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martes, 16 de junio de 2020

La nueva guerra fría de EEUU contra China



Michael T. Klare, TomDispatch 

¿Cómo puede afectarnos? 

Los expertos y los políticos de Estados Unidos han llegado en gran medida a la conclusión de que ha comenzado una nueva guerra fría con China, un período de intensa hostilidad y competitividad que no llega al combate armado. “La guerra fría de EEUU contra China amenaza con una ruptura”, como expresaba el titular del New York Times del 15 de mayo, citando recientes enfrentamientos en comercio, tecnología y exigencia de responsabilidades por la propagación de la covid-19. La decisión de Pekín de someter a Hong Kong a nuevas y estrictas leyes de seguridad no ha hecho sino aumentar aún más esas tensiones. El presidente Trump amenazó rápidamente con eliminar la relación económica especial de esa ciudad-estado con este país, a la vez que imponía nuevas sanciones a los líderes chinos. Mientras tanto, los demócratas y los republicanos en el Congreso están trabajando juntos para diseñar duras sanciones propias contra los chinos.

Para cualquiera que pueda recordar la Guerra Fría original, los últimos desarrollos pueden parecer extrañamente familiares. Traen a la mente lo que ocurrió poco después de que se derrumbara amargamente la colaboración en la Segunda Guerra Mundial de Estados Unidos con los soviéticos cuando los rusos emplearon cada vez más la mano dura en su enfoque respecto a Europa del Este. En aquellos días la desconfianza no hizo sino aumentar, mientras Washington decidía lanzar un impulso global para contener y derrotar a la URSS. Y parece que hoy nos vamos acercando a una situación parecida. Aunque China y Estados Unidos continúan manteniendo lazos comerciales, científicos y educativos, los líderes de ambos países amenazan con cortar esos vínculos y emprender toda una amplia gama de movimientos hostiles. 

Es verdad que algunos de los aspectos que se están discutiendo en Washington para castigar a China por su (percibido) mal comportamiento tendrán un escaso impacto inmediato en la vida de los estadounidenses. En realidad, muchas de las amenazas pueden resultar ser poco más que los clásicos golpes de pecho para hacerse el macho. Consideren, por ejemplo, la propuesta presentada por los miembros mayoritarios y minoritarios de alto rango del Comité de Servicios Armados del Senado, el republicano de Oklahoma, Jim Inhofe, y el demócrata de Rhode Island, Jack Reed, para financiar una multimillonaria “Iniciativa de disuasión en el Pacífico” destinada a reforzar las fuerzas estadounidenses en Asia. Según afirmaron, ese esfuerzo “enviará una firme señal al Partido Comunista Chino de que el pueblo estadounidense se compromete a defender los intereses de EEUU en el Indo-Pacífico”. 

Bueno, ¡eso es bien fácil! Todo lo que nosotros, ciudadanos contribuyentes de Estados Unidos, tenemos que hacer en esta salva de apertura de una nueva guerra fría es aplaudir al Congreso mientras canaliza aún más miles de millones de dólares a los contratistas habituales de la defensa, enviando así “una señal” a Pekín de que “vamos a defender los intereses estadounidenses” por todo el planeta. (¡Ahora pónganse a agitar la banderita!)

Pero no cuenten con que tal momento dure mucho, no si una nueva guerra fría comienza de verdad. Un vistazo rápido a la original debería recordarnos que todos pagaremos un precio de algún tipo si se intensifica la hostilidad hacia China (aunque el resultado no sea una guerra caliente). Quizás no sea demasiado pronto para empezar considerar cómo nos impactaría, a ustedes y a mí, un mundo así. 

Una débil recuperación económica 

Para la mayoría de los estadounidenses, la primera consecuencia de la intensificación de la guerra fría podría ser una recuperación más débil de la esperada de la crisis económica de la covid-19. Cualquier cosa que se interponga en el camino de un rápido restablecimiento -y una nueva guerra fría con China cae en esa misma categoría- sería una mala noticia. 

 A diferencia de la Guerra Fría original, cuando Washington y Moscú mantuvieron pocos vínculos económicos, las economías de EE. UU. y China permanecen entrelazadas, contribuyendo a la riqueza neta de ambos países y beneficiando a las industrias de este país orientadas a la exportación, como la agricultura y la fabricación de aviación civil. Es cierto que tales lazos han perjudicado también a los trabajadores manuales, que han visto cómo sus puestos de trabajo emigraban a través del Pacífico, y las compañías tecnológicas han tenido que soportar que unos advenedizos chinos robasen su propiedad intelectual. Donald Trump avivó los resentimientos ante esos problemas para conseguir salir elegido en 2016. Desde entonces, ha tratado de desenmarañar las dos economías, proclamando que nos iría mejor por nuestra cuenta (America first!). Como parte de esta campaña, ya impuso duros aranceles a las importaciones chinas y bloqueó el acceso de las empresas chinas a la tecnología estadounidense. 

Siéntanse libres para ponerse a discutir si China ha abusado de las reglas del comercio internacional, como han acusado Trump y sus aliados, y si imponer aranceles (pagados por importadores y consumidores estadounidenses, no por proveedores chinos) es la mejor manera de abordar el crecimiento económico de ese país. Sin embargo, lo más importante a tener en cuenta es que el crecimiento económico en ambos países se había desacelerado a raíz de la guerra comercial de Trump incluso antes del impacto de la covid-19. De hecho, a medida que 2019 llegaba a su fin, la perspectiva de aranceles aún más altos y una guerra económica intensificada estaba hundiendo ya toda la economía global. 

Y aunque algunos expertos creen que una relajación de los aranceles y otros pasos para mejorar el comercio entre Estados Unidos y China estimularía la economía en tiempos difíciles, Trump y sus halcones para los asuntos de China, liderados por el Secretario de Estado Mike Pompeo y el asesor comercial de la Casa Blanca Peter Navarro, parecen considerar este momento como la oportunidad perfecta para redoblar las medidas anti-China. El presidente ya ha insinuado que está preparado para ordenar aún más aranceles sobre los productos chinos y tomar otras medidas para acelerar el “desacoplamiento” de las dos economías. “Hay muchas cosas que podríamos hacer”, le dijo a Maria Bartiromo de Fox Business a mediados de mayo. “Podríamos cortar toda relación”. 

¿Cortar toda relación? Algunos de los responsables de la formulación de las políticas afirman que tal desacoplamiento estimularía el crecimiento en el país siempre que las empresas estadounidenses trasladaran la fabricación a Estados Unidos y a sus aliados cercanos. Sin embargo, este argumento ignora dos factores clave cuando se trata de estadounidenses desesperados ya por trabajar: primero, muchas de las tareas que actualmente realizan los trabajadores chinos se trasladarían a las plantas de México, Tailandia, Vietnam y otros centros de fabricación de bajo coste; y segundo, cualquier reubicación de líneas de producción completas a este país llevaría años lograrlo y, al final, sin duda, se va a acabar utilizando más robots que trabajadores. En resumidas cuentas: a nivel económico está garantizado que una guerra fría cada vez más intensa reducirá cualquier posibilidad de recuperación rápida de la depresión por el coronavirus, lo que perjudicará las perspectivas de empleo de millones de estadounidenses. 

El gasto militar no va a estimular la recuperación 

Hay otro elemento que garantiza una nueva guerra fría: el aumento significativo en el gasto militar en un momento en el que la deuda nacional se ha incrementado y hay una necesidad desesperada de invertir en la recuperación económica interna. 

A finales de junio, a menos que el Congreso vote a favor de la concesión de nuevas ayudas, se habrá agotado una gran parte de los 2.200 millones de dólares en ayuda de emergencia pandémica anteriormente autorizados, dejando sin empleo a millones de estadounidenses y en situación desesperada a muchos propietarios de pequeñas empresas. Los demócratas en la Cámara de Representantes dieron a conocer un plan de 3.000 millones de dólares adicionales para fondos de emergencia, incluida la ayuda para los estados y ciudades en dificultades y otra ronda de pagos directos a los ciudadanos. 

Sin embargo, los funcionarios de la Casa Blanca y muchos republicanos insisten en que cualquier donación adicional a los estadounidenses comunes elevará la deuda federal a niveles insostenibles (un problema que nunca les preocupa cuando se trata de recortes de impuestos a favor de las corporaciones y los ricos). Por lo tanto, aprobar algo como ese paquete de estímulo parece cada vez menos concebible, y en el mes de julio puede haber millones de estadounidenses que no pueden pagar el alquiler, así como otros gastos esenciales. Sin embargo, en lo que respecto al aumento del gasto militar, los republicanos no tienen esos reparos. Por ejemplo, el senador Tom Cotton, de Arkansas, ha presentado una Ley para la Creación de Resistencia Operativa a la Expansión China (FORCE, por sus siglas en inglés) de 43.000 millones de dólares (un título estupendo, ¿eh?) Su objetivo, afirma, sería “ayudar a frustrar el principal objetivo geopolítico del Partido Comunista Chino de expulsar a Estados Unidos del Pacífico occidental [y] lograr la unificación a través del estrecho con Taiwán mediante la fuerza militar”. Incluye, entre otras cosas, 3.900 millones para otro submarino tipo Virginia (que se suman a los 4.700 millones solicitados para ese mismo submarino en el presupuesto propuesto para el Pentágono en 2021) y 3.000 millones de dólares más para uno de los sistemas de armas más caros de la historia: el avión de combate F-35 (además de los 4.600 millones de dólares solicitados para 48 de esos aviones en ese mismo presupuesto). 

Con los demócratas desesperados por demostrar sus propias credenciales antichinas, la aprobación de la Ley FORCE, o de la algo más modesta Iniciativa de Disuasión del Pacífico introducida por los Senadores Reed e Inhofe, parece ser algo seguro. De hecho, la necesidad de más fondos militares puede ser la razón de los republicanos para rechazar nuevas solicitudes de ayuda para la pandemia. 

Pero, ¿actuará un mayor gasto militar como estímulo económico, tal como ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial cuando ayudó a Estados Unidos a salir de la Gran Depresión? 

De hecho, la aprobación de la Ley FORCE o una variante de la misma bombeará dinero adicional a la economía. Pero el complejo militar-industrial de hoy tiene poco que ver con el de hace 80 años, cuando millones de trabajadores fueron movilizados para producir miles de tanques y aviones mensualmente en un esfuerzo total para derrotar a la Alemania nazi. Hoy en día, el hardware militar se ha vuelto tan complejo que la mayor parte de los dólares gastados en un nuevo avión, tanque o barco se destina a materiales especializados y sistemas informáticos, no a ejércitos de trabajadores. Por lo tanto, es probable que los miles de millones de dólares para un nuevo submarino y más F-35 generen solo unos pocos miles de nuevos empleos, mientras que gastar las mismas cantidades en atención médica o educación primaria generaría muchas veces esa cifra.

Reclutamiento 

Es conveniente tener también en cuenta el problema que debería estar en la mente de todos los hombres y mujeres jóvenes en Estados Unidos (junto con sus padres, abuelos y seres queridos): la llamada a filas. 

A diferencia de la Guerra Fría original, los hombres jóvenes en este país ya no están obligados a servir en el ejército de EE. UU., aunque ellos (y sus colegas femeninas) pueden elegir hacerlo, ya sea por razones patrióticas, por necesidad económica o por ambas. A pesar de que Estados Unidos ha estado continuamente involucrado en “guerras interminables” desde los ataques del 11 de septiembre, los servicios armados han podido utilizar una variedad de incentivos económicos y educativos para llenar sus filas (y evitar las protestas pública por esas guerras que seguramente habría acompañado al reclutamiento). Esto ha sido posible en parte porque el número de soldados que participaron en combate en un momento dado no era tan enorme en comparación, por ejemplo, con las épocas de la guerra de Corea o Vietnam, y porque un inmenso número de tropas ya no estaban disponibles para “contener” a la Unión Soviética en Europa. 

Sin embargo, una guerra fría a gran escala con China podría demostrar otra cuestión muy distinta, aunque los requerimientos de mano de obra del Pentágono se redujeran de alguna manera por las retiradas de tropas estadounidenses de Afganistán e Iraq. Sin duda serán necesarios grandes despliegues de fuerzas para participar en una versión moderna de la “contención” de China, por no hablar de la disuasión del aventurerismo adicional de la Rusia de Vladimir Putin. ¿Puede hacerse todo esto con un ejército de voluntarios? No si aumentan las tensiones con Pekín. 

Cuenten con ello: en algún momento, la cuestión del reclutamiento volverá a surgir. Hasta ahora, el Departamento de Defensa no ha optado por restablecer la llamada a filas, una medida que requeriría de la aprobación del Congreso e indudablemente encendería un intenso debate político de tal índole que los altos funcionarios preferirían evitarlo en este momento. Aun así, la guía general del liderazgo, la Estrategia de Defensa Nacional de 2018, dejó bastante claro que Estados Unidos deberá enfrentar años de intensa rivalidad con sus “grandes competidores por el poder” y que una lucha tan épica bien podría requerir la movilización total de las capacidades de guerra estadounidenses. “La competencia estratégica a largo plazo [con China y Rusia]”, afirmaba, “requiere la integración perfecta de los múltiples elementos del poder nacional”. El reclutamiento no se mencionó específicamente, pero dado el nuevo enfoque en una China en ascenso y una Rusia temeraria, estará sobre la mesa más pronto que tarde.  

Represión y discriminación 

Otra característica de la Guerra Fría original que cabe esperar en una nueva es un ambiente de represión, intolerancia y discriminación. En este caso, sería contra los estadounidenses de origen chino, los estudiantes e investigadores chinos que se encuentran actualmente en este país, y los no chinos considerados de alguna manera como dependientes de esa potencia. Lamentablemente, ya han surgido señales de esto. Se ha enviado a agentes del FBI y del Consejo de Seguridad Nacional, por ejemplo, a las principales universidades de la Ivy League para advertir a los administradores que no admitan ni retengan a estudiantes chinos que puedan estar recopilando información científica y técnica para compartir con instituciones patrocinadas por el gobierno de su país. Al mismo tiempo, se ha denegado el visado a unos 30 profesores chinos vinculados con tales instituciones, a pesar de la historia de colaboración con académicos estadounidenses. En una medida de mucha mayor gravedad, se arrestó en enero al presidente del departamento de química de la Universidad de Harvard, Charles Lieber, por no informar sobre los ingresos que había recibido de una universidad china. 

Muchos académicos estadounidenses han criticado tales acciones como un ataque a la libertad académica. Sin embargo, cada vez más, los funcionarios estadounidenses insisten en que representan un componente necesario de la nueva guerra fría. Y aunque esos funcionarios también insisten en que nuestro adversario en esta lucha es el Gobierno chino o las personas asociadas con él (aunque sea tangencialmente), muchos chino-estadounidenses están experimentando cada vez más sospechas y hostilidad solo por ser chinos. “Los chino-estadounidenses se sienten atacados, y eso es realmente doloroso”, dijo Charlie Woo, un destacado empresario chino-estadounidense. 

La experiencia de la primera Guerra Fría sugiere que este tipo de intolerancia y represión no hará sino aumentar, con efectos potencialmente escalofriantes sobre la libertad intelectual y la situación racial ya profundamente inestable en este país. 

Guerra caliente 

Y no olviden nunca que las guerras frías siempre corren el riesgo de convertirse en guerras calientes. Mirando hacia atrás, es bastante fácil recordar esos años de enfrentamiento entre Estados Unidos y la URSS como una era relativamente libre de guerra, ya que las dos superpotencias temían que un conflicto directo de cualquier tipo entre ellas podía provocar una conflagración termonuclear total, dejando un planeta en ruinas. Sin embargo, en realidad, ambas partes se involucraron en una sombría variedad de sangrientas “guerras por poderes”: conflictos regionales en Corea, Vietnam y Afganistán, entre otros lugares, involucrando por un lado a las tropas de una superpotencia y a los aliados locales armados por la otra. Además, Estados Unidos y la Unión Soviética casi se enfrentaron en conflicto directo en varias ocasiones. La más notable, por supuesto, fue la crisis de los misiles en Cuba de 1962, cuando Moscú instaló misiles balísticos con armas nucleares en Cuba y Estados Unidos estuvo a punto de entrar en guerra para eliminarlos, lo que probablemente se habría convertido en un conflicto nuclear. Solo un último esfuerzo de negociación entre el presidente John F. Kennedy y su homólogo ruso, Nikita Khrushchev, evitó tal resultado. 

Es bastante fácil imaginar que tanto las versiones contemporáneas de esos conflictos por poderes como de la crisis de los misiles en Cuba podrían surgir de una creciente confrontación con China. Un incidente en la península de Corea, sin importar cómo se haya desatado, podría convertirse rápidamente en una guerra por poderes. Sin embargo, el mayor peligro sería que las fuerzas estadounidenses y chinas se enfrentaran directamente, quizá a causa de un conflicto naval en el este o el sur del mar de China. 

En estos momentos, los buques de guerra estadounidenses y chinos se encuentran regularmente en esas aguas, a menudo dentro del alcance de tiro (o incluso de embestida). La Marina estadounidense insiste en que está llevando a cabo “operaciones de libertad de navegación» (FRONOPS, por sus siglas en inglés) permitidas en aguas internacionales. Los chinos -que reclaman la propiedad de los numerosos atolones e islotes que salpican esos mares- acusan a los barcos estadounidenses de violar su territorio marítimo nacional. En ocasiones, las cañoneras chinas han navegado peligrosamente cerca de ellos, obligándolos a cambiar de rumbo para evitar una colisión. A medida que estos incidentes se multipliquen y las tensiones aumenten, crecerá el riesgo de un enfrentamiento grave que implique la pérdida de vidas en uno o ambos lados, proporcionando posiblemente la chispa para una confrontación militar a gran escala. Y no hay duda de una cosa: una guerra fría cada vez más intensa con China solo aumentará las probabilidades de que tal hecho suceda. 

Nadie puede decir en qué momento ustedes o cualquiera de nosotros comenzará a sentir los efectos directos de esta nueva guerra fría, pero, a medida que las tensiones y los actos hostiles aumenten, las consecuencias van a ser realmente duras. Así que disfruten ahora si se aprueban las medidas ya tomadas para aislar y castigar a Pekín, reflexionen detenidamente antes de aceptar una guerra fría en toda regla con China y mediten en todo lo que puede conllevar.
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Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández 

1 comentario:

  1. El mayor peligro para la paz mundial ha sido, y continúa siendo, el concepto imperial que los EE.UU. tienen de sí mismos. Desde su independencia de UK no ha habido un solo año en que los EE.UU no hayan estado en guerra con otros paises bajo los pretextos más peregrinos.
    Hoy en día es dudoso que un imperio decrépito y en vías de demolición pueda ganar la batalla al eje Moscú-Pekin, teniendo en cuenta, además, que sus aliados tradicionales (Europa y Japón) tienen motivos suficientes para irse apartando del coloso con pies de barro. A pesar de todo la caída del Imperio USA traerá mucho dolor y sufrimiento a la humanidad, si no su total extinción.

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