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viernes, 29 de diciembre de 2023

El mito del déficit fiscal

En la economía real, no la que imaginan profetas o alucinados, siempre los Estados operan con déficits, y eso, lejos de ser una patología de la vida económica o de las finanzas públicas, es una realidad que surge de los imponderables en la estimación del gasto público, de las dificultades en la recaudación o de los efectos inesperados del ciclo económico
Atilio A. Boron, accion.coop

El Gobierno argentino ha planteado que en el Estado ya «no hay plata» y que un imperativo categórico e impostergable, para que la economía argentina se «normalice», es poner en orden las cuentas públicas, reducir el déficit fiscal e inclusive tratar de lograr un superávit en las finanzas del Estado.

Si hay algo realmente excepcional en la economía argentina es su histórica inercia inflacionaria, que responde mucho más a causas políticas –la debilidad de un Estado con efectivas capacidades de regulación de los voraces agentes del mercado– que al juego exclusivo de las variables económicas.

La reducción del déficit público como panacea para nuestros males es una propuesta sorprendente en la medida en que es hecha por un presidente que ha señalado que hay dos países en el mundo que son quienes inspiran su gestión gubernativa: Estados Unidos e Israel.

Esta declaración daría lugar a un intenso debate sobre la conveniencia de que un gobernante señale como modelos a imitar a terceros países, en este caso con situaciones absolutamente incomparables a las de la Argentina. Pero restringiendo el foco del análisis sorprende el hecho de que ambos «modelos» registran un desequilibrio fiscal que pone seriamente en cuestión la razonabilidad de la propuesta oficial. En efecto, según un informe de la consultora countryeconomy.com (con base en datos oficiales publicados por el FMI, el Banco Mundial o la OECD) resulta que el objetivo del déficit cero es una muy rara excepción en el concierto de la economía internacional pues la aplastante mayoría de los países exhiben importantes niveles de déficit fiscal en relación al PBI.

En el caso de Estados Unidos los datos para el año 2021 lo sitúan en el 11,62%, y en el de Israel en el 2020 en un 10,76%, siempre en relación al PBI. Italia, en el 2022, tenía un saldo negativo de un 8% y en ese mismo año el Reino Unido registraba un déficit del 6,26%. Todos, por encima del déficit fiscal de nuestro país.

En conclusión, ¿hasta qué punto es realista la visión apocalíptica que el actual presidente tiene acerca del déficit de las cuentas públicas? Quien esto escribe piensa que ese diagnóstico es una proyección de los prejuicios ideológicos derivados de las estériles, improductivas, nunca llevadas a la práctica teorizaciones de la Escuela Austríaca. En la economía real, no la que imaginan profetas o alucinados visionarios, casi siempre los Estados operan con déficits, y tal cosa lejos de ser una patología de la vida económica o de las finanzas públicas es una realidad que surge de los imponderables en la estimación del gasto público, dificultades en la recaudación, los efectos inesperados del ciclo económico y varias otras variables más. Claro que una caracterización apocalíptica del estado de las cuentas públicas en la Argentina es útil para estigmatizar como chivo emisario al Estado por su incontenible afición por el gasto y también como justificación previa de un ajuste brutal que poquísimas veces en la historia económica internacional resolvió los problemas que se suponía debía enfrentar.

El futuro inmediato no tardará en dar su veredicto para el caso de nuestro país. Mientras tanto es bueno saber que lo que se presenta como una necesidad absoluta, el déficit cero o el elusivo equilibrio de las cuentas fiscales, no es lo que caracteriza a la mayoría de las economías del mundo, y menos aún a aquellas que el Gobierno considera sus fuentes de inspiración.
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Más información:
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