Una mirada no convencional al modelo económico de la globalización, la geopolítica, y las fallas del mercado
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lunes, 17 de junio de 2019
¿Adiós al neoliberalismo?
Raúl Romero, La Jornada
El neoliberalismo es una fase de la organización social capitalista a la que, de manera muy general, se le puede caracterizar por 1) la destrucción o disminución del Estado social; 2) la desregulación y expansión del sector financiero; 3) la extinción y privatización de industrias estatales y paraestatales; 4) la liberación de fronteras para los capitales y el aumento de restricciones migratorias para las personas; 5) la adopción de modelos de seguridad militarizada que garanticen la protección de los sectores estratégicos y la integración regional; 6) la expansión de las corporaciones trasnacionales; 7) el predominio de las economías extractivas y de despojo, y 8) el crecimiento, a escala global, del crimen organizado. Algunos de estos fenómenos son anteriores al neoliberalismo, pero es en esta etapa cuando alcanzan su predomino.
Como en toda formación social, en el neoliberalismo se modifican las relaciones sociales y los sentidos comunes. Los discursos que fomentan el emprendedurismo, la competencia, la eficiencia y la eficacia y que argumentan a favor de lo privado por sobre lo público colman la retórica neoliberal. Los derechos se van sustituyendo por oportunidades, al tiempo que se refuerzan las explicaciones asociales y ahistóricas como respuestas a problemas estructurales. Estos discursos suelen venir acompañados de descalificaciones contra las organizaciones de los pueblos: los sindicatos son los adversarios favoritos, pero también los pueblos originarios que, en el lenguaje del poder, se niegan al progreso.
Aunque el capitalismo en su fase neoliberal es un sistema global, éste se despliega de formas distintas en los territorios. En los países del tercer mundo o dependientes, se modifica el Estado y se anulan las pocas conquistas sociales para facilitar el proceso de acumulación de los centros imperiales.
En el caso de México en particular, la modificación del Estado incluyó el reordenamiento económico y jurídico. En lo económico significó reformas fiscales, racionalización del gasto público, aperturas comerciales y un agresivo programa de extinciones y privatizaciones de bancos, sociedades crediticias, siderúrgicas, fertilizantes, azucareras, autopartes, camiones, bicicletas, cines, aeropuertos, líneas aéreas, hoteles, teléfonos y ferrocarriles. Los datos son muy representativos: de las mil 155 empresas paraestatales que tenía México en 1982, hoy quedan menos de 200.
En materia jurídica, el reordenamiento del Estado mexicano se tradujo en 86 decretos de reforma constitucional entre 1982 y 2009 ( véase https://bit.ly/2UlJzhF), entre las que destacan las del artículo 27, que puso fin al reparto agrario y a la propiedad social de la tierra, abriendo paso al despojo y a la privatización de las tierras ejidales y de los recursos naturales; las del artículo 28, que ampliaron las exenciones fiscales y posibilitaron la inversión privada en comunicación satelital y en ferrocarriles, y las del artículo tercero, que priorizó la educación como derecho individual y no como derecho social, al tiempo que abrió la puerta para que iglesias y empresarios intervinieran en planes y programas de estudio.
También es de destacar la contrarreforma al artículo segundo que, en sentido contrario a los acuerdos firmados con los pueblos indígenas, se negó a reconocerlos como entidades de derecho público con pleno derecho al disfrute de sus territorios, o las reformas al artículo 123, que terminaron por dejar a la clase trabajadora en el desamparo total frente a la ambición de las patronales y sus nuevas formas de explotación.
Como resultado de la restructuración del Estado mexicano, las economías extractivas y el crimen organizado pasaron a ocupar lugares claves, sumergiendo a nuestra sociedad en una de las crisis más violentas del México contemporáneo. Las miles de personas asesinadas y desaparecidas, así como el despojo y ecocidio que caracterizan actualmente a nuestro país deben entenderse no como resultado de la corrupción, sino como efecto directo del capitalismo neoliberal.
¿Es posible que algo de todo esto cambie en el corto plazo? Lamentablemente, no. Las señales que se dan desde la nueva administración apuntan a la continuidad neoliberal, por más que el Presidente haya decretado su fin. Ya no hablemos de emprender un proceso constituyente que, como sucedió en algunos países de América Latina, ayude a discutir un nuevo pacto social. Tampoco está en la agenda pública a corto plazo la suspensión o renegociación de la deuda externa o echar atrás las contrarreformas más significativas, como la energética. Al contrario: los proyectos de despojo, que además aceleran la integración con Estados Unidos, se han vuelto prioridad para el Presidente.
El neoliberalismo no terminará por decreto. Tampoco debemos engañarnos con la nostalgia de un pasado mejor que no existió para todos y todas. Limitar las alternativas dentro de los márgenes del capitalismo sería, además de suicida, aceptar el fin de la historia. Rediscutir y proponer formas de organización social sin explotación ni dominación es urgente. Se requerirá de mucha imaginación política y del estudio profundo y crítico de experiencias pasadas y presentes. Acabar con el neoliberalismo y con el capitalismo será obra de los pueblos y sus organizaciones.
El neoliberalismo es "el aumento de restricciones migratorias para las personas". Hay que ser falso y mentiroso para escribir esto. Ya no he seguido leyendo.
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