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lunes, 4 de noviembre de 2019

Cómo la élite flaite e inculta simplificó la bandera de Chile

El principal enemigo de Chile es la ignorancia y el desprecio al conocimiento


Fernando Izaurieta, El Mostrador

Diversas instituciones científicas (entre ellas mi lugar de trabajo, la Universidad de Concepción) han condenado en forma categórica la desigualdad, las violaciones a los derechos humanos y la violencia generalizada de los últimos días.

Como académico, por supuesto me sumo a estas declaraciones. Pero también pienso que para construir un Chile mejor debemos comprender cómo llegamos a la desastrosa situación actual. El tema es complejo y tiene causas evidentes como la educación, desigualdad e injusticias sociales. Sin embargo, en mi opinión, existe otra causa fundamental que estamos pasando por alto. Es sólo mi opinión personal, pero como lo veo es una cicatriz infectada tan profundamente en el alma de Chile que incluso está escrita en la historia de nuestra bandera.

El problema al que me refiero –dicho en buen chileno– es que culturalmente nuestro cuiquerío es muy flaite. Permítame ilustrar lo que quiero decir con la curiosa historia de nuestra bandera, tal como está narrada en el libro Un viaje a las ideas: 33 historias matemáticas asombrosas del matemático chileno Andrés Navas.

La bandera chilena original con la que se juró la independencia el 12 de febrero de 1818, “la primera estrella de Chile”, no era la bandera que conocemos ahora. Aquella bandera original es la que está en esta figura, trazada de acuerdo con la reconstrucción histórico-matemática del Dr. Navas.

La bandera original era más alargada, y estaba llena de armonías matemáticas basadas en el número áureo. Estas son las mismas armonías que explican en forma aproximada la forma de la concha de un caracol o la disposición de las semillas del girasol. Debido a ellas la estrella estaba inclinada y dentro de un rectángulo azul. Además, incluía ocho puntas dentro de la estrella, en honor a la guñelve (el símbolo mapuche del planeta Venus y pendón de guerra de Lautaro).

Teníamos una bandera matemática porque parte del movimiento independentista estaba inspirado por ideales masónicos y de la Ilustración. Además de ideales como la libertad y la igualdad, uno de los valores fundamentales de la Ilustración era la ciencia. Algunos de nuestros próceres de hace doscientos años sabían que la ciencia y el conocimiento serían vitales para crear el Chile del futuro y nos legaron una bandera matemática.

Para comprender cómo perdimos esa bandera, debemos reconocer que el enemigo número uno de Chile es la ignorancia y el desprecio al conocimiento. La bandera original cayó en desuso rápidamente, y para 1854 las proporciones originales se habían perdido. Muy pocos tenían la educación suficiente para trazar la bandera, incluso entre las clases altas. Y lo peor, a nadie le importaba aprenderlo.

Finalmente, el 12 de enero de 1912, durante la presidencia de Ramón Barros Luco se decretó la simplificación de la bandera. Le quitaron las armonías matemáticas, se enderezó la estrella y el sector azul pasó a ser un cuadrado. Frente a la falta de respeto generalizada, la solución fue “nivelar para abajo” y transformar un símbolo patrio en un logo. El desprecio al conocimiento y la ignorancia dejaron esa cicatriz en nuestra bandera. Teníamos una de las banderas más originales y simbólicas del mundo, y la perdimos.

Esta historia pudiera parecer una curiosidad sin importancia. Pero piense en qué tipo de país construye una élite gobernante que desprecia la ciencia y la cultura. La respuesta es simple: un país como éste. Un país que no crea riqueza, sino que extrae riqueza. Un país en donde esas mismas élites torpedean los intentos de cambiar la estructura económica y que surjan industrias de alta complejidad tecnológica. Una economía extractiva crea una sociedad con empleos precarios, sueldos bajos y una enorme desigualdad. Es un país que puede prosperar sólo hasta cierto punto, pues después se estanca en la trampa del ingreso medio: una economía que no crea riqueza no puede competir con países con mano de obra más barata o en donde cada trabajador crea grandes cantidades de riqueza debido al uso de tecnología avanzada.

Una “élite flaite” también extrae la riqueza de sus conciudadanos: le roba una tajada de su sueldo a cada chileno para poder inyectar capital fresco al sistema y después dar una jubilación indigna. Se colude, crea monopolios ilegales y obliga a un país entero a pagar precios exorbitantes por servicios de mala calidad. Soborna a políticos de todo el espectro para poder rapiñar los recursos de un país entero y contaminar en el proceso extractivo sin preocuparse de nuestra salud.

Algunos quizás piensen que esto no es tan importante. Qué importa un pecadillo, si Chile es (era) relativamente estable y próspero, al menos en los macro-números económicos.

El problema evidente es que esa supuesta estabilidad es ilusoria. Cuando los chilenos vemos a las élites quebrar las normas sin consecuencias, nos preguntamos “¿y por qué él puede delinquir y yo no?”. Delito tras delito esa pregunta erosiona poco a poco el acuerdo social. Finalmente, la pregunta deja de ser pregunta y se transforma en la afirmación “¡yo también puedo hacerlo!” con las consecuencias vandálicas que todos hemos visto en el último par de semanas. Los delitos de cuello y corbata tienen un costo monetario directo, pero con mucho la peor parte es la erosión social producida. Este quiebre en la confianza pública no es sólo parte de un análisis cualitativo. De hecho, en matemáticas existe un área de estudio llamada teoría de juegos, en donde el Modelo de cooperadores condicionales puede describir en forma cuantitativa este enorme daño social.

¿Cómo salir de esta situación? Será difícil. Además, los desafíos que vienen en las próximas décadas son enormes. Tenemos una crisis hídrica de grandes proporciones y no estamos listos para enfrentar el impacto del cambio climático. Necesitaremos un país unido, sólido y bien gobernado, que es exactamente lo que no tenemos.

Es obvio que nuestra actual constitución no está a la altura de los desafíos que se avecinan. Debemos crear una constitución en donde la ciencia sea una herramienta crucial para la toma de decisiones gubernamentales informadas. Tendrá que ser una constitución pensada para épocas de crisis, en donde los derechos del individuo y la estabilidad de la sociedad tendrán que estar equilibrados en forma muy cuidadosa. Crear una constitución así será un problema complejo, para el cual no bastará con una asamblea constituyente. Se necesitará el asesoramiento de una comisión de expertos en derecho constitucional, así como científicos, entre muchos otros.

Desde un punto de vista económico, nuestro objetivo debe ser crear un Chile en donde el conocimiento y no la extracción de recursos sea el motor de la economía. En donde la ley sea respetada por todos, y en donde las penas sean proporcionales al monto robado y al número de gente afectada. La colusión y la corrupción no pueden seguir siendo toleradas. No más multitas o castigos irrisorios para delitos que erosionan la confianza pública.

Desde un punto de vista político, es intolerable que dentro de un supuesto sistema democrático todo un país esté de acuerdo en algo durante décadas y no se le escuche. Eso lleva en forma inevitable a la inestabilidad social. Por ejemplo, lo que más une a los chilenos es el rechazo unánime al sistema de AFP. Pese a todo, pasan décadas y manifestaciones una tras otra ¡y la clase política parece tener una sordera incurable! Es obvio, que la falta de mecanismos democráticos para resolver estas injusticias orilla a la sociedad a comportamientos extremos como los que hemos visto.

Desde un punto de vista científico, tenemos una comunidad pequeña, pero dinámica y brillante, que con pocos recursos ha realizado milagros. Es un orgullo para nuestro país. Sin embargo, muchos de nuestros científicos jóvenes trabajan por sueldos muy bajos, sin contrato y en forma precaria. Chile maltrata a sus mentes jóvenes más brillantes, tal como ya han denunciado en muchas ocasiones organizaciones como la ANIP y Ciencia con contrato. Nuestros jóvenes que hacen lo correcto, estudian, y se esfuerzan por más de una década para completar su formación científica sólo reciben el amargo “pago de Chile”. Pese a ello, esos jóvenes se esfuerzan por difundir la ciencia y educar al público en forma voluntaria. Al ver esto me embarga al mismo tiempo el orgullo y la tristeza.

Si usted también sueña con un Chile mejor, tengo una propuesta para usted. Tal como ya sabían algunos de nuestros próceres de hace doscientos años, la ciencia es la herramienta para resolver nuestros problemas, explorar los misterios más profundos del universo, y hacer real lo que parece imposible. Una nueva sociedad, basada en el conocimiento y los ideales de la Ilustración, necesita un nuevo símbolo. Propongo que el mejor símbolo es precisamente nuestra vieja bandera, la primera estrella de Chile. Es hora de recuperar nuestros antiguos ideales, y nuestra bandera matemática original. El Chile que tiene futuro es uno lleno de dignidad, uno que base sus decisiones en la ciencia, uno que sea capaz de crear riqueza. El país del futuro es uno que posea la capacidad de maniobrar con mano firme frente a los desafíos más grandes que haya visto la humanidad.

Cuando veo un muchacho vandalizando un semáforo que nunca le hizo mal a nadie, me lleno de enojo y tristeza. Es un semáforo destruido inútilmente en un acto de ira irracional, y también es la consecuencia de décadas de vandalismo de un “cuiquerío flaite” que saqueó un país entero. En cambio, en las miradas dignas de quienes marchan decididos, firmes, y sin violencia encuentro algo inspirador. Veo una nación que ahora sí merece un símbolo como la primera estrella de Chile.

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