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domingo, 27 de enero de 2019

La invasión digital de los cuerpos y las mentes

Sally Burch, Alai

Ya no es novedad para nadie que el uso de Internet trae crecientes problemas de privacidad y seguridad. Sería un error pensar que son fallas del sistema; más bien son la esencia misma del actual modelo de desarrollo de Internet, que responde a los intereses de grandes corporaciones –y de agencias de seguridad–, antes que de los usuarios.

Los datos, que son el oro de la nueva economía, representan la conversión en formatos digitales de rasgos de comportamiento de personas y grupos sociales. No sólo lo que expresan o exteriorizan al interactuar en Internet, sus búsquedas, intereses y redes de contactos, sino también, y cada vez más, datos biométricos de los cuerpos, junto con los pensamientos, gustos, dolencias y estados de ánimo que todo ello desvela, y que los aparatos inteligentes, cámaras, sensores y algoritmos son cada vez más expertos en captar e interpretar.

Para las empresas que explotan Internet, la privacidad es un estorbo a sus ganancias. Pero como saben que para sus usuarios eso es un contrasentido, buscan nuevas maneras de extraer sus datos, con o sin su consentimiento. Allí entra la “Internet de las cosas”… Si te pueden convencer que un auto que monitorea cómo manejaste protege mejor, que una cama inteligente te ayuda a dormir, y que la “condición necesaria” será compartir estos datos con la empresa proveedora, allí está el negocio redondo. Una fuente inagotable de datos para vender a empresas de seguros, de somníferos, incluso a entidades políticas.

Se estima que hoy en el mundo hay entre 10 y 20 mil millones de aparatos conectados a Internet. Algunos pronósticos prevén que con las conexiones 5G, que transmitirán a una velocidad mucho mayor, se podría llegar a un billón en pocos años. Con los espacios públicos invadidos de cámaras y sensores y con 8 o 10 aparatos “inteligentes” en cada hogar, hasta la privacidad más íntima prácticamente dejará de existir.

Pero posiblemente esto no es lo más grave. El 5G, que es la condición para esta Internet de las Cosas, ya está en fase de experimentación y se espera masificarlo a partir de 2020.Como sólo funciona a corta distancia, se prevé instalar antenas cada 10 a 12 casas en áreas urbanas, lo que aumentará enormemente la exposición a estas radiaciones. Muchos estudios científicos señalan la nocividad de esta exposición, con evidencias de efectos cancerígenos, estrés celular, aumento de los radicales libres dañinos, daños genéticos, cambios del sistema reproductivo, déficit de aprendizaje y memoria, trastornos neurológicos e impactos negativos en el bienestar general. Y efectos nocivos también en animales y plantas.

Es más, ni siquiera las zonas rurales y remotas escaparían a estas radiaciones, ya que se prevé instalar satélites de baja órbita para llegar a todos los rincones de la tierra, con efectos posiblemente aún más dañinos. Miles de científicos de todo el mundo han firmado peticiones (como por ejemplo éste, en versión español, que invita adhesiones aquí 5gspaceappeal.org) pidiendo que gobiernos y organismos multilaterales pongan una moratoria al despliegue de la tecnología 5G, al menos hasta hacer los estudios de impacto adecuados.

¿Qué alternativas existen frente a este proyecto desquiciado de sociedad que busca mercantilizar lo más íntimo de nuestros cuerpos y nuestras mentes, al precio de someternos a un experimento tecnológico de alto riesgo para la salud y el medio ambiente?

No es que la tecnología digital en sí sea mala; podría traer grandes beneficios a la sociedad, siempre que la humanidad establezca prioridades para su desarrollo, como el principio de precaución y estudios de impacto antes de generalizar nuevas tecnologías; y colocar los derechos humanos por encima de intereses mercantiles. Es más, ya existen iniciativas de desarrollo de Internet con criterios más humanos, bajo modelos descentralizados, como las redes libres:lo que llamamos la “Internet ciudadana”. Con inversiones adecuadas, éstas se podrían ampliar y perfeccionar, si bien podemos esperar resistencia e intentos de cooptación por parte de las fuerzas que controlan Internet.

Una Internet de las Cosas masiva, bajo un modelo centralizado en manos de megacorporaciones o gobiernos, no responde a ninguna necesidad social real; pero a estas alturas, parece que sólo un amplio movimiento ciudadano podría frenarla.

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