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martes, 23 de abril de 2019

El capitalismo y sus límites


José Blanco, La Jornada

Sin fallar, cada día es posible leer –prácticamente desde hace dos años–, artículos, ensayos académicos y numerosos libros acerca de la inminencia de una nueva crisis capitalista internacional que se montará sobre los nunca recuperados niveles de ingresos existentes antes del estallido de 2007-2008, tanto de los asalariados como de las clases medias. El futuro de la globalización neoliberal es cada vez más negro; sobre todo para los excluidos de siempre. Las olas de los desastres se cebarán sobre una sociedad mundial azotada por la forma de la recuperación de la crisis originada en aquellos años: la economía mundial ha permanecido en una zona de crecimiento contigua al estancamiento, mientras el valor creado se concentraba de modo sin precedente en el 1% y aún más en el 0.01%.

Crecimiento lento y generación de desigualdad como nunca en la historia sólo se hacen posibles porque a la desigualdad natural, propia de la explotación capitalista, se ha añadido la ingente traslación de valor hacia los grandes empresarios y sus ejércitos de chief executive officers.

El capitalismo no es más un modo de producción con futuro. Sus contradicciones se ensañan con las grandes mayorías en todas las sociedades del mundo y en el hábitat mismo de la humanidad. Si el capitalismo continuara reptando en los niveles de crecimiento de la última década, socavaría su existencia misma: este régimen económico hizo del crecimiento un modo de existencia al automatizar –por así decirlo– en el largo plazo, el proceso de inversión; pero si creciera como alguna vez lo hizo, en nuestro tiempo atentaría de peor manera contra su existencia porque su perfil tecnológico arremete aún más profundamente que en el pasado contra la naturaleza. Por si fuera poco, el enloquecido consumismo planetario está también en la raíz de la depredación del mundo natural compatible con la vida humana. Con un daño profundo al planeta, ni el capitalismo ni la vida misma son posibles.

Como nunca en el último siglo, el capitalismo ha agotado su tendencia progresista de desarrollo de las fuerzas productivas. Marx y Engels escribieron en el Manifiesto del Partido Comunista largamente sobre el papel revolucionario de la burguesía respecto al desarrollo vasto de las fuerzas productivas. Ese desarrollo habría de ser su misión histórica. Hoy el modo de producción capitalista atenta en contra de sí mismo.

Insistamos: el capitalismo demanda una base productiva y un consumo de bienes en incesante expansión, en crecimiento infinito: tal locura busca lograrse mediante una constantemente mayor explotación de los bienes naturales planetarios: esa necesidad imperiosa resulta, hoy está claro, insostenible. Debido a esta realidad, el crecimiento sostenido no podría lograrse sino con una reducción drástica y permanente de los niveles de producción y de consumo, lo que contradice directamente la lógica de crecimiento que impulsa al capitalismo, basada en la tasa de ganancia del capital privado (aunque hay agencias internacionales empeñadas en mantener la utopía del crecimiento sostenido). El modo de producción capitalista, además, enfrenta los límites de crecimiento señalados cuando la inmensa mayor parte de la sociedad planetaria no alcanza un nivel de vida (alimentación, salud, educación, vestido y vivienda) medianamente decente. Es claro, ese nivel de vida no será alcanzado en el marco de relaciones sociales establecidas por el capitalismo.

Los límites al crecimiento económico capitalista indican que cada vez en mayor medida la fuente de rentabilidad capitalista se halla en el trasvase de valor hacia los grandes capitales desde todos los puntos de la economía planetaria. La continuación de ese hecho de extrema brutalidad no tiene otro resultado sino el crecimiento permanente de la desigualdad social en todo el planeta.

Transformar esa realidad implicaría la creación de un capitalismo de rentabilidad baja y estancada. Eso sólo podría ocurrir con un formidable cambio en la correlación de fuerzas entre el capital y todos los sectores a los que mantiene sujetos por la dominación. Una correlación de fuerzas donde todos los sectores explotados por el capital ganaran el poder del Estado. Alcanzar tal cambio implica un dilatado proceso de reforma cultural tal que los dominados desechan los valores ahora difundidos por las escuelas, las iglesias, los medios de comunicación, las universidades, el cine y el teatro, los valores de la cultura dominante. Con un cambio de tal magnitud, los sectores dominados estarían muy cerca de abandonar este modo de producción explotador y depredador del planeta.

Los límites del capitalismo son actuales; pero la transformación social no puede ocurrir porque el proceso político de la liberación tiene sus propios tiempos: no son los de la economía. La mayor tarea política actual de los estratos dominados es minar los peores aspectos del presente: los de la globalización neoliberal. En esa lucha está su aprendizaje histórico.



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