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jueves, 4 de abril de 2019

La amenaza de cerrar la frontera entre EEUU y México

Bill Van Auken, wsws

La amenaza del Gobierno de Trump de cerrar la frontera de 3.200 kilómetros entre EEUU y México, el límite internacional más transitado en la faz del planeta con 350 millones de cruces documentados cada año, es un síntoma inequívoco del recrudecimiento de la crisis del sistema capitalista global que se dirige hacia la dictadura y la guerra.

El pretexto para esta provocación internacional es una supuestas “emergencia nacional” creada por los refugiados centroamericanos que buscan escapar de niveles horrendos de violencia y pobreza. Estas condiciones en el llamado Triángulo Norte, compuesto por El Salvador, Honduras y Guatemala, son el legado de un siglo de opresión imperialista estadounidense, marcado por guerras cuasigenocidas de contrainsurgencia y dictaduras militares salvajes instauradas con el respaldo de Washington.

Trump atacó a los corruptos y derechistas Gobiernos respaldados por EEUU en Centroamérica, tuiteando que “han aceptado nuestro dinero por años y no hacen nada”. Esto lo siguió con un tuit de una orden para detener toda la ayuda estadounidense a los tres países del Triángulo Norte.

También acusó a México de “no hacer nada para detener el flujo de inmigrantes ilegales a nuestro País” y emitió la amenaza de cerrar la frontera entre EEUU y México.

Quiere que estos Gobiernos implementen una política de represión suficientemente sangrienta para aterrorizar a los potenciales solicitantes de asilo, es decir, para dejar en claro que es más probable que mueran intentando dejar sus países de origen que si se van.

Trump, quien ha desplegado a aproximadamente 4.700 soldados estadounidenses a la frontera, ha presumido de que la está convirtiendo en una zona de guerra. La semana pasada, le confesó al presentador de Fox News, Sean Hannity, que ordenarles a las tropas a apuntar con sus ametralladoras a los hombres, mujeres y niños que buscan asilo sería “una forma muy efectiva de hacerlo” pero “No lo podemos hacer”. Uno tan solo debe añadir el pensamiento que expresó “por ahora”.

El cierre de la frontera se supone que sea un castigo contra México por no prevenir que los refugiados centroamericanos viajen al norte. En realidad, el Gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien llegó al poder presentándose como una alternativa de “izquierda”, ha colaborado de cerca con Washington, militarizando su lado de la frontera y encerrando a inmigrantes en campos de concentración.

También ha consentido a los llamados Protocolos de Protección a Inmigrantes o política “Quédense en México” del Departamento de Seguridad Nacional de EEUU, impuesta unilateralmente y obligando a los solicitantes de asilo a permanecer del lado mexicano hasta que sus casos sean tramitados, un proceso que puede tomar meses o incluso años. Después de ser implementado por primera vez en el cruce fronterizo o garita de San Ysidro-Tijuana, se está expandiendo a los otros cruces, obligando a las familias de refugiados a vivir en condiciones empobrecidas y peligrosas en las ciudades fronterizas mexicanas.

Esta política cruel ha sido implementada al estar saturadas las instalaciones de detención para inmigrantes en EEUU, donde más de 13.000 niños permanecen detenidos en condiciones aborrecibles.

Hay señales de que el cierre está siendo implementado poco a poco. La secretaria de Seguridad Nacional, Kirstjen Nielsen, ordenó que 750 agentes fueran transferidos de los puertos de entrada a unidades de la Patrulla Fronteriza para detener a familias de refugiados que intentan entrar en EEUU a través de áreas remotas. Este número podría expandirse a 2,000, forzando un cierre de carriles de entrada en las garitas y una ralentización drástica para aquellos que intentan cruzar la frontera.

La supuesta “crisis” es un producto de las mismas autoridades migratorias, las cuales introdujeron una política de tramitar lento las solicitudes de asilo en los puertos de entrada, conocido como “dosificar”, lo que las ha obligado a intentar cruzar y entregarse a las autoridades en otras partes.

Mientras que la prensa corporativa ha tratado la amenaza de cerrar la frontera con su típica vanidad —el reporte más frecuente es de generaría una falta de aguacates— los costos humanos y económicos de un cierre son incalculables.

En un país en que 36 millones de personas son de origen mexicano y donde casi un millón de personas y medio millón de vehículos cruzan la frontera cada día, la separación de familias, de trabajadores de sus empleos y de estudiantes de sus escuelas infligiría un sufrimiento inmenso. En cuanto a la economía, la Cámara de Comercio de EEUU advirtió que un cierre de la frontera provocaría “una debacle económica absoluta” que afectaría $1,7 mil millones de comercio diario entre ambos países.

Trump emitió un ultimátum el martes a los legisladores demócratas, señalando que solo su aprobación de cambios profundos en las leyes de inmigración podría prevenir que cierre la frontera. “Necesitamos deshacernos de la migración en cadena. Necesitamos deshacernos de la práctica de arrestar y liberar, y las loterías de visas y necesitamos hacer algo sobre el asilo y, para serles honestos, necesitamos deshacernos de los jueces”, dijo. En otras palabras, Trump está exigiendo un régimen de deportaciones sumarias para cualquiera que se atreva a tocar suelo estadounidense, haciendo caso omiso a las leyes internacionales que protegen a los refugiados y el derecho al asilo, así como los principios constitucionales del proceso debido.

Cuando reporteros le preguntaron si estaba preocupado acerca del impacto económico de cerrar la frontera, Trump respondió, “La seguridad es más importante para mí que el comercio, Entonces vamos a tener o una frontera fuerte o una frontera cerrada”.

La irracionalidad de este abordaje es impactante. La integración global de la economía capitalista es más evidente en la frontera entre EEUU y México que en cualquier parte del mundo. Cortar las cadenas de suministro que vinculan las maquiladoras de bajos salarios que producen partes en el lado mexicano para las plantas automotrices del lado estadounidense resultaría a corto plazo paralizaría la producción, forzando el cierre de plantas y, eventualmente, amenazando con quebrar las empresas automotrices estadounidenses.

Sin embargo, tal irracionalidad no solo proviene de la mente torcida y criminal de Donald Trump, sino del sistema capitalista en sí y en la irreconciliable contradicción entre la integración global de la producción y el sistema capitalista de Estados nación.

Trump no es representa una excepción descabellada. Europa efectivamente ha cerrado sus propias fronteras frente a los migrantes que buscan desesperadamente refugio de los efectos de los 17 años de guerras ininterrumpidas y encabezadas por EEUU en Oriente Próximo y Asia Central. El mar Mediterráneo se ha vuelto una zona impasable, en la que más de 34.000 han perdido sus vidas. Los miembros Estados de la Unión Europea han construido más de mil kilómetros de muros fronterizos desde 1989 y desplegado a 10.000 guardias armados adicionales para mantener fuera y deportar a cualquiera que llegue al continente.

El cierre de fronteras, la colocación de barricadas con alambre de púas, la creación de campos de concentración para los refugiados y la promoción de fuerzas ultraderechistas, xenofóbicas y fascistas son todo parte del giro internacional hacia la reacción que hace eco de los días más oscuros de los años treinta. La militarización de las fronteras y la expansión de las fuerzas estatales de represión no van dirigidas solo contra los inmigrantes y refugiados, sino contra toda la clase obrera. En EEUU, Europa, México, toda América Latina, Oriente Próximo, el Norte de Asia y Asia, los trabajadores han emprendido luchas explosivas que han emergido en su mayor parte fuera del control de los partidos procapitalistas oficiales y los sindicatos.

Este movimiento global encontró su expresión más poderosa en la huelga de 70.000 trabajadores de maquiladoras en Matamoros, a unos cuantos kilómetros de la frontera estadounidense, que comenzó en enero en oposición a los sindicatos propatronales y el partido gobernante, Morena, de López Obrador. La huelga subraya el carácter objetivo de la clase obrera como una clase internacional, vinculada a un solo proceso de producción globalmente integrado, lo que se reflejó en que los paros en México ralentizaron la producción de la industria automotriz norteamericana. Cuando los trabajadores de Matamoros buscaron forjar organizaciones de base para que lideraran sus luchas, llamaron en apoyo a los trabajadores en EUA y expresaron su solidaridad con los trabajadores automotores que enfrentan cierres de planta en América del Norte.

Esta tendencia hacia la unificación de la lucha de clases más allá de las fronteras nacionales que los Gobiernos capitalistas buscan transformar en zonas de guerra impenetrables apunta el camino hacia adelante para los trabajadores en cada país.

La crisis que enfrentan los trabajadores inmigrantes y la clase obrera en su conjunto solo se puede resolver por medio de la lucha por la unificación internacional de la clase obrera con base en una perspectiva estratégica de la revolución socialista mundial. Esto exige una defensa incondicional del derecho de los trabajadores de todo rincón del mundo a vivir y trabajar en el país de su elección, así como una lucha irreconciliable contra todo intento de dividir a los trabajadores locales e inmigrantes.

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