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viernes, 8 de marzo de 2019

El cierre de la planta de GM en Lordstown muestra la decadencia del capitalismo

Jerry White, wsws

Este 5 de marzo fue el último día de producción en la planta de ensamble de General Motors en Lordstown, un gigantesco complejo industrial de 576.000 metros cuadrados localizado a medio camino entre Cleveland, Ohio, y Pittsburgh, Pennsylvania. El martes, después de medio siglo de operaciones y la producción de más de 16 millones de vehículos, los últimos 1.400 trabajadores salieron de la fábrica que alguna vez empleaba a 13.000 trabajadores en tres turnos.

GM, que obtuvo $11,8 mil millones de ganancias en 2018, está cerrando cinco plantas en EEUU y Canadá este año, incluyendo en Detroit, Baltimore y Oshawa, eliminando 14.000 puestos de trabajo como parte de una reestructuración global para aumentar los dividendos para sus accionistas más ricos. Las empresas, impulsadas por las demandas de Wall Street, están llevando a cabo un ataque despiadado contra los trabajadores.

El cierre y sus efectos amplios sobre proveedores y empresas locales producirá una catástrofe social en una región ya devastada por décadas de desindustrialización y agobiada por un sistema educativo en pedazos y una crisis de sobredosis de opiáceos cada vez más extensa.

El cierre de la planta en Lordstown constituye un veredicto histórico para el United Auto Workers (UAW) y todos los otros sindicatos y sus políticas de nacionalismo y defensa del capitalismo. Es el producto de décadas de traiciones por parte del UAW y su transformación en un socio menor de las empresas automotrices en la explotación de los trabajadores y la supresión de la lucha de clases.

El cierre no encaró resistencia alguna por parte del UAW, que pasó los últimos cuatro meses desde el anuncio de GM realizando vigilias de oración, llenando papeleos legales inútiles y uniéndose a las denuncias de Trump y los demócratas en Ohio contra los trabajadores mexicanos y chinos por los cierres. Así como lo ha hecho durante las últimas cuatro décadas, el UAW ha demostrado su disposición a imponer cualquier concesión que GM exija en las próximas negociaciones contractuales para convencer a la empresa a “salvar” la planta.

La fábrica Lordstown, construida en 1966 justo en las afueras de la ciudad acerera de Youngstown, Ohio, ocupa un lugar preciado en la historia de la clase obrera estadounidense. A principios de los setenta, fue el escenario de una serie de luchas militantes dentro de las 3.619 huelgas o paros significativos que involucraron a 16,6 millones de trabajadores estadounidenses entre 1968 y 1977. La ola huelguística en Estados Unidos fue un componente del levantamiento internacional de la resistencia contra los esfuerzos de hacer que los trabajadores pagaran por la crisis capitalista mundial, incluyendo las huelgas masivas de mineros del carbón en Reino Unido que tumbaron el Gobierno conservador en 1974.

Como un esfuerzo para combatir contra sus competidores japoneses, GM buscó utilizar nuevas tecnologías como máquinas robóticas de soldar para incrementar drásticamente su producción del nuevo automóvil Vega de Chevrolet en Lordstown. Después de despedir a 300 trabajadores a principios de los setenta, GM aceleró las líneas de 60 a 101 carros por hora —la mayor velocidad de cualquier planta en el mundo— dándoles a los trabajadores tan solo 36 segundos para completar sus tareas en vez del estándar de 60 segundos.

La fuerza laboral, cuya edad promedio era 24 e incluía a muchos exsoldados radicalizados por los horrores de la guerra de Vietnam, se rebelaron. En marzo de 1972, el UAW se vio obligado a llamar a una huelga. Después de aislar el paro de 22 días, el UAW firmó un acuerdo que no atendía el principal malestar de la aceleración.

La oposición, incluyendo huelgas salvajes, el desafío abierto contra la gerencia y el sabotaje deliberado de vehículos, continuaba. La rebelión era tal que la revista BusinessWeek acuñó el término “síndrome Lordstown” para describir la militancia de toda una generación de trabajadores industriales determinados a luchar contra la explotación.

La Workers League (Liga Obrera), la predecesora del Partido Socialista por la Igualdad, estuvo intensamente involucrada en las luchas de Lordstown y muchas otras de los trabajadores automotores en este periodo. En un panfleto de 1973, From Sit-down to Lordstown (De las sentadas a Lordstown), la Workers League describió un “estado virtual de guerra civil” entre los trabajadores automotores y GM, señalando que “la sección más volátil y militante del UAW representada por los trabajadores más jóvenes” había “obligado al renuente UAW a llamar una huelga”.

En noviembre de 1973, el diario del partido, el Bulletin, montó una defensa de “Los cuatro de Lordstown”, quienes habían sido incriminados fraudulentamente por GM y las autoridades locales y encarcelados bajo cargos falsos.

Durante este periodo, pese a que los trabajadores se enfrentaban constantemente contra la dirección del sindicato y su corrupción y colaboración con los empresarios automotores, los trabajadores seguían viendo a los sindicatos como sus organizaciones. A pesar del carácter burocratizado de los sindicatos, los trabajadores todavía podían ganar ciertas mejoras durante este periodo de crecimiento relativamente rápido y dominio industrial estadounidenses.

El mecanismo político básico por medio del cual el UAW y la confederación AFL-CIO subordinaron a los obreros bajo el capitalismo y el imperialismo estadounidense fue la alianza de los sindicatos con el Partido Demócrata y su oposición a un movimiento políticamente independiente de la clase trabajadora. Consecuentemente, la Workers League, en su lucha por una nueva dirección revolucionaria en los sindicatos, colocó en el centro de la lucha contra la burocracia laboral la demanda de que los sindicatos rompieran con el Partido Demócrata y establecieran un Partido Laborista basado en políticas socialistas. Esta táctica perdió su viabilidad según siguieron evolucionando los sindicatos, convirtiéndose en brazos directos de las corporaciones y el Estado para suprimir la lucha de clases.

Para fines de los años setenta, la clase gobernante estadounidense respondió a la pérdida cada vez mayor de su dominio económico global poniendo fin a su política de relativos compromisos de clase y desatando una guerra total para recuperar todas las ganancias que los trabajadores conquistaron a lo largo de décadas de lucha. Explotando los avances en las telecomunicaciones y el transporta, las corporaciones con sede en EEUU trasladaron parte de su producción a países de bajos salarios, mientras que los cierres de plantas y despidos masivos eran utilizados para extraer enormes concesiones en salarios y prestaciones de los trabajadores en EEUU. El rescate financiero de Chrysler en 1979-80 fue seguido por el rompimiento de la huelga de controladores de tráfico aéreo de PATCO en 1981 por parte de Reagan, a su vez seguido por una década de ataques violentos para romper huelgas y quebrar sindicatos.

La globalización de la producción capitalista y el crecimiento de la producción transnacional socavaron por completo a los sindicatos, los cuales se basaban en la protección del mercado laboral nacional. Sin embargo, la catástrofe para los trabajadores estadounidenses y sus contrapartes en todo el mundo no fue el resultado inevitable de procesos económicos.

En cada giro de los acontecimientos, los esfuerzos de los trabajadores automotores y otras secciones de trabajadores de resistir contra los ataques a empleos y niveles de vida fue saboteado por el UAW y otros sindicatos que aislaron y derrotaron huelgas, mientras coludían con las empresas en el cierre de plantas, la imposición de despidos masivos y la incriminación y victimización de trabajadores militantes.

A principios de los ochenta, el UAW adoptó oficialmente la política corporativista de “asociación obrero-patronal” como su principio fundamental. Rechazando la lucha de clases, calificándola de obsoleta, el UAW se dedicó a aplastar toda resistencia en las empresas con sede estadounidense en nombre de hacerlas más competitivas ante sus rivales asiáticos y europeos. Esto ocurrió de la mano de la promoción del racismo y chauvinismo nacionalista, lo que llevó al asesinato en 1982 del trabajador estadounidense-chino, Vincent Chin, por parte de un capataz de Chrysler y su hijastro que había sido despedido.

El local 1112 del UAW en Lordsown se convirtió en el modelo de colusión obrero-patronal. Un artículo de enero de 2010 en el New York Times, intitulado “El antiguamente desafiante UAW ahora se enfoca en el éxito de GM”, señaló con aprobación “Los dirigentes del United Automobile Workers en Lordstown, Detroit y otras ciudades donde eran comunes los enfrentamientos contra la gerencia dijeron que decidieron desde entonces que su única opción para sobrevivir en una economía global es trabajar con, no en contra, de sus empleadores”.

“Todos han llegado a la conclusión de que la gerencia no es el enemigo y que el sindicato no es el enemigo”, dijo Jim Graman, presidente del local 1112, al Times, añadiendo: “El enemigo es la competición extranjera”.

Las interminables concesiones impuestas a los trabajadores nunca han salvado ni un solo trabajo. Desde 1979, el número de miembros del UAW empleados por GM, Ford y Chrysler ha caído de 750.000 a 150.000. A cambio de su traición contra los trabajadores, el UAW ha recibido miles de millones de dólares por parte de los patrones de la industria, encauzando estas fortunas por medio de centros de capacitación conjuntos y el fondo de cuidado de salud para jubilados controlado por el UAW, que ahora controla 100 millones de acciones de GM valoradas en aproximadamente $4 mil millones.

Los ejecutivos de Fiat Chrysler pagaron millones en sobornos ilegales a los negociadores del UAW que aprobaron los contratos de la última década que redujeron los salarios a la mitad para nuevos contratados, abolieron el día de trabajo de ocho horas y expandieron drásticamente el número de trabajadores temporales y de tiempo parcial que igual pagan cuotas al UAW, pero no tienen derechos.
El cierre de la planta de Lordstown es el resultado trágico de medio siglo de traiciones interminables. Desde hace mucho, los sindicatos dejaron de ser organizaciones obreras y se han transformado en codiciosos participantes de la explotación y el empobrecimiento de la clase trabajadora.

Según se preparan para las luchas que se avecinan, incluyendo la resistencia contra los cierres de planta y la lucha contractual de este verano, los trabajadores automotores tienen que repasar esta historia y sacar las conclusiones apropiadas. Necesitan arrebatar la conducción de la lucha de las manos de los sindicatos derechistas y corruptos. Hay que construir nuevas organizaciones de lucha, comités de base en las fábricas, independientes del UAW y basados en una perspectiva y estrategia completamente diferentes.

La única respuesta al asalto global contra los empleos y niveles de vida por parte de los gigantes transnacionales del sector automotriz y sus inversionistas de Wall Street es forjar la unidad de los trabajadores automotores en todo el mundo y rechazar la carrera hacia el fondo promovida por las corporaciones y los sindicatos. El levantamiento de los trabajadores de las maquiladoras en Matamoros, México, quienes se rebelaron contra condiciones y salarios abusivos y esclavizantes impuestos por los sindicatos, demuestra que los trabajadores en México, China y otros países no son los enemigos de los trabajadores estadounidenses, sino sus aliados y hermanos en lucha.

La movilización industrial más amplia posible de los trabajadores automotores, incluyendo la organización de huelgas, ocupaciones de planta y protestas masivas, así como la lucha por unirse con los trabajadores de todo EEUU e internacionalmente, debe fusionarse con una nueva estrategia política socialista. La clase obrera debe rechazar el “derecho” de los explotadores capitalistas a cerrar plantas y destruir las vidas y comunidades de la clase obrera. En cambio, las corporaciones gigantescas como GM tienen que ser transformadas en empresas públicas controladas colectiva y democráticamente como parte de la reorganización de la economía mundial para atender las necesidades humanas y no las ganancias empresariales.


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