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sábado, 23 de marzo de 2019

Francia: erupción de un volcán

Vilma Fuentes, La Jornada

La indignación a causa de los incendios ocurridos en la avenida Champs-Élysées, en París, del restaurante Fouquets, prestigiosas boutiques y quioscos de prensa, así como las importantes pérdidas económicas de comerciantes, ¿pueden compararse al dolor y a la ira por un ojo perdido o una mano amputada? Esta es la cuestión que se plantean los franceses, buenas o malas conciencias. Pregunta que resuena en la prensa, la radio, la televisión, las redes sociales, los cafés, por teléfono, en la calle, mientras se hace cola en un cine o una panadería.

Michelle Bachelet, alta comisionada de derechos humanos ante la ONU y dirigentes de la Unión Europea han protestado contra la conducta del gobierno francés frente a los chalecos amarillos, la cual transgrede los derechos humanos tan defendidos en Francia, puesto que nacieron en ella. En efecto, más de 20 personas habían perdido un ojo a principios de febrero, pérdida causada por el ataque directo a la cabeza de un LBD (lanzador de balas de defensa, balas de caucho del tamaño de un ojo), entre las cuales está un líder pacifista, Jérôme Rodrigues, chofer de un camión de carga, quien tomaba fotos en el momento de verse agredido. Otras personas han sufrido mutilaciones, amputación de manos y rostros desfigurados. Represión a la francesa, como dicen algunos expertos, que consiste en evitar los muertos, cuya rebelión parece ser más peligrosa que la de los mutilados.

Los tristes acontecimientos del pasado sábado, decimoctava manifestación de este movimiento, poco más de cuatro meses de acción y resistencia, sostenido por alrededor de 64 por ciento de la opinión pública a pesar de las campañas informativas en contra, obligaron al presidente Macron a enfrentar los hechos para resolver una situación que toma visos peligrosos para la estabilidad de la república.

Este reconocimiento de impotencia, compartido por el conjunto del gobierno, no inspiró al círculo macronista la remota idea de responder a algunas de las peticiones, hoy, de los chalecos amarillos, quienes sólo aspiran a vivir sin la angustia de los fines de mes sin un quinto y con la cuenta bancaria en cifras rojas.

En un país del llamado primer mundo, ¿puede imaginarse que no sea posible dar de comer a los hijos otra cosa que arroz y pastas, que no se les pueda comprar los tan sofisticados modernos juguetes que anuncia la televisión, ya no se diga llevar de vacaciones, ir al médico cuando se necesita, al cine alguna vez, cambiar de ropa cuando queda corta?

Desde luego, nadie puede negarlo: la situación de adultos y niños es mil veces peor en otros países. Pero, si la pobreza recrudece en naciones ricas, en el cuadro del neoliberalismo, ¿qué se puede esperar en otras regiones?

Y mientras, al cabo de un reciente sábado de manifestaciones y represión de los chalecos amarillos, Christophe Castaner, ministro del Interior, es fotografiado en un bar nada barato festejando el fin del día con música, alcohol y una complaciente amiga que no se niega a sus avances, el joven Macron toma sus vacaciones escolares, al lado de su ex profesora y esposa Brigitte en una estación de esquí en la montaña.

Presidente, primer ministro y resto del gobierno se reúnen en París ante lo sucedido el sábado en la avenida parisiense. Primera declaración: constatan los hechos. Segunda: reflexionan. Tercera: tomarán decisiones firmes y duras. Cuarta: Macron espera las proposiciones de su primer ministro, Édouard Philippe. Ninguna sorpresa como ninguna respuesta a las solicitudes de los chalecos amarillos. Como sordos, adolescentes narcisistas, (Castaner dice que no recibió ningún regaño y que atacarlo es atacar al presidente Macron: ¿Qué le sabe?, se murmura), responden con la prohibición de manifestar en los Champs-Élysées, multas, contactos próximos de la gendarmería con los manifestantes, es decir, represión.

Y la medida que hace sonreír: la despedida del prefecto de la policía de París, Michel Delpuech, a quien se decidió utilizar como fusible para no despedir al amigo Castaner. Alguien debía pagar los platos rotos. Y, ¿quién más apropiado que una persona en la mira del Élysée porque sus declaraciones no siguieron consignas que favorecían a la inocencia de Alexandre Benalla, guardaespaldas de Macron, por quien comenzó el escándalo y la caída en los sondeos del presidente francés?

Mala suerte: a pesar del famoso debate, organizado para “responder a los chalecos amarillos”, donde el brillante alumno Macron responde a todo durante seis, siete horas, el protegido amigo del presidente, Alexandre Benalla, vuelve a escena con un nuevo episodio para alargar aún el culebrón del Élysée.


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