hecho de que ya nadie podía creer en las promesas del Partido Comunista Soviético. Se trata de una lección que debería aplicarse de forma general -incluso a nuestro propio sistema social.

Por esta razón, las cuestiones aparentemente esotéricas de la teoría económica pueden adquirir una importancia mayor. Debemos elegir entre aceptar un punto de vista socialmente conveniente pero irreal e inútil, o intentar repensar las premisas y extraer conclusiones realistas -aunque a veces duras. La primera opción es mucho más fácil, pero a la larga mucho más peligrosa. Puesto que siempre existe el riesgo, ya que las sociedades compiten en el mundo, de que si la nuestra no acepta la realidad, alguna otra sociedad, con más coraje y determinación y mentes más claras, se enfrente a ella y nos gane.

(Este artículo es una adaptación del prefacio de Entropy Economics de James Galbraith y Jing Chen, de próxima publicación en Chicago University Press. El libro contendrá una exposición completa de las teorías y las matemáticas de apoyo).
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Referencias:
* Ahmari, Sohrab, 2023. Tyranny, Inc: How Private Power Crushed American Liberty and What to Do About It, Nueva York: Penguin Random House.
* Galbraith, J., 1998. Created Unequal: The Crisis in American Pay, Nueva York: Free Press.
* Galbraith, J.K., 1952. American Capitalism: The Concept of Countervailing Power. Cambridge: Houghton-Mifflin Company.
* Georgescu-Roegen, N., 1971. The Entropy Law and the Economic Process. Harvard University Press, Cambridge, Mass.
* Orwell, G., 1937. The Road to Wigan Pier. Harmondsworth/Nueva York.
[1] Estos fenómenos han sido analizados en Galbraith (1952), Galbraith fils (1998) y Ahmari (2023).

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