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domingo, 24 de mayo de 2020

Covid-19 y crisis en Chile: De tumbo en tumbo

El actual Presidente de Chile siendo bastante más inteligente que Trump o Bolsonaro, tiene el defecto de no considerar la complejidad de las situaciones y la necesidad de combinar perspectivas a la hora de tomar decisiones. Se deja llevar, como ellos, por el ego sobredimensionado que estructura su esquema mental de interpretación de los hechos sociales y políticos, un día actúa en un sentido y al siguiente en el contrario, siempre convencido de que tiene la razón, en ocasiones contra toda evidencia. Ello explica que en los últimos diez meses se lo ha pasado dando disculpas.


Edison Ortiz, El Mostrador

Parece que ya estábamos teniendo demasiada paciencia con esta administración, pero el twitter del subsecretario del deporte, Andrés Otero, mostrando a una niña de 12 años haciendo deportes en su casa – una mansión – el pasado 15 de mayo, con el mensaje “quédate en casa”, hizo que la paciencia se nos agotara. Y definitivamente, fue la gota que rebaso el vaso de nuestro estoicismo.

Una historia…

El Estado moderno y su irrupción y consolidación, creó una burocracia profesional que con el tiempo formó subgrupos de representación de sí mismo. En Chile -como sucede con frecuencia con “los ingleses de América del Sur”- el fenómeno alcanzó con el tiempo formas más bien espúreas y sirvió para conformar grupos subalternos de origen estatal con personalidades bien definidas y, en ocasiones, grotescas. Como sabemos, en este país la meritocracia nunca se ha llevado bien con la oligarquía dominante. Si no me creen, pregúntenle a O’Higgins.

Así como los radicales en la primera mitad del siglo pasado expresaron la emergencia de la mesocracia y crearon el fenómeno que se llamó la empleomanía, siguiendo el modelo clientelístico oligárquico de la última parte del siglo XIX, la dictadura militar no escatimó esfuerzos para consolidar a los neoliberales y su ideologismo extremo, al punto que los muchachos de la escuela de Chicago no solo destruyeron los esbozos de industrialización, sino que fueron responsables directos de la derrota de "Daniel López" – alías Pinochet - en octubre de 1988, al manejar muy mal la macroeconomía y ahondar los impactos externos en 1982-83.

Más tarde, la Concertación consolidó el fenómeno de los “asesores” y de los “operadores políticos” de todo tipo, constituyéndolos en una categoría social relativamente numerosa con perfiles bien definidos: escaso currículo, dependencia directa de algún personaje político influyente – casi siempre con escaño en el Congreso – y con escasas ganas de trabajar para el interés general o servir al Estado.

Bachelet II consolidó una suerte de nueva burguesía fiscal, de personajes sin formación muy sólida, pero conocedores profundos del engranaje estatal, de sus vericuetos y muy amigos del presupuesto fiscal, de las conexiones y prebendas del mismo, como de su articulación con el mundo privado.

Piñera II, a su vez, ha consolidado una burocracia de nuevo cuño: la idiocracia, de la que ya tuvimos expresiones durante su administración anterior con ese grupo de jóvenes ambiciosos, cuya característica principal es la falta de cable a tierra al momento de tomar decisiones, la presión por aumentar sus sueldos y, el permanente intento de manejar los servicios públicos como una empresa. El subsecretario del Deporte, Andrés Otero, es un fiel representante de esa camada burocrática.

Una parte de la idiocracia, se formó allí donde se podía obtener privilegiadamente conexiones con redes y contactos para el mundo laboral, en universidades muy antiguas como la Católica y otras no tanto, como la del Desarrollo o Los Andes. Es poseedora de dos características principales: un conservadurismo religioso declarativo y un exacerbado ideologismo como adeptos de un neoliberalismo extremo.

¡Es la realidad, estúpido!

La idiocracia hoy administra el Estado y en apenas dos años, nos ha sumergido - entre el 18 de octubre y la masificación del Covid-19 - en la más profunda crisis política, social, económica y ahora sanitaria que hayamos conocido. De seguir tomando las decisiones que toma, va a terminar haciendo un grave daño no solo al Estado, sino que a la sociedad en su conjunto.

A la administración de Piñera y su elenco, resulta imposible analizarlos solo desde la perspectiva de la gestión política y de los intereses que defiende. También debe utilizarse una óptica de psicología social y de interpretación de las conductas, según los esquemas mentales de los sujetos. Así, una definición más que aceptable es la de Iñaki Kabato, quien ha postulado que un esquema mental “es un patrón organizado de pensamiento e ideas preconcebidas, es nuestra forma particular de pensar y ver el mundo que guía nuestras emociones (pero también) condiciona nuestra conducta de manera inconsciente”. En el caso de muchos sujetos acríticos, la manera de evaluar una situación dependerá del esquema que “selecciona de forma automática los datos que penetran en su conciencia, los que mejor encajan con sus expectativas e ideas aprendidas; sin embargo, los datos que no se ajustan a sus estereotipos los considera sospechosos y, tiende a rechazarlos o modificarlos para que sean coherentes con sus prejuicios”.

Tal definición encaja bien con los rígidos esquemas mentales del elenco gubernamental que, frente a un fuerte cambio de la realidad, no logra darse cuenta de la necesidad de buscar nuevas respuestas, como hemos observado desde octubre hasta ahora. La administración Piñera, nos ha sorprendido a todos por la frecuencia de unos virajes discursivos y decisorios que agravan las crisis, desde un verticalismo simplista, arrogante y contradictorio que proviene de prejuicios e ideas preconcebidas.

A diferencia de lo que logra la primera ministra, Ángela Merkel, en Alemania, científica de formación que conoce bien las cifras e inspirada por un conservadurismo blando que, sin embargo, no le impide ver la realidad y que tiene a esa nación con una de las mejores estadísticas en el control de la pandemia. En cambio, la idiocracia no tiene los valores democráticos, republicanos y sociales que permitan dejar de lado los esquemas mentales rígidos y, actuar con un mínimo de empatía frente a la situación que sufre la mayoría.

En particular, el actual Presidente de Chile siendo bastante más inteligente que Trump o Bolsonaro, tiene el defecto de no considerar la complejidad de las situaciones y la necesidad de combinar perspectivas a la hora de tomar decisiones. Se deja llevar, como ellos, por el ego sobredimensionado que estructura su esquema mental de interpretación de los hechos sociales y políticos, un día actúa en un sentido y al siguiente en el contrario, siempre convencido de que tiene la razón, en ocasiones contra toda evidencia. Ello explica que en los últimos diez meses se lo ha pasado dando disculpas.

No es que el actual Presidente no considere la ciencia y sus recomendaciones, sino que es incapaz de sopesarlas y analizar distintas perspectivas de solución, considerar diversos escenarios, consultar opiniones contradictorias y finalmente arbitrar con serenidad. Actuar conteniendo el impulso que sobreviene al analizar un tema solo desde una perspectiva que le acomoda o de sentir la presión más reciente, excede lo que le permite un esquema mental basado en una autopercepción de estar siempre en lo correcto. El resultado es que en los escenarios de complejidad, Piñera termina perdiéndose y rehaciendo todos los días sus decisiones. Esta conducta es la peor posible para llevar a cabo una estrategia que proyecte seguridad, para hacer trabajar equipos cooperativos y que se potencien entre sí al compartir una cierta perspectica común.

Con Piñera nunca se sabe muy bien de qué estará constituido el día siguiente. Que el 15 de abril haya iniciado la “nueva normalidad” y el “retorno seguro”, en plena expansión de la pandemia, expresa ese modo atolondrado de tomar decisiones.

La salida a la pandemia, en un escenario de extrema incertidumbre, será ante todo fruto de la combinación de perspectivas de análisis. Si la gente tiene que cuidar su salud y, al mismo tiempo, preservar sus medios de subsistencia, la solución no es decretar una cuarentena parcial “dinámica” y al día siguiente pretender que “estamos en una meseta”, porque aumentó la presión empresarial. O pretender que se ofrece una “protección al empleo”, cuando sabemos que el principal subsidio va al empresariado, manteniéndose la capacidad de despedir “por necesidades de la empresa”.

En ese mismo escenario, se inscriben las peleas entre miembros de su gabinete – salud y educación, por ejemplo -, las disputas con los alcaldes, las salidas destempladas de Mañalich. O que, contra todas las recomendaciones de especialistas, se realice el Simce más bien pensando en los contratos millonarios que en su pertinencia, mientras a la vez se recorta el presupuesto de los funcionarios y programas. Ni hablar de los muertos por Covid-19 no certificados y, esa manía de alterar las estadísticas en provecho propio. Y donde, el tweet de Andrés Otero, ha sido la guinda de la torta.

Lo más incongruente del discurso de la idiocracia es que ahora la falta de control de la pandemia, sería fruto de la irresponsabilidad de la gente que no confía en sus autoridades por el contexto de la rebelión social reciente. Los dichos de la diputada Hofmann, otro personaje, empieza a batir récord cuando indica que, en relación a la renta básica de emergencia “no hay que acostumbrar a la gente que viva a expensas del Estado”.

La gente de mente estrecha y de esquemas mentales preconcebidos que hoy nos gobierna, va a terminar contagiándose a sí misma por su incapacidad de relacionar y de ver lo complejo que son los escenarios, sin modelos ni teorías probadas y, no será capaz, por puro ideologismo, de defender sus propios intereses. De allí, su amor tardío por Lagos y la ex Concertación, quienes les resolvían -aunque los criticaran a través de sus medios de comunicación durante todas sus administraciones- parte de los problemas que en su ideologismo no logran solucionar cuando gobiernan.

Epílogo

Somos los chilenos y chilenas los que tendremos que dotarnos, en un ejercicio democrático generalizado de distanciamiento de la idiocracia, de una cierta capacidad de poder relacionar las cosas que nos aquejan y actuar con responsabilidad colectiva, para salir de la crisis con fórmulas creativas, descentralizadas de combinación de autocuidado de la salud y de mantención de la capacidad de generar ingresos.

Esto incluirá la exigencia perentoria al Gobierno de una acción que, de una vez, implique distribuir un subsidio suficiente a quienes no tienen medios de subsistencia, para que puedan permanecer en sus casas cuando sea necesario por razones sanitarias.

A su vez, la oligarquía chilena –nunca ha sido una elite - y sus universidades tendrán que repensar, incluso por autocuidado, cómo forman a sus dirigentes empresariales, cuadros burocráticos y líderes de opinión, ya que con el modelo de la Hacienda –Sergio Onofre Jarpa murió en abril justo en medio de esta pandemia como icono de un mundo que se acaba– no basta para resolver los desafíos que nos propone cada día “la aldea global”. Urge que, modifiquen, por ejemplo, sus esquemas mentales o continuarán como la idiocracia, de tumbo en tumbo.


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