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jueves, 21 de marzo de 2019

Trump, Bolsonaro y el peligro del fascismo

Patrick Martin, wsws

La visita de tres días del presidente brasileño a Washington reunió a dos de las figuras más derechistas del mundo: Jair Bolsonaro, un exoficial del ejército y admirador ferviente de la sanguinaria dictadura militar brasileña de 1964-1985, y Donald Trump, quien se ha convertido en el polo de atracción de personajes autoritarios y fascistas en todo el mundo, incluyendo el atacante que masacró a 50 musulmanes en dos mezquitas en Nueva Zelanda la semana pasada.

Durante la conferencia de prensa conjunta en la Casa Blanca el martes por la tarde, Trump repitió la declaración que hizo ante una audiencia de exiliados cubanos y venezolanos derechistas en Florida de que “La hora crepuscular del socialismo ha llegado a nuestro hemisferio”. Subrayó, como lo hizo en su discurso del “Estado de la Unión”, que esto también involucra eliminar cualquier amenaza de socialismo dentro de Estados Unidos.

Tanto Trump como Bolsonaro han colocado la extirpación del socialismo —un objetivo en el corazón político del fascismo— como el postulado central de sus Gobiernos. En su rueda de prensa conjunta, atacaron al socialismo pocos días después de la masacre en Nueva Zelanda perpetrada por Brenton Tarrant. Tarrant publicó un manifiesto elogiando a Trump como el “símbolo de la nueva identidad blanca” y declarando su deseo de poner su bota sobre el cuello de todo “marxista”.

El acogimiento mutuo de Trump y Bolsonaro en la Casa Blanca simboliza la promoción de los partidos ultraderechistas y la cultivación de fuerzas fascistizantes por parte de los Gobiernos capitalistas y los partidos burgueses establecidos en todo el mundo. Esto hace hincapié en que el crecimiento del fascismo en Europa, Asia, América Latina y Estados Unidos no es el resultado de una oleada de apoyo masivo desde abajo, sino de su patrocinio e impulso por parte de los Gobiernos disque “democráticos,” los cuales son controlados de arriba hacia abajo por oligarcas corporativos.

Tal promoción global de la política de extrema derecha estuvo encarnada por la presencia del ideólogo derechista Steve Bannon, un exvicepresidente de Goldman Sachs y exoficial de la Armada estadounidense, como invitado de honor a la cena con Jair Bolsonaro el lunes por la noche. Bannon mantiene lazos estrechos con el hijo de Bolsonaro, Eduardo, un miembro del Parlamento brasileño y representante latinoamericano del consorcio político creado por Bannon y conocido como “El movimiento”, cuyo objetivo es promover partidos políticos ultraderechistas por todo el mundo. “Algunos del equipo de Bolsonaro en la derecha se ven como discípulos del movimiento de Bannon y representantes de Bannon en Brasil y América Latina”, señaló un oficial del Gobierno de Trump a McClatchy.

En la rueda de prensa, Jair Bolsonaro y Trump prometieron su apoyo a la letanía fascistizante de “dios, familia y nación”, como lo puso Trump. Por su parte, Bolsonaro declaró, “Brasil y EEUU se plantan hombro a hombro en su esfuerzo por compartir las libertades y el respeto hacia los estilos de vida tradicionales y familiares, el respeto a Dios, nuestro creador, contra la ideología de género de las actitudes políticamente correctas y las noticias falsas”.

Ambos presidentes amenazaron con emplear fuerza militar contra Venezuela, demonizando al presidente Nicolás Maduro como un dictador socialista. (Encabezar un régimen capitalista, pero uno cuya política exterior se orienta hacia China y Rusia en vez de al imperialismo estadounidense).

Trump reiteró el mantra de que “todas las opciones están sobre la mesa” contra Venezuela. A Bolsonaro le preguntaron si permitiría que soldados estadounidenses utilicen el territorio brasileño como una base de operaciones militares contra Venezuela. En vez de descartar tal posibilidad como una violación clara a la soberanía tanto de Brasil como Venezuela, se rehusó a responder, citando la necesidad de mantener un nivel de secrecía operacional y un elemento de sorpresa.

Uno de los acuerdos bilaterales que Trump y Bolsonaro firmaron permitirá que EEUU utilice la base de lanzamientos aeroespaciales de Alcántara en Brasil para sus satélites. Brasil también anunció el fin a los requisitos de visas para visitantes estadounidenses. Ambas acciones proveen avenidas para la integración de Brasil en las operaciones del Pentágono, particularmente en guerras con misiles de drones y el despliegue de fuerzas de operaciones especiales.

Antes de visitar la Casa Blanca, Bolsonaro visitó sin anunciar a la sede central de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) en Langley, Virginia, un paso extraordinario para el presidente de un país sometido a 21 años de asesinatos y tortura por parte de una dictadura militar instalada en un golpe respaldado por la CIA.

Las implicancias graves para la clase obrera ante el auge global de la ultraderecha son claras al ver la glorificación de la dictadura militar brasileña por parte de Bolsonaro. Trump celebró los “valores compartidos” entre su Gobierno y el de un exoficial militar que rinde honor a un régimen que encarceló, torturó y asesinó a decenas de miles de trabajadores y estudiantes. Hace veinte años, Bolsonaro le dijo a un entrevistador que el Congreso brasileño debería ser abolido y que el país solo podía ser cambiado por medio de una guerra civil que completara “el trabajo que el régimen militar no pudo hacer, matando a 30.000 personas”.

Las clases gobernantes capitalistas están girando nuevamente hacia la dictadura y el fascismo en respuesta a la intensificación de la crisis económica mundial, la desintegración del orden internacional de la posguerra y el recrudecimiento de las guerras comerciales y los conflictos geoestratégicos y, ante todo, el resurgimiento de la lucha de clases a una escala global. Atemorizados ante la oposición de las masas obreras y la expansión de la oposición al capitalismo y el apoyo al socialismo, están reviviendo toda la mugre ideológica y política del siglo veinte, incluyendo el racismo, antisemitismo y la política de “sangre y tierra”. Están reclutando activamente a fascistas y racistas y los están integrando en las agencias militares-policiales del Estado para desplegarlos contra una clase obrera insurgente.
Estos acontecimientos muestran que las alternativas no son el socialismo o el reformismo, sino el socialismo o la barbarie —es decir, su descenso al fascismo y una guerra mundial—.

Sería políticamente criminal subestimar el peligro para la clase obrera que representa el crecimiento de los movimientos ultraderechistas y fascistas, así como la elevación de partidos y políticos ultraderechistas al Gobierno, como ya ocurre en Alemania, Italia, Polonia, Austria, Brasil y otros países. Para derrotar este peligro, lo más importante es aprender las lecciones de la historia.

Toda la historia del siglo veinte demuestra que el fascismo y la guerra no se pueden prevenir apelando a la clase gobernante o a una política frentepopulista, subordinando a la clase obrera a secciones supuestamente “progresistas” de la burguesía. La única manera de detener el fascismo y prevenir una guerra imperialista es movilizar a la clase trabajadora en una escala internacional para derrocar el capitalismo.

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