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viernes, 21 de febrero de 2020

Por qué Trump podría volver a ganar las elecciones en EEUU


Vicenç Navarro, Público

La mortalidad debida a lo que se conoce como "enfermedades de la desesperación" (tales como la drogodependencia, el alcoholismo, el suicidio, la violencia callejera, entre otros) ha estado aumentando de una manera muy marcada entre la clase trabajadora de raza blanca en EEUU, que constituye la mayoría de la clase trabajadora en aquel país. Ello se debe en gran parte al deterioro muy acentuado de su nivel de vida, consecuencia de los cambios que ha experimentado su mercado de trabajo, resultado de la aplicación de las políticas neoliberales iniciadas en la última etapa del gobierno federal presidido por el presidente Carter y continuadas y ampliadas por el presidente Reagan, que inició lo que se ha llamado la Revolución Neoliberal. Tal revolución fue la respuesta del mundo empresarial (liderado por los propietarios y gestores de las grandes corporaciones transnacionales estadounidenses, conocidas en EEUU como los componentes de la Corporate Class – la clase corporativa) frente a los avances del mundo del trabajo en su nivel de vida y en su conquista de derechos laborales y sociales ocurrida en el período 1945-1978, conocido como "la época dorada del capitalismo" en EEUU.

La Revolución Neoliberal causante de la Gran Recesión

Fue a partir de la Revolución Neoliberal que el porcentaje de las rentas derivadas de la propiedad del capital subieron de una manera muy notable, mientras que el de las rentas del trabajo, derivadas primordialmente de los salarios, descendieron marcadamente, pasando de representar el 70% de todas las rentas en 1978 a un 63,6% en el año 2012. Este descenso desencadenó la Gran Recesión, al provocar la caída de la demanda doméstica, que causó a su vez un enlentecimiento del crecimiento económico, así como un enorme endeudamiento de las familias y del Estado, con la gran expansión del capital financiero, que al invertir masivamente en los sectores especulativos, de mayor rentabilidad, crearon las burbujas que al explotar provocaron la crisis financiera, agravando la crisis económica (ver mi libro Ataque a la democracia y al bienestar. Crítica del pensamiento económico dominante. Anagrama, 2015).

La aplicación del neoliberalismo (el pensamiento económico favorecido por la clase empresarial) se caracterizó por la desregulación de los mercados, facilitando y estimulando la movilidad de capitales, estableciéndose así una globalización (mundialización) de la actividad económica que dañó especialmente a los sectores industriales de EEUU, donde se concentraban los trabajadores de la manufactura que, como ocurre en la mayoría de países, constituían los mejor pagados y que, en su mayoría, eran trabajadores blancos. La gran destrucción de puestos de trabajo, juntamente con la precarización de los existentes, creó la gran crisis social que acompañó la Gran Recesión, y que explica la epidemia de "enfermedades de la desesperación" en amplios sectores de la clase trabajadora, primordialmente del sector industrial. La mortalidad en este sector aumentó y su esperanza de vida (años que vive una persona) descendió.

Los gobiernos del Partido Demócrata continuaron aplicando las políticas neoliberales que habían iniciado los gobiernos del Partido Republicano

Las políticas desreguladoras iniciadas por Reagan fueron continuadas, primero por Bush padre (republicano), luego por Clinton (demócrata), más tarde por Bush hijo (republicano), y finalmente por Obama (demócrata). La única diferencia entre ellos fue el alcance y la contundencia de las medidas. En realidad, los presidentes demócratas fueron incluso más desreguladores (respecto a la movilidad de capitales) que los republicanos. La ministra de Asuntos Exteriores del gobierno Obama, la Sra. Hillary Clinton (esposa del presidente Clinton) fue la promotora más entusiasta de la globalización neoliberal. No es de extrañar, pues, que el enfado de la clase trabajadora (que solía votar al Partido Demócrata) creciera exponencialmente, lo que se tradujo en un aumento muy notable de su abstención electoral (que, en condiciones normales, tal abstención ya incluye a la mayoría de la clase trabajadora en las elecciones al Congreso de EEUU, el parlamento federal) y de la canalización de su voto hacia las voces percibidas como antiestablishment neoliberal (que incluía a la clase política del gobierno federal), que al promover la globalización era percibido como el causante de su sufrimiento. Las principales voces antiestablishment neoliberal eran Trump en el Partido Republicano, y Bernie Sanders en el Partido Demócrata (el cual, según señalaban las encuestas en las primarias del 2016, podría haber ganado las elecciones, derrotando a Trump). El aparato del Partido Demócrata, controlado entonces (y todavía hoy) por los clintonianos, intentó destruir a Sanders en las primarias de aquel año.

La respuesta al presidente Trump por parte del Partido Demócrata: el fracaso del impeachment

La respuesta del Partido Demócrata al presidente Trump ha sido intentar echarlo de la Casa Blanca, movilizando los aparatos de tal Estado (incluyendo la policía federal, el FBI) para destruirlo en un proceso que él, astutamente, definió como una "caza de brujas" (haciendo referencia al McCartismo, del cual él había sido parte). Esto le ha facilitado presentarse a sí mismo como la víctima del establishment federal neoliberal tan odiado por las clases populares, reforzando así su popularidad, sobre todo entre las bases obreras de raza blanca, que perciben a tal establishment liberal como servidor de las "minorías" y "sectores supuestamente extremistas" del movimiento feminista (de sensibilidad de clase media-alta liberal). De ahí el mantenimiento de su popularidad. De hecho, el impeachment le ha ido bien, pues ha sido percibido por amplios sectores de la población como parte del intento del Partido Demócrata neoliberal de acabar con él. La excusa para justificar tal impeachment (mirar de encontrar información que pudiera desacreditar a su posible adversario electoral, el candidato Joe Biden) era considerada injusta, injustificada y en absoluto causa suficiente para acabar con su mandato presidencial. Como ocurre con gran frecuencia en cualquier país, incluido España, los establishments político-mediáticos menosprecian la inteligencia de las clases populares, y no se dan cuenta de que la ciudadanía tiene una gran información que le provee su práctica diaria y frecuentemente tiene una valoración negativa de la clase política. De ahí que den por descontado que la gran mayoría de políticos harían lo mismo que Trump si pudieran. La instrumentalización del Estado por parte de los políticos en EEUU para fines personales es una práctica común, alcanzando su máxima expresión con Trump. Es más, lo que se consideraría "corrupción" en Europa (la compra de favores por parte de empresas, pagando dinero a la campaña del político) es legal en aquel país y es práctica habitual en su vida política. La mayor parte de fondos utilizados en las campañas electorales proceden de lobbies económicos y financieros que configuran en gran medida las políticas públicas de los partidos gobernantes. Y aun cuando el presidente Trump instrumentalice el Estado para promover no solo su agenda política sino su agenda personal, la diferencia entre él y otros presidentes es la extensión de tal práctica más que en la práctica en sí, muy común en la vida política estadounidense.

Donde Trump, sin embargo, era y es más vulnerable políticamente es en los recortes de los derechos sociales y laborales de la población, que han tenido lugar durante su mandato. Pero el aparato dirigente del Partido Demócrata en el Congreso de EEUU, liderado por la congresista Nancy Pelosi, tiene escasa credibilidad en su denuncia de tales políticas, pues muchas de las de Trump son la continuación de las que ellos iniciaron.

La seducción de la ideología trumpista para amplios sectores de las poblaciones perjudicadas por la globalización

El discurso antiglobalización de Trump se caracteriza por un nacionalismo extremo y nostálgico (idealizando el pasado en su discurso), presentando (con una gran manipulación y falsificación de los datos) su mandato como enormemente exitoso desde el punto de vista económico y social, ridiculizando al establishment federal neoliberal y a la mayoría de medios de información, utilizando incluso un lenguaje obrerista. Es el candidato, además de Sanders, que utiliza más la expresión de "clase trabajadora" (a diferencia del término utilizado por aquel establishment liberal, que se refiere a la mayoría de la población como "clase media"), presentándose como su mayor defensor frente al establishment federal neoliberal. En la ideología trumpista, el Estado federal es el enemigo, instrumentalizado por las minorías negras y latinas y por el supuestamente "extremista" movimiento feminista (liderado en 2016 por Hillary Clinton).

El triunfo de Trump: las consecuencias de tener un Estado del Bienestar asistencial en lugar de universal

En esta visión del Estado hay dos realidades que dan pie a esta percepción. Una es la gran limitación del Estado del Bienestar estadounidense, carente de programas universales que han sido sustituidos por programas asistenciales que benefician predominantemente a poblaciones vulnerables (y, muy en especial, a los pobres), sin que existan derechos que se adquieran con la ciudadanía o residencia, como ocurre en la Europa Occidental. Tales derechos sociales están muy restringidos en EEUU y los servicios públicos se proveen, en general, a la población pobre y/o vulnerable económicamente (programas means-tested). Solo tienen derecho a la sanidad pública, por ejemplo, los miembros del Senado y de la Cámara Baja, los miembros de las Fuerzas Armadas y los pobres (el nivel de renta que se necesita para ser considerado pobre lo define cada Estado). Los ancianos tienen un programa que solo es financiado parcialmente por el sector público (Medicare). La mayoría de la población no tiene derecho a la cobertura sanitaria pública. Esta segmentación de la asistencia sanitaria contribuye a esta percepción de que el gobierno federal está solo al servicio de los pobres y las poblaciones vulnerables.

Un tanto igual ocurre en cuanto a las políticas antidiscriminatorias, que han beneficiado principalmente a las poblaciones negra y femenina pertenecientes a la clase media y media-alta (personas con educación superior). Pero tales medidas antidiscriminatorias no han afectado significativamente a las clases populares, entre las cuales la movilidad social vertical hacia clases de rentas superiores ha sido muy limitada. La clase trabajadora y los sectores de bajas rentas en las clases medias no se han beneficiado significativamente de éstas. Por otra parte, no hay, en EEUU, políticas antidiscriminatorias que intenten corregir la discriminación de clase, que es la más acentuada y la menos citada en los medios y espacios del establishment neoliberal.

Esta obvia discriminación de clase, acentuada aún más por la aplicación de las políticas neoliberales, explica que la mayoría de mujeres trabajadoras votaran a Trump en lugar de a la candidata feminista, Hillary Clinton. Esta limitación del Estado del Bienestar por su carácter asistencial explica la oposición de grandes sectores de la población que, pagando impuestos, no se ha beneficiado ni de los programas antidiscriminatorios ni de los programas asistenciales. De ahí la amplia oposición al gobierno federal, al cual también se le percibe como favorecedor de la globalización. Estos sentimientos son fundamentales para entender el poder de seducción de la ideología opuesta como la de Trump.

La escasa representatividad del "sistema representativo" estadounidense

Lo dicho anteriormente explica la composición social de la base electoral más fiel que tiene Trump. En las elecciones de 2016, los hombres votaron más a Trump que las mujeres; los ancianos más que los jóvenes; las personas de menor renta y las familias de menor renta (que ingresan menos de 30.000 dólares al año) más que las de rentas superiores; los blancos más que los negros y latinos; y los religiosos (y, muy en especial, evangelistas) más que las personas no religiosas. Y, en definitiva, los que sintieron que la globalización les había afectado negativamente más que los que no les había afectado; y aquellos que deseaban un cambio profundo más que aquellos que se consideraban moderados. Estos grupos eran el eje de su base electoral, que ha continuado siendo fiel a Trump y que - muy importante - ha permanecido movilizada. Ni que decir tiene que no eran los únicos que votaron a Trump. Aunque amplios sectores de la clase media y de renta superior también le votaron, la clave para que saliera elegido y de que siga habiendo una amplia movilización a su favor fue el grupo central que he descrito.

¿Cuáles podrían ser las alternativas a Trump?

Para responder esta pregunta hay que conocer las características del sistema electoral estadounidense, uno de los menos representativos que existen hoy en los países capitalistas desarrollados. El sistema electoral estadounidense es muy poco proporcional. Es un sistema bipartidista (el Partido Republicano y el Demócrata) en el que es prácticamente imposible introducir otro partido, ya que está diseñado de tal manera que imposibilita hacer cambios importantes que alteren la distribución del poder de clase, de género y de raza existente en EEUU. De estos partidos, el Partido Republicano es un partido conservador y el Demócrata un partido liberal (que fue durante muchos años próximo a la Internacional Liberal, a la cual pertenecen Ciudadanos y, hasta que fue expulsada por corrupción, Convergència Democràtica de Catalunya, CDC). El Partido Demócrata tiene una rama de centroizquierdas que tiene presencia mediática durante las primarias del partido. La enorme debilidad de la clase trabajadora en EEUU y el escaso desarrollo de su Estado del Bienestar se basan en esta realidad.

Este sesgo del panorama político hacia las derechas explica la gran abstención (predominantemente de la clase trabajadora) en el proceso electoral. En EEUU hay una correlación directa entre nivel de renta y participación electoral. A mayor nivel de renta, mayor participación electoral. Hasta el punto en que el nivel de participación en las elecciones federales es de alrededor de un 53% de la población, con un 47% (casi la mitad) que no vota, mitad a la cual pertenece gran parte de la clase trabajadora, la cual representa objetiva y subjetivamente la mayoría de la población. En EEUU, cuando a la población se le pregunta si pertenece a la clase alta, clase media o clase baja, responde clase media. Sin embargo, si se le pregunta si pertenece a la clase alta, clase media o clase trabajadora, la respuesta es distinta. Hay más personas en EEUU que se definen clase trabajadora que clase media (ver The Working Class Majority: America’s Best Kept Secret, de Michael Zweig, 2000).

Estas cifras explican que el debate electoral no se base en temas que afectan a la calidad de vida de la clase trabajadora, siendo el discurso político, en general, insensible a sus necesidades. De ahí que una condición para que las izquierdas aumenten su influencia electoral sea movilizar a la clase trabajadora abstencionista, así como a los segmentos de la clase trabajadora votante y a los sectores de las clases medias (cuyo nivel de vida está bajando). Los indicadores tradicionales del lenguaje económico, que intenta medir el éxito de una economía, utilizando indicadores tales como la tasa de desempleo, tienen escaso valor. El hecho de que EEUU, bajo la administración Trump, haya conseguido la menor tasa de empleo en los últimos diez años, no quiere decir que la población empleada viva mejor. En realidad, como también ocurre en España, la gran cantidad de puestos de trabajo creados por el gobierno Trump ha sido trabajo considerado como "alternativo", es decir, distinto al trabajo a pleno empleo, bien pagado y en condiciones de estabilidad. Un componente de esta categoría es el trabajo precario, y el trabajo uberizado, que explica el aumento de las "enfermedades de la desesperación, dato que es mucho más importante y significativo que el de la tasa de desempleo.

De ahí la necesidad de responder con alternativas creíbles para movilizar una alternativa al trumpismo. Y es ahí donde las izquierdas están proponiendo empoderar a los trabajadores y a las clases medias proletarizadas, reforzando a los sindicatos y proponiendo programas universales en lugar de asistenciales. Esta ha sido la estrategia del candidato Sanders, a fin de conseguir tal movilización y apoyo electoral de los trabajadores, de los jóvenes (por debajo de 35 años), de las mujeres y de las minorías. Es en estos sectores donde Sanders está ganando en las primarias, siendo la única alternativa que tendría la suficiente capacidad de movilización y apoyo electoral para ganar a Trump, canalizando el enfado contra el establishment neoliberal. Sanders, con un programa socialdemócrata de inspiración escandinava, está proponiendo políticas públicas que empoderan a las clases populares frente al establishment federal neoliberal, instrumentalizado por la clase corporativa, que la utiliza para optimizar sus intereses a costa de la los intereses de las clases populares. Las encuestas más fiables muestran que es el candidato favorito por las mujeres, de las personas menores de 35 años, de los estudiantes, y de las minorías negras y latinas (siendo estas últimas las más pro-sanderistas). Además, está consiguiendo que crezca el apoyo de los trabajadores blancos, que habían abandonado el Partido Demócrata. Ni que decir tiene que tal candidato representa una amenaza no solo al establishment trumpiano, sino también al establishment federal neoliberal, que es probable que prefiriera continuar con Trump que tener a Sanders como presidente. En este momento existe un candidato, Pete Buttigieg, promovido por amplios sectores de la clase corporativa, que le financia y que intenta parar a Sanders, que es presentado por la mayoría de los medios afines al establishment neoliberal como moderado y razonable, frente a Sanders, al cual consideran un demagogo y otros epítetos. Son los mismos adjetivos que dedicaron a Trump, y que se reproducen en gran número de medios españoles. Un ejemplo de ello es la televisión pública de la Generalitat de Catalunya – TV3 - (gobernada por una coalición independentista, liderada por un partido neoliberal y heredero de Convergència Democràtica de Catalunya, JuntsxCat), que también define a Sanders como demagogo.

Soy consciente que este artículo sorprenderá a bastantes lectores, pues difiere de la información que reciben de los principales medios de información, cuyos corresponsables se limitan a traducir al castellano lo que dicen los principales medios de comunicación de EEUU, reproduciendo incluso sus alabanzas y sus insultos. Les animo a que lean y vean revistas (como The Nation, In These Times, Counter Punch, entre otros) o canales de televisión como Democracy Now, que dan una visión más real y objetiva de lo que ocurre en aquel país.


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