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sábado, 12 de junio de 2021

¿Hubo una fuga del virus en el laboratorio de Wuhan?

Jonathan Cook, CounterPunch

Desafortunadamente, una investigación no desvelará la verdad

Hace un año se descartó la idea de que el COVID-19 fuera producto de una fuga de un laboratorio de Wuhan (situado a corta distancia del mercado de productos frescos al que se suele atribuir la fuente del virus), al considerarla una teoría descabellada que solo defendían Donald Trump, QAnon y los halcones de la derecha deseosos de aumentar peligrosamente la tensión con China.

Ahora, tras todo un año sin que los medios de comunicación y la comunidad científica volvieran a hablar de la teoría de la fuga, el presidente Joe Biden ha anunciado el inicio de una investigación para evaluar su credibilidad. Y, como consecuencia, lo que hasta hace pocos días era considerado como una conspiración desquiciada de la derecha está siendo ampliamente difundido y tomado en serio por los liberales.

Los medios de comunicación están publicando artículos destacados en los que se preguntan si la pandemia que ha matado a tantas personas y destrozado las vidas de muchas más puede achacarse a la arrogancia y la interferencia humanas en vez de a una causa natural.

Durante muchos años los científicos que trabajan en laboratorios como el de Wuhan han desarrollado experimentos tipo Frankenstein con virus. Han modificado agentes infecciosos naturales –que suelen encontrarse en animales como las ratas o los murciélagos– para intentar predecir cómo podrían evolucionar los virus, especialmente los coronavirus, en el peor de los casos. En teoría, su intención era conseguir que la humanidad partiera con cierta ventaja en caso de una nueva pandemia, y preparar estrategias y vacunas por adelantado para superarla.

Se sabe que otros virus han escapado de laboratorios como el de Wuhan en muchas ocasiones. Y ahora existen informes, que China rechaza, que afirman que algunos trabajadores de Wuhan enfermaron a finales de 2019, poco antes de que el COVID-19 saltara a la escena mundial. ¿Es posible que un nuevo coronavirus producto de la manipulación humana se fugara del laboratorio y se extendiera por el mundo?

Sin interés por la verdad

Y aquí llegamos a la parte complicada. Porque no parece que ninguna de las personas situadas en una posición que permita responder a esa pregunta tenga interés en descubrir la verdad (o al menos en que el resto de nosotros conozca la verdad). Ni China, ni los legisladores estadounidenses, ni la Organización Mundial de la Salud (OMS), ni los grandes medios de comunicación.

Lo único que podemos afirmar con seguridad es esto: las explicaciones que nos han dado durante los últimos 15 meses sobre los orígenes del covid han sido manipuladas y lo siguen siendo. Solo nos han contado aquello que conviene a poderosos intereses políticos, científicos y comerciales.

Ahora sabemos que hace un año nos hicieron creer que la idea de una fuga de laboratorio era una fantasía sin sentido o un producto de la sinofobia, cuando no era evidentemente ni una cosa ni la otra. Y ahora deberíamos entender que, aunque la historia haya dado un giro de 180 grados, seguimos siendo engañados. Nada de lo que la Administración estadounidense o los grandes medios nos contaron o nos cuentan ahora sobre los orígenes del virus es digno de fiar.

Ninguna de las personas que ostentan el poder quiere llegar al fondo de esta historia, sino todo lo contrario. Si llegáramos a comprender sus implicaciones, la historia tendría el potencial no solo de desacreditar por completo a las élites políticas, científicas y mediáticas occidentales, sino incluso de cuestionar toda la base ideológica que sustenta al poder.

Esa es la razón por la cual lo que está sucediendo no es un intento de hallar la verdad de acontecido el año pasado, sino una apuesta desesperada de esas mismas élites para continuar controlando nuestra percepción del suceso. Las audiencias occidentales están siendo sometidas a una continua operación psicológica por parte de las autoridades que les representan.

Experimentos con virus

El año pasado, lo más prudente para las instituciones políticas y científicas occidentales fue promover la idea de que un animal salvaje, como el murciélago, introdujo el COVID-19 en la población humana. Es decir, no se podía culpar a nadie. La otra opción era responsabilizar a China por la fuga del laboratorio, como intentó hacer Trump.

Pero había una razón muy poderosa por la cual la mayoría de los legisladores de EE.UU. no quería avanzar por ese camino. Y tenía poco que ver con su interés por frenar las teorías de la conspiración o evitar tensiones innecesarias con una China poseedora de armas nucleares.

Nicholas Wade, un autor que solía escribir artículos científicos para el New York Times, publicó en mayo una investigación detallada explicando las razones por las que la hipótesis de una fuga de laboratorio tenía una fuerte base científica, en la que citaba a algunos de los más destacados virólogos del mundo.

Pero Wade también subrayó un problema mucho más grave para las élites de Estados Unidos: según parece, antes de que se produjera el primer brote de covid el laboratorio de Wuhan estaba cooperando en sus experimentos virales con las instituciones científicas estadounidenses y con funcionarios de la OMS, en lo que se conoce en la jerga científica como una investigación de “ganancia de función”.

v Los experimentos de ganancia de función fueron interrumpidos durante el segundo mandato de Obama, precisamente por el riesgo de que alguna mutación de un virus manipulado por los humanos escapara y creara una pandemia. Pero con la llegada de Trump al poder las autoridades de EE.UU. restablecieron el programa y financiaron los trabajos realizados en el laboratorio de Wuhan a través de una organización médica con sede en EE.UU. llamada EcoHealth Alliance.

Según se ha informado, las autoridades estadounidenses que más presionaron para continuar con estas investigaciones fueron el Dr. Anthony Fauci –sí, el principal asesor médico del presidente y funcionario responsable de contener el insensato manejo de la pandemia de Trump. Si la teoría de la fuga del laboratorio es cierta, el salvador de la pandemia en Estados Unidos podría haber sido en realidad uno de sus principales instigadores.

Y para rematar, resulta que también estaban implicados altos funcionarios de la OMS, que habían desempeñado un importante papel en la investigación de ganancia de función a través de grupos como EcoHealth.

Conspiración para el engaño

Esta parece ser la verdadera razón por la cual las instituciones médicas, políticas y mediáticas occidentales reprimieron con tanta agresividad la teoría de la fuga de laboratorio el año pasado, sin intentar evaluar ni investigar dicha teoría. No por sentirse obligados por la verdad o preocupados por incitaciones racistas contra los chinos. Fue única y exclusivamente por su propio interés.

Por si alguien tuviera alguna duda consideremos lo siguiente: la OMS nombró a Peter Daszak (presidente de EcoHealth Alliance, el mismo grupo que supuestamente financiaba las investigaciones de ganancia de función en Wuhan en nombre de EE.UU.) para investigar la teoría de la fuga del virus y ser portavoz de la OMS sobre esa materia. Decir que Daszak tenía un conflicto de intereses sería subestimar tremendamente el problema.

Es evidente que esta persona descartó categóricamente cualquier posibilidad de que se hubiera producido una fuga del virus y no es de extrañar que continúe dirigiendo la atención del público hacia el mercado de Wuhan.

Los principales medios de información no solo han sido tremendamente negligentes a la hora de cubrir la noticia con cierta profundidad sino que continúan confabulándose para engañar a su público –y barrer esos indignantes conflictos de intereses bajo la alfombra–, según explica bien este artículo publicado por la BBC el último fin de semana de mayo.

Se supone que la BBC sopesa los dos posibles relatos sobre los orígenes del covid, pero no menciona ninguno de los explosivos descubrimientos de Wade, incluyendo el del rol potencial de la financiación estadounidense en las investigaciones de ganancia de función en Wuhan. Se cita tanto a Fauci como a Daszak, pero más como a comentaristas imparciales que como figuras que tienen mucho que perder si se realiza una investigación seria de lo ocurrido en el laboratorio de Wuhan.

Dentro de este contexto los acontecimientos de los últimos 15 meses se parecen mucho a una cortina de humo preventiva: un deseo de evitar que se destape la verdad porque, si hubo una fuga del laboratorio, amenazaría la credibilidad de las mismas estructuras de autoridad sobre las que descansa el poder de las élites occidentales.

Apagón mediático

¿Entonces por qué, tras el afanosamente impuesto apagón informativo del pasado año, Biden, los medios corporativos y las instituciones científicas salen de repente con la posibilidad de una fuga del laboratorio chino?

La respuesta parece clara: porque el artículo de Nicholas Wade, en concreto, ha abierto de golpe la hipótesis de la fuga del laboratorio, considerada cerrada. Los científicos que hasta ahora temían verse asociados con Trump o con una “teoría de la conspiración” han alzado finalmente la voz. El gato ya no está encerrado.

O, como informaba el Financial Times sobre el nuevo relato oficial, “el factor desencadenante ha sido un giro de los científicos que tuvieron miedo de ayudar a Trump antes de la elección presidencial o de provocar el enfado de influyentes científicos que habían rechazado dicha teoría”.

Recientemente la revista Science subió las apuestas al publicar una carta de 18 prominentes científicos en la que afirmaban que las hipótesis de la fuga del laboratorio y la del virus de origen animal eran igualmente “viables” y que la investigación preliminar de la OMS no había otorgado una “consideración equilibrada” a ambas, una manera educada de sugerir que la investigación de la OMS fue un engaño.

Así que ahora la administración Biden echa mano del plan B: la limitación de daños. El presidente de EE.UU., las instituciones médicas y los grandes medios de comunicación están planteando la posibilidad de una fuga del laboratorio de Wuhan, pero han excluido todas las evidencias desenterradas por Wade –y otros– que implicarían a Fauci y a la élite política estadounidense en dicha fuga, si es que se produjo. Mientras tanto, Fauci y sus defensores han enturbiado las aguas de forma preventiva al tratar de redefinir lo que constituye ganancia de función.

El creciente clamor en las redes sociales, en gran parte provocado por la investigación de Wade, es una de las principales razones por las que Biden y los medios de comunicación se han visto forzados a abordar la teoría de la fuga del laboratorio, que previamente habían descartado. Y, sin embargo, las revelaciones de Wade acerca de las implicaciones de EE.UU. y la OMS en la investigación de ganancia de función –y su potencial complicidad en una fuga del laboratorio y su subsecuente encubrimiento– están ausentes en todas las informaciones periodísticas.

Táctica de evasión

La supuesta investigación de Biden pretende ser una maniobra evasiva. Permite mostrar que la Administración se ha tomado en serio la búsqueda de la verdad cuando no es nada parecido. Relaja la presión sobre los grandes medios de comunicación que, de otro modo, tendrían que ponerse manos a la obra para desvelar ellos mismos la verdad. Al centrarse exclusivamente en la teoría de la fuga del laboratorio, desvía la atención de la potencial implicación de EE.UU. y la OMS en dicha fuga y ensombrece los esfuerzos de otros científicos críticos que plantean dicha implicación. Y la inevitable lentitud de la investigación aprovecha la fatiga producida por las noticias sobre el covid en las audiencias occidentales cuando estas empiezan a superar las sombras de la pandemia.

La Administración Biden tiene la esperanza de que el interés del público por esta historia se desvanezca rápidamente y que los medios corporativos puedan sacarlo de su radar. En cualquier caso, lo más probable es que los resultados de la investigación sean no concluyentes, para evitar un duelo de relatos explicativos con China.

Pero, aunque la investigación se vea obligada a señalar con el dedo a los chinos, la Administración Biden sabe que los grandes medios de comunicación occidentales, de probada lealtad, publicarán sus acusaciones contra China como si fueran un hecho probado, al igual que ocultaron lealmente cualquier consideración sobre una posible fuga de laboratorio hasta que se vieron forzados a hacerlo estos últimos días.

La ilusión de la verdad

Lo ocurrido en Wuhan nos permite comprender con mayor claridad el modo en que las élites ejercen su poder de convicción sobre nosotros, con el fin de controlar lo que pensamos o, incluso, lo que somos capaces de pensar. Tienen la capacidad de retorcer cualquier relato en beneficio propio.

En los cálculos de las élites occidentales la verdad es poco relevante. Lo más importante es mantener la ilusión de la verdad. Es vital que sigamos creyendo que nuestros dirigentes gobiernan en pro de un interés superior; que el sistema occidental, a pesar de todos sus fallos, es el que mejor gestiona nuestras vidas económicas y políticas; y que estamos en la senda hacia el progreso, aunque a veces esta sea escabrosa.

El trabajo de mantener la ilusión de la verdad recae en las grandes corporaciones mediáticas. Ahora su papel es el de sumergirnos en un largo y animado debate –aunque cuidadosamente delimitado y en último término no concluyente– sobre si el covid surgió de manera natural o fue una fuga del laboratorio de Wuhan.

La labor de los medios de comunicación es dirigir sin contratiempos la transición desde la incuestionable certeza del pasado año –que la pandemia era de origen animal– hasta un panorama más confuso que incluye la posibilidad de que la aparición del virus sea responsabilidad humana, especialmente china. Es asegurase de que no sintamos ninguna disonancia cognitiva a pesar de que la teoría considerada imposible por los expertos hace apenas semanas sea, de repente, perfectamente posible, aunque nada haya cambiado materialmente entre tanto.

Lo fundamental para las instituciones políticas, mediáticas y científicas es que no nos planteemos cuestiones más profundas:
    ¿Cómo es posible que los presuntamente escépticos, polémicos y estridentes medios de comunicación volvieran a expresarse mayoritariamente con una sola y acrítica voz en un tema tan vital durante más de un año sobre los orígenes del covid?
  • ¿Cómo es que el consenso mediático no ha sido quebrantado por una gran organización periodística con muchos recursos, sino por un solo autor científico, que colabora de forma independiente con una revista científica relativamente desconocida?
  • ¿Por qué todos los destacados científicos que ahora están dispuestos a cuestionar el relato impuesto sobre el origen animal del covid permanecieron en silencio tanto tiempo sin plantear la hipótesis igualmente creíble de una fuga de laboratorio?
  • Y, lo que es más importante de todo, ¿por qué deberíamos creer que las instituciones científicas, políticas y mediáticas tienen ahora interés en contarnos la verdad, o en asegurar nuestro bienestar, cuando han demostrado haber mentido repetidamente o haber permanecido en silencio sobre cuestiones incluso más graves y durante periodos mucho más largos, como las diversas catástrofes ecológicas que nos han caído encima desde la década de los 50?
Intereses de clase

Todas estas cuestiones –y sus respuestas– serán obviadas por quienes necesitan creer que nuestros gobernantes son competentes y morales y que buscan el bien común y no sus propios intereses estrechos y egoístas, o los de su clase o grupo profesional.

Los científicos defieren servilmente a la comunidad científica porque esa misma comunidad es la que supervisa un sistema en el que sus miembros son recompensados con fondos para la investigación, oportunidades de empleo y promociones profesionales. Y porque los científicos carecen de incentivos para cuestionar o sacar a la luz los fallos de sus propias instituciones o para aumentar el escepticismo del público hacia la ciencia y los científicos.

Del mismo modo, los periodistas trabajan para un puñado de corporaciones mediáticas propiedad de multimillonarios que desean mantener la fe del público en la “benevolencia” de las estructuras de poder que recompensan a los multimillonarios por su supuesto genio y su capacidad para mejorar las vidas del resto de nosotros. Las corporaciones mediáticas no tienen ningún interés en que el público se cuestione si son un medio neutral que canaliza información hacia la gente común o si su objetivo es mantener el statu quo que beneficia a una élite muy reducida.

Y los políticos tienen abundantes razones para continuar convenciéndonos de que representan nuestros intereses y no los de sus donantes multimillonarios, cuyas corporaciones y publicaciones fácilmente pueden destruir su carrera.

A lo que nos enfrentamos es a una camarilla de clases profesionales dispuestas a hacer todo lo que pueden para preservar sus propios intereses y los intereses del sistema que les recompensa. Y eso requiere arduos esfuerzos por su parte para que no nos demos cuenta de que las decisiones políticas se toman principalmente por la codicia y las ansias de estatus, no por el bien común o por la preocupación por la verdad y la transparencia.

Esa es la razón por la que nunca sabremos realmente lo que ocurrió en Wuhan. Mantener la ilusión de la verdad seguirá estando por encima del descubrimiento de la verdad. Y por eso estamos condenados a seguir metiendo la pata. Como sin duda alguna atestiguará la próxima pandemia.

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Jonathan Cook ganó el Premio Especial de Periodismo Martha Gellhorn. Entre sus libros destacan “Israel and the Clash of Civilisations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East” (Pluto Press) y “Disappearing Palestine: Israel’s Experiments in Human Despair” (Zed Books). Su página web es: www.jonathan-cook.net
Tomado de Rebelión. Traducción de Paco Muñoz de Bustillo

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