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miércoles, 16 de enero de 2019

Un Macron enchalecado, el fracaso del neoliberalismo y el futuro de Europa

Eduardo Camín, Rebelión

Al completar su novena semana consecutiva de manifestaciones sabatinas, los reclamos de los chalecos amarillos conservan un formidable respaldo social, y la interrogante que surge es hasta dónde este movimiento ciudadano puede ser el freno de la aplanadora ultraderechista y liberal que barre Europa.

El movimiento de los chalecos amarillos rebasa el 80% de las simpatías ciudadanas, mientras el presidente Emmanuel Macron apuesta a un debate nacional que nace muerto, dejando otra interrogante: ¿Quién sacará el mejor provecho electoral de este poderoso movimiento popular?

La respuesta oficial se enfoca en la judicialización del descontento y el endurecimiento de las medidas represivas, lo que ha logrado un renovado motivo de malestar. Todo es negocio, para el neoliberalismo: a la encargada de dirigir el debate propuesto se asignó un sueldo de 14.600 euros, y debió renunciar ante la indignación generalizada.

Lo que se inició como una reacción puntual contra el alza de impuestos a los combustibles –vitales para los habitantes de las periferias y las ciudades pequeñas– cobró el carácter de una revuelta contra un programa económico que castiga a las mayorías y consiente al sector más pudiente de la población.

Hoy, el 77% de los franceses apoya la exigencia de restablecer el impuesto de solidaridad sobre la fortuna, gravamen que afectaba únicamente a los poseedores de un patrimonio neto superior a 1,3 millones de euros y que fue eliminado el año pasado por Macron.

La oposición al mandatario muestra el agotamiento del modelo neoliberal y lo inservible de los intentos por renovarlo mediante giros discursivos, con un enorme costo político: con apenas un tercio de su mandato cumplido, el joven tecnócrata y considerado por la propaganda neoliberal como la gran promesa de las derechas mundiales, hoy parece haber perdido su capital político, y aparece solo preocupado en administrar el deterioro de su credibilidad.

El único camino posible para Macron parece ser abdicar de su programa neoliberal, restituir los derechos que le han sido arrebatados a las grandes mayorías y convocar a un diálogo auténtico sobre el futuro del país.

Es el modelo

El de los chalecos amarillos es un movimiento popular donde se mezclaron muchas cosas. Fue desencadenado por una protesta fiscal que se opuso con vehemencia al aumento del precio de la nafta. Se trata de un movimiento de protesta por el deterioro de las condiciones de vida y de consumo. Fue mucho más que une reivindicación sectorial.

En Europa hay un fuerte sentimiento de injusticia social y también una demanda de democracia política, que los medios hegemónicos de comunicación social tratan de invisibilizar.

La presidencia de Macron agravó una situación que tiene muchas dimensiones. Hay que tener en cuenta que los movimientos sociales que intentaron oponerse a las medidas de corte liberal que se implementaron con esta presidencia y las dos anteriores, las de François Hollande y Nicolas Sarkozy, fueron derrotados.

Los últimos dos episodios fueron la reforma del código del trabajo y la de la empresa nacional de ferrocarriles, derrotas que descalificaron a los movimientos sociales tradicionales. Con su llegada al poder, Macron, dirigido por un grupo de tecnócratas de las grandes empresas, decidió pasar por encima de los viejos partidos políticos y aplicar las medidas para que Francia avanzara hacia el liberalismo, con matices profundamente arrogantes, sordos, desconectados de la realidad y del pueblo, lo que agudizó el sentimiento de autoritarismo y de injusticia.

Ninguna de las estructuras organizadas que tiene Francia tiene incidencia en este movimiento de los chalecos amarillo, más un movimiento de ocupación del territorio que de ocupación del espacio público. En Francia, los cortes de ruta no son ninguna novedad, han sido muy practicados, sobre todo por los campesinos, pero nunca con tal amplitud ni con tal velocidad.

Pica y se extiende

Este movimiento francés tiene sus réplicas en otros países no solo europeos y ha remecido la política francesa desde finales de octubre del año pasado, y el movimiento, lejos de aflojar, gana fuerza.

El gobierno de Emanuel Macron, que apenas puede sostener la crisis y en pleno silencio desde hace varias semanas, intenta lanzar una cortina de humo con el “gran debate nacional”, al que le quitan temas todos los días, intentando administrar un proceso en pleno deterioro.

El movimiento ha ampliado sus demandas, entre ellas el Referendo de Iniciativa Popular, rechazado de plano por el gobierno de Macron, que apenas atinó a anunciar una “nueva ley” para endurecer las sanciones contra los “alborotadores".

Los medios de comunicación hegemónicos, propiedad de los mismos que financiaron a Macron para acceder al poder, han demostrado ser funcionales a la institucionalidad, y se han limitfado a tratar de desprestigiar al movimiento, en una criminalización que busca amplificar imágenes de violencia y desorden. Pese a todo ello, según las encuestas, a pesar de la represión, de la mentira institucionalizada. Pero la realidad muestra que el 52% de la población se expresa a favor de los chalecos amarrillos.

¿Violencia? Hasta la fecha, casi cuatro mil manifestantes han sido detenidos, y luego liberados sin cargos en su inmensa mayoría. Pero ya van 11 muertos, y miles de heridos, y no solo en Francia, sino también en los países fronterizos..

La continuidad de las protestas y su popularidad incluso entre quienes nunca han participado en ellas, pese a la creciente hostilidad gubernamental, hablan de la persistencia del malestar social ante las injusticias del modelo neoliberal y de la incapacidad oficial para resolver la grave crisis.

Quedan pendientes las dos interrogantes: ¿hasta dónde este movimiento ciudadano puede ser el freno de la aplanadora ultraderechista y liberal que barre Europa? Y, ¿quién sacará el mejor provecho electoral de este poderoso movimiento popular?

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